Sinopsis
Pese al milagro médico de reducción de tumor que le ha
comprado
unos cuantos años, Hazel nunca ha sido otra cosa que una
paciente
terminal, su último capítulo inscrito en su diagnóstico.
Pero cuando un
maravilloso giro inesperado llamado Augustus Waters aparece
repentinamente en el Grupo de Apoyo a Niños con Cáncer, la
historia de
Hazel está a punto de ser reescrita completamente.
Perspicaz, audaz, irreverente, y cruda, The Fault in Our
Stars es el trabajo
más ambicioso y desgarrador del galardonado autor John
Green, explora
brillantemente
la diversión, emoción y tragedia de estar vivo y enamorado.
Capítulo 1
A finales del invierno de mi decimoséptimo año, mi madre
decidió
que estaba deprimida, probablemente porque rara vez dejaba
la
casa, pasaba la mayoría del tiempo en cama, leía el mismo
libro
una y otra vez, comía infrecuentemente y dedicaba bastante
de mi
abundante tiempo libre en pensar sobre la muerte. Cada vez
que leas un
libro o página web sobre cáncer, o lo que sea, siempre la
depresión esta
enlistada entre los efectos colaterales del cáncer. Pero, en
realidad, la
depresión no es un efecto colateral del cáncer. La depresión
es un efecto
colateral de morir. El cáncer también es un efecto colateral
de morir. Casi
todo lo es, en realidad. Pero mi mamá creía que requería
tratamiento, así
que me llevó con mi médico de cabecera, Jim, quien estuvo de
acuerdo
en que estaba navegando en una paralizante y totalmente
clínica
depresión, y que por lo tanto, mis medicinas se debían
ajustar y también
debería asistir a un grupo de apoyo semanal.
Este grupo de apoyo presentaba un reparto rotativo de
personajes en
varios estados de malestar impulsados por tumores. ¿Por qué
rotaban? Un
efecto colateral de morir.
El grupo de apoyo, por supuesto, era tan deprimente como el
infierno. Se
reunían todos los miércoles en el sótano de una amurallada
Iglesia
Episcopal en forma de cruz. Todos nos sentábamos en círculo,
justo en el
medio de la cruz, donde las dos tablas se encuentran, donde
el corazón
de Jesús hubiera estado.
Noté esto porque Patrick, el líder del grupo de apoyo y la
única persona
por encima de los dieciocho años en el recinto, hablaba
acerca del
corazón de Jesús en cada bendita reunión; todo sobre como
nosotros,
jóvenes sobrevivientes del cáncer, estábamos sentados justo
en el precioso
corazón sagrado de Jesús y lo que sea.
Así que, aquí está como fue todo en el corazón de Dios: los
seis, siete o diez
de nosotros caminamos/rodamos, pastamos en una selección de
decrépitas galletas y limonadas, nos sentamos en el Círculo
de la
Confianza y escuchamos a Patrick contar por enésima vez la
historia de su
deprimente y miserable vida; como tenía cáncer en sus bolas
y pensaron
que iba a morir pero no murió y ahora es, un adulto ya
crecido en el
sótano de una iglesia en la ciudad número 137 más bonita de
América,
divorciado, adicto a los video juegos, sobre todo sin
amigos, ganándose la
vida mediante la explotación de su cancerígeno pasado,
trabajando
lentamente su camino hacia un título de maestría que no va a
mejorar sus
perspectivas de carrera, esperando, como todos nosotros lo
hacemos,
porque la espada de Damocles1 le dé el alivio que se le
escapó, esos
muchos años atrás cuando el cáncer tomó sus nueces, pero
salvo lo que
sólo el alma más generosa llamaría su vida.
¡Y TÚ TAMBIÉN PUEDES SER MUY AFORTUNADO!
Luego nos presentamos: Nombre. Edad. Diagnóstico. Y como
estábamos
hoy. Soy Hazel, había dicho cuando llegaron a mí. Dieciséis.
Tiroides
originalmente, pero con unas impresionantes y duraderas
colonias satélites
asentadas2 en mis pulmones. Y estoy bien.
Una vez que estábamos alrededor del círculo, Patrick siempre
preguntaba
si alguien quería compartir. Y entonces comenzaba el tonto
círculo de
apoyo: todo el mundo hablando de luchar, y batallar y ganar
y encogerse
y explorarse. Para ser justos con Patrick, nos dejaba hablar
de morir,
también. Pero la mayoría de ellos no estaban muriendo. La
mayoría iba a
vivir hasta la edad adulta, así como Patrick.
Lo que significaba que había un buen montón de
competitividad al
respecto, con todo el mundo no
sólo queriendo vencer al cáncer en sí.
1Damocles: Según la historia griega, Damocles era un
cortesano presumido y el rey para
escarmentarlo, en la cena colocó una espada en el techo
encima de su cabeza,
Damocles se dio cuenta de ello y frenó su actitud. La frase
la espada de Damocles se
utiliza para expresar la presencia de un peligro inminente o
de una amenaza y lo efímero
e inestable que puede ser la felicidad.
Colonias satélites asentadas: Cualquiera de numerosas
pequeñas colonias bacterianas
que pueden rodear una gran colonia resistente a los
antibióticos.
mismo, sino también a las otras personas de la habitación.
Es como que,
me doy cuenta de que esto es irracional, pero cuando te
dicen que tienes,
por ejemplo, una probabilidad de 20 por ciento de vivir
cinco años, las
matemáticas se activan y te imaginas que es uno de cada
cinco... por lo
que miras alrededor y piensas, como cualquier persona sana
haría lo
siguiente: tengo que durar más tiempo que estos cuatro
bastardos.
La única faceta redentora del grupo de apoyo fue este chico
llamado
Isaac; cara larga, flaco, con cabello liso y rubio echado
sobre un ojo.
Y sus ojos eran el problema. Tenía un cáncer en el ojo
increíblemente
improbable. Uno de sus ojos le había sido cortado cuando era
niño y ahora
llevaba un tipo de gafas de gruesos cristales que hacía que
sus ojos, tanto
el real como el de vidrio, fueran inexplicablemente enormes,
como si toda
su cabeza fuera, básicamente, sólo el ojo falso y el
verdadero mirándote.
Por lo que pude obtener en las raras ocasiones cuando Isaac
compartió
con el grupo, una recurrencia había puesto al ojo que le
quedaba en
peligro mortal.
Isaac y yo nos comunicamos casi exclusivamente a través de
suspiros.
Cada vez que alguien discute las dietas contra el cáncer o
hasta inhalar
tierra de la aleta de un tiburón, o lo que sea, me echaba un
vistazo y
suspiraba muy ligeramente. Yo sacudía la cabeza
microscópicamente y
exhalaba en respuesta.
Así que el Grupo de apoyo explotó, y después de unas
semanas, actuaba
a regañadientes sobre todo el asunto.
De hecho, el miércoles que conocí a Augustus Waters, había
intentado mi
mejor hazaña para salir del grupo de apoyo al estar sentada
en el sofá con
mi mamá en la tercera etapa de una maratón de doce horas de
la
temporada anterior de America’s Next Top Model3, el cual en
realidad ya
había visto, pero aun así.
Yo: Me rehúso a ir al grupo de apoyoMamá: Uno de los
síntomas de la depresión es el desinterés en las
actividades.
Yo: Por favor sólo déjame ver America’s Next Top Model. Es
una actividad.
Mamá: Ver televisión es pasivo.
Yo: Ugh, mamá, ¡por favor!
Mamá: Hazel, eres una adolescente. Ya no eres una niña.
Necesitas hacer
amigos, salir de casa y vivir tu vida.
Yo: Si quieres que sea una adolescente, no me envíes a
grupos de apoyo.
Cómprame una identificación falsa para poder ir a clubs,
beber vodka y
tomar marihuana.
Mamá: No tomas marihuana, para empezar.
Yo: Ves, esa es la clase de cosas que sabría si me
consiguieras una
identificación falsa.
Mamá: Iras al grupo de apoyo.
Yo: UGGGGGGGGGG.
Mamá: Hazel, mereces una vida.
Eso me calló, a pesar de que no veía cómo ir al grupo de
apoyo cumplía
con la definición de vida. Sin embargo, acepté ir, después
de negociar el
derecho de grabar los 1,5 episodios de ANTM que me faltaban.
Fui al grupo de apoyo por la misma razón por la que alguna
vez permití a
enfermas con tan sólo dieciocho meses de educación de
postgrado
envenenarme con productos químicos de nombres exóticos:
quería hacer
felices a mis padres. Sólo hay una cosa en este mundo peor
que tener
cáncer cuando tienes dieciséis años, y es tener un hijo con
cáncer.
Mamá se estacionó en el camino de entrada, detrás de la
iglesia a las 4:56.
