viernes, 14 de marzo de 2014

Bajo la misma estrella. [Capítulos 10-12]




Capítulo 10

Sólo pudimos llevar una maleta. Yo no podía cargar una, y mamá
insistió en que ella no podía llevar dos, así que tuvimos que
hacernos espacio en esta maleta negra que mis padres
obtuvieron como regalo de matrimonio hace un millón de años, una
maleta que suponía debía pasar su vida en locaciones exóticas pero
terminó mayormente yendo y volviendo de Dayton, donde Morris Property
Inc., tenía una sucursal que papá visitaba a veces.
Discutí con mamá que yo debería tener un poco más de la mitad de la
maleta, ya que sin mí y mi cáncer, nunca estaríamos yendo a Ámsterdam
en primer lugar. Mamá rebatió que ella era dos veces más grande que yo
por lo que necesitaba más tela para conservar su modestia, merecía al
menos dos tercios de la maleta.
Al final, ambas perdimos. Así que fue.
Nuestro vuelo no salía hasta el mediodía, pero mamá me despertó a las
cinco y media, encendiendo la luz y gritando, “¡ÁMSTERDAM!” Corrió
alrededor toda la mañana asegurándose de que tuviéramos adaptadores
de enchufes internacionales y cuádruple chequeando que tuviéramos el
número correcto de tanques de oxígeno para llegar allá y que estuvieran
todos llenos, etc., mientras yo solo salía de mi cama, me puse mi
Vestimenta para Viajar a Ámsterdam, jeans, una camiseta sin mangas
rosada, y una chaqueta negra en caso de que en el avión hiciera frío.
El automóvil estaba cargado para las seis quince, por lo cual mamá insistió
que tomáramos desayuno con papá, a pesar de que tenía una oposición
moral a comer antes del amanecer en las tierras porque no era un ruso del
siglo diecinueve felizmente fortificándome para un día en el campo. Pero
de todas formas, intenté ingresar a mi estómago algunos huevos mientras
mamá y papá disfrutaban estas versiones caseras de los Huevos McMuffins
que les gustaban. —¿Por qué las comidas para el desayuno son comidas
para el desayuno? —les pregunté—. Como, ¿por qué no comemos curry
para desayunar?
—Hazel, come.
—Pero ¿por qué? —pregunté—. Me refiero a que, en serio: ¿Cómo los
huevos revueltos se quedaron atascados en la exclusividad del desayuno?
Puedes poner tocino en un sándwich sin que nadie enloquezca. Pero en el
momento en que tu sándwich tiene huevo, bum, es un sándwich de
desayuno.
Papá contestó esto con su boca llena. —Cuando vuelvas, tomaremos
desayuno para cenar. ¿Trato?
—No quiero tomar un “desayuno para cenar” —contesté, cruzando el
cuchillo y tenedor sobre mi plato casi lleno—. Quiero comer huevos
revueltos para cenar sin esta ridícula interpretación de que una comida
que incluya huevo revuelto es un desayuno incluso cuando ocurre a la
hora de la cena.
—Tienes que escoger tus batallas en este mundo, Hazel —dijo mi mamá—.
Pero si este es el problema que quieres defender, estaremos detrás de ti.
—Un poco más atrás de ti —agregó mi papá, y mamá rió.
De todas formas, sabía que era tonto, pero me sentía algo mal por los
huevos revueltos.
Luego de que terminaron de comer, papá lavó los platos y nos acompañó
al automóvil. Por supuesto, él comenzó a llorar, y besó mi mejilla con su
húmeda cara sin afeitar. Presionó su nariz contra mi mejilla y susurró—: Te
amo. Estoy tan orgulloso de ti. Por qué, me pregunté.
—Gracias, papá.
—Te veré en unos días, ¿bueno, cariñito? Te amo tanto.
—También te amo, papá —sonreí—. Y son sólo tres días.
Mientras nos alejábamos de la entrada, continué despidiéndome con la
mano de él. Él estaba despidiéndose de vuelta, y llorando. Me imaginé
que podía pensar que tal vez nunca me vería de nuevo, lo que 
posiblemente pensaba cada mañana de toda su vida semanal mientras se
iba al trabajo, lo que probablemente apestaba.
Mamá y yo fuimos hacia la casa de Augustus, y cuando llegamos allí, ella
quería que me quedara en el auto para descansar, pero fui a la puerta
con ella de todas formas. Mientras nos acercábamos a la casa, podía
escuchar a alguien llorar dentro. No creí que fuera Gus al principio, porque
no sonaba en nada como el grave sonido de su hablar, pero entonces
escuché una voz que era definitivamente una retorcida versión de la suya
decir—: PORQUE ES MI VIDA, MAMÁ. ME PERTENECE A MÍ. —Y rápidamente
mi mamá puso su brazo alrededor de mis hombros y me giró de vuelta al
auto, caminando rápidamente, y yo estaba como—: Mamá, ¿qué está
mal?
Y ella dijo—: No podemos escuchar a escondidas, Hazel.
Volvimos a entrar al auto y le envié un mensaje a Augustus de que
estábamos afuera cuando estuviera listo.
Miramos fijamente la casa por un rato. La cosa rara sobre las casas es que
casi siempre lucen como si nada estuviera pasando dentro de ellas, a
pesar de que contienen la mayoría de nuestras vidas. Me pregunté si ese
era el punto de la arquitectura.
