Capítulo 4
Me fui a la
cama algo temprano esa noche, cambiándome a bóxers
de hombre y
una camiseta antes de trepar bajo las frazadas de mi
cama, la
cual era tamaño queen y estaba coronada con
almohadas y
era uno de mis lugares favoritos en el mundo. Y luego
comencé a
leer Una Aflicción Imperial por millonésima vez.
UAI es sobre
una chica llamada Anna, quien narra la historia, y su madre
de un ojo,
que es una jardinera profesional obsesionada con los tulipanes, y
tienen una
vida normal de clase media baja en una pequeña ciudad al
centro de
California hasta que Anna contrae este raro cáncer de sangre.
Pero no es
un libro de cáncer, porque los libros de cáncer apestan. Como,
en libros de
cáncer, la persona con cáncer comienza una beneficencia
que reúne
dinero para luchar contra el cáncer, ¿no? Y este compromiso
con la
caridad le recuerda a la persona con cáncer la bondad esencial
de la
humanidad y le hace sentir amado/a y apoyado/a porque dejará un
legado de
curación de cáncer. Pero en UAI, Anna decide que ser una
persona con
cáncer que comienza una beneficencia de cáncer es un
poco
narcisista, así que comienza una beneficencia llamada La Fundación
de Anna para
gente con cáncer que quiere sanar la cólera.
Además, Anna
es honesta sobre todo aquello en una manera que nadie lo
es
realmente: A través del libro, se refiere a sí misma como el efecto
secundario,
lo que es completamente correcto. Los niños con cáncer
esencialmente
son efectos secundarios de la inexorable mutación que
hace la
diversidad de la vida en la tierra posible. Así que a medida que
avanza la
historia, se pone más enferma, los tratamientos y la enfermedad
compiten
para matarla, y su mamá se enamora de este comerciante de
tulipanes
holandés que Anna llama el Hombre Tulipán Holandés. El Hombre
Tulipán
Holandés tiene mucho dinero e ideas muy excéntricas sobre cómo
tratar el
cáncer, pero Anna cree que este hombre puede ser un estafador y posiblemente ni
siquiera holandés, y luego justo cuando el posible
holandés y
su madre están a punto de casarse y Anna va a comenzar con
este loco
nuevo régimen de tratamiento que involucra hierba de trigo y
bajas dosis
de arsénico, el libro termina justo en el medio de eso.
Lo sé es una
decisión muy literaria y todo y probablemente parte de la
razón por la
que amo tanto este libro, pero hay algo recomendable en una
historia que
termina. Y si no puede terminar, entonces al menos debería
continuar en
la perpetuidad como las aventuras del Pelotón del Sargento
Max Mayhem. Entiendo
que la historia termina porque Anna murió o se enfermó
demasiado
para escribir y esta cosa de la frase a medias era para reflejar
como la vida
realmente termina y lo que sea, pero había otros personajes
además de
Anna en la historia, y parecía injusto que nunca supiera qué
pasaría con
ellos. He escrito, encargándoselo a su editorial, una docena
de cartas a
Peter Van Houten, cada una pidiendo respuestas a algunas
preguntas
sobre que pasa después del final de la historia: si el Hombre
Tulipán
Holandés es un estafador, si la madre de Anna termina casada con
él, qué
ocurre con el estúpido hámster de Anna, el cual su mamá odia, si
los amigos
de Anna se gradúan de secundaria, todas esas cosas. Pero él
nunca
respondió ninguna de mis cartas.
UAI era el
único libro que Peter Van Houten había escrito, y todo lo que se
suponía que
se sabía era que se había mudado de los Estados Unidos a los
Países Bajos
y se había vuelto algo solitario. Imaginaba que estaba
trabajando
en una secuela ambientada en los Países Bajos, tal vez la
mamá de Anna
y el Hombre Tulipán Holandés se habían terminado
mudando allá
e intentaban comenzar una nueva vida. Pero han pasado
años desde
que Una Aflicción Imperial salió, y Van Houten no había
publicado
mucho más que una entrada de blog. No podía esperar para
siempre.
Mientras
releía esa noche, continuaba distrayéndome al imaginar a
Augustus
Waters leyendo las mismas palabras. Me preguntaba si le
gustaría, o
lo descartaría por pretencioso. Luego recordé mi promesa de
llamarlo
luego de leer El Precio del Amanecer, así que encontré su número
en su
portada y le mandé un mensaje.
Reseña del
Precio del Amanecer: Demasiados cadáveres. Insuficientes
adjetivos.
¿Qué tal UAI?
Respondió un
minuto después:
Si bien
recuerdo, prometiste LLAMAR cuando terminaras el libro, no enviar
un mensaje
de texto.
Así que
llamé.
—Hazel Grace
—dijo al contestar.
—¿Así que lo
leíste?
—Bueno, no
lo he terminado. Es de seiscientas cincuenta y una páginas y
he tenido
veinticuatro horas.
—¿Cuánto
llevas?
—Cuatrocientas
cincuenta y tres.
—¿Y?
—Voy a
suspender el juicio hasta que termine. Sin embargo, diré que me
siento algo
avergonzado de haberte dado El Precio del Amanecer.
—No lo
estés. Ya estoy en Réquiem para Mayhem.
—Una
brillante adición para la serie. Así que, bien, ¿el Hombre Tulipán
Holandés es
un estafador? Tengo un mal presentimiento sobre él.
—Sin adelantos
—dije.
—Si es algo
menos que un completo caballero, voy a arrancarle los ojos.
—Así que
estás metido en ello.
—¡Suspendiendo
juicio! ¿Cuándo puedo verte?
—Definitivamente
no hasta que termines Una Aflicción Imperial —
Disfrutaba
ser coqueta.
—Entonces
mejor cuelgo y comienzo a leer.
—Más te vale
—dije, y la línea se cortó sin otra palabra.
Coquetear
era nuevo para mí, pero me gustaba.
~♥~♥~♥~♥~♥~
A la mañana siguiente tenía Poesía Americana del Siglo Veinte en el MCC.
Esta mujer mayor nos dio un discurso en el que se las arregló para hablar
por noventa minutos sobre Sylvia Plath sin citar ninguna de las palabras de
Sylvia Plath.
Cuando salí de clases, mamá estaba parada en la curva al frente del
edificio.
—¿Esperaste aquí todo el tiempo? —le pregunté mientras ella se
apresuraba para ayudarme a arrastrar mi carro y tanque dentro del auto.
—No, recogí la ropa de la tintorería y fui a la oficina de correos.
—¿Y luego?
—Tenía un libro para leer —dijo.
—Y yo soy la que necesita una vida —sonreí, y ella intentó sonreírme de
vuelta, pero había algo endeble en ella. Después de un segundo, dije—:
¿Quieres ir a ver una película?
—Claro. ¿Algo que quieras ver?
—Sólo hagamos la cosa en que uno va y ve lo que sea que esté por
comenzar —cerró la puerta por mí y caminó hacia el lado del conductor.
Nos dirigimos hacia el teatro Castleton y vimos una película en 3D sobre
jerbos que hablan. Era algo graciosa, de hecho.
Cuando salí de la película, tenía cuatro mensajes de texto de Augustus.
Dime que a mi copia le faltan las últimas veinte páginas o algo.
Hazel Grace, dime que no he llegado al final de este libro.
OH DIOS MÍO SE CASAN O NO OH DIOS MÍO QUÉ ES ESTO.
¿Supongo que Anna muere así que sólo termina? CRUEL. Llámame cuando
puedas. Espero que todo esté bien.
Así que cuando llegué a casa salí al jardín y me senté en esta silla de
patio
oxidada y lo llamé. Era un día nublado, típico en Indiana: el tipo de clima
que te encierra. En nuestro jardín de atrás predominaba mi columpio de la
infancia, que lucía algo anegado y patético.
Augustus respondió en el tercer tono. —Hazel Grace —dijo.
—Así que bienvenido a la dulce tortura de leer Una Aflicción… —Me
detuve cuando escuché un fuerte sollozo del otro lado de la línea—. ¿Estás
bien? —pregunté.
—Estoy magnífico —respondió Augustus—. Sin embargo, estoy con Isaac,
que parece que está descompensándose. —Más gemidos. Como el
lloriqueo de un animal herido. Gus dirigió su atención a Isaac—. Amigo.
Amigo. ¿Hazel del grupo de apoyo hace esto mejor o peor? Isaac.
Concéntrate. En. Mí —Después de un minuto, Gus me dice—. ¿Puedes
encontrarnos en mi casa en, digamos, veinte minutos?
—Claro —digo, y cuelgo.
~♥~♥~♥~♥~♥~
Si pudieras manejar en línea
recta, solo tomaría como cinco minutos llegar
de mi casa a la de Augustus, pero
no puedes manejar en línea recta
porque el Parque Holliday está al
medio.
A pesar de que era una
inconveniencia geográfica, realmente me
gustaba el Parque Holliday.
Cuando era una niña, caminaba por el Río
Blanco con mi papá y siempre
estaba ese increíble momento cuando me
tiraría hacia arriba en el aire,
solo lanzarme lejos de él y yo estiraría mis
brazos mientras volaba y él
estiraría los suyos, y luego ambos veríamos que
nuestros brazos no se iban a tocar
y que nadie iba a atraparme, y nos
asustaría un poco de la mejor
forma posible, y luego caería con las piernas
en el agua y después saldría por
aire completamente sana y la corriente
me traería de vuelta a él
mientras decía de nuevo, papi, de nuevo.
Me estacioné en el camino de
entrada justo al lado de un viejo Toyota
sedan negro y pensé que era el
auto de Isaac. Cargando el tanque detrás
de mí, caminé hacia la puerta.
Golpeé. El papá de Gus contestó.
—Solo Hazel —dijo—. Qué bueno
verte.
—¿Augustus dijo que podía venir?
—Sí, él e Isaac están en el
sótano —En ese momento hubo un grito desde
abajo—. Ese sería Isaac —dijo el
papá de Gus, y sacudió suavemente su
cabeza—. Cindy tuvo que salir. El
sonido… —dijo, descarriándose—. De
todas formas, supongo que te
necesitan abajo. ¿Puedo cargar tú, uh,
tanque? —preguntó.