Pretendía jugar con mi tanque de oxígeno por un segundo para
matar el
tiempo. —¿Quieres que lo cargue por ti?
—No, está bien —dije. El tanque verde cilíndrico sólo pesaba
unas pocas
libras y tenía este carrito de acero con ruedas para
arrastrarlo detrás de mí.
Me proporcionaba dos litros de oxígeno cada minuto a través
de una
cánula, un tubo transparente que se separaba justo debajo de
mi cuello,
envuelto detrás de mis orejas, y luego se reunía en mis
fosas nasales. El
artefacto era necesario porque mis pulmones apestaban siendo
pulmones.
—Te quiero —dijo mientras salía.
—Yo también, mamá. Nos vemos a las seis.
—¡Haz amigos! —dijo a través de la ventana mientras me
alejaba.
No quería tomar el ascensor porque tomarlo es como una
actividad de los
últimos días en el grupo de apoyo, así que tomé las
escaleras. Tomé una
galleta y un poco de limonada en un vaso de papel y luego me
di la
vuelta.
Un chico me estaba mirando.
Estaba casi segura que no lo había visto antes. Alto y
delgadamente
muscular, hacia lucir pequeña la silla plástica de escuela
primaria en la
que se sentaba. El pelo caoba, recto y corto. Parecía de mi
edad, quizá un
año mayor y se sentaba con su coxis contra el borde de la
silla, su postura
agresivamente pobre, una mano medio metida en el bolsillo de
sus
vaqueros oscuros.
Aparté la vista, de repente consciente de mis innumerables
carencias.
Llevaba jeans viejos, que habían sido alguna vez ajustados,
pero ahora se
hundían en lugares extraños, y una camiseta amarilla
promocionando a
una banda que ya ni siquiera me gustaba. Además, mi pelo:
tenía este
corte de pelo estilo bob4 y no me había molestado en, tú
sabes, peinarlo.
Además, tenía unas gordas mejillas de ardilla, un efecto
secundario del
tratamiento. Lucía como una persona normalmente
proporcionada con un globo por cabeza. Esto no era ni siquiera mencionar mis
“pantobillos”5. Y sin
embargo, le di una ojeada, y sus ojos estaban todavía en mí.
Se me ocurrió por qué lo llaman contacto visual Entré al
círculo y me senté junto a Isaac, a dos asientos de distancia del
chico. Miré de nuevo. Todavía estaba mirándome.
Miren, déjenme decirles: él era sexy. Un chico que no es
sexy te mira
implacablemente y es como, en el mejor de los casos, extraño
y, en el
peor, una forma de asalto. Pero un chico sexy… bueno. Saqué
mi celular y lo toqué para que mostrara la hora, 4:59. El círculo se
llenó con los desafortunados chicos “de los doce a los dieciocho”
y luego
Patrick comenzó con la oración de la serenidad: Dios,
concédeme la
serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el
valor para
cambiar las cosas que puedo y la sabiduría para reconocer la
diferencia.
El chico seguía mirándome. Me sentí un poco sonrojada Finalmente,
decidí que la estrategia adecuada era mirarlo también. Los
chicos no tienen un monopolio en el negocio de mirar
fijamente, después
de todo Así que lo miré mientras Patrick reconocia por enésima
vez sus nobolas y pronto se trataba de un concurso de mirada fija. Después de
un rato el muchacho sonrió y, finalmente, sus ojos azules
miraron hacia otro
lado. Cuando volvió a mirarme, subí las cejas para decir,
gané.
Se encogió de hombros. Patrick continuó y finalmente llegó
el momento de
las presentaciones.
—Isaac, tal vez te gustaría ser el primero. Sé que te estás
enfrentando un
momento difícil.
—Sí —dijo Isaac—. Soy Isaac. Tengo diecisiete. Y parece como
que tengo
que someterme a una cirugía en un par de semanas, después de
la cual
estaré ciego. No es por quejarme ni nada porque sé que
muchos de
nosotros pasan por algo peor, pero sí, me refiero, estar ciego
como que apesta. Mi novia me ayuda, sin embargo. Y amigos como Augustus —
asintió hacia el chico, quien ahora tenía un nombre—. Así
que, sí —
continuó Isaac. Estaba mirando sus manos, las cuales había
doblado entre
sí como la parte superior de un tipi6—. No puedes hacer nada
para
evitarlo.
—Estamos aquí para ti, Isaac —dijo Patrick—. Vamos a dejar
que Isaac nos
oiga, chicos. —Y luego todos, en una monotonía, dijimos:
—Estamos aquí para ti, Isaac.
Michael fue el próximo. Tenía doce años. Tenía leucemia.
Siempre ha
tenido leucemia. Estaba bien. O eso decía. Había tomado el
ascensor.
Lida tenía dieciséis y era lo suficientemente bonita para
ser el objetivo de
los ojos del chico sexy. Era una paciente habitual, en una
larga remisión por
cáncer apendicular, el cual yo no sabía que existía
previamente. Dijo,
como lo había hecho alguna que otra vez cuando había
asistido al grupo
de apoyo, que se sentía fuerte, lo cual se sentía como si
estuviera
presumiéndome, mientras las mangueras de oxigeno me hacían
cosquillas
en las fosas nasales.
Hubo otros cinco antes de llegar a él. Sonrió un poco cuando
su turno
llegó. Su voz era baja, vaporosa y extremadamente sexy.
—Mi nombre es Augustus Waters —dijo—. Tengo diecisiete...
tuve un
pequeño toque de osteosarcoma7 hace un año y medio atrás
pero estoy
aquí hoy, a petición de Isaac.
—¿Y cómo te sientes? —preguntó Patrick.
—Oh, estoy genial —Augustus sonrió con la comisura de sus
labios—. Estoy
en una montaña rusa que sólo va para arriba, mi amigo.
Cuando llegó mi turno, dije—: Mi nombre es Hazel. Tengo
diecisiete. Tiroides
con metástasis en los pulmones. Estoy bien.
La hora avanzaba a pasos acelerados: las luchas se
recontaron, batallas
ganadas en medio de guerras que seguramente se perderán,
aferrados a
la esperanza, las familias fueron elogiadas y denunciadas,
se acordó que
los amigos simplemente no entendían, lágrimas se derramaron,
comodidad fue ofrecida. Ni Augustus Waters ni yo volvimos a
hablar hasta
que Patrick dijo:
—Augustus, tal vez te gustaría compartir tus temores con el
grupo.
—¿Mis temores?
—Sí.
—Le temo al olvido —dijo sin ninguna pausa—. Le temo como el
proverbial
hombre ciego que tiene miedo de la oscuridad.
—Demasiado pronto —dijo Isaac, esbozando una sonrisa.
—¿Fue eso insensible? —preguntó Augustus—. Puedo ser
bastante ciego a
los sentimientos de otros.
Isaac se estaba riendo, pero Patrick alzó un dedo un dedo en
forma de
reprensión y dijo:
—Augustus, por favor. Volvamos a ti y a tus problemas.
¿Dijiste que le tenías
miedo al olvido?
—Así es —respondió Augustus.
Patrick parecía perdido.
—Alguien, eh, ¿alguien quiere hablar de eso?
No he estado en una escuela adecuadamente en tres años. Mis
padres
eran mis dos mejores amigos. Mi tercer mejor amigo era un
autor que ni
siquiera sabía que yo existía. Era una persona bastante
tímida; no del tipo
de levantar la mano.
Y aun así, sólo esta vez, decidí hablar. Medio alce mi mano
y Patrick, con
un evidente placer, dijo inmediatamente: —¡Hazel! —estaba,
estoy segura que asumió, la apertura. Pasando así a
formar parte del grupo.
Mire a Augustus Waters, que me devolvió la mirada. Casi
podías ver a
través de sus ojos, eran tan azules.
—Llegará un tiempo —dije—. Cuando todos nosotros estemos
muertos.
Todos nosotros. Llegará un tiempo cuando no quedaran más
seres
humanos para recordar que alguna vez existimos o que nuestra
especie
alguna vez hizo algo. No habrá nadie que quede para recordar
a
Aristóteles o a Cleopatra, por no hablar de ti. Todo lo que
hicimos,
construimos, escribimos, pensamos y descubrimos será
olvidado y todo esto
—hice un gesto describiendo—, habrá sido inútil. Quizás ese
tiempo venga
pronto o quizás este a millones de años de distancia, pero
incluso si
sobrevivimos el desplome de nuestro sol, no sobreviviremos
para siempre.
Paso mucho tiempo antes que los organismos experimentaron la
conciencia, y habrá tiempo después. Y si la inevitabilidad
del olvido
humano te preocupa, te animo a que lo ignores. Dios sabe que
eso es lo
que hacen todos.