—Bueno —dijo mamá luego de un rato—, estamos con algo de
anticipación, supongo.
—Casi como si no tuviera que haberme levantado a las cinco y treinta —
dije. Mamá se inclinó hacia el panel entre nosotras, levantó su tazón de
café, y tomó un trago. Mi teléfono vibró. Un mensaje de texto de Augustus.
Solo NO PUEDO decidir que usar. ¿Te gusto más en un polo o una de
botones?
Yo respondí:
Abotonado.
Treinta segundos después, la puerta delantera se abrió, y un sonriente
Augustus apareció, una maleta con ruedas atrás de él. Usaba una camisa
apretada de color azul cielo con botones metida en sus jeans. Un Camel 
Light colgaba de sus labios. Mi mamá salió para saludarlo. Él se quitó el
cigarrillo momentáneamente y habló en la voz segura a la cual estaba
acostumbrada. —Siempre es un placer verla, Señora.
Los observé a través del espejo retrovisor hasta que mamá abrió el
maletero. Momentos después, Augustus abrió una puerta al lado de mí y
comenzó la complicada tarea de entrar al asiento trasero de un auto con
una pierna.
—¿Prefieres a la fuerza? —pregunté.
—Absolutamente no —dijo él—. Y hola, Hazel Grace.
—Hola —dije—. ¿Bien? —pregunté.
—Bien —dijo.
—Bien —dije.
Mi mamá entró y cerró la puerta del auto. —Siguiente parada, Ámsterdam
—anunció.
~♥~♥~♥~♥~

Lo que no era cierto. La siguiente parada era el estacionamiento del
aeropuerto, y luego un autobús nos llevó a la terminal, y luego un auto
eléctrico abierto nos llevó a la línea de seguridad. El chico TSA en la línea
del frente estaba gritando sobre como nuestros bolsos mejor no
contuvieran explosivos o armas de fuego o nada líquido sobre 85 gramos, y
yo le dije a Augustus—: Observación: Pararse en línea es una forma de
opresión —Y él dijo—. En serio.
En lugar de ser registrada a mano, preferí caminar a través del detector de
metales sin mi carro o mi tanque o siquiera las prominencias de plástico en
mi nariz. Caminar a través de la máquina de rayos X marcó la primera vez
que avancé un paso sin oxígeno en unos meses, y se sintió algo increíble
caminar libre de peso así, avanzando a través del Rubicon, la máquina
silenciosamente reconociendo que yo era, aunque por un tiempo corto,
una criatura des-metalizada. 
Sentí un dominio corporal que no puedo describir excepto al decir que
cuando era una niña solía tener una mochila realmente pesada que
llevaba a todas partes con todos mis libros en ella, y que si caminaba
alrededor con la mochila por suficiente tiempo, cuando me la quitaba me
sentía como si estuviera flotando.
Luego de cómo diez segundos, mis pulmones se sintieron como si
estuvieran plegándose sobre ellos como flores al anochecer. Me senté en
una banca gris justo al pasar la máquina e intenté recuperar el aliento, mi
tos una vibrante llovizna, y me sentí algo miserable hasta que tuve la
cánula de vuelta en su lugar.
Incluso así, dolía. El dolor siempre estaba allí, empujándome dentro de mí
misma, demandando ser sentido. Siempre se sentía como si estuviera
despertando del dolor cuando algo en el mundo exterior de pronto
necesitaba mi comentario o atención. Mamá estaba mirándome,
preocupada. Ella acababa de decir algo. ¿Qué acababa de decir?
Luego lo recordé. Ella había preguntado que estaba mal.
—Nada —dije.
—¡Ámsterdam! —medio gritó ella.
Sonreí. —Ámsterdam —contesté. Ella estiró su mano hacia mí y me levantó.
Llegamos a la puerta de embarque una hora antes de nuestro tiempo
programado de embarque. —Sra. Lancaster, es una persona
impresionantemente puntual —dijo Augustus mientras se sentaba junto a
mí en la mayormente vacía área de embarque.
—Bueno, ayuda que no esté técnicamente muy ocupada —dijo ella.
—Estás bastante ocupada —le dije, aunque me imaginé que el trabajo de
mamá era mayormente yo. Estaba también el trabajo de estar casada
con mi papá, él no tenía idea acerca de, como, las finanzas y contratar
plomeros y cocinar y hacer cosas más que trabajar para Morris Property,
Inc., pero era mayormente yo. Su principal razón para vivir y mi principal
razón para vivir aquí horriblemente involucrada. 
Mientras los asientos alrededor de la puerta comenzaban a llenarse,
Augustus dijo—: Voy a comprar una hamburguesa antes de que nos
vayamos. ¿Puedo traerles algo?
—No —dije—, pero realmente aprecio tu rechazo a ceder ante la
convención social sobre los desayunos.
Ladeó su cabeza hacia mí, confundido. —Hazel ha desarrollado un
conflicto con la guetización de los huevos revueltos —dijo mamá.
—Es embarazoso que todos caminemos por la vida ciegamente
aceptando que los huevos revueltos son fundamentalmente asociados
con las mañanas.