—Nah, estoy bien. Gracias de
todas formas, Señor Waters.
—Mark —dijo.
Estaba algo asustada de ir abajo.
Escuchar a la gente aullar en miseria no
está entre mis pasatiempos favoritos.
Pero bajé.
—Hazel Grace —dijo Augustus al
escuchar mis pasos—. Isaac, Hazel del
grupo de apoyo está bajando.
Hazel, un recordatorio delicado: Isaac está
en el medio de un episodio
sicótico.
Augustus e Isaac estaban sentados
en el suelo en sillas de juego con forma
de una perezosa L, mirando
fijamente la enorme televisión. La pantalla
estaba dividida entre el punto de
vista de Isaac en la izquierda, y el de
Augustus en la derecha. Eran
soldados luchando en una ciudad moderna
seriamente dañada. Reconocí el
lugar de El Precio del Amanecer. Mientras
me acercaba, no vi nada inusual:
sólo dos chicos sentados bajo el
resplandor de una enorme
televisión fingiendo matar gente.
Sólo cuando me puse en paralelo a
ellos vi el rostro de Isaac. Lágrimas
corrían por sus enrojecidas
mejillas en un flujo continuo, su rostro una tensa
máscara de dolor. Él miro a la
pantalla, sin siquiera mirarme, y aulló, todo el
momento machacando su control.
—¿Cómo estas, Hazel? —preguntó
Augustus.
—Estoy bien —dije—. ¿Isaac? —No
respondió. Ni siquiera el más mínimo
indicio de que fuera consciente
de mi existencia. Sólo las lágrimas
cayendo por su rostro hacia su
remera negra.
Augustus apartó la vista de la
pantalla muy brevemente. —Te ves bien —
dijo. Estaba vistiendo este
vestido que justo pasaba las rodillas que había
tenido siempre—. Las chicas
piensan que sólo tienen permitido usar
vestidos en ocasiones formales,
pero me gusta una mujer que dice, tu
sabes, voy a ver a un chico que
está teniendo una crisis nerviosa, un chico
cuya conexión con el sentido de
la vista es débil, y cielos maldita sea, voy
a usar un vestido para él.
—Y aun así —dije—. Isaac ni
siquiera me va a echar un vistazo. Muy
enamorado de Mónica, supongo —Lo
que resultó en un catastrófico
sollozo.
—Es un tema un poco delicado
—explicó Augustus—. Isaac, no sabe sobre
ti, pero tengo la vaga sensación
de que estamos siendo desbordados. —Y
luego de vuelta a mí—. Isaac y
Mónica ya no son una empresa en marcha,
pero él no quiere hablar al
respecto. Sólo quiere llorar y jugar
Contrainsurgencia 2: El Precio
del Alba.
—Bastante justo —dije.
—Isaac, siento una creciente
preocupación sobre nuestra posición. Si estás
de acuerdo, dirígete a esa
estación de energía, y te cubriré. —Isaac corrió
hacia un indescriptible edificio
mientras Augustus disparo con una
ametralladora salvajemente en una
serie de rápidas explosiones, corriendo
detrás de él.
—De cualquier forma —me dijo
Augustus—, no hace daño hablar con él. Si
tienes algunas sabias palabras de
advertencia femenina.
—Últimamente pienso que su
respuesta es probablemente apropiada —
dije mientras una explosión de
disparos de Isaac mató a un enemigo que
asomó su cabeza fuera de detrás
de la corteza quemada de una
camioneta.
Augustus asintió a la pantalla.
—El dolor demanda ser sentido —dijo, que
era una línea de Una Aflicción
Imperial—. ¿Estás seguro de que no hay nadie
detrás de nosotros? —preguntó a Isaac. Momentos después, balas
trazadoras empezaron a zumbar
sobre sus cabezas—. Oh, maldita sea,
Isaac —dijo Augustus—. No
pretendo criticarte en tu momento de mayor
debilidad, pero nos permitiste
ser flanqueados, y ahora no hay nada entre
los terroristas y la escuela. —El
personaje de Isaac se echó a correr hacia el
fuego, zigzagueando en un
callejón estrecho.
—Puedes ir sobre el puente y haz
un círculo de regreso —dije, una táctica
que conocía gracias a El Precio
del Alba.
Augustus suspiró. —Tristemente,
el puente ya está bajo control insurgente
debido a la formulación de
cuestionables estrategias de mi cohorte
privado.
—¿Yo? —dijo Isaac, su voz
velada—. ¡¿Yo?! Eres tú quien sugirió que nos
refugiáramos en la maldita
estación de energía.
Gus se alejó de la pantalla por
un segundo y le mostró su sonrisa torcida a
Isaac. —Sabía que podías hablar,
amigo —dijo—. Ahora vamos a salvar
algunos niños de escuela de
ficción.
Juntos, corrieron hacia abajo por
el callejón, disparando y escondiéndose
en los momentos adecuados, hasta
que llegaron a esta escuela de un piso
y de una habitación. Se agacharon
debajo de un muro a través de la calle
e interceptaron al enemigo uno a
uno.
—¿Por qué quieren meterse en la
escuela? —pregunté.
—Quieren a los niños como rehenes
—respondió Augustus. Sus hombros
redondeados por encima de su
control, golpeando botones, sus
antebrazos tensos, venas
visibles. Isaac se inclinó hacia la pantalla, el
control bailando en sus manos de
dedos delgados—. Consíguelo,
consíguelo, consíguelo —dijo
Augustus.
Las ondas de terroristas
continuaron, y acribillaron a cada uno, sus tiros
asombrosamente precisos, como
debían ser, con el fin de disparar a la
escuela.
—¡Granada! ¡Granada! —gritó
Augustus mientras algo se arqueó a través
de la pantalla, rebotando en la
entrada de la escuela, y luego rodó contra
la puerta.
Isaac dejo caer su control con
decepción. —Si los bastardos no pueden
tomar rehenes, sólo los mataran y
van a reclamar que lo hicimos nosotros.
—¡Cúbreme! —dijo Augustus
mientras saltaba debajo del muro y corrió
hacia la escuela. Isaac buscó a
tientas su control y luego empezó a
disparar mientras las balas
llovían en Augustus, que estaba disparando una
vez y luego dos pero aún corría,
Augustus gritando—: ¡NO PUEDES MATAR A
MAX MAYHEM!—, y con una agitación
final de combinaciones de botones,
se giró hacia la granada, que
detonó debajo de él. Su desmembrado
cuerpo explotó como un geiser y
la pantalla se puso roja. Una gutural voz
dijo: —MISION FRACASADA —pero
Augustus pareció pensar de otra
manera mientras sonrió a sus
vestigios en la pantalla. Él alcanzó su bolsillo,
sacó un cigarrillo, y lo metió
entre sus dientes—. Salvé a los niños —dijo.
—Temporalmente —apunté.
—Toda salvación es temporal
—Augustus disparó de nuevo—. Les compré
un minuto. Tal vez ese sea el
minuto que compre una hora, que es la hora
que compre un año. Nadie va a
comprárselos por siempre, Hazel Grace,
pero mi vida les compró un
minuto. Y eso es algo.
—Vaya, bien —dije—. Estamos
hablando sólo de píxeles.
Se encogió de hombros, como si
creyera que el juego tal vez fuera real.
Isaac estaba lamentándose una vez
más. Augustus volvió la cabeza de
nuevo hacia él. —¿Alguien más va
a la misión, soldado?
Isaac sacudió la cabeza diciendo
no. Se inclinó sobre Augustus para
mirarme y a través de las cuerdas
vocales fuertemente engarzadas dijo—:
Ella no querrá hacerlo después.
—Ella no querrá abandonar a un
chico ciego —le dije. Él asintió, a las
lágrimas no les gustan las
lágrimas tanto como un tranquilo metrónomo,
seguro, infinito.
—Dijo que no podía manejarlo —me
dijo—, estoy por perder mi visión y ella
no podrá manejarlo.
Yo estaba pensando sobre la
palabra manejar, y todas las cosas
incontenibles que se manejan. —Lo
siento —dije.
Él se limpió su empapado rostro
con una manga. Detrás de sus lentes, los
ojos de Isaac parecían tan
grandes que todo lo demás en su rostro de
algún modo desapareció y sólo
había esos desencarnados ojos flotantes
puestos en mí, uno real, uno de
vidrio. —Es inaceptable —me dijo—. Es
totalmente inaceptable.
—Bien, para ser justos —dije—,
quiero decir, probablemente ella no pueda
manejarlo. Ni tú puedes, pero
ella no tiene que manejarlo. Y tú sí.
—Me mantuve diciéndole a ella
“siempre” hoy, “siempre, siempre,
siempre”, y ella sólo seguía
discutiendo conmigo y no diciéndolo en
respuesta. Era como si ya me
hubiese ido, ¿sabes? ¡“Siempre” era una
promesa! ¿Cómo puedes sólo romper
una promesa?
—A veces la gente no entiende las
promesas que están haciendo cuando
las están haciendo —dije.
Isaac me lanzó una mirada. —Bien,
por supuesto. Pero mantienes la
promesa de todas formas. Eso es
lo que es el amor. Amor es mantener una
promesa de todos modos. ¿No crees
en el amor verdadero?
No respondí. No tenía una
respuesta. Pero pensé que si el amor verdadero
existía, esta era una buena
definición de este.
—Bien, yo creo en el amor
verdadero —dijo Isaac—. Y la amo. Y ella hizo
una promesa. Me prometió que un
siempre. —Se paró y dio un paso hacia
mí. Me levanté, pensando que él
quería un abrazo o algo, pero luego sólo
giró alrededor, como si no
pudiera recordar por que se paró en primer
lugar, y luego Augustus y yo
vimos rabia instalada en su rostro.
—Isaac —dijo Gus.
—¿Qué?
—Te ves un poco… perdón por el
doble sentido, mi amigo, pero hay algo
un poco inquietante en tus ojos.