Aprendí esto de mí, antes mencionado, tercer mejor amigo;
Peter Van
Houten, el recluido autor de An Imperial Affliction, el
libro que era lo que
cercano que tenía a una biblia. Peter Van Houten, la única
persona que
había encontrado jamás que parecía (a) entender lo que es
estar
muriendo, y (b) no haber muerto.
Después que termine, hubo un periodo bastante largo de
silencio mientras
miraba una sonrisa propagarse a través de la cara de
Augustus; no la
pequeña sonrisa torcida del chico tratando de ser sexy
mientras me
miraba, sino su sonrisa real, muy grande para su cara.
—Maldita sea —dijo Augustus tranquilamente—Tú eres algo más.
Ninguno de nosotros dijo nada por el resto del grupo de
apoyo. Al final,
todos juntamos las manos y Patrick nos guió en una oración.
—Señor Jesucristo, nos hemos reunidos aquí en tu corazón,
literalmente en
tu corazón, como sobrevivientes de cáncer. Tú y solo tú nos
conoces como
nos conocemos a nosotros mismos. Guíanos a la vida y a la
luz a través de
los momentos de pruebas. Oramos por los ojos de Isaac, por
la sangre de Michael y Jamie, por los huesos de Augustus, por los
pulmones de Hazel y
por la garganta de James. Te pedimos que nos podamos curar y
que
podamos sentir tu amor, y tu paz, que sobrepasa todo
entendimiento. Y
nosotros recordaremos en nuestros corazones a esos que
conocimos, y
amamos que se han ido a casa contigo: Maria, Kade, Joseph,
Haley,
Abigail, Angelina, Taylor, Gabriel y…
Era una larga lista. El mundo contenía a bastante gente
muerta. Y mientras
Patrick estuvo horas con el mismo discurso, leyendo la lista
de una hoja de
papel porque era muy larga para memorizarla. Mantuve mis
ojos cerrados,
tratando de pensar en la oración, pero sobre todo imaginando
el día
cuando mi nombre encontrara su camino a través de esa lista,
justo al final
cuando todos hubieran parado de escuchar.
Cuando Patrick había terminado, dijimos este estúpido mantra
juntos
“VIVIENDO NUESTRA MEJOR VIDA HOY” y terminó. Augustus Waters
se
empujó fuera de su silla y camino hacia mí. Su paso era
torcido como su
sonrisa. Se elevaba sobre mí, pero mantuvo su distancia, así
no tendría que
estirar el cuello para mirarlo a los ojos.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó.
—Hazel.
—No, tu nombre completo.
—Um, Hazel Grace Lancaster —Estuvo a punto de decir algo
más, cuando
Isaac se acercó.
—Espera —dijo Augustus, levantando un dedo y se giró hacia
Isaac—. Eso
fue, en realidad, peor de lo que lo hiciste ver.
—Te dije que era poco prometedor.
—¿Por qué te molestas con eso?
—No lo sé. ¿Ayuda de algún modo?
Augustus se inclinó pensando que así no lo escucharía. —¿Es
una regular? —No pude escuchar el comentario de Isaac, pero
Augustus respondió—: Yo diría —Apretó a Isaac en ambos
hombros y
después tomo medio paso lejos de él.
—Cuéntale a Hazel sobre la clínica.
Isaac inclinó una mano contra la mesa de aperitivos y enfoco
sus enormes
ojos en mí.
—Está bien, así que fui a la clínica esta mañana y estaba
diciéndole a mi
cirujano que prefería ser sordo que ciego. Y él dijo, “No
funciona de esa
manera,” y yo estaba, como, “Sí, me doy cuenta que no
funciona de esa
manera; sólo estoy diciendo que preferiría ser sordo que
ciego si tuviera la
opción, que me doy cuenta no tengo,” y él dijo, “Bueno, la
buena noticia
es que no serás sordo,” y yo estaba como, “Gracias por
explicarme que mi
cáncer en el ojo no me dejaría sordo. Me siento tan
afortunado que un
gigante intelectual como usted se digne a operarme.”
—Suena como un ganador —dije—. Voy a tratar de obtener algún
cáncer
en el ojo así puedo conocer a este tipo.
—Buena suerte con eso. Está bien, debería irme. Mónica está
esperando
por mí. Voy a tener que verla mucho mientras pueda.
—¿Contraguerrillas mañana? —preguntó Augustus.
—Definitivamente —Isaac se giró y corrió escaleras arriba,
subiendo dos a
la vez.
Augustus Waters se giró hacia mí.
—Literalmente —dijo.
—¿Literalmente? —pregunté.
—Estamos literalmente en el corazón de Jesús —dijo—. Pensé
que
estábamos en un sótano de la iglesia, pero estamos
literalmente en el
corazón de Jesús.
—Alguien debería decirle a Jesús —dije—. Quiero decir, tiene
que ser
peligroso, almacenar chicos con cáncer en tu corazón. —Le
diría yo mismo —dijo Augustus—. Pero desafortunadamente estoy
literalmente atorado dentro de su corazón, así que él no
será capaz de
escucharme —me reí. Sacudió su cabeza, sólo mirándome.
—¿Qué? —pregunté.
—Nada —dijo.
—¿Por qué me estás mirando así?
Augustus medio sonrió.
—Porque eres hermosa. Y disfruto mirar a personas hermosas,
hace tiempo
decidí no negarme los más simples placeres de la vida.
Un breve silencio incómodo se produjo. Augustus se abrió
paso:
—Quiero decir, sobre todo teniendo en cuenta, como
deliciosamente lo
mencionaste, que todo esto terminara en el olvido.
Casi me burlé, suspiré o exhalé de una manera que fue
vagamente como
una tos y después dije.
—No soy hermo…
—Eres como una milenaria Natalie Portman. Como la Natalie
Portman en V
por Vendetta.
—Nunca la he visto —dije.
—¿En serio? —preguntó—. Hermosa chica con cabello corto como
chico,
que odia la autoridad y no puede evitar enamorarse de un
chico que sabe
es un problema. Es tu autobiografía, hasta donde puedo ver.
Cada silaba seducía. Honestamente, más o menos me encendió.
Ni
siquiera sabía que los chicos podían encenderme; no en la
vida real.
Una chica joven paso cerca de nosotros.
—¿Cómo estas Alisa? —preguntó. Ella sonrió y masculló—:
Hola, Augustus.
—Gente del Memorial —explicó. Memorial era el mayor hospital
de
investigación—. ¿A dónde vas? —Al Children´s —dije, mi voz
más baja de lo que esperaba que fuera.
Asintió. La conversación parecía haber terminado.
—Bueno —dije asintiendo vagamente hacia las escaleras que
nos llevaban
fuera del, literalmente, corazón de Jesús. Eche a andar el
carrito y empecé
a caminar. Se acercó cojeando a mi lado.
—Así que, nos vemos la próxima vez, ¿quizás? —pregunté.
—Deberías verla —dijo—. V por Vendetta, quiero decir.
—Está bien —dije—. La buscaré.
—No, conmigo. En mi casa —dijo—. Ahora.
Paré de caminar.
—Apenas te conozco, Augustus Waters. Podrías ser un asesino
en serie.
Asintió.
—Es cierto, Hazel Grace —pasó junto a mí, sus hombros
llenando su camisa
verde tejida, su espalda recta, sus pasos pausados
ligeramente a la
derecha mientras caminaba firme y confiado en lo que había
determinado era una pierna ortopédica. El osteosarcoma a
veces toma
una extremidad para probarte. Después, si le gustas, toma el
resto.
Lo seguí por las escaleras, perdiendo terreno mientras hacia
mi camino
lentamente, las escaleras no eran un campo fácil para mis
pulmones.
Y después estábamos fuera del corazón de Jesús, en el
estacionamiento, el
aire frío de primavera de la manera perfecta, la luz del
atardecer celestial
en su nocividad.
Mamá no estaba ahí todavía, que era inusual, porque estaba
casi siempre
estaba esperándome. Miré alrededor y vi que una chica alta,
curvilínea y
morena tenía a Isaac fijado contra la pared de piedra de la
iglesia,
besándolo de una manera bastante agresiva. Estaban lo
suficientemente
cerca de mí como para escuchar los extraños ruidos de sus
bocas juntas, y
podía escucharlo diciendo, “siempre,” y ella diciendo,
“siempre,” de
regreso. De repente, parado cerca de mí, Augustus medio
susurró.
—Son grandes creyentes en las manifestaciones públicas de
afecto.
—¿Qué hay con el “siempre”? —los sonidos de succión se
intensificaron.
—Siempre es lo suyo. Siempre se amaran a pesar de cualquier
cosa. Yo de
forma conservadora he calculado que se han enviado mensajes
de texto
con la palabra siempre como cuatro millones de veces en el
último año.