—Quiero hablar más sobre esto —dijo Augustus—. Pero estoy muerto de
hambre. Volveré pronto.
~♥~♥~♥~♥~
Cuando Augustus no había aparecido luego de veinte minutos, le
pregunté a mamá si creía que algo estaba mal, y ella levantó la mirada de
su revista horrible sólo lo suficiente para decir: —Probablemente sólo fue al
baño o algo.
Un guardia de la puerta vino y cambió mi contenedor de oxígeno con uno
provisto por la aerolínea. Estaba avergonzada por tener a esta mujer
arrodillada en frente de mí mientras todos observaban, así que le envié un
mensaje a Augustus mientras ella lo hacía. Él no respondió. Mamá no
parecía preocupada, pero estaba imaginando todo tipo de destinos
fatales del viaje a Ámsterdam, arresto, lesión, crisis emocional, y sentí como
si hubiera algo malo del tipo no canceroso en mi pecho mientras los
minutos pasaban.
Y justo cuando la mujer detrás del mostrador de pasajes anunció que iban
a comenzar a abordar a la gente que podría necesitar algo de tiempo
extra y cada persona en el área de embarque se giró de lleno hacia mí, vi
a Augustus cojeando rápidamente hacia nosotros con una bolsa de
McDonald’s en una mano, su mochila colgando de su hombro.
—¿Dónde estabas? —le pregunté. —La fila se puso muy larga, lo siento —dijo, ofreciéndome una mano. La
tomé, y caminamos lado a lado hacia la puerta para abordar.
Podía sentir a todos mirándonos, preguntándose que estaba mal con
nosotros, y si eso nos iba a matar, y cuán heroica mi madre debe ser, y
todo lo demás. Esa era la peor parte de tener cáncer, a veces: La
evidencia física de enfermedad te separa de otra gente. Éramos
incompatibles, y nunca fue más obvio que cuando los tres caminamos a
través del avión vacío, la aeromoza asintiendo compasivamente y
haciendo gestos hacia nuestra fila en la distante parte trasera. Me senté al
medio de nuestra fila de tres personas con Augustus en el asiento de la
ventana y mamá en el corredor. Me sentí algo acorralada por mamá, así
que por supuesto me moví más cerca de Augustus. Estábamos justo atrás
del ala del avión. Él abrió su bolsa y desenvolvió su hamburguesa.
—La cosa sobre los huevos, sin embargo —dijo él—, es que la
desayunización le da a los huevos revueltos un cierto valor sagrado, ¿no?
Puedes comer tocino o queso Cheddar en cualquier momento, de tacos a
sándwiches de desayuno a queso fundido, pero los huevos revueltos, ellos
son importantes.
—Absurdo —dije. La gente estaba comenzando a entrar al avión ahora.
No quería mirarlos a ellos, así que miré hacia otro lado, y mirar hacia otro
lado era mirar a Augustus.
—Solo estoy diciendo que: tal vez los huevos revueltos están guetizados,
pero además son especiales. Tienen un lugar y una hora, como la iglesia.
—No puedes estar más equivocado —dije—. Estás comprando los
sentimientos de un punto de cruz de las almohadas de tus padres. Estás
argumentando que la cosa frágil, rara es hermosa simplemente porque es
frágil y rara. Pero eso es una mentira, y tú lo sabes.
—Eres una persona difícil de reconfortar —dijo Augustus.
—Lo que reconforta fácil no es reconfortante —dije—. Tú eras una rara y
extraña flor una vez. Recuerda.
Por un momento, no dijo nada. —Tú sabes cómo callarme, Hazel Grace.
—Es mi privilegio y mi responsabilidad —respondí. 
Antes de romper el contacto con mis ojos, dijo—: Escucha, lamento evitar
la zona de embarque. La línea del McDonald no era realmente larga;
sólo… sólo no quería sentarme allí con todas esas personas mirándonos o lo
que sea.
—A mí, mayormente —dije. Podías echar un vistazo a Gus y nunca sabrías
que había estado enfermo, pero yo llevaba mi enfermedad en el exterior,
que es parte de por qué me convertí en casera en primer lugar—. Augustus
Waters, notado carismático, se siente avergonzado de sentarse junto a una
chica con un tanque de oxígeno.
—No avergonzado —dijo—. Ellos sólo me enfadan a veces. Y no quiero
enfadarme hoy. —Después de un minuto, escarbó es su bolsillo y abrió su
paquete de cigarrillos.
Cerca de nueve minutos después, una azafata rubia se apresuró a nuestra
fila y dijo—: Señor, no puede fumar en este avión. O en cualquier avión.
—No fumo —explicó, el cigarrillo bailando en su boca mientras habló.
—Pero…
—Es una metáfora —expliqué—. Él pone la cosa asesina en su boca pero
no le da el poder para asesinarlo.
La azafata estuvo desconcertada por sólo un momento.
—Bien, esta metáfora está prohibida en el vuelo de hoy —dijo. Gus asintió y
devolvió el cigarrillo a su paquete.
Finalmente rodamos hacia la pista y el piloto dijo—: Asistentes de vuelo,
prepárense para partir —Y luego dos tremendos motores de avión rugieron
a la vida y comenzamos a acelerar—. Esto es lo que se siente manejar en
un auto contigo —dije, y él sonrió, pero mantuvo su mandíbula cerrada
herméticamente y dije: —¿Estás bien?