De repente Isaac empezó a patear
fuertemente su silla de juegos, la cual
hace un salto mortal para atrás
hacia la cama de Gus. —Aquí vamos —
dijo Augustus. Isaac persiguió la
silla y la pateó nuevamente. —Sí —dijo
Augustus—. Consíguelo. ¡Patea
hasta el cansancio esa silla! —Isaac pateó
la silla de nuevo, hasta que esta rebotó contra la cama de Gus, y luego
agarró una de las almohadas y
empezó a golpearla contra la pared entre
la cama y la estantería de
trofeos que estaba por encima.
Augustus me miró, con el
cigarrillo aún en su boca y una media sonrisa. —
No puedo parar de pensar en ese
libro.
—Lo sé, ¿cierto?
—¿Nunca dijo que pasó a los otros
personajes?
—No —le dije. Isaac estaba
todavía estrangulando a la pared con la
almohada—. Se mudó a Ámsterdam,
lo que me hace pensar que tal vez
está escribiendo una secuela de
El Hombre del Tulipán Holandés, pero no
ha publicado nada. Nunca fue
entrevistado. No parece estar online. Le he
escrito un puñado de cartas
preguntado qué pasa con todos, pero nunca
respondió. Así que… sí. —Paré de
hablar porque Augustus no parecía estar
escuchando. En cambio, estaba entornando
los ojos hacia Isaac.
—Aguanta —musitó hacia mí. Caminó
hacia Isaac y lo agarró por los
hombros—. Amigo, las almohadas no
se rompen. Trata con algo que se
rompa.
Isaac alcanzó un trofeo de
baloncesto de un estante encima de la cama y
luego lo sostuvo encima de su
cabeza como si estuviera esperando por un
permiso. —Si —dijo Augustus—.
¡Sí! —El trofeo se estrelló contra el piso, el
brazo de plástico del jugador de
baloncesto se separaba, aun sujetando
su balón. Isaac pisó fuerte el
trofeo. —¡Sí! — dijo Augustus—. ¡Tómalo!
Y luego de vuelta a mí. —Estuve
buscando un modo de decirle a mi padre
que últimamente estoy teniendo
una especie de odio por el baloncesto, y
pienso que lo encontré. —Los
trofeos cayeron uno después del otro, e
Isaac los pisó y gritó mientras
Augustus y yo estábamos parados a unos pies
de distancia, dando testimonio de
la locura. Los pobres, destrozados
cuerpos de plástico de los
jugadores de baloncesto cubrían el suelo
alfombrado: aquí, una pelota en
la palma de una mano sin cuerpo; aquí,
dos piernas sin torso atrapadas a
medio salto. Isaac se mantuvo atacando
los trofeos, pisoteándolos con
los pies, gritando, sin aliento, sudoroso, hasta
que finalmente colapsó encima de
los irregulares desechos de trofeos. Augustus
caminó hacia él y lo miró.
—¿Te sientes mejor? —preguntó.
—No —masculló Isaac, su pecho
agitado.
—Esa es la cosa sobre el dolor
—dijo Augustus, y luego me miró—.
Demanda ser sentido.
———Capítulo 5———
No volví a hablar con Augustus de
nuevo por una semana. Lo había
llamado en la Noche de los
Trofeos Rotos, así que por tradición era
su turno de llamar. Pero no lo
hizo. Ahora, no es como si hubiera
sostenido el celular en mi
sudorosa mano todo el día, mirándolo
mientras usaba mi vestido
especial amarillo, pacientemente esperando
porque mi caballero llamador
cumpliera con su sobrenombre. Seguí con mi
vida: me vi con Kaitlyn y su,
lindo pero francamente no Augustiniano, novio
para tomar café en la tarde; ingerí
mi dosis diaria recomendada de
Phalanxifor; atendí a clases tres
mañanas esa semana en el MCC; y cada
noche, me senté a cenar con mi
mamá y mi papá.
El domingo en la noche, tuvimos
pizza con pimientos verdes y brócoli.
Estábamos sentados alrededor en
nuestra pequeña mesa circular en la
cocina cuando mi teléfono empezó
a sonar, pero no me era permitido
revisar porque teníamos una
estricta regla de no-celulares durante la cena.
Así que comí un poco mientras mi
mamá y mi papá hablaban sobre este
terremoto que había pasado en
Papua Nueva Guinea. Ellos se conocieron
en un Cuerpo de Paz en Papua
Nueva Guinea, así que cualquier cosa que
pasara allí, aún algo terrible,
era como si de repente no fueran grandes
criaturas sedentarias, sino
personas jóvenes; idealistas; autosuficientes y
fuertes que una vez fueron, y su
éxtasis era tal que ni siquiera me miraron
mientras comía más rápido de lo
hubiera hecho, transmitiendo ítems de mi
plato a mi boca con una velocidad
y ferocidad que me dejó sin aliento, lo
que por supuesto me hizo
preocuparme que mis pulmones estuvieran de
nuevo en una creciente piscina de
fluidos. Desaparecí el pensamiento lo
mejor que pude. Tenía un escaneo
de PET
______________________[PET: La
tomografía por emisión de positrones o PET (por las siglas en inglés de
Positron
Emission Tomography), es una
tecnología sanitaria propia de una especialidad médica
llamada medicina nuclear. La
Tomografía por Emisión de Positrones es una técnica no
invasiva de diagnóstico e
investigación ¨in vivo¨ por imagen capaz de medir la actividad
metabólica del cuerpo humano]____________________________
puesto para un par de
semanas. Si algo estaba mal, lo
sabría lo suficientemente rápido. Nada se gana con preocuparse desde ahora
hasta entonces. Y aun así me
preocupaba. Me gustaba ser una
persona. Quería seguir con eso.
Preocuparse es otro efecto
secundario de la muerte. Finalmente terminé y
dije:
—¿Puedo levantarme? —Y apenas
pararon su conversación sobre las
fortalezas y debilidades de la
infraestructura Guineana. Agarré el teléfono
de mi cartera en el mostrador de
la cocina y comprobé las llamadas
recientes. Augustus Waters.
Salí hacia el crepúsculo. Podía
ver el columpio, y pensé en caminar hacia
allí y columpiarme un rato
mientras hablaba con él, pero parecía muy lejos
teniendo en cuenta que comer me
cansó.
En vez de eso, me recosté en la
hierba de las afueras del patio, miré hacia
arriba a Orion, la única
constelación que reconocía, y lo llamé.
—Hazel Grace—dijo.
—Hola —dije—. ¿Cómo estás?
—Esplendido —dijo—. He estado
queriendo llamarte casi constantemente,
pero he estado esperando hasta
que pudiera formar una idea coherente
en consideración a Una Aflicción
Imperial. Dijo “en consideración a”.
Realmente lo hizo. Ese chico.
—¿Y? —dije
—Creo que es, como. Leyéndolo,
solo seguía sintiéndome como, como.
—¿Cómo? —pregunté, burlándome de
él.
—¿Como si fuera un regalo? —dijo
como pregunta—. Como si me hubieras
dado algo importante.
—Oh—dije en voz baja.
—Eso es cursi —dijo—, lo siento.
—No —dije—. No. No te disculpes.
—Pero no termina.
—Si —dije.
—Tortura. Lo entiendo totalmente,
como, entiendo que ella muere o algo
así.
—Cierto, asumo lo mismo —dije.
—Y está bien, parece justo, pero
hay un contrato no escrito entre el autor y
el lector y creo que al no
terminar como que violas el contacto.
—No lo sé —dije sintiéndome a la
defensa de Peter Van Houten—. Eso es
parte de lo que me gusta del
libro en algunas maneras. Retrata la muerte
de manera muy verdadera. Mueres
en medio de tu vida, a la mitad de
una frase. Pero de verdad, Dios,
de verdad necesito saber qué pasa con el
resto de las personas. Eso es lo
que le pregunté en mis cartas. Pero él, sí,
nunca las respondió.
—Cierto. ¿Dijiste que es un
recluso?
—Correcto.
—Imposible de rastrear.
—Correcto.
—Absolutamente inalcanzable
—dijo.
—Desafortunadamente —dije.
—Querido Sr. Waters —respondió—.
Estoy escribiendo para agradecerle por la correspondencia
electrónica, recibida vía Ms.
Vliegenthart ese seis de abril, de los Estados Unidos de América, en la
medida en que la geografía puede
decirse que existe en nuestra contemporaneidad triunfalmente
digitalizada.
—Augustus, ¿qué diablos?
—Él tiene un asistente —Augustus
dijo—. Lidewij Vliegenthart. La encontré.
La envié un email. Ella me dio su
email. Él le respondió vía su cuenta de
email.
—Bien, bien, sigue leyendo.
|| —Mi respuesta está siendo
escrita con tinta en un papel en la gloriosa tradición de nuestros ancestros y
luego transcrita por Ms.
Vliefenthart en una serie de 1s y 0s para viajar a través de la insípida web
que
últimamente atrapó nuestra
especie, así que pido perdón por cualquier error u omisión que tal vez resulte.
Teniendo en cuenta el bacanal de
entretenimiento a disposición de hombres y mujeres jóvenes de su
generación, estoy agradecido que
cualquiera en cualquier lugar saque las horas necesarias para leer mi
libro. Pero particularmente estoy
agradecido con usted, señor, tanto por sus amables palabras sobre Una
Aflicción Imperial como por
tomarse el tiempo para decirme que el libro, y aquí lo cito directamente:
“significa algo importante” para
usted.
Este comentario, sin embargo, me
lleva a preguntar: ¿qué quiere decir con significa? Dada la final
inutilidad de nuestra lucha, ¿es
la sacudida fugaz de lo que significa que el arte nos da valor? ¿O es el
único valor en pasar el tiempo
tan cómodamente posible? ¿Qué debe tratar de estimular una historia,
Augustus? ¿Una alarma sonando? ¿Una
llamada a las armas? ¿Un goteo de morfina? Claro, como todas
las interrogaciones del universo,
esta línea de inevitables investigaciones. Nos reduce a preguntarnos qué
significa ser humanos y si,
tomando prestada una frase de la angustia gravada de los diez y seis años de
edad, sin dudas respondía con
maldición, hay un punto después de todo.
Me temo que no lo hay, mi amigo,
y podrías encontrar escasos estímulos en más encuentros con mi
escritura. Pero para responder tu
pregunta: No, no he escrito nada más, ni lo haré. Y no siento que
continuar compartiendo mis
pensamientos con los lectores pueda beneficiarme o a ellos. Gracias de nuevo
por tu generoso email.