Otro par más de autos llegaron, llevándose a Michael y
Alisa. Éramos sólo
Augustus y yo ahora, mirando a Isaac y Mónica, quienes
avanzaron a un
ritmo acelerado, como si no estuvieran recostados contra un
lugar
sagrado. Su mano llegó hasta su pecho, sobre su camisa
manoseándolo,
mientras su mano quieta mientras sus dedos se movían
alrededor. Me
pregunté si eso se sentía bien. No parecía como si lo fuera,
pero decidí
perdonar a Isaac en base a que iba quedar ciego. Los
sentidos se deben
aprovechar mientras todavía hay hambre o lo que sea.
—Imagina tomando ese último viaje al hospital —dije
tranquilamente—. La
última vez que manejaras otra vez un auto.
Sin mirarme, Augustus dijo:
—Estas matando mi vibra aquí, Hazel Grace. Estoy tratando de
observar el
amor joven en su más multi-esplendorosa torpeza.
—Creo que está lastimando su pecho —dije.
—Sí, es difícil de determinar si está intentando estimularla
o hacer un
examen de seno —después Augustus Waters metió la mano en su
bolsillo y
sacó, de todas las cosas, un paquete de cigarrillos. Lo
abrió y coloco un
cigarrillo entre sus labios.
—¿Es en serio? —pregunté—. ¿Crees que eso es genial? Oh,
Dios mío,
acabas de arruinar toda la cosa.
—¿Qué cosa? —preguntó, girando hacia mí. El cigarrillo sin
encender
colgando de su boca, sin sonreír.
—Toda la cosa donde un chico que no es poco atractivo o poco
inteligente, o aparentemente de alguna manera inaceptable se
me queda mirando y me señala el uso incorrecto de literalidades, me
compara con las actrices y me pide que vea una película en
su casa, pero
por supuesto ahí siempre hay una hamartia y la tuya es esa
oh, Dios mío,
incluso aunque TUVISTE EL MALDITO CÁNCER le das dinero a una
compañía
a cambio de la oportunidad de adquirir TODAVIA MÁS CÁNCER.
Oh, Dios
mío. ¿Déjame asegurarte que no ser capaz de respirar?
APESTA.
Totalmente decepcionante. Totalmente.
—¿Una hamartia? —pregunto, el cigarrillo todavía en su boca.
Apretó su
mandíbula. Tenía una mandíbula de infiernos, desafortunadamente.
—Una falla fatal —expliqué, girando lejos de él. Caminé
hacia la acera,
dejando a Augustus Waters detrás de mí y después escuché un
auto
empezar a bajar por la calle. Era mamá. Había estado
esperando a que
hiciera amigos o lo que sea.
Sentía esta extraña mezcla de decepción y rabia dentro de
mí. Ni siquiera
sabía que sentimiento era, en serio, sólo que ahí había un
montón de ello, y
quería golpear a Augustus Waters y también reemplazar mis
pulmones con
pulmones que no apestaran y fueran simplemente pulmones.
Estaba
parada con mis zapatos deportivos en el mismo borde de la
acera, el
tanque de oxígeno con bolas y cadenas en el carro junto a
mí, y justo
mientras mi mamá se estacionaba, sentí una mano agarrar la
mía.
Aleje de un tirón mi mano pero me giré hacia él.
—No te matan al menos que los enciendas —dijo mientras mamá
se
estacionaba en la acera—. Y nunca encendí uno. Es una
metáfora, ves:
colocas la cosa dañina justo entre tus dientes, pero no le
das el poder de
hacer daño.
—Es una metáfora —dije dudosamente. Mamá estaba sólo parada.
—Es una metáfora —dijo.
—Eliges tu comportamiento basado en función a resonancias
metafóricas… —dije.
—Oh, sí —sonrío. La gran, torpe y real sonrisa—. Soy un gran
creyente de las
metáforas, Hazel Grace. Me giré hacia el auto. Toqué la
ventana. Y bajo.
—Voy a ver una película con Augustus Waters —dije—. Por
favor graba los
siguientes
episodios del maratón de ANTM para mí. Capítulo 2
Augustus Waters conducía horriblemente. Si paraba o
arrancaba,
todo sucedía con una tremenda SACUDIDA. Volaba contra el
cinturón del asiento de su camioneta Toyota cada vez que
frenaba,
y mi cuello caía hacia atrás cada vez que apretaba el
acelerador. Podría
haber estado nerviosa, con estar sentada en el auto de un
chico extraño
en camino a su casa, profundamente consciente de que mis
pulmones de
mierda complican los esfuerzos de defenderme de ataques no
deseados,
pero su manera de conducir era tan asombrosamente pobre que
no podía
pensar en nada más.
Habíamos conducido por lo menos por un kilómetro y medio en
un silencio
irregular antes de que Augustus dijera:
—Suspendí el examen de conducción tres veces.
—No te creo.
Se rió, asintiendo.
—Bueno, no puedo sentir presión en la vieja prótesis, y no
puedo cogerle el
tiro a conducir con el pie izquierdo. Mis médicos dicen que
la mayoría de
los amputados pueden conducir sin problema, pero… sí. Yo no.
De
cualquier manera, fui por mi cuarta prueba de conducción, y
es como
termina de esta manera —A casi un kilómetro frente a
nosotros, una luz se
puso roja. Augustus hundió los frenos, lanzándome contra la
abrazadera
triangular del cinturón de seguridad—. Lo siento. Juro por
Dios que estoy
tratando de ser suave. Bien, entonces de todos modos, al
final de la
prueba, creí que fallaría totalmente de nuevo, pero el
instructor fue como,
“Tu manera de conducir es desagradable, pero no es
técnicamente
insegura”.
—No estoy segura de que concuerde —dije—. Sospecho del
Beneficio por
Cáncer. —El Beneficio por Cáncer son las pequeñas cosas que
los chicos
con cáncer obtienen y que los chicos regulares no: pelotas
de baloncesto
firmadas por héroes deportivos, pases libres para entregar
la tarea tarde,
licencia de conducción no ganadas, etc.
—Sip —dijo él. La luz se volvió verde. Me aseguré. Augustus
hundió el
acelerador.
—Sabes que han inventado controles manuales para personas
que no
pueden usar sus piernas —señalé.
—Sí —dijo—. Quizás algún día. —Suspiró en una manera que me
hizo
preguntarme si estaba confiado en la existencia de ese algún
día. Sé que
el osteosarcoma es altamente curable, pero aun así.
Hay un número de maneras de establecer las expectativas
aproximadas
de supervivencia de alguien sin preguntar en realidad. Yo
usé el clásico:
—Entonces, ¿estás en la escuela? —Generalmente, tus padres
te sacan de
la escuela en algún punto si esperan que lo arruines.
—Sí —dijo—. Estoy en North Central. Sin embargo, voy un año
atrasado,
estoy en segundo año. ¿Tú?
Consideré mentir. A nadie le gusta un cadáver, después de
todo. Pero al
final dije la verdad.
—No, mis padres me retiraron hace tres años.
—¿Tres años? —preguntó asombrado.
Le conté a Augustus sobre la idea general de mi milagro:
diagnosticada
con cáncer de tiroides Estado IV cuando tenía trece. No le
conté que el
diagnostico llegó tres meses después de que tuve mi primer
período.
Como: ¡Felicidades! Eres una mujer. Ahora muere. Era, como
nos dijeron,
incurable.
Tuve una cirugía llamada disección radical del cuello, que
es tan
placentera como suena. Luego radiación. Luego trataron con
un poco de
quimio para mis tumores pulmonares. Los tumores se
redujeron, luego
crecieron. Para
entonces, tenía catorce. Mis pulmones empezaron a
llenarse con agua. Yo estaba luciendo bastante muerta: mis
manos y pies
hinchados, mi piel agrietada, mis labios estaban
perpetuamente azules.
Ellos consiguieron esta droga que hace que no te sientas tan
completamente aterrorizada sobre el hecho de que no puedes
respirar, y
tuve un montón de esta fluyendo hacia mí a través de un
catéter, y más
de una docena de otras drogas más. Pero aun así, hay una
cierta
incomodidad en ahogarse, particularmente cuando se produce
en el
transcurso de varios meses. Finalmente terminé en la UCI8
con neumonía, y
mi mamá se arrodilló al lado de mi cama y dijo: “¿Estás
lista, cariño?” y le
dije que estaba lista, mi papá simplemente siguió diciéndome
que me
amaba en esta voz que no estaba rompiéndose tanto como ya
estaba
rota, y seguí diciéndole que también lo amaba, y todos
estaban
sosteniéndose de las manos, y no pude recuperar el aliento,
mis pulmones
estaban actuando desesperados, haciéndome jadear, sacándome
de la
cama para tratar de encontrar una posición que les pudiera
llevar aire, y
estaba avergonzada por su desesperación, disgustada porque
simplemente no lo dejaran ir, y recuerdo a mi mamá
diciéndome que
estaba bien, que iba a estar bien, que estaría bien, y mi
padre tratando
tan fuerte de no sollozar que cuando lo hacía, que era
regularmente, era
un terremoto. Y recuerdo no querer estar despierta.