Estábamos tomando velocidad y de repente la mano de Gus agarró el
reposabrazos, sus ojos anchos, y puse mi mano encima de la suya y dije—:
¿Estás bien? —No dijo nada, solo me miró con los ojos anchos, y dije—:
¿Estás asustado por volar? 
—Te lo diré en un minuto —dijo. La nariz del avión se elevó y estábamos en
el aire. Gus miró por la ventana, viendo al planeta contraerse bajo
nosotros, y luego sentí su mano relajarse sobre la mía. Me miró y luego
volvió a la ventana—. Estamos volando —anunció.
—¿Nunca has estado en un avión antes?
El sacudió su cabeza. —¡MIRA! —medio gritó, apuntando a la ventana.
—Si —dije—, Si, lo veo. Se ve como si estuviéramos en un avión.
—NADA SE VIO ALGUNA VEZ ASI EN LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD —dijo.
Su entusiasmo era adorable. No pude resistir inclinarme para besarlo en la
mejilla.
—Sólo para que sepas, estoy justo aquí —dijo mamá—. Sentada junto a ti.
Tu madre. Quien sostuvo tu mano mientras dabas tus primeros pasos
infantiles.
—Es amigable —le recordé, girándome para besarla en la mejilla.
—No se siente demasiado amigable —masculló Gus lo suficientemente
fuerte para que sólo yo lo oyera. Cuando sorpresivo y excitante e
inocentemente Gus emergió de Gran Gesto Metafóricamente Inclinado
Augustus, literalmente no pude resistirme.
~♥~♥~♥~♥~

Era un vuelo rápido hacia Detroit, donde el pequeño auto eléctrico nos
encontraría cuando desembarcáramos y nos llevaría hacia la puerta de
embarque a Ámsterdam. Este avión tenía televisores en la parte trasera de
cada asiento, y una vez que estuvimos sobre las nubes, Augustus y yo
programamos el reloj así empezamos a mirar la misma comedia romántica
al mismo tiempo en nuestras respectivas pantallas. Pero aún aunque
estábamos perfectamente sincronizados en nuestros presionar el botón de
encendido, su película empezó un par de segundos antes que la mía, por
lo que en cada momento divertido, él se reía justo cuando yo empezaba a
saber de qué iba el chiste.
~♥~♥~♥~♥~

Mamá tenía este gran plan de que durmiéramos por las últimas varias
horas de vuelo, así cuando aterrizáramos a las ocho a.m., llegaríamos a la
ciudad listos para chupar la médula de la vida o lo que sea. Así que
después de que la película terminó, mamá, Augustus y yo tomamos
píldoras para dormir. Mamá cayó dentro de unos segundos, pero Augustus
y yo nos quedamos despiertos para mirar afuera de la ventana por un
momento. Era un día claro, y aunque no podíamos ver la puesta del sol,
podíamos ver la respuesta del cielo.
—Dios, esto es hermoso —dije mayormente para mí.
—El sol se eleva demasiado brillante en sus perdidos ojos —dijo, una línea
de Una Aflicción Imperial.
—Pero no está elevándose —dije.
—Se está elevando en algún lugar —respondió, y luego, después de un
momento, dijo—: Observación: Sería impresionante volar en un avión súper
rápido que pueda perseguir la salida del sol alrededor del mundo por un
momento.
—También me gustaría vivir más tiempo —me miró inquisitivamente—. Tú
sabes, por la relatividad o lo que sea. —Aún me miraba confuso—.
Envejecemos más despacio cuando nos movemos rápidamente contra lo
inmóvil. Así que justo ahora el tiempo está pasando más despacio para
nosotros que para la gente en el suelo.
—Chicas universitarias —dijo—. Son muy inteligentes.
Rodé mis ojos. Chocó su rodilla, real, con mi rodilla y yo choqué su rodilla
de nuevo contra la mía. —¿Estás soñoliento? —le pregunté.
—No del todo —respondió.
—Sí —dije—. Yo tampoco —Medicinas para dormir y narcóticos no me
hacían lo que le hacían a la gente normal.
—¿Quieres ver otra película? —preguntó—. Tienen una película de
Portman, de su época de Hazel.
—Quiero ver algo que no haya visto. 
Al final vimos 300, una película de guerra sobre 300 Espartanos que
protegían Esparta de una invasión armada de como un billón de Persas. La
película de Augustus empezó antes que la mía de nuevo, y después de
algunos minutos de escucharlo decir, “¡Dang!” o “¡Fatal!” cada vez que
era asesinado de algún modo rudo, me incliné en el reposabrazos y ponía
mi cabeza en su hombro así podía ver su pantalla y podíamos realmente
ver la película juntos.
300 presentó una considerable colección de chicos sin camisa y bien
aceitados, así que no fue particularmente difícil para los ojos, pero era
mayormente un montón de espadas blandiendo a efectos no reales. Los
cuerpos de los Persas y los Espartanos estaban amontonados, y no podía
descubrir porque los Persas eran tan malvados o los Espartanos tan
impresionantes.
—Contemporaneidad —para citar a la UAI—, se especializa en el tipo de
batallas en las que no se pierde nada de valor, excepto, podría decirse,
sus propias vidas. —Y así era con este choque de titanes.