Tu más sincero, Peter Van Houten,
via Lidewij Vliegenthart. ||
—Vaya —dije—. ¿Te estás inventado
esto?
—Hazel Grace, podría, con mis
pobres capacidades mentales, inventarme
una carta de Peter Van Houten
poniendo frases como: "¿Nuestra
actualidad triunfantemente
digitalizada?
—No podrías —le permití—. ¿Puedo,
puedo tener la dirección de email?
—Por supuesto —dijo, como si no
fuera el mejor regalo dado alguna vez.
~♥~♥~♥~♥~
Pasé las siguientes dos horas escribiéndole un email a
Peter Vanm Houten.
Parecía ponerse peor cada vez que la reescribía, pero
no podía parar.
||Querido Sr.
Peter Van Houten
Dear Mr. Peter Van Houten (c/o
Lidewij Vliegenthart)
Mi nombre es Grace Lancaster. Mi amigo Augustus
Waters, quien leyó Una Aflicción Imperial por mi
recomendación, acaba de recibir un email de usted de
este email. Espero que no le importe que Augustus
compartiera el correo electrónico conmigo. Sr. Van
Houten, entiendo por su email que no planea publicar
más libros. De una manera, estoy decepcionada, pero
también estoy aliviada: nunca tendré que
preocuparme si su libro siguiente va a estar a la
altura del original. Como alguien con tres años de
supervivencia al cáncer Nivel IV, puedo decirle que
tiene todo bien en Una Aflicción Imperial. O al
menos me entendió bien. Su libro tiene una manera de
decirme lo que siento antes de si quiera sentirlo, y
lo he releído una docena de veces.
Me pregunto, sin embargo, si le importaría responderme
un par de preguntas de la novela sobre lo que
pasó luego del final de la misma. Entiendo que el libro
termina porque Anna muere o se pone muy
enferma para continuar escribiéndola, pero quiero de
verdad saber qué pasa con la madre de Anna, si se
casa con Dutch el hombre tulipán, si tiene otro hijo,
y si se queda en el 917 W. Temple, etc.
¿También si Dutch el Hombre Tulipán es un fraude o de
verdad las ama?
¿Qué pasa con los amigos de Anna, particularmente con
Claire y Jake? ¿Siguen juntos? Y por último, me
he dado cuenta que este es el tipo de profundas y
pensativos preguntas que siempre esperabas que tus
lectores siempre hicieran, ¿qué pasa con Sisyphus el
Hámster?
Estas preguntas me han perseguido por años, y no sé
cuánto tiempo pasara para tener las respuestas.
Sé que estas no son preguntas literales y que su libro
está lleno de importantes preguntas literales, pero de
verdad me gustaría saber.
Y por supuesto, si alguna vez decide volver a
escribir, aún si no quiere publicarlo, me encantaría leerlo.
Francamente, he leído tu lista de comestibles.
Tuya con gran admiración
Hazel Grace Lancaster, 16 años ||
~♥~♥~♥~♥~
Luego de que la envié, volví a llamar a Augustus de
nuevo, y estuvimos
levantados hasta tarde hablando sobre Una Aflicción
Imperial. Y le leí un
poema de Emily Dickinson que Van Houten había usado
para el título, y
dijo que tenía una buena voz para leer y no paraba
mucho tiempo para
los descansos entre líneas, y luego me dijo que el
sexto libro de El Precio del
Atardecer, La prueba de Sangre, empieza con una frase
de un poema. Le
tomó un minuto encontrar el libro, pero finalmente
leyó la frase para mí.
“Digamos que tu vida fracasó. El último buen beso/ que
tuviste fue hace
años.”
—Nada mal —dije—. Un poco pretenciosa. Creo que es a
lo que Max
Mayhem podría referirse como "mierda
afeminada".
—Sí, con sus dientes apretados, sin duda. Dios, Mayhem
aprieta sus dientes
mucho en esos libros. Él definitivamente va a tener Un
TMJ13, si es que
sobrevive a todo este combate. —Y luego después de un
segundo, Gus
preguntó—. ¿Cuándo fue el último buen beso que has
tenido?
Pensé en ello. Mis besos, todos pre diagnóstico,
habían sido incómodos y
babosos, y en algún nivel siempre se sintió como niños
jugando a ser
grandes. Pero por supuesto había sido hace un tiempo.
—Hace años —dije finalmente—. ¿Tú?
—Tuve buenos besos con mi ex-novia, Caroline Mathers.
—¿Hace años?
—El último fue hace menos de un año.
—¿Qué pasó?
—¿Durante el beso?
—No, contigo y Caroline.
—Oh —dijo. Y luego de un segundo—: Caroline ya no
sufre el ser una
persona.
—Oh —dije.
—Sí —dijo.
—Lo siento —dije. He conocido mucha gente que ha
muerto, por supuesto.
Pero nunca había salido con uno. De verdad, no me lo
podía ni imaginar.
——[3 TMJ: El síndrome de la articulación
temporomandibular (TMJ, por sus siglas en inglés) es
un trastorno que involucra las dos articulaciones (una
de cada lado) que sujetan la
mandíbula inferior al cráneo]——
—No es tu culpa, Hazel Grace. Todos sólo somos efectos
secundarios,
¿verdad?
—Percebes en barcos de contenedores de la conciencia
—dije citando a
UAI.
—Bien —dijo—. Tengo que ir a dormir. Son casi la una.
—Bien —dije.
—Bien —dijo.
Reí y dije: —Bien —y luego la línea se quedó en
silencio pero no muerta.
Casi sentía que él estaba allí en mi habitación
conmigo, pero de alguna
manera era mejor, como si no estuviera en mi
habitación, sino que
estábamos juntos en algún tercer espacio invisible y
tenue que sólo podía
ser visitado por el teléfono.
—Bien —dijo después de una eternidad—. Quizás Bien
será nuestro siempre.
—Bien —dije.
Fue Augustus quien colgó al final
~♥~♥~♥~♥~
Peter Van Houten respondió el correo electrónico de
Augustus cuatro
horas después de que lo enviara, pero dos días
después, Van Houten
seguía sin responderme a mí. Augustus me aseguró que
era porque mi
correo electrónico había sido mejor y requería una
respuesta más
considerada, que Van Houten estaba muy ocupado
respondiendo mis
preguntas, y esa brillante prosa tomaba tiempo. Pero
seguía preocupada.
El jueves durante Poesía Americana para Tontos 101,
recibí un mensaje de
Augustus:
Isaac salió de cirugía. Fue bien. Esta oficialmente
SEC
SEC significaba “sin evidencia de cáncer”. Segundos
después me llegó
otro mensaje.
Quiero decir, está ciego. Así que eso es
desafortunado
Esa tarde, mamá consintió que me prestaran el automóvil
y así pudiera
conducir hasta el Memorial para ver a Isaac.
Me dirigí hasta su habitación en el quinto piso,
tocando aun cuando la
puerta estaba abierta, y la voz de una mujer dijo—:
Entre.
Era una enfermera que estaba haciendo algo con los
vendajes en los ojos
de Isaac.
—Hola Isaac —dije.
Y él dijo—: ¿Mon?
—Oh no. Lo siento. No, soy, um, Hazel. Um, ¿la Hazel
del grupo de apoyo?
¡La Hazel de la noche-de-los-trofeos-rotos?
—Oh —dijo él—. Sí, la gente seguía diciendo que mis
otros sentidos
mejoraría para compensar, pero CLARAMENTE NO TODAVÍA.
Hola, Hazel
del grupo de apoyo. Ven aquí para que pueda examinar
tu cara con mis
manos y ver más profundo en tu alma de lo que una
persona vidente
podría hacer.
—Está bromeando —dijo la enfermera.
—Sí —dije—. Me di cuenta.
Me acerqué unos pasos a la cama. Arrastré la silla y
me senté, tomé su
mano.
—Hola —dije.
—Hola —me respondió. Luego nada por un rato.
—¿Cómo te sientes? —le pregunté.
—Bien —dijo—. No lo sé.
—¿Qué es lo que no sabes? —le pregunté. Miré su mano
porque no quería
mirar su rostro con las vendas para ciegos. Isaac
mordía sus uñas, y pude
ver un poco de sangre en las esquinas de unas cuantas
de sus cutículas.
—Ella ni siquiera me ha visitado —dijo—. Quiero decir,
estuvimos juntos por
catorce meses. Catorce meses es mucho tiempo. Dios,
eso duele.
Isaac dejó ir mi mano para buscar a tientas sus
somníferos, los cuales tú
saltaste para darle tú misma una ola de narcóticos.
La enfermera, terminando el cambio de vendaje, dio un
paso hacia atrás.
—Sólo ha pasado un día, Isaac —dijo ella, un poco
condescendiente—.
Tienes que darle un poco de tiempo para sanar. Y
catorce meses no es
tanto tiempo, no en el esquema de cosas. Estás recién
empezando,
querido. Ya verás.
La enfermera se fue.
—¿Se ha ido?
Asentí y luego me di cuenta que él no me podía ver
asentir.
—Sí —le dije.
—¿Ya veré? ¿De verdad? ¿De verdad dijo eso?
—Cualidades de una buena enfermera: Vamos —dije.
—1. No sacar a relucir tu discapacidad —dijo Isaac.
—2. Sacar sangre en el primer intento —dije.
—Realmente, eso es enorme. Quiero decir ¿es este mi
estúpido brazo o un
tablero de dardos? 3. No hablar con ese tono
condescendiente.
—¿Cómo estás, cariño? —pregunté, empalagosamente—. Te
voy a
pinchar con una aguja pequeñísima ahora. Va a doler
muy poquito.
—¿Esta mi pequeño peludito animadito muy enfermito?
—respondió.
Y después de un segundo dijo,
—La mayoría de ellas son buenas, en realidad. Sólo
quiero irme de este
infierno de lugar.
—¿Este lugar como el hospital?
—Eso, también —dijo. Su boca tembló. Podía ver su
dolor—. Honestamente,
pienso malditamente más en Mónica que en mi ojo. ¿No
es estúpido? Es
estúpido.