Todos pensaron que estaba acabada, pero mi médico de cáncer
María
logró sacar algo del fluido de mis pulmones, y poco después
los
antibióticos que me habían dado para la neumonía hicieron
efecto.
Me desperté y pronto empecé uno de esos tratamientos
experimentales
que son famosos en la República de Cáncervania por No
Funcionar. La
droga era Phalanxifor, esta molécula diseñada para atacar
por sí misma
las células cancerígenas y disminuir su crecimiento. No
funcionaba en
cerca del setenta por ciento de las personas. Pero funcionó
en mí. Los
tumores se redujeron.
Y siguieron reduciéndose. ¡Muy bien, Phalanxifor! En los
pasados dieciocho
meses, mi metástasis apenas ha crecido, dejándome con
pulmones que
apestan en ser pulmones pero que podrían, posiblemente,
luchar durante
un tiempo indefinido con la ayuda de oxígeno y Phalanxifor
diario. Es cierto que, mi Milagro Cancerígeno sólo había resultado en un poco
de
tiempo comprado. Todavía no sabía el tamaño de ese poco.
Pero cuando
le dije a Augustus Waters, pinté la situación lo más rosa
posible,
embelleciendo lo milagroso del milagro.
—Entonces ahora vas a volver a la escuela —dijo.
—En realidad no puedo —expliqué—, porque ya obtuve mi GED9.
Entonces
estoy tomando clases en MCC. —Que era nuestra universidad
local.
—Una chica universitaria —dijo, asintiendo—. Eso explica el
aura de
sofisticación. —Me sonrío. Empujé la parte superior de su
brazo
juguetonamente. Pude sentir el músculo justo bajo la piel,
todo terso y
sorprendente.
Hicimos un giro que hizo chirriar las ruedas hacia una
subdivisión con
paredes de estuco de casi tres metros de altas. Su casa era
la primera a la
izquierda. Una colonial de dos pisos. Nos detuvimos en su
camino de
entrada.
Lo seguí al interior. Una placa de madera en la entrada
estaba grabada
en cursiva con las palabras Hogar Es Donde Está El Corazón,
y la casa
entera resultó estar adornada con tales observaciones. Los
Buenos Amigos
Son Difíciles de Encontrar e Imposibles de Olvidar decía una
ilustración
sobre el perchero. El Verdadero Amor Nace de Tiempos
Difíciles prometía
una almohada tejida en el antiguo mobiliario de su sala de
estar. Augustus
me vio leyendo.
—Mis padres los llaman Estímulos —explicó—. Están por todas
partes.
~♥~♥~♥~♥~♥~♥~♥~♥~♥~♥~♥~♥~
Su mamá y papá
lo llamaban Gus. Estaban haciendo enchiladas en la
cocina, un
pedazo de vidriera en el fregadero decía en letras burbujeantes
La Familia es
Para Siempre. Su mamá estaba poniendo pollo en tortillas,
que su papá
después envolvía y ponía en un sartén de vidrio. No
parecieron
demasiados sorprendidos por mi llegada, lo que tenía sentido:
El hecho de
que Augustus me hiciera sentir especial no necesariamente
_________________________________________________________________
GED: Es una certificación para el estudiante
que haya aprendido los requisitos necesarios
del nivel de
escuela preparatoria estadounidense o canadiense
indica que era
especial. Quizás él traía a casa a una chica diferente cada
noche para
mostrarle películas y animarla.
—Ésta es Hazel
Grace —dijo, como a manera de presentación.
—Sólo Hazel
—dije.
—¿Cómo va
todo, Hazel? —preguntó el papá de Gus. Era alto, casi tan
alto como Gus,
y delgado en una manera en que las personas mayores
usualmente no
lo eran.
—Bien —dije.
—¿Cómo estuvo
el Grupo de Apoyo de Isacc?
—Fue increíble
—dijo Gus.
—Eres como
Debbie Downer10 —dijo su mamá—. Hazel, ¿lo disfrutas?
Me detuve un
segundo, tratando de averiguar si mi respuesta debería ser
calibrada a
complacer a Augustus o a sus padres.
—La mayoría de
las personas son verdaderamente amables —dije
finalmente.
—Eso es
exactamente lo que encontramos con las familias en el Memorial
cuando
estuvimos en medio de éste con el tratamiento de Gus —dijo su
papá—. Todos
fueron tan amables. Fuertes, también. En los días más
oscuros, el
Señor pone a las mejores personas en tu vida.
—Rápido, dame
una almohada y algo de hilo porque esto necesita ser un
estímulo —dijo
Augustus, y su papá pareció un poco enojado, pero
entonces Gus
envolvió su largo brazo alrededor del cuello de su papá y
dijo—: Sólo
estoy bromeando, papá. Me gustan los jodidos estímulos. De
verdad.
Simplemente no puedo admitirlo porque soy un adolescente.
Su papá puso
los ojos en blanco.
—¿Te vas a
unir a nosotros para cenar, espero? —preguntó su mamá. Era
pequeña y
morena, y vagamente tímida.
—¿Supongo?
—dije—. Tengo que estar en casa a las diez. ¿Además yo no,
um, como
carne?
—No hay
problema. Haremos algunos vegetarianos —dijo.
—¿Los animales
son demasiado lindos? —preguntó Gus.
—Quiero
minimizar el número de muertes de las que soy responsable —dije.
Gus abrió su
boca para responder pero luego se detuvo.
Su mamá llenó
el silencio.
—Bueno, creo
que es genial.
Hablaron
conmigo por un rato sobre cómo las enchiladas eran las Famosas
Enchiladas
Waters y no debía perdérmelas, y sobre cómo el toque de
queda de Gus
también era a las diez, y cómo estaban intrínsecamente
desconfiados
de cualquiera que le diera a sus hijos toques de queda
diferentes a
las diez, y si estaba en la escuela —“es una estudiante de
universidad”,
intervino Augustus— y cómo el clima era verdadera y
absolutamente
extraordinario para marzo, y cómo en primavera todas las
cosas son
nuevas, y ellos ni siquiera me preguntaron una vez sobre el
oxígeno o mi
diagnóstico, que fue raro y maravilloso, y luego Augustus dijo:
—Hazel y yo
vamos a ver V for Vendetta así ella puede ver su
doppelgänger11
fílmica, Natalie Portman.
—El televisor
de la sala es tuyo para que la veas —dijo su papá felizmente.
—Creo que en
realidad vamos a verla en el sótano.
Su papá rió.
—Buen intento.
Sala.
—Pero quiero
mostrarle a Hazel Grace el sótano —dijo Augustus.
—Sólo Hazel —dije.
1
Doppelgänger: Es el vocablo alemán para definir el doble fantasmagórico de una
persona viva.
—Entonces
muéstrale a Sólo Hazel el sótano —dijo su papá—. Y luego
vuelve arriba
y mira tu película en la sala.
Augustus
hinchó sus mejillas, se balanceó sobre su pierna, y retorció las
caderas,
tirando hacia adelante la prótesis.
—Bien
—murmuró.
Lo seguí abajo
por las escaleras alfombradas a una enorme habitación en
el sótano. Un
estante al nivel de mis ojos alcanzaba a rodear toda la
habitación, y
estaba relleno sólidamente con recuerdos de baloncesto:
docenas de
trofeos con hombres de plástico medio-saltando o driblando o
alcanzando una
bandeja hacia una canasta inexistente. También había
muchos balones
firmados y zapatillas.
—Solía jugar
baloncesto —explicó.
—Debiste haber
sido bastante bueno.
—No era malo,
pero todos los zapatos y pelotas son Beneficios del Cáncer.
—Él se dirigió
a la televisión, donde un enorme montón de DVD´S y
videojuegos
estaban organizados en una forma vaga de pirámide. Se
inclinó por la
cintura y tomó V for Vendetta—. Era, como, el prototipo de
chico blanco
atleta —dijo—. Trataba de resucitar el arte perdido del tiro de
media
distancia, pero entonces un día estaba disparando tiros libres, solo
de pie en la
línea de tiros libres en el gimnasio Central del Norte disparando
de un estante
de pelotas. De repente, no podía entender por qué estaba
metódicamente
lanzando un objeto esférico a través de un objeto
toroidal.
Parecía la cosa más estúpida que podría estar haciendo.