Hacia el final de la película, casi todos estaban muertos, y estaba ese
insano momento cuando los Espartanos empezaron a apilar los cuerpos de
los muertos para formar un muro de cadáveres. La muerte se convirtió en
esta masiva barricada estando entre los Persas y el camino a Esparta.
Encontré la sangre derramada un poco gratuita, así que miré lejos por un
momento, preguntando a Augustus—: ¿Cuánta gente muerta crees que
hay allí?
Me despidió con un ademán. —Shh. Shh. Se está poniendo increíble.
Cuando los Persas atacaron, tuvieron que escalar el muro de muertos, y los
Espartanos fueron capaces de ocupar el suelo más alto en la cima de la
montaña de cuerpos, y mientras los cuerpos apilados aumentaban, el
muro de mártires sólo crecía y por lo tanto era más difícil de escalar, y
todos balanceaban espadas/lanzaban flechas, y los ríos de sangre se
vertían por Monte Muerte, etc.
Saqué mi cabeza de sus hombros por un momento para tomar un
descanso de tanta sangre y miré a Augustus mirar la película. Él no podía
contener su sonrisa tonta. Miré mi propia pantalla a través de mis ojos
entrecerrados mientras la montaña crecía con los cuerpos de los Persas y 
Espartanos. Cuando los Persas finalmente invadieron a los Espartanos, miré
a Augustus de nuevo. Incluso aunque los chicos buenos habían perdido,
Augustus parecía francamente alegre. Lo acaricié de nuevo, pero
mantuve mis ojos cerrados hasta que la batalla terminó.
Mientras los créditos avanzaban, se sacó los auriculares y dijo—: Lo siento,
estaba inundado de la nobleza del sacrificio. ¿Qué estabas diciendo?
—¿Cuánta gente muerta piensas que había allí?
—Como, ¿Cuánta gente ficticia murió en esta película ficticia? No
suficiente —bromeó.
—No, me refiero, como, alguna vez. Como, ¿Cuánta gente piensas que
alguna vez murió?
—Sucede que yo se la respuesta a esta pregunta —dijo—. Hay siete billones
de personas vivas, y cerca de noventa y ocho billones de personas
muertas.
—Oh —dije. Había pensado que tal vez desde que el crecimiento de la
población había sido tan rápido, había más personas vivas que todas las
muertas combinadas.
—Hay cerca de catorce personas muertas por cada persona viva —dijo.
Los créditos continuaron avanzando. Tomó un gran tiempo para identificar
todos esos cadáveres, imaginé. Mi cabeza aún estaba en su hombro—.
Hice alguna investigación sobre esto un par de años atrás —continuó
Augustus—. Me estaba preguntando si todos podemos ser recordados.
Como, si nos organizamos, y asignamos un cierto número de cadáveres
para cada persona viva, ¿seriamos suficientes para recordar todas las
personas muertas?
—¿Y lo somos?
—Seguro, cualquiera puede nombrar a catorce personas muertas. Pero
somos dolientes desorganizados, así que un montón de personas terminan
recordando a Shakespeare, y nadie termina recordando a la persona que
escribió Soneto Cincuenta y Cinco.
—Sí —dije.   
Estuvo tranquilo por un minuto, y luego él habló—: ¿Quieres leer o algo? —
dije seguro. Yo estaba leyendo un largo poema llamado Aullido de Allen
Ginsberg para mi clase de poesía, y Gus estaba releyendo Una Aflicción
Imperial.
Después de un momento dijo—: ¿Es bueno?
—¿El poema? —pregunté.
—Sí.
—Sí, es genial. Los chicos en este poema tomaban incluso más drogas que
yo. ¿Cómo en UAI?
—Todavía perfecto —dijo—. Léeme.
—Este no es un poema para leer en voz alta cuando estás sentado junto a
tu durmiente madre. Esto tiene, como, la sodomía y el polvo del ángel en
él —dije.
—Té solo nombraste dos de mis pasatiempos favoritos —dijo—. Bien, ¿me
leerás algo luego?
—Um —dije—. ¿No tengo nada más?
—Esto es muy malo. Estoy en un estado de ánimo para la poesía. ¿No
tienes nada memorizado?
—Vamos entonces, tú y yo —empecé nerviosamente—. Cuando la noche
se extiende contra el cielo/ como un paciente anestesiado sobre la mesa.
—Más despacio —dijo.
Me sentí vergonzosa, como había estado cuando le dije por primera vez
de Una Aflicción Imperial. —Um, está bien. “Vamos, a través de ciertas
calles medio desiertas, /los murmullos retirados /de inquietas noches en una
noche de hoteles baratos /y restaurantes de aserrín con conchas de ostras:
/calles que siguen como un tedioso argumento /o insidiosos intentos /de
dirigirte en una abrumadora pregunta… /oh, no preguntes, ¿Qué es?/
Vamos y hagamos nuestra visita.”
—Estoy enamorado de ti —dijo tranquilamente. 
—Augustus —dije.
—Lo estoy —dijo. Se estaba inclinando hacia mí, y podía ver las esquinas
de sus ojos arrugándose—. Estoy enamorado de ti, y no estoy en el negocio
de negarme el simple placer de decir cosas verdaderas. Estoy enamorado
de ti, y sé que este amor es sólo un grito en el vacío, y este olvido es
inevitable, y que estamos todos condenados y que vendrá un día cuando
todo nuestro trabajo sea polvo, y sé que el sol se tragará la única tierra que
alguna vez tendremos, y estoy enamorado de ti.