—Un poco —coincidí.
—Pero yo creo en el amor verdadero, ¿sabes? No creo
que todos deben
tener vista o no enfermarse de lo que sea, pero todo
el mundo debería
tener su amor verdadero, y por lo menos debería durar
tanto como su vida.
—Si —digo.
—A veces sólo deseo que toda esta cosa no hubiera pasado.
Toda la cosa
del cáncer. —Estaba susurrando su discurso. La
medicina estaba
funcionando.
—Lo siento —le dije.
—Gus estuvo aquí antes. Él estaba aquí cuando me
desperté. Salió de la
escuela. Él… —su cabeza se giró un poco al lado.
—Está mejor —dijo muy bajo.
—¿El dolor? —pregunté. Él asintió un poco.
—Bien —dije. Y después, como la perra que soy—:
¿Estabas diciendo algo
sobre Gus? —pero él se había ido.
Bajé las escaleras hasta la tienda de regalos sin
ventanas y le pregunté a la
decrépita voluntaria sentada detrás de la caja
registradora qué clase de
flores olían más fuerte.
—Todas huelen igual. Las rocían con SuperScent —dijo.
—¿En serio?
—Sí, sólo les arrojan un chorro de eso.
Abrí el congelador a su derecha y olí una decena de
rosas, y luego me giré
hacia los claveles. El mismo olor, y mucho. Los
claveles eran más baratos,
así que agarré una docena de claveles amarillos.
Costaban catorce
dólares. Volví a su habitación; su mamá estaba ahí,
sosteniendo su mano.
Era joven y muy bonita.
—¿Eres una amiga? —preguntó, lo que me pareció como
una de esas
preguntas amplias e incontestables.
—Um, sí —dije—. Soy del grupo de apoyo. Éstas son para
él.
Las tomó y las dejo en su regazo. —¿Conocías a Monica?
—preguntó.
Sacudí mi cabeza.
—Bueno, él está dormido —dijo.
—Sí, hablé con él un poco antes, cuando ellos estaban
poniéndole los
vendajes o lo que sea.
—Odio dejarlo y no estar aquí, pero tenía que ir a
buscar a Graham a la
escuela —dijo.
—Él lo hizo bien —le dije. Ella asintió—. Debería
dejarlo dormir —ella asintió
nuevamente. Me fui.
~♥~♥~♥~♥~
La mañana siguiente me desperté temprano y lo primero
que hice fue
revisar mi correo.
lidewij.vliegenthart@gmail.com finalmente había
respondido.
||Querida señorita Lancaster:
Me temo que su fe ha estado fuera de lugar, pero
entonces, la fe generalmente lo está. No puedo responder
a sus preguntas, al menos no escribiendo, porque para
responder todo estas preguntar tendría que
constituir una séquela de Una Aflicción Imperial, la
cual deberías publicar o bien compartirla en la red
que ha remplazado los cerebros de su generación. Está
el teléfono, pero entonces quizás grabaría la
conversación. No es que no confíe en usted, por
supuesto, pero no confío en usted. Desgraciadamente, mi
querida Hazel, no podría contestar esas preguntas a no
ser que sea en persona, y usted está allá, mientras
que yo estoy aquí.
Eso me recuerda, que debo confesar que el inesperado
recibo de su correspondencia a través de la Srta.
Vligenhart me ha deleitado: Qué maravillosa cosa el
saber que hice algo útil por usted, incluso si ese libro
lucía tan distante de mí que sentía que todo había
sido escrito por otro hombre. ¡El autor de la novela era
tan delgado, tan delicado, tan comparativamente
optimista!
Sin embargo, si usted llegara a encontrarse en
Ámsterdam, le pido que me haga una visita en su tiempo
libre. Generalmente estoy en casa. Incluso le
permitiré que eche una mirada a mis listas de compras.
Sinceramente,
Peter Van Houten
C/o Lidewij Vliegenthart ||
—¡¿QUÉ?! —grité—. ¿QUÉ ES ESTA VIDA?
Mamá entro rápidamente. —¿Qué sucede?
—Nada —le aseguré.
Todavía nerviosa, Mamá se arrodilló para revisar a
Philip y asegurarse de
que estaba condensando correctamente el oxígeno. Me
imaginé sentada
en la terraza de un café con Peter Van Houten mientras
él se inclinaba
sobre la mesa, apoyado en sus codos, hablando en voz
baja para que así
nadie pudiera escuchar lo que de verdad pasó con sus
personajes en los
que pase años pensando. Él dijo que no podría decirme
excepto si era en
persona, y luego me invitó a Ámsterdam. Le expliqué
esto a Mamá, y
después dije—: Tengo que ir.
—Hazel, te amo, y sabes qué haría cualquier cosa por
ti, pero no tenemos,
no tenemos el dinero suficiente para viajar al
extranjero, y el costo de
conseguir el equipamiento allá, el amor, simplemente
no es...
—Sí —dije, cortándola. Me di cuenta que había sido
tonto tan sólo
considerarlo—. No te preocupes. Pero ella se veía preocupada.
—Es realmente importante para ti, ¿no? —preguntó
sentándose y
poniendo su mano en mi pantorrilla.
—Sería increíble —dije—, ser la única persona que
conoce lo que pasó
además de él.
—Sería increíble —dijo—. Hablaré con tu padre.
—No, no lo hagas —le dije—. Sólo, de verdad, no gasten
dinero en mí por
favor. Pensaré en algo.
Se me ocurrió que la razón por la que mis padres no
tenían dinero era por
mí. Drené los ahorros de la familia con los pagos del
Phalanxifor, y Mamá
no podía trabajar porque ella había tomado el turno de
tiempo completo
de estar encima de mí. No quería ponerlos en otra
deuda. Le dije a mamá
que quería llamar a Augustus para sacarla de la
habitación, porque no
podía manejar su cara de no-puedo-hacer-el-sueño-de-mi-hija-realidad.
Al estilo de Augustus Waters, le leí la carta en vez
de saludarlo.
—Vaya —dijo.
—Lo sé, ¿verdad? —dije—. ¿Cómo voy a llegar a
Ámsterdam?
—¿Tienes un Deseo? —preguntó, refiriéndose a esa
organización, la
fundación del genio, la que estaba en el negocio de
cumplirle a los niños
enfermos un deseo.
—No —dije—. Ya usé mi Deseo pre-Milagro.
—¿Qué hiciste?
Suspiré ruidosamente. —Tenía trece —dije.
—No Disney —dijo él.
No dije nada.
—Tú no fuiste a Disney World.
No dije nada.
—¡HAZEL GRACE! —Gritó— Dime que no usaste tu único
deseo para ir a
Disney World con tus padres.
—También al Epcot Center14.
—Oh Dios —dijo Augustus—. No puedo creer que me guste
una chica con
deseos tan clichés.
14Epcot Center:
Es un centro temático, en Disney World. —Tenía
trece —dije de nuevo, aunque por supuesto en lo único que
estaba pensando era en me guste me guste me guste me
guste. Me sentía
halagada pero cambié el tema de inmediato—. ¿No
deberías estar en la
escuela o algo?
—Me salté las clases para estar con Isaac, pero está
durmiendo, así que
estoy en el patio estudiando geometría.
—¿Cómo está?
—No podría decir si él simplemente no está listo para
enfrentar la seriedad
de su discapacidad o si de verdad le importa más haber
sido dejado por
Mónica, pero no habla de nada más.
—Sí —dije—. ¿Cuánto más va a estar en el hospital?
—Unos cuantos días. Luego tiene que ir a
rehabilitación o algo así por un
tiempo, pero tiene que dormir en casa, creo.
—Apesta —dije.
—Veo a su mamá. Me tengo que ir.
—Bien —dije.
—Bien —respondió. Podía escuchar su sonrisa torcida.
~♥~♥~♥~♥~
El sábado, mis padres fueron al mercado de los
agricultores en Broad
Ripple. Estaba soleado, una rareza para ser abril en
Indiana, y todos en el
mercado estaban usando mangas cortas incluso cuando la
temperatura
no lo justificaba realmente. Nosotros los Hoosiers15
somos excesivamente
optimistas sobre el verano. Mamá y yo nos sentamos al
lado de la otra
sobre un banco de un cocinero de sopa de cabra, un
hombre con una
jardinera16 que tuvo que explicarle a cada una de las
personas que
15 Hoosier: Es
como se les dice a las personas de Indiana.
16 Jardinera: También lo llaman overol, es un pantalón
con parte de arriba incluido y se
parece un poco a un delantal. pasaba que sí, eran sus cabras, y que no, la
sopa de cabras no olía como
las cabras.
Mi teléfono suena.
—¿Quién es? —preguntó mamá antes de que pudiera
comprobar.
—No sé —dije. Era Gus, sin embargo.
—¿Estás en tu casa? —preguntó.
—Um, no—dije.
—Esa fue una pregunta capciosa. Sabía la respuesta.
Porque en este
momento estoy en tu casa.
—Oh. Um. Bueno, estamos en camino, ¿supongo?
—Sensacional. Nos vemos pronto.
~♥~♥~♥~♥~
Augustus Waters estaba sentado en el escalón delantero
cuando nos
detuvimos en la entrada. Sostenía un ramo de tulipanes
color naranja
brillante empezando a florecer, y llevaba un jersey
Indiana Pacers de lana,
una elección de guardarropas que parecía totalmente
fuera de lugar,
aunque se veía muy bien en él.
Se empujó a si mismo frente a la escalinata, me
entregó los tulipanes, y
preguntó:
—¿Quieres ir a un picnic? —Asentí, tomando las flores.
Mi padre se acercó por detrás y estrechó la mano de
Gus.
—¿Es un jersey Rik Smits? —mi padre preguntó.
—De hecho, lo es.
—Dios, me encanta ese tipo —dijo papá, e
inmediatamente estaban
enfrascados en una conversación de baloncesto a la que
no pude, y no
quería, unirme, así que llevé mis tulipanes al
interior.
—¿Quieres que los ponga en un florero? —preguntó mamá
mientras
entraba, una enorme sonrisa en su rostro.
—No, está bien —le dije. Si las poníamos en un florero
en la sala de estar,
hubieran sido de todo el mundo. Quería que fueran mis
flores.