—Empecé a
pensar en los niños pequeños poniendo una clavija cilíndrica
a través de un
agujero circular, y cómo lo hacen una y otra vez durante
meses, cuando
lo averiguan, y cómo el baloncesto era básicamente una
versión
ligeramente más aeróbica del mismo ejercicio. De todos modos,
por mucho
tiempo, seguí hundiendo tiros libres. Llegué a ochenta veces
seguidas, mi
mejor de todos los tiempos, pero a medida que seguía, me
sentía más y
más como un niño de dos años. Y luego, por alguna razón me
puse a pensar
en vallas. ¿Estás bien? Había tomado asiento en la esquina de su cama sin
hacer. No estaba
tratando de
ser sugerente ni nada; sólo me cansé un poco cuando me
tuve que
mantener de pie mucho tiempo. Estuve de pie en la sala de estar
y luego había
habido escaleras, y luego más estar de pie, que era estar
mucho de pie
para mí, y no quería desmayarme o algo así. Era un poco
una dama
victoriana, sabia en desmayos.
—Estoy bien
—dije—. Sólo escuchando. ¿Corredores de vallas?
—Sí,
corredores de vallas. No sé por qué. Comencé a pensar acerca de
ellos
realizando sus carreras con vallas, y saltando por encima de estos
objetos
totalmente arbitrarios que habían sido fijados en su camino. Y me
preguntaba si
los corredores alguna vez pensaban, tú sabes, esto sería más
rápido si sólo
nos deshiciéramos de los obstáculos.
—¿Esto fue
antes de tu diagnóstico? —pregunté.
—Bien, bien,
estaba eso, también. —Sonrió con la mitad de su boca—. El
día de los
existencialmente tensos tiros libres fue casualmente también mi
último día con
ambas piernas. Tuve un fin de semana entre el momento en
que se
programó la amputación y cuando ocurrió. Mi pequeña visión
propia de lo
que Isaac está pasando.
Asentí. Me
gustaba Augustus Water. Realmente, realmente, realmente me
gustaba. Me
gustó la forma en que su historia terminó con otra persona.
Me gustaba su
voz. Me gustó que tomara tiros libres existencialmente
tensos. Me
gustaba que era un profesor titular en el Departamento de
Sonrisas
Ligeramente Torcidas con una cita doble en el Departamento de
tener una Voz
que Hacia que Mi Piel Se Sintiera Más Como Piel.
Y me gustaba
que tuviera dos nombres. Siempre me ha gustado la gente
con dos
nombres, porque tomas la decisión de cómo llamarles: ¿Gus o
Augustus? Yo,
era siempre Hazel, univalente Hazel.
—¿Tienes
hermanos? —pregunté.
—¿Eh?
—respondió, parecía un poco distraído.
—Dijiste eso
de ver jugar a los niños —Oh, sí, no. Tengo sobrinos, de mis medias hermanas.
Pero son mayores.
Tienen como…
PAPÁ ¿CUÁNTOS AÑOS TIENEN JULIA Y MARTA?
—¡Veintiocho
años!
—Tienen como
veintiocho. Ellas viven en Chicago. Ambas están casadas
con tipos
abogados muy elegantes. O tipos banqueros. No puedo
recordar.
¿Tienes hermanos?
Negué con la
cabeza.
—Entonces,
¿cuál es tu historia? —preguntó, sentándose a mi lado a una
distancia
segura.
—Ya te dije mi
historia. Me diagnosticaron cuando…
—No, no tú
historia de cáncer. Tú historia. Intereses, aficiones, pasiones,
extraños
fetiches, etcétera.
—Um —dije.
—No me digas
que eres una de esas personas que se convierte en su
enfermedad.
Conozco a tanta gente así. Es desalentador. Como que, el
cáncer es el
negocio en crecimiento, ¿verdad? Lo que toman las personas
sobre
negocios. Pero seguro no has permitido que esto tenga éxito antes
de tiempo.
Se me ocurrió
que tal vez lo había hecho. Luché con la forma de lanzarme
a Augustus
Waters, que entusiasmos aceptar, y en el silencio que siguió, se
me ocurrió que
no era muy interesante.
—Soy poco
extraordinaria.
—Rechazo eso
totalmente. Piensa en algo que te gusta. La primera cosa
que venga a tu
mente.
—Um. ¿Leer?
—¿Qué lees?
—Todo. Desde,
como, romance repugnante a la ficción pretenciosa a la
poesía. Lo que
sea. —¿Escribes poesía, también?
—No. No
escribo.
—¡Ahí!
—Augusto casi gritó—. Hazel Grace, eres la única adolescente en
Estados Unidos
que prefiere leer poesía a escribirla. Esto me dice mucho.
Lees una gran
cantidad de libros con G mayúscula, ¿no?
—¿Supongo?
—¿Cuál es tu
favorito?
—Um —dije.
Mi libro
favorito, por un amplio margen, era Una Aflicción Imperial, pero no
me gustaba
decirle a la gente al respecto. A veces, lees un libro y te llena
con este
fervor evangélico raro, y te convences de que el mundo
destrozado
nunca se pondrá de nuevo junto a menos que y hasta que
todos los
seres humanos lean el libro. Y luego están los libros como Una
Aflicción Imperial,
de los que no puedes decirle a la gente, libros tan
especiales y
raros, y tuyos que la publicidad de tu afecto se siente como
una traición.
Ni siquiera
era que el libro fuera tan bueno ni nada; era sólo que el autor,
Peter Van
Houten, parecía entenderme de maneras extrañas e imposibles.
Una Aflicción
Imperial era mi libro, en la forma en que mi cuerpo era mi
cuerpo y mis
pensamientos eran mis pensamientos.
Aun así, le
dije a Augustus:
—Mi libro
favorito es probablemente, Una Aflicción Imperial —dije.
—¿Tiene
zombis? —pregunto.
—No —dije.
—¿Tropas de
asalto?
Negué con la
cabeza.
—No es esa
clase de libro.
Él sonrió.
—Voy a leer
este libro terrible con el título aburrido que no contiene tropas
de asalto,
—prometió, y de inmediato me sentí como que no debería
haberle dicho
al respecto. Augustus se dio la vuelta a una pila de libros
debajo de su
mesa de noche. Tomó un libro de bolsillo y una pluma. A
medida que
escribía una inscripción en la página del título, dijo—. Todo lo
que pido a
cambio es que tú leas esta novela brillante y obsesiva de mi
videojuego
favorito.
Levantó el
libro, que se llamaba El Precio del Amanecer. Me eché a reír y lo
tomé. Nuestras
manos quedaron liadas juntas en la transferencia de libro, y
luego estaba
tomando mi mano.
—Fría —dijo,
presionando con un dedo mi muñeca pálida.
—No tan fría
como bajo oxigenada —dije.
—Me encanta
cuando me hablas de forma médica —dijo. Se puso de pie,
y me llevó con
él, no soltó mi mano hasta que llegamos a las escaleras.
~♥~♥~♥~♥~
Vimos la
película con varias pulgadas de sofá entre nosotros. Hice la cosa
totalmente de
la escuela media donde puse mi mano en el sofá a mitad
de camino
entre nosotros para hacerle saber que estaba bien sostenerla,
pero él no lo
intentó. Después de una hora en la película, los padres de
Augustus
entraron y nos sirvieron las enchiladas, que nos comimos en el
sofá, y eran
bastante deliciosas.
La película
era sobre este tipo heroico con una máscara que murió
heroicamente
por Natalie Portman, que es bastante ruda y muy caliente y
no tiene nada
que se acerque a mi cara hinchada de esteroides.
En los
créditos finales, dijo:
—Bastante
genial, ¿eh?
—Bastante
genial —estuve de acuerdo, aunque no lo fue, en realidad. Era
una especie de
película de chico. No sé por qué los chicos esperan que nos gusten las
películas de chicos. No esperamos que les gusten las
películas de
chicas—. Debo llegar a casa. Clase en la mañana —dije.
Me senté en el
sofá por un momento mientras Augustus buscaba sus llaves.
Su madre se
sentó junto a mí y dijo:
—Me encanta
esta, ¿a ti no?
Supongo que
había estado mirando hacia el estímulo encima de la
televisión, un
dibujo de un ángel con el título Sin Dolor, ¿cómo podríamos
conocer la
alegría?
Esta es una
vieja discusión en el campo del pensamiento sobre el
sufrimiento, y
su estupidez y falta de sofisticación pueden ser sondeados
por siglos,
pero basta decir que la existencia del brócoli no afectará en
modo alguno el
sabor del chocolate.
—Sí —dije—.
Una idea maravillosa.