—Augustus —dije de nuevo, no sabiendo que más decir. Sentía que todo
se estaba elevando en mí, como que estaba ahogándome en esta
extrañamente dolorosa alegría, pero no podía decirle algo a cambio. No
podía decirle nada a cambio. Sólo lo miré y lo dejé mirarme hasta que
asintió, labios fruncidos, y se dio la vuelta, descansando un costado de su
cabeza contra la ventana.
Capítulo 11

Creo que debe haberse quedado dormido. Yo también lo hice,
eventualmente, y desperté con el aterrizaje en proceso. Mi boca
sabía horrible, y traté de mantenerla cerrada por miedo a
envenenar el avión. Miré a Augustus, quien miraba por la ventana, y
mientras descendíamos por las nubes, estiré mi espalda para ver los Países
Bajos. La tierra parecía hundirse en el océano, pequeños rectángulos
verdes rodeados por todas partes de canales. Aterrizamos, de hecho,
paralelamente a un canal, ya que había dos pistas, una para nosotros y
una para el flujo de agua.
Luego de tomar nuestras mochilas y equipaje, todos nos apilamos en un
taxi conducido por este tipo rechoncho y calvo que hablaba inglés a la
perfección, quiero decir, incluso mejor que yo.
—¿El hotel Filosoof? —dije.
Y respondió:
—¿Son americanos?
—Sí —dijo mamá—. De Indiana.
—Indiana —dijo—. Roban las tierras de los indios y dejan el nombre, ¿no?
—Algo así —dijo mamá. El taxi salió al tráfico y nos dirigimos a una avenida
con muchos signos azules con vocales dobles: Oosthuizen, Haarlem. Al
lado de la avenida, tierra chata se estiraba por kilómetros, interrumpida por
ocasionales cuarteles gigantes corporativos. En poco, Holanda se empezó
a ver como Indianápolis, sólo que con autos más pequeños.
—¿Esto es Ámsterdam?—pregunté al conductor.
—Sí y no —respondió—. Ámsterdam es como los anillos de un árbol: Se
hace más viejo a medida que te acercas al centro.
Sucedió todo al mismo tiempo: Salimos de la autopista y vi las casas de mi
imaginación inclinándose precariamente hacia los canales, bicicletas y
cafés publicitando SALONES GRANDES PARA FUMADORES. Conducimos
sobre un canal por un puente y pude ver docenas de casas flotantes en el
agua. No se veía para nada como América. Se veía como una pintura
antigua, pero real, todo dolorosamente idílico en la luz matutina, y pensé
en cuán maravillosamente extraño sería vivir en un lugar donde casi todo
había sido construido por muertos.
—¿Estás casas son muy antiguas? —le pregunté a mi mamá.
—Muchas de las casas del canal datan de la edad Dorada, en el siglo 17
—dijo él—. Nuestra ciudad tiene una rica historia, aunque muchos clientes
solo quieran ver el Distrito de la luz roja —se pausó—. Algunos turistas
piensan que Ámsterdam es la ciudad del pecado, pero la verdad es que
es la ciudad de la libertad. Y en la libertad, la mayoría de las personas
encuentran el pecado
~♥~♥~♥~♥~
Todas las habitaciones en el hotel Filosoof estaban nombradas por filósofos:
Mamá y yo nos quedábamos en la planta baja en el Kierkegaard,
Augustus en el piso de arriba, en el Heidegger. Nuestra habitación era
pequeña: Una cama doble apretada contra la pared con mi máquina
BiPAP, un concentrador de oxígeno y una docena de tanques de oxígeno
recargables al pie de la cama. Pasando el equipamiento, había una vieja
silla con un almohadón en el asiento, un escritorio y una biblioteca sobre la
cama conteniendo los trabajos de Kierkegaard. En el escritorio
encontramos una canasta llena de regalos de los Genies: zapatos de
madera, una camiseta naranja de Holanda, chocolates y varios regalitos
más.
El Filosoof estaba justo junto al Vondelpark, el parque más famoso de
Ámsterdam. Mamá quería dar un paseo, pero yo estaba súper cansada,
así que encendió el BiPAP y lo puso junto a mí. Odiaba hablar con esa cosa
puesta, pero dije:
—Solo ve al parque y te llamaré cuando despierte.
—De acuerdo —dijo—. Duerme bien, cariño.


~♥~♥~♥~♥~

Pero cuando desperté unas horas después, ella estaba sentada en la
antigua silla del costado, leyendo una guía turística.
—Buenos días —dije.
—En realidad, buenas tardes —respondió, levantándose de la silla con un
suspiro. Vino a la cama, colocó el tanque y lo conectó el tubo mientras
apagaba el BiPAP y colocaba los tubitos en mi nariz. Lo puso a 2.5 litros por
minutos, seis horas antes de que necesitara un cambio, y luego me
levanté.
—¿Cómo te sientes? —preguntó.
—Bien —dije—. Genial. ¿Cómo estuvo el parque?
—No fui. Pero leí todo en la guía —dijo
—Mamá —dije—. No debías quedarte aquí.