Fui a mi habitación, pero no me cambié. Me cepillé el
pelo y los dientes y
me puse un poco de brillo de labios y el más pequeño
posible aplique de
perfume. Me quedé mirando las flores. Eran
agresivamente naranja,
demasiado naranja para ser bonitas. No tengo un
florero o algo así,
entonces saqué mi cepillo de dientes fuera de su
portador y llené el
portador hasta la mitad con agua y dejé las flores en
el baño.
Cuando volví a entrar en mi habitación, pude oír a la
gente hablar, así que
me senté en el borde de mi cama un rato y escuché a
través de la puerta
del dormitorio:
Papá: —Así que conociste a Hazel en el grupo de apoyo.
Augustus: —Sí, señor. Es una hermosa casa la que
tienen. Me gusta su obra
de arte.
Mamá: —Gracias, Augustus.
Papá: —¿Eres un superviviente tú mismo, entonces?
Augustus: —Lo soy. No corté a este tipo por puro
placer de hacerlo, a
pesar de que es una excelente estrategia para perder
peso. ¡Las piernas
son pesadas!
Papá: —¿Y cómo está tu salud ahora?
Augustus: —NEC durante catorce meses.
Mamá: —Eso es maravilloso. Las opciones de tratamiento
estos días, son
realmente notables.
Augustus: —Lo sé. Tengo suerte.
Papá: —Debes entender que Hazel todavía está enferma,
Augustus, y lo
estará para el resto de su vida. Ella querrá mantenerse
al día contigo, pero
sus pulmones…
En ese momento salí, haciéndolo callar.
—Entonces, ¿dónde van a ir? —preguntó mamá.
Augustus se puso de pie y se inclinó hacia ella,
susurrando la respuesta, y
luego se llevó un dedo a los labios.
—Shh —le dijo—. Es un secreto.
Mamá sonrió.
—¿Tienes tu teléfono? —me preguntó. Lo levanté como
evidencia, incliné
mi carrito de oxígeno en las ruedas delanteras, y
empecé a caminar.
Augustus me codeó otra vez, ofreciéndome su brazo, que
tomé. Mis dedos
envueltos alrededor de su bíceps.
Por desgracia insistió en conducir, por lo que la
sorpresa podía ser una
sorpresa. A medida que nos sacudíamos hacia nuestro
destino, dije:
—Prácticamente hiciste que a mi madre le gustaras
demasiado.
—Sí, y tu papá es una fan de Smits, lo que ayuda.
¿Crees que les gusté?
—Claro que sí. ¿A quién le importa, sin embargo? Son
sólo padres.
—Son tus padres —dijo, echándome un vistazo—. Además,
me gusta
gustar. ¿Es eso una locura?
—Bueno, no tienes que apresurarte en mantener puertas
abiertas o
asfixiarme con elogios para que me gustes. —Golpeó los
frenos, y volamos
hacia delante lo suficiente fuerte que mi respiración
se sintió rara y
apretada. Pensé en la PET. No hay que preocuparse.
Preocuparse es inútil.
Me preocupé de todas maneras. Quemamos el caucho,
rugiendo lejos de
una señal de detenerse antes de girar a la izquierda
en la mal nombrada
Grandview, hay un punto de vista de un campo de golf,
supongo, pero
nada genial. Lo único que podía pensar en esta dirección
era el
cementerio. Augustus metió la mano en la consola
central, abrió un
paquete de cigarrillos y quito uno.
—¿Alguna vez los tiraras a la basura? —le
pregunté.
—Uno de los muchos beneficios de no fumar es que los
paquetes de
cigarrillos duran para siempre —respondió—. He tenido
este durante casi
un año. Algunos de ellos están rotos cerca de los
filtros, pero creo que este
paquete podría fácilmente servirme hasta mi
decimoctavo cumpleaños.
Sostuvo el filtro entre sus dedos, y luego lo puso en
su boca. —Así que, está
bien —dijo él—. Está bien, menciona algunas cosas que
nunca se ven en
Indianápolis.
—Um, adultos delgados —le dije.
Se echó a reír. —Bien, continúa.
—Mmm, playas. Familias propietarias de restaurantes.
Topografía.
—Todos excelentes ejemplos de lo que nos falta.
También, cultura.
—Sí, estamos un poco cortos de cultura —le dije,
finalmente dándome
cuenta de dónde me llevaba—. ¿Vamos al museo?
—Es una forma de decirlo.
—Oh, ¿vamos a ese parque o lo que sea?
Gus parecía un poco desacreditado.
—Sí, vamos a ese parque o lo que sea. Lo descubriste,
¿no es así?
—Um, ¿descubrir qué?
—Nada.
~♥~♥~♥~♥~
Había un parque detrás del museo, donde un puñado de
artistas había
hecho grandes esculturas. Había oído hablar de él,
pero nunca lo había
visitado. Pasamos el museo y se estacionó justo al
lado de una cancha de
baloncesto llena de grandes arcos azules y rojos de
acero que imaginaba
el camino de una pelota que rebota. Caminamos por lo
que pasa por una
colina en Indianápolis a un claro donde los niños
subían en todas las partes
de una escultura de esqueleto de gran tamaño. Los
huesos estaban cada uno rodeando la
cintura, y el hueso del muslo era más alto que yo. Parecía
un dibujo infantil de un esqueleto que salía de la
tierra.
Mi hombro duele. Me preocupaba que el cáncer se haya
extendido de
mis pulmones. Me imaginaba la metástasis del tumor en
mis propios huesos,
perforando mi esqueleto, una anguila que se deslizaba con
intención
insidiosa.
—Los huesos Funky —dijo Augustus—. Creado por Joep Van
Lieshout.
—Suena holandés.
—Lo es —dijo—. Así como Rik Smits. Así como los
tulipanes.
Gus se detuvo en medio del claro con los huesos justo
en frente de nosotros
y deslizó su mochila fuera de un hombro, luego del
otro. La abrió,
revelando una manta de color naranja, un zumo de
naranja y algunos
sándwiches envueltos en papel de plástico con la
corteza cortada.
—¿Qué te sucede con todo lo naranja? —pregunté,
todavía no queriendo
dejarme imaginar que todo esto daría lugar a
Ámsterdam.
—El color nacional de los Países Bajos, por supuesto.
¿Te acuerdas de
William de Orange y todo eso?
—Él no estaba en el examen de GED —Sonreí, tratando de
contener mi
entusiasmo.
—¿Sándwich? —preguntó.
—Déjame adivinar —dije.
—Queso holandés. Y tomate. Los tomates son de México.
Lo siento.
—Siempre eres tal decepción, Augustus. ¿No podrías
haber traído por lo
menos tomates de color naranja? —Se echó a reír, y
luego nos comimos los
sándwiches en silencio, viendo a los niños jugar en la
escultura. No podía
preguntarle muy bien sobre ello, así que me quede allí
rodeada de
holandeses, sintiéndome torpe y llena de esperanza. A
lo lejos, empapada
en la luz del sol impecablemente rara y preciosa en
nuestra ciudad, un
grupo de niños hicieron un esqueleto en la zona de
juegos, saltando hacia
delante y hacia atrás en los huesos de prótesis. —Hay dos cosas que me encantan de esta
escultura —dijo Augustus.
Sostenía el cigarrillo apagado entre sus dedos,
sacudiéndolo para
deshacerse de la ceniza. Lo colocó de nuevo en su
boca—. En primer
lugar, los huesos son lo suficientemente lejanos como
para que, si eres un
niño, no puedas resistir la tentación de saltar entre
ellos. Como, solamente
tienes que saltar de la caja torácica hasta el cráneo.
Lo que quiere decir
que, en segundo lugar, la escultura básicamente obliga
a que los niños
jueguen en los huesos. Las resonancias simbólicas son
infinitas, Hazel.
—Tú sí que amas los símbolos —le dije, con la
esperanza de dirigir la
conversación hacia los muchos símbolos de los Países
Bajos en nuestro
picnic.
—Correcto, sobre eso. Probablemente te estés
preguntando por qué estás
comiendo un sándwich de queso y bebiendo jugo de
naranja y por qué
estoy con la camiseta de un holandés que juega un
deporte que he
llegado a aborrecer.
—Se me ha cruzado por la mente —dije—. Hazel Grace,
como tantos niños
antes que ti —digo esto con gran afecto— gastaste tu
Deseo a toda prisa,
sin apenas preocuparte por las consecuencias. El Grim
Reaper te estaba
mirando a la cara y el miedo a morir con tu Deseo
todavía en tu bolsillo
proverbial, inoportuno, te llevó a correr al primer
Deseo que podrías pensar,
y tú, como tantos otros, escogiste por el frio y
artificial placer del parque
temático.
—En realidad, la pasamos muy bien en ese viaje. Me
encontré con Goofy y
Minn…
—¡Estoy en el medio de un soliloquio! Escribí esto y
lo memoricé y si me
interrumpes completamente meteré la pata —interrumpió
Augustus—. Por
favor, come tu sándwich y escucha. —El sándwich era
incomiblemente
seco, pero sonreí y le di un mordisco de todos modos—.
Bueno, ¿dónde
estaba?
—Los placeres artificiales.
Devolvió el cigarrillo a su paquete.
—Cierto, el frío y los placeres artificiales del
parque temático. Pero
permíteme sostener que los verdaderos héroes de la
Fábrica de Deseos son
los hombres y mujeres que esperan como Vladimir y
Estragón esperaron por
Godot y las buenas chicas cristianas que esperan el
matrimonio. Estos
jóvenes héroes esperan estoicamente y sin quejas
porque su único Deseo
llegara. Claro, nunca podrán venir, pero al menos
pueden descansar
fácilmente en la tumba sabiendo que ellos han hecho su
pequeña parte
para conservar la integridad del Deseo como una idea.
—Pero, de nuevo, tal vez esto llegará: a lo mejor te
das cuenta de que tu
verdadero Deseo es visitar al brillante Peter Van
Houten en su exilio en
Ámsterdam, y te alegraras mucho de haber salvado tu
Deseo.
Augustus dejó de hablar lo suficiente como para que yo
pensara que su
soliloquio había terminado.
—Pero yo no salvé mi Deseo —le dije.