Conduje el
automóvil de Augustus a casa con Augustus controlando las
estaciones. Él
me hizo escuchar un par de canciones que le gustaban de
una banda llamada
El Brillo, y fueron buenas canciones, pero como no las
conocía aún,
no eran tan buenas para mí como lo eran para él. Seguí
mirando a su
pierna, o el lugar donde su pierna había estado, tratando de
imaginar cómo
lucia la pierna falsa. No quería darle importancia, pero lo
hice un poco.
Él probablemente se preocupaba por mi oxígeno. Rechazos
de enfermedad.
Me enteré hace mucho tiempo, y sospechaba que
Augustus lo
había hecho, también.
A medida que
me detuve delante de mi casa, Augustus apagó la radio. El
aire se
espesaba. Probablemente estaba pensando en darme un beso, y
yo estaba sin
duda pensando en besarlo. Preguntándome si también lo
quería. Besé
chicos, pero había pasado mucho tiempo. Pre-milagro.
Puse el
automóvil en neutral y lo miré. Él era realmente hermoso. Sé que los
chicos no se
supone que lo sean, pero él lo era.
—Hazel Grace
—dijo, mi nombre nuevo y mejor en su voz—. Ha sido un
verdadero
placer conocerte. —Lo mismo, Sr. Waters —dije. Sentí vergüenza mirándolo. No
podía igualar
la intensidad
de sus ojos azules.
—¿Puedo verte
de nuevo? —preguntó. Había un entrañable nerviosismo
en su voz.
Sonreí.
—Claro.
—¿Mañana?
—preguntó.
—Paciencia,
pequeño saltamontes —aconsejé—. No quieres parecer
demasiado
ansioso.
—Correcto, por
eso dije mañana —dijo—. Quiero volver a verte esta
noche. Pero
estoy dispuesto a esperar toda la noche y gran parte de
mañana.
Puse los ojos
en blanco.
—Lo digo en
serio —dijo.
—Ni siquiera
me conoces —dije. Tomé el libro de la consola central—.
¿Qué tal si te
llamo cuando termine esto?
—Pero ni
siquiera tienes mi número de teléfono —dijo.
—Tengo la
firme sospecha de que lo escribiste en el libro.
Él estalló en
esa sonrisa tonta.
—Y estás
diciendo que no nos conocemos el uno al otro.
Capítulo 3
Me quedé
levantada hasta tarde leyendo El Precio del Amanecer.
Alerta de
spoiler: El precio del amanecer es sangre. No era una
Aflicción
Imperial, sino que el protagonista, el sargento Max
Mayhem, era
vagamente simpático a pesar de matar, con mi cuenta a
118 individuos
en 284 páginas.
Así que me
levanté tarde la mañana siguiente, el miércoles.
La política de
mi madre es de nunca levantarme, porque uno de los
requerimientos
de personas enfermas profesionales es de dormir mucho, así
que estaba
confundida al principio cuando me desperté con un sobresalto
con sus manos
en mis hombros.
—Son casi las
diez, dijo ella.
—Durmiendo
peleo contra el cáncer —le dije—. Estuve hasta tarde
leyendo.
—Debió haber
sido un buen libro —dijo mientras ella se arrodillaba al lado
de la cama y
me desenroscaba de mi largo concentrador de oxígeno, al
cual llamaba
Phillip, porque como que se parecía a un Phillip.
Mi madre me
conectó a un tanque portátil y me recordó que tenía clase.
—¿Ese chico te
lo dio?
Preguntó de la
nada.
—¿Por eso, te
refieres al herpes?
—Eres
demasiado —dijo mi madre—. El libro, Hazel. Me refiero al libro.
—Sí, él me dio
el libro.
—Puedo decir
que le gustas —dijo con las cejas levantadas, como si esta
observación
requiriera de algún instinto maternal único. Me encogí de
hombros—. Te
dije que el grupo de apoyo iba a valer la pena.
—¿Te quedaste
esperando afuera todo el tiempo?
—Sí. Traje un
poco de papeles de la oficina. De todas maneras, es
momento de
enfrentar el día, jovencita.
—Mamá. Dormir.
Pelea. Contra. El. Cáncer.
—Lo sé, amor,
pero hay una clase que atender. Además hoy es… —El júbilo
en la voz de
mi mamá era evidente.
—¿Miércoles?
—¿De verdad lo
olvidaste?
—¿Tal vez?
—Es miércoles,
¡Marzo veintinueve! —Ella básicamente gritó, con una
sonrisa
demente en su cara.
—¡Estas muy
entusiasmada por conocer la fecha! —grité en respuesta.
—¡HAZEL! ¡ES
TU TRIGESIMO TERCER MEDIO CUMPLEAÑOS!
—Ohhhhhh
—dije. Mi madre estaba súper metida en la maximización de
las
celebraciones. ¡ES EL DÍA DEL ÁRBOL! ¡VAMOS A ABRAZARLO Y COMER
TARTA! COLON
LE TRAJÓ VIRUELA A LOS NATIVOS; ¡TODOS DEBERÍAMOS
RECORDAR LA
OCASIÓN CON UN PICNIC!, etc.
—Bueno, feliz
trigésimo tercer medio cumpleaños para mí —dije.
—¿Qué quieres
hacer en tu día muy especial?
—¿Venir a casa
desde clase y establecer el record mundial de número de
episodios
vistos consecutivamente de Top Chef?
Mamá se estiró
hacia esta plataforma por encima de mi cama y agarró a
Bluie, el oso
de peluche azul que había tenido desde que era, como, de una época en que era
socialmente aceptable el nombrar a los amigos por
su color.
—¿No quieres
ir a ver una película con Kaitlyn o Matt o alguien? —Quienes
eran mis
amigos.
Esa era una
idea.
—Claro —dije—.
Le enviaré un mensaje de texto a Kaitlyn y veré si quiere ir
al centro
comercial o algo luego de la escuela.
Mi madre
sonrió, abrazando el oso contra su estómago.
—¿Sigue siendo
genial ir al centro comercial? —preguntó.
—Tomo mucho de
orgullo al no saber que es genial —respondí.
~♥~♥~♥~♥~♥~♥~
Le envié un
mensaje de texto a Kaitlyn, tomé una ducha, me vestí, y luego
mi madre me
llevó hasta la Universidad. Mi clase era literatura americana,
una lectura
sobre Frederick Douglass en un auditorio casi vacío, y era
increíblemente
difícil el quedarse despierto. A los cuarenta minutos de los
noventa que
son la clase, Kaitlyn me respondió.
Increíble.
Feliz medio cumpleaños. ¿Castleton a las 3:32?
Kaitlyn tenía
el tipo de vida social llena de gente así que necesitaba ser
programada
hasta el último minuto. Le respondí:
Suena bien.
Estaré en el patio de comidas.
Mi madre me
llevó directamente de la escuela a la librería al lado del
centro
comercial, donde compre ambos Midnigt Dawn y Requiem de
Mayhem, las
dos primeras secuelas del Precio del Amanecer, y luego
caminé hacia
el gran patio de comidas y compre Coca cola dietética.
Eran las 3:21.
Observé a esos
chicos jugando en el barco del pirata dentro del patio del
recreo
mientras leía. Había este túnel por el que estos dos chicos seguían
arrastrándose
a través una y otra vez y parecía que nunca se iban a cansar, lo que me hizo
pensar en Augustus Waters y el cargarse
existencialmente
con tiros libres.
Mi madre
también estaba en la plaza de comidas, sola, sentada en una
esquina donde
pensó que no la iba a ver, con un sándwich de solomillo y
queso y
leyendo algunos papeles. Probablemente, cosas médicas. El
papeleo del
trabajo había terminado.
A las 3:32
precisamente, noté a Kaitlyn caminando con confianza pasando
el Wok house.
Me vio en el momento en que levanté mi mano, mostrando
sus blancos y
recién enderezados dientes, y se dirigió hacia mí.
Llevaba un
abrigo largo hasta la rodilla de color carbón que se ajustaba
perfectamente
y gafas de sol que dominaban su rostro. Las levantó hacia
la parte de
arriba de su cabeza y se agachó para abrazarme.
—Querida
—dijo, vagamente con acento inglés—. ¿Cómo estás?
La gente no
encontraba el acento extraño o poco atractivo. Kaitlyn solo
resultaba ser
una extremadamente sofisticada inglesa de sociedad de
veinticinco
años atrapada dentro del cuerpo de una de dieciséis años en
Indianápolis.
Todos lo aceptaban.
—Estoy bien.
¿Cómo estás tú?
—Ya ni
siquiera lo sé. ¿Eso es de dieta? —Asentí y se la di. Ella tomó un
sorbo a través
de la pajita.
—Desearía que
estuvieras en la escuela estos días. Muchos de los chicos se
han convertido
en absolutamente comestibles.
—Oh, ¿sí?