Se encogió de hombros.
—Lo sé. Quería hacerlo. Me gusta verte dormir.
—Dijo la enredadera —Ella rió, pero aún me sentí mal—. Sólo quiero que te
diviertas o lo que sea, ¿sabes?
—De acuerdo. Me divertiré esta noche, ¿bien? Haré cosas alocadas de
mamá mientras tú y Augustus salen a cenar.
—¿Sin ti? —pregunté.
—Sí, sin mí. De hecho, tienen reservas en un lugar llamado Oranjee —dijo—.
La asistente del señor Van Houten lo arregló. Está en este vecindario
llamado Jordaan. Muy elegante, según la guía. Hay una estación justo a la
vuelta de la esquina. Augustus tiene las direcciones. Pueden comer fuera,
ver los botes pasar. Será encantador. Muy romántico.
—Mamá.
—Sólo digo —dijo—. Deberías vestirte. ¿El vestido para verano, quizás? 
Uno podría sorprenderse de la locura de la situación: Una madre manda a
su hija de dieciséis años sola con un chico de diecisiete en una ciudad
extraña conocida por su permisividad. Pero esto, también, era un efecto
secundario de morir: No podría correr o bailar o comer comidas ricas en
nitrógeno, pero en la ciudad de la libertad, estaba entre sus residentes más
liberados.
Usé de hecho el vestido para verano estampado azul suelto, hasta la
rodilla esta cosa de “por siempre 21”, con calzas y chatitas porque me
gustaba estar más baja que él. Pasé al hilarantemente pequeño baño y
batalle con mi cabello por un rato hasta que todo se vio en su lugar, como
una Natalie Portman del 2000. A las 6 en punto, mediodía en casa,
golpearon la puerta.
—¿Hola? —dije a través de la puerta. No había mirilla en las puertas del
hotel.
—Bien —respondió Augustus. Podía oír el cigarrillo en su boca. Me miré. El
vestido ofrecía más de mi clavícula de lo que Augustus había visto antes.
NO era obsceno ni nada, pero era lo más cerca que había estado de
mostrar algo de piel (mi madre tenía un dicho para esto con el que yo
acordaba: “Los de Lancaster no soportan diafragmas”.
Abrí la puerta. Augustus tenía un traje negro, solapas angostas
perfectamente hechas, sobre una camisa celeste y una delgada corbata
negra. El cigarrillo colgaba del lado no sonriente de su boca.
—Hazel Grace —dijo—. Te ves asombrosa.
—Yo —dije. Seguí pensando en el resto de la oración que saldría de mis
cuerdas vocales, pero nada pasó. Finalmente, dije—: Siento que voy muy
casual.
—Ah, ¿esta cosa vieja? —dijo sonriéndome.
—Augustus —dijo mi mamá de detrás de mí—, te ves extremadamente
apuesto.
—Gracias, señora —dijo. Me ofreció su brazo, lo tomé mirando a mamá.
—Te veo a las once —dijo
~♥~♥~♥~♥~
Esperando el tranvía número uno en una ancha calle, le dije a Augustus—:
¿El traje que usas para funerales, supongo?
—En realidad, no —dijo—. Ese traje no es ni de cerca tan lindo como este.
El tren azul y blanco llegó, y Augustus le dio nuestras tarjetas al conductor,
quien explicó que teníamos que ponerlas frente al sensor circular.
Mientras avanzábamos por el abarrotado tren, un anciano se levantó para
dejarnos sentar juntos y traté de decirle que se sentara, pero gesticuló al
asiento insistentemente. Pasamos tres paradas, inclinándome sobre Gus
para ver por la ventana juntos. Augustus apuntó a los árboles y dijo:
—¿Ves eso?
Lo hice. Había álamos alrededor de los canales, y estas semillas volaban
de ellos. Pero no parecían semillas. Se veían como pétalos de rosas
miniaturizados y desprovistos de color. Estos pétalos pálidos se reunían en el
viento como aves, miles de ellas, como una tormenta de nieve primaveral.
EL anciano que nos había dado el asiento nos notó mirando y dijo, en
inglés.
—Ámsterdam está en primavera. El iepen arroja confeti para recibirla.
Cambiamos de tren y luego de cuatro paradas más llegamos a una calle
dividida por un bello canal, los reflejos del puente antiguo y las casas
pintorescas moviéndose en el agua.
Oranjee estaba a pasos de la vía. El restaurante está a un lado de la calle,
el exterior en otra, en una plataforma de concreto justo al borde del canal.
La anfitriona se levantó mientras Augustus y yo caminábamos hacia ella.
—¿Sr. y Sra. Waters?
—¿Supongo? —dije.
—Su mesa —dijo, gesticulando hacia la calle a una pequeña mesa a
centímetros del canal—. El champagne es un regalo. 
Gus y yo nos miramos sonriendo. Una vez que cruzamos la calle, me
acercó un asiento y me ayudó a acercarme de nuevo a la mesa. Había
de hecho dos copas de champagne en nuestra mesa de mantel blanco.