—Ah —dijo. Y luego, después de lo que sentí como una
pausa practicada,
añadió—: Pero yo salve el mío.
—¿En serio? —Me sorprendió que Augustus fuera
Deseo-elegible, ya que
todavía estaba en la escuela y en un año de remisión.
Tenías que estar
bastante enfermo por los Genios para enganchar un
Deseo.
—Lo conseguí a cambio de la pierna —explicó.
Había toda esta luz sobre su rostro; por lo que tuvo
que entrecerrar los ojos
para mirarme, lo que hizo que su nariz se frunciera de
manera adorable.
—Ahora, no voy a darte mi Deseo, ni nada. Pero también
tengo un interés
en encontrar a Peter Van Houten, y no tendría sentido
encontrarlo sin la
chica que me presentó su libro.
—Definitivamente no —dije.
—Así que hablé con los Genios, y estuvieron en total
acuerdo. Dijeron que
Ámsterdam es precioso a principios de mayo. Ellos
propusieron marcharnos
el tres de Mayo y volver el siete de mayo.
—Augustus, ¿de verdad?
Se acercó y tocó mi mejilla y por un momento pensé que
podría darme un
beso. Mi cuerpo se tensó, y creo que él lo notó,
porque apartó la mano.
—Augustus —le dije—. En serio. No tienes que hacer
esto.
—Claro que debo —dijo—. He encontrado mi Deseo.
—Dios, eres el mejor —le dije.
—Apuesto a que le dices eso a todos los chicos que
financian tu viaje
internacional —contestó.
è Capítulo 6
Mamá estaba doblando mi ropa limpia mientras miraba
este
programa de televisión llamado The View cuando llegué
a casa. Le
dije que los tulipanes, el artista holandés y todo
eso, eran debido a
que Augustus estaba usando su Deseo para llevarme a
Ámsterdam.
—Eso es demasiado —dijo, sacudiendo la cabeza—. No
podemos aceptar
eso de un completo extraño.
—No es un extraño. Fácilmente es mi segundo mejor
amigo.
—¿Después de Kaitlyn?
—Después de ti —dije. Lo que era cierto, pero
mayormente lo dije porque
quería ir a Ámsterdam.
—Le preguntaré a la Dra. María —dijo después de un
momento.
~♥~♥~♥~♥~
La Dra. María dijo que no podía ir a Ámsterdam sin un
adulto íntimamente
familiarizado con mi caso, lo que más o menos
significaba ir con mamá o
la Dra. María. Mi papá entendía mi cáncer de la manera
en que yo lo
hacía: en la vaga e incompleta manera en que las
personas entienden los
circuitos electrónicos y las mareas del océano. Pero
mi mamá sabía más
sobre el carcinoma diferenciado de tiroides en
adolescentes que la
mayoría de los oncólogos.
—Entonces vendrás —dije—. Los Genios pagarán por ello.
Los Genios están
cargados.
—Pero tu padre —dijo—. Nos extrañaría. No sería justo
para él, y no puede
pedir tiempo libre en su trabajo.
—¿Estás bromeando? ¿No crees que papá disfrutaría unos
días de ver
programas de televisión que no son sobre aspirantes a
modelos y ordenar
pizza cada noche, usando toallas de papel como platos
así no tiene que
lavarlos?
Mamá rió. Finalmente, empezó a emocionarse, tecleando
tareas en su
teléfono: Tendría que llamar a los padres de Gus y
hablar con los Genios
sobre mis necesidades médicas y hacer que ellos
consiguieran un hotel
con todo y cuáles eran las mejores guías y si
deberíamos hacer nuestra
investigación si sólo teníamos tres días, y así
sucesivamente. Casi tuve dolor
de cabeza, así que tomé un par de Advil y decidí tomar
una siesta.
Pero terminé sólo acostada en la cama recordando todo
el picnic con
Augustus. No podía dejar de pensar en el pequeño
momento en el que me
tensé cuando me tocó. De alguna manera, la suave
familiaridad se sintió
mal. Pensé que quizás era por el cómo estuvo
orquestado todo el asunto:
Augustus fue sorprendente, pero había exagerado todo
en el picnic, hasta
los sándwiches que eran metafóricamente resonantes
pero sabían terrible
y el soliloquio memorizado que impidió la
conversación. Todo se sintió
romántico, pero no romántico.
Pero la verdad es que nunca había querido que me
besara, no de la
manera en que se supone que quieres esas cosas. Quiero
decir, es
hermoso. Me sentía atraía por él. Pensé en él de esa
manera, tomando
una frase de la lengua vernácula de la escuela media.
Pero el toque real,
el toque que sucedió… fue todo mal.
Entonces me encontré preocupándome de si tendría que
besarme con él
para llegar a Ámsterdam, que no es la clase de cosa en
la que quieres
estar pensando, porque: a) No debería siquiera haber
sido una pregunta el
si quería besarlo, y b) Besar a alguien para que así
puedas conseguir un
viaje gratis está peligrosamente cerca a aceptar un
enrolle completo, y
tengo que confesar que, aunque no me considero una
persona
particularmente buena, nunca pensé que mi primera
acción sexual real
sería de prostitución.
Pero entonces de nuevo, no había intentado besarme;
sólo tocó mi cara,
lo que ni siquiera es sexual. No fue un movimiento
diseñado para provocar
excitación, pero ciertamente fue un movimiento
diseñado, porque
Augustus Waters no improvisaba. Así que, ¿qué había
estado intentando
transmitir? ¿Y por qué no había querido aceptarlo?
En algún punto, me di cuenta que estaba analizando el
encuentro como
Kaitlyn, así que decidí enviarle un mensaje de texto y
pedirle algún consejo.
Llamó inmediatamente.
—Tengo un problema con un chico —dije.
—DELICIOSO —respondió Kaitlyn. Le dije todo sobre
ello, completo, con el
toque de cara incómodo, dejando fuera sólo lo de
Ámsterdam y el
nombre de Augustus—. ¿Estás segura de que es
atractivo? —preguntó
cuando terminé.
—Bastante segura —dije.
—¿Atlético?
—Sí, solía jugar baloncesto para North Central.
—Vaya. ¿Cómo lo conociste?
—En el horrible grupo de apoyo.
—Huh ―dijo Kaitlyn—. Por curiosidad, ¿cuántas piernas
tiene este chico?
—Como, 1.4 —dije, sonriendo. Los jugadores de
baloncesto eran famosos
en Indiana, y aunque Kaitlyn no iba a North Central,
sus conexiones
sociales eran interminables.
—Augustus Waters —dijo.
—Um, ¿quizás?
—Oh, Dios mío. Lo he visto en fiestas. Las cosas que
le haría a ese chico.
Quiero decir, no ahora que sé que estás interesada en
él. Pero, oh, dulce y
santo Señor, montaría a ese pony de una sola pierna
todo el camino
alrededor del corral.
—Kaitlyn —dije.
—Lo siento. ¿Crees que tendrías que estar arriba?
—Kaitlyn ―dije.
—De qué estábamos hablando. Bien, tú y Augustus Waters. Quizás… ¿eres
lesbiana?
—¿No lo creo? Quiero decir, definitivamente me gusta.
—¿Tiene manos feas? Algunas personas lindas tienen
manos feas.
—No, más o menos tiene manos sorprendentes.
—Hmmm —dijo.
—Hmmm —dije.
Después de un segundo, Kaitlyn dijo:
—¿Recuerdas a Derek? Rompió conmigo la semana pasada
porque había
decidido que había algo fundamentalmente incompatible
entre nosotros
en el fondo y que simplemente nos heriríamos más si
seguíamos. Lo llamó
separación preventiva. Así que quizás tienes ésta
premonición de que hay
algo fundamentalmente incompatible y estás
adelantándote a la
prevención.
—Hmmm —dije.
—Sólo estoy pensando en voz alta aquí.
—Lamento lo de Derek.
—Oh, lo superé, querida. Me tomó una caja de Thin
Mints de las Chicas
Exploradoras y cuarenta minutos superar a ése chico.
Reí.
—Bueno, gracias, Kaitlyn.
—En caso de que te enrolles con él, espero detalles lascivos.
—Pero por supuesto —dije y entonces Kaitlyn hizo un
sonido de beso hacia
el teléfono y dije—: Adiós. —Y
ella colgó.
~♥~♥~♥~♥~
Me di cuenta mientras escuchaba a Kaitlyn que no tenía
una premonición
de herirlo. Tenía una postmonición.
Saqué mi computadora portátil y busqué a Caroline
Mathers. Las similitudes
físicas eran impresionantes: la misma cara redonda por
esteroides, la
misma nariz, la misma forma aproximada de cuerpo. Pero
sus ojos eran
marrón oscuro, los míos son verdes, y su tez era mucho
más oscura, italiana
o algo así.
Miles de personas, literalmente miles, habían dejado
mensajes de
condolencia para ella. Era un desplazamiento sin fin
de personas que la
extrañaban, tantas que me tomó una hora de clics pasar
de las
publicaciones de muro de: Siento mucho que estés
muerta, a
publicaciones de muro de: Estoy rezando por ti. Ella
había muerto hace un
año de cáncer cerebral. Fui capaz de hacer clic a
través de algunas de
sus fotos. Augustus estaba en un montón de las más
antiguas: señalando
con un pulgar hacia arriba la cicatriz en su cráneo
calvo; brazo a brazo en
el campo de juegos del Memorial Hospital, con sus
espaldas de frente
hacia la cámara; besándose mientras Caroline extendía
la cámara, así
que sólo podías ver sus narices y ojos cerrados.
Las fotos más recientes eran todas de ella antes,
cuando estaba saludable,
subidas después de su muerte por sus amigos: una chica
hermosa, de
caderas anchas y curvas, con cabello negro largo y
liso que caía sobre su
cara. Mi imagen sana se veía muy poco parecida a su
imagen sana. Pero
nuestras imágenes de cáncer podrían haber sido
hermanas. No es de
extrañar que él se hubiera quedado mirándome fijamente
la primera vez
que me vio.
Seguí haciendo clic en una de las publicaciones del
muro, escrita hace
dos meses, nueve meses después de que murió, por una
de sus amigas.