¿Cómo quiénes? —pregunté. Ella procedió a nombrar cinco
chicos con los
que estuvimos en la elemental y escuela media, pero no
podía
acordarme de ellos.
—He estado
saliendo con Derek Wellington por un tiempo —dijo—, pero no
creo que dure.
Es todo un chico. Pero no lo suficiente para mí. ¿Qué hay
de Nuevo en el
Hazelverso?
—Nada,
realmente —dije.
—¿La salud
está bien?
—Lo mismo,
¿creo?
—¡Phalanxifor!
—dijo ella entusiasta, sonriendo—. Así que vivirás por
siempre,
¿verdad?
—Probablemente
no para siempre —dije.
—Pero
básicamente —dijo—. ¿Qué más hay de nuevo?
Pensé en
decirle que estaba viendo a un chico, también, o al menos que
había visto
una película con uno, sólo porque sabía que la iba a
sorprender y
maravillar que alguien tan desaliñada, torpe y raquítica como
yo podría
brevemente ganarse el afecto de un chico. Pero no tenía
mucho que
decir, así que solo me encogí de hombros.
—¿Que en el
cielo es eso? —preguntó Katlyn, gesticulando hacia el libro.
—Oh, es
ciencia ficción. Me he metido en eso. Es una saga.
—Estoy
alarmada. ¿Deberíamos ir de compras?
~♥~♥~♥~♥~
Fuimos a esta
tienda de zapatos. Como si estuviéramos comprando, Kaitlyn
siguió
escogiendo todos esos tacones de dedos abiertos para mí y
diciendo.
—Estos podrían
lucir lindos en ti —Lo que me recordó que Kaitlyn nunca usó
tacones de
dedos abiertos ya que odiaba sus pies porque sentía que su
segundo dedo
era muy largo, como si el segundo dedo fuera la ventana al
alma o algo
así. Por eso cuando apunté a un par de sandalias que
quedarían bien
con su tono de piel, ella estaba como—, sí, pero… —Ese
pero era un,
pero van a exponer mis horribles segundos dedos en público,
y le dije:
—Kaitlyn, eres
la única persona que he conocido que tiene dismorfia dedo
específica —y
ella dijo—: ¿Qué es eso?
—Ya sabes,
como cuando te miras en el espejo y lo que ves no es lo que
realmente
hay.
—Oh. Oh
—dijo—. ¿Te gustan estos? —Levantó un par de unos lindos pero
no
espectaculares Mary Janes, y asentí, encontró su talla y se los probó,
paseándose de
arriba abajo por el pasillo, observando sus pies en los
espejos de
ángulo hasta la rodilla. Luego ella agarró un par de zapatos
con tiras, de
prostituta y dijo:
—¿Acaso es
posible caminar en estos? Quiero decir, solo moriría… —y
luego paró en
seco, mirándome como diciendo lo siento, como si fuera un
crimen la
mención de la muerte a los moribundos —. Deberías probártelos
—continuó
Kaitlyn, tratando de tapar la incomodidad.
—Preferiría
morir —le aseguré.
Terminé sólo
escogiendo unas sandalias para así tener algo que comprar,
luego me senté
en una de las banquetas opuestas a una banca de
zapatos y
observé a Kaitlyn serpentear su camino por los pasillos,
comprando con
el tipo de interés y concentración que uno usualmente
asociaría con
ajedrez profesional.
Tenía como
ganas de sacar Midnight Dawns y leer por un rato, pero sabía
que eso sería
grosero, así que solo observé a Kaitlyn.
Ocasionalmente
ella regresaba agarrando una víctima de tacón cerrado y
decía: —¿Este?
—y yo intentaba hacer un comentario inteligente sobre el
zapato, y
luego finalmente trajo estos tres pares de zapatos, me compró
mis sandalias
y luego mientras salíamos dijo—: ¿Antropología?
—De hecho,
tengo que volver a casa —dije—, estoy cansada.
—Claro, por
supuesto —dijo—. Tengo que verte más seguido, querida.
Puso sus manos
en mis hombros, me besó en ambas mejillas, y se alejó, sus
estrechas
caderas agitándose.
Sin embargo,
no fui a casa. Le había dicho a mi madre que me recogiera
a las seis, y
aunque sabía que ella estaba en el centro comercial o en el
parqueadero,
igual quería las próximas dos horas para mí.
Me gustaba mi
madre, pero su cercanía perpetua a veces me hacía sentir
nerviosamente
rara. Y también me gustaba Kaitlyn. De verdad lo hacía.
Pero con tres
años retirada de una exposición escolar de tiempo completo de mis compañeros,
sentía una cierta distancia insalvable entre nosotras.
Creo que mis
amigos de escuela querían ayudarme a través de mi cáncer,
pero
eventualmente se dieron cuenta que no podían. Por una razón, no
hay un a
través.
Así que me
excusaba por motivos de dolor y fatiga, cuando a través de los
años tenía
seguido que ver a Kaitlyn o el resto de mis amigos. De verdad,
siempre dolía.
Siempre dolía no respirar como una persona normal,
innecesariamente
recordándole a tus pulmones el ser pulmones,
forzándote a
aceptar como algo sin solución el arrastrante dolor raspante
de dentro a
afuera de la oxigenación. Así que no estaba mintiendo,
exactamente.
Solo estaba escogiendo ente las verdades.
Encontré una
banca rodeada por una tienda de regalos irlandesa, la
Fountain Pen
Emporium, un outlet de gorras de basquetbol, una esquina
del centro
comercial en la que incluso Kaitlyn nunca compraría, y empecé
a leer
Midnight Dawns.
Apareció una
frase de cadáver cerca al 1:1, y pasé a través de eso sin ni
siquiera
mirarlo. Me gustaba el Sargento Max Mayhem, aunque él no tenía
mucho de una
personalidad técnica, pero más que todo me gustaban
que sus
aventuras siguieran pasando. Siempre había más chicos malos
para matar y
más chicos buenos para salvar.
Nuevas guerra
empezaron incluso antes de que las viejas las hubiera
ganado. No
había leído una serie real como esa desde que era una niña, y
era excitante
vivir de nuevo en una infinita acción. A veinte hojas del final
de Midnight
Dawns, las cosas parecieron ponerse poco prometedoras
para Mayhem
cuando fue disparado diecisiete veces mientras intentaba
rescatar una,
rubia americana, rehén de los enemigos. Pero como lectora,
no me
desesperé.
El esfuerzo de
guerra podría seguir sin él. Podría y va a haber secuelas
protagonizadas
por sus compañeros: El especialista Manny Loco, el
Soldado raso
Jasper Jacks y el resto.
Estaba a punto
de terminar cuando una pequeña niña con unas trenzas
abrochadas
apareció enfrente de mí y dijo—: ¿Que hay en tu nariz?
Y yo dije:
—Um, se llama cánula. Estos tubos me dan oxígeno y me ayudan
a respirar —Su
madre se abalanzó hacia ella y dijo—: Jackie
desaprobadoramente,
pero yo dije:
—No, no, está
bien —Porque lo estaba totalmente, y luego Jackie
preguntó—: ¿Me
ayudarían a respirar también?
—No sé.
Probemos. Me lo saqué y dejé que Jackie se pusiera la cánula en
la nariz y
respirara.
—Hace
cosquillas —dijo.
—Lo sé,
¿cierto?
—Creo que
estoy respirando mejor.
—¿Si?
—Sí.
—Bueno —dije—,
desearía poder darte mi cánula pero como que de
verdad
necesito la ayuda. —Ya sentía la pérdida. Me concentré en mi
respiración
mientras Jackie me devolvía los tubos. Les di una rápida
limpiada con
mi camiseta, até los tubos detrás de mis orejas, y la puse en
su lugar.
—Gracias por
dejarme probarlo —dijo.
—No hay
problema.
—Jackie —su
madre dijo de nuevo, y esta vez la dejé irse.
Regresé al
libro, donde el Sargento Max Mayhem estaba lamentando que
sólo tuviera
una vida para dar por su país, pero seguí pensando en esa
pequeña niña,
y en lo mucho que me gustaba.
La otra cosa
sobre Kaitlyn, creo, que era que nunca me podría volver a
sentir natural
hablando con ella. Cualquier intento de simular una
interacción
normal era depresiva porque era tan notoriamente obvio que
cualquiera con
el que hablara el resto de mi vida se sentiría incómodo y
consiente de
sí mismo mientras me rodeara, excepto tal vez niños como
Jackie quienes
no conocieron nada mejor.
De todas
maneras, de verdad me gustaba estar sola. Me gustaba estar
sola con el
pobre Sargento Max Mayhem, quien oh, vamos, no va a
sobrevivir a
esos diecisiete balazos, ¿lo hará?
Alerta de
spoiler: vive
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