Todos te extrañamos tanto. Simplemente nunca termina.
Se siente como si
todos estuviéramos heridos por tu batalla, Caroline.
Te extraño. Te quiero.
Después de un rato, mamá y papá anunciaron que era la
hora de la cena.
Cerré la computadora y me levanté, pero no pude sacar
esa publicación
del muro de mi mente, y por alguna razón eso me hizo
sentir nerviosa y sin
hambre.
Me quedé pensando en mi hombro, que dolía, y todavía
tenía dolor de
cabeza, pero tal vez sólo era porque había estado
pensando acerca de
una chica que había muerto de cáncer cerebral.
Continuaba diciéndome
que debía compartimentar17, para estar aquí ahora en
la mesa redonda,
posiblemente con un diámetro muy grande para tres
personas y,
definitivamente, demasiado grande para dos personas,
con este brócoli
correoso y una hamburguesa de frijol negro, que toda
la salsa de tomate
en el mundo no podía humedecer adecuadamente. Me dije
que imaginar
una metástasis en mi cerebro o mi hombro no afectaría
la realidad invisible
que sucedía dentro de mí, y que por lo tanto, todos
esos pensamientos
eran momentos desperdiciados de una vida compuesta,
por definición, de
un conjunto finito de esos momentos. Incluso he
intentado decirme a mí
misma lo de vivir mi mejor vida hoy.
Por algún tiempo no pude comprender por qué algo que
un desconocido
había escrito en Internet a una diferente, y
fallecida, extraña, me estaba
molestando tanto y preocupándome sobre el hecho de que
había algo
dentro de mi cerebro… lo que realmente dolía, aunque
sabía, por años de
experiencia que el dolor es un instrumento de
diagnóstico rotundo e
inespecífico.
Debido a que no se había producido un terremoto en
Papúa Nueva
Guinea ese día, mis padres estaban súper enfocados en
mí, así que no
podía ocultar esta inundación repentina de ansiedad.
—¿Está todo bien? —preguntó mamá mientras comía.
—Uh-huh —dije. Tomé un bocado de hamburguesa. Tragué.
Traté de decir
algo que una persona normal, cuyo cerebro no estuviera
ahogándose en
pánico diría—. ¿Hay brócoli en las hamburguesas?
—Un poco —dijo papá—. Es muy emocionante el que
probablemente
podrás ir a Ámsterdam.
—Sí —dije. Traté de no pensar en la palabra herida,
que por supuesto es
una manera de pensar en ello.
—Hazel —dijo mamá—. ¿En dónde estás ahora?
—Sólo pensando, supongo —dije.
—Twitterpated18 —me dijo mi papá, sonriendo.
—No soy un conejo, y no estoy enamorada de Gus Waters
o cualquier
persona —contesté, demasiado a la defensiva. Herida.
Como Caroline
Mathers que había sido una bomba y cuando había
explotado todo el
mundo a su alrededor se quedó con las incrustaciones
de la metralla.
Papá me preguntó si estaba trabajando en algo para la
escuela.
—Tengo un poco de tarea álgebra avanzada —le dije—. Es
tan avanzada
que no podría explicarlo a un laico19.
—¿Y cómo está tu amigo Isaac?
—Ciego —dije.
—Estás siendo muy adolescente hoy —dijo mamá. Parecía
molesta al
respecto.
—¿No es esto lo que quieres, mamá? ¿Qué sea
adolescente?
—Bueno, no necesariamente este tipo de adolescente,
pero por supuesto,
tu padre y yo estamos muy contentos de verte
convertida en una mujer
joven, haciendo amigos, yendo a citas.
—No voy a citas —dije—. No quiero ir a citas con
nadie. Es una idea terrible
y una enorme pérdida de tiempo y…
—Cariño —dijo mi mamá—. ¿Qué pasa?
—Soy como. Como. Soy como una granada, mamá. Soy una
granada y en
algún momento voy a estallar y me gustaría reducir al
mínimo las víctimas,
¿de acuerdo?
Mi padre ladeó un poco la cabeza hacia un lado, como
un perrito
Regañado.
—Soy una granada —dije de nuevo—. Sólo quiero
mantenerme alejada de
la gente y leer libros, pensar y estar con ustedes
porque no hay nada que
yo pueda hacer para no dañarlos; están demasiado
involucrados, así que
por favor, déjenme hacer eso, ¿está bien? No estoy
deprimida. No
necesito salir más. Y no puedo ser una adolescente
normal, porque soy una
granada.
—Hazel —dijo papá, y luego se le hizo un nudo en la
garganta. Lloraba
mucho, mi papá.
—Voy a ir a mi habitación y leer un rato, ¿está bien?
Estoy bien. Realmente
estoy muy bien, sólo quiero ir a leer un rato.
Empecé tratando de leer esta novela que me habían
asignado, pero
vivíamos en una casa de paredes trágicamente delgadas,
por lo que
pude oír gran parte de la conversación en voz baja que
se produjo.
Mi papá decía—: Me mata.
Y mi mamá diciendo—: Eso es exactamente lo que no
necesita escuchar.
Mi padre diciendo—: Lo siento, pero…
Y mi mamá diciendo—: ¿No estás agradecido?
Y él, diciendo—: Dios, por supuesto estoy agradecido.
—Seguía tratando
de entrar en esta historia, pero no podía dejar de
escucharlos.
Así que me giré a mi computadora para escuchar música,
y con la banda
favorita de Augustus, The Hectic Glow, como mi banda
sonora, volví a la
página del homenaje a Caroline Mathers, leyendo acerca
de cómo fue su
lucha heroica, y lo mucho que era extrañada, y cómo
ella estaba en un
lugar mejor, y cómo iba a vivir para siempre en sus
memorias, y cómo
todos los que la conocían, todos, estaban abatidos por
su ausencia.
Tal vez se suponía que debía odiar a Caroline Mathers
o algo así, porque
había estado con Augustus, pero no lo hacía. No podía
ver muy
claramente en medio de todos los homenajes, pero no
parecía haber
mucho odio… parecía ser sobre todo una persona enferma
profesional,
como yo, lo que hizo que me preocupara que cuando
muriera no tendrían nada qué decir sobre
mí, salvo que luché heroicamente, como si la única
cosa que siempre hubiera hecho era tener cáncer.
De todos modos, con el tiempo empecé a leer las
pequeñas notas de
Caroline Mathers, que en realidad eran en su mayoría
escritas por sus
padres, porque creo que su cáncer cerebral era de la
variedad que te
hace que no seas tú antes de que te haga no vivir.
Por lo tanto era todo como:
Caroline sigue teniendo problemas de conducta. Está
luchando mucho
con la ira y la frustración por no ser capaz de
hablar, nos sentimos
frustrados por estas cosas, también, por supuesto,
pero tenemos maneras
socialmente más aceptables de lidiar con nuestra ira.
A Gus le ha dado por llamar a Caroline HULK
DESTROZADOR, que resuena
con los médicos. No hay nada fácil en esto para
cualquiera de nosotros,
pero tomas humor de donde puedas conseguirlo.
Esperando volver a casa
el jueves. Les haremos saber. . .
No fue a su casa el jueves, no falta decirlo.
Así que por supuesto me puse tensa cuando me tocó.
Estar con él sería
hacerle daño… inevitablemente. Y eso es lo que sentí
mientras se
acercaba a mí: Me sentí como si estuviera cometiendo
un acto de
violencia contra él, porque lo hacía.
Decidí enviarle un mensaje de texto. Quería evitar
toda una conversación
al respecto.
Hola, así que bien, no sé si vas a entender esto, pero
no puedo besarte ni
nada. No es que necesariamente quieras, pero no puedo.
Cuando trato de verte de esa manera, todo lo que veo
es por lo que te
voy hacer pasar. Tal vez eso no tiene sentido para ti.
De todos modos, lo siento.
Respondió unos minutos más tarde.
Bien.
Le contesté:
Bien.
Respondió:
¡Oh, Dios, deja de coquetear conmigo!
Sólo dije:
Bien.
Mi teléfono sonó instantes después.
Estaba bromeando, Hazel Grace. Lo entiendo. Pero los
dos sabemos que
Bien es una palabra muy coqueta. Bien, está LLENA de
sensualidad.
Estuve tentada a responder Bien otra vez, pero me lo
imaginé en mi
funeral, y eso me ayudó a responder correctamente.
Lo siento.
~♥~♥~♥~♥~
Traté de ir a dormir con mis auriculares aún puestos,
pero después de un
tiempo mi mamá y mi papá entraron, y mi mamá agarró a
Bluie de la
estantería y lo estrechó contra su estómago, y mi
padre se sentó en la silla
de mi escritorio, y sin llorar, dijo:
—Tú no eres una granada, no para nosotros. Pensar en
ti muriendo nos
entristece, Hazel, pero no eres una granada. Eres
asombrosa. No puedes
saber, dulzura, porque nunca has tenido a un bebé que
se convierte en un
lector joven y brillante, con un interés secundario en
programas de
televisión horribles, pero la alegría que nos traes es
mucho mayor que la
tristeza que sentimos sobre tu enfermedad.
—Bien —dije.
—En realidad —dijo mi papá—. No te mentiría acerca de
esto. Si tú fueras
más problemas de lo que vales, sólo te tiraríamos a la
calle.
—No somos personas sentimentales —agregó mamá,
impasible—. Te
dejaríamos en un orfanato con una nota clavada en tu
pijama.
Me eché a reír.
—No tienes que ir al grupo de apoyo —agregó mamá—. No
tienes que
hacer nada. Salvo ir a la escuela. —Me dio el oso.
—Creo que Bluie puede dormir esta noche en el estante
—le dije.
—Permítanme recordarles que tengo más de treinta y
tres medios años de
edad.
—Quédatelo esta noche —dijo.
—Mamá —dije.
—Él está solo —dijo.
—Oh, mi Dios, mamá —dije. Pero tomé al estúpido Bluie
y como que me
abracé a él mientras me quedaba dormida.
Todavía tenía un brazo envuelto en Bluie, de hecho,
cuando me desperté
justo después de las cuatro de la mañana con un dolor
apocalíptico
tocándome desde el inalcanzable centro de mi cabeza.
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