La suave brisa del aire se balanceaba magníficamente con el brillo del sol;
a un lado de nosotros, los ciclistas pedaleaban, hombres y mujeres bien
vestidos camino a casa del trabajo, atractivas chicas rubias sentadas en
bicicletas de un amigo, chicos pequeños sin casco saltando en sillas
plásticas detrás de sus padres. Y en nuestro otro lado, el agua del canal
estaba llena de millones de semillas de confeti. Pequeños botes se
alineaban en los bancos de ladrillo, la mitad llenos de lluvia, algunos casi
hundiéndose.
Un poco más lejos bajando por el canal, podía ver las casas flotantes en
puentes, y en la mitad del canal un bote al aire libre, con el fondo plano
decorado con sillas de jardín y una radio portátil estaba parado frente a
nosotros. Augustus tomó su copa de champagne y la elevó. Tomé la mía,
incluso cuando nunca había tomado nada aparte de unos sorbos de la
cerveza de papá.
—Bien —dijo.
—Bien —dije, y chocamos las copas. Tomé un sorbo. Las pequeñas
burbujas se derritieron en mi boca y viajaron directamente a mi cerebro.
Dulce. Vigorizante. Delicioso—. Es realmente bueno —dije—. Nunca había
bebido champagne.
Un mesero joven y robusto con pelo rubio y ondulado apareció. Era quizás
más alto que Augustus.
—¿Sabes —preguntó con un acento delicioso—, lo que dijo Dom Pérignon
después de inventar el champagne?
—¿No? —dije
—Llamó a sus compañeros monjes: “Vengan rápido: Estoy saboreando las
estrellas”. Bienvenida a Ámsterdam. ¿Les gustaría ver el menú, o pedirán la
recomendación del chef?
Miré a Augustus y él me miró a mí.   
—La recomendación del chef suena maravillosa, pero Hazel es
vegetariana.
Le mencioné esto a Augustus precisamente una vez, el primer día que nos
conocimos.
—Eso no es problema —dijo el mesero.
—Fantástico. ¿Y podría traernos más de esto? —preguntó Gus, del
champagne.
—Por supuesto —dijo nuestro mesero—. Hemos embotellado todas las
estrellas esta tarde, mis jóvenes amigos. ¡Gah, el confeti23! —dijo, y sacudió
ligeramente una semilla de mi hombro descubierto—. No había sido tan
malo en muchos años. Está en todas partes. Es realmente molesto.
El mesero desapareció. Vimos el confeti caer del cielo, pasando por el
suelo en la brisa, y cayendo al canal.
—Es difícil creer que alguien encuentre esto molesto —dijo Augustus
después de un rato.
—La gente se acostumbra a la belleza, supongo.
—Yo todavía no me he acostumbrado —respondió, sonriendo. Sentí que
me sonrojaba—. Gracias por venir a Ámsterdam —dijo.
—Gracias por dejarme secuestrar tu deseo —dije.
—Gracias por usar ese vestido que es como wow —dijo. Sacudí mi cabeza,
tratando de no sonreírle. No quería ser una granada. Pero de nuevo, él
sabía lo que estaba haciendo, ¿no? Era su decisión también—. Oye,
¿cómo terminaba el poema? —preguntó.
—¿Qué?
—El que me recitaste en el avión.
 23 Confeti: Chaya, papelitos que tiran en las fiestas. En este caso habla de las semillas. 
—Oh ¿Prufrock? Termina: “Nos hemos quedado en la cámaras del mar/ Por
niñas del mar coronadas con algas rojas y cafés/ Hasta que las voces
humanas nos despierten, y nos hundamos”.
Augustus sacó un cigarrillo y presionó el filtro contra la mesa.
—Estúpidas voces humanas que siempre arruinan todo.
El mesero llegó con dos copas más de champagne y lo que él llamaba
“espárragos bélgicos blancos con infusión de lavanda”.
—Tampoco había tomado champagne —dijo Gus después de que se
fue—. En caso de que te lo estés preguntando o lo que sea. Tampoco he
comido nunca espárragos blancos.
Estaba devorando mi primera probada.
—Es increíble, lo prometo.
Él tomó una mordida, tragándolo.
—Dios. Si los espárragos supieran así todo el tiempo, también sería
vegetariano.
Algunas personas en un barco de madera laqueada se aproximaron a
nosotros por el canal. Uno de ellos, una mujer con cabello rubio y rizado,
quizás de treinta, bebió de su cerveza y luego levanto el vaso hacia
nosotros gritando algo.
—No hablamos holandés —gritó Gus en respuesta.
Uno de los otros gritó la traducción: —La hermosa pareja es hermosa.
~♥~♥~♥~♥~

La comida estaba tan buena que a medida que pasaba el tiempo,
nuestra conversación se centraba más y más en fragmentados cumplidos
de su exquisitez.
—Quiero que este risotto de zanahorias de dragón se convierta en una
persona para así llevarla a Las Vegas y casarnos.   
—Granizado de guisante dulce, ¡eres tan inesperadamente magnífico!
Me hubiera gustado estar más hambrienta. Después de los gnocchi de ajo
verde con hojas de mostaza roja, el mesero dijo:
—Ahora sigue el postre. ¿Quieren más estrellas primero?
Sacudí mi cabeza. Dos copas eran suficientes para mí. El champagne no
era la excepción de mi alta tolerancia de los aliviadores depresivos y de
dolor; me sentía cálida pero no intoxicada. Pero no quería
emborracharme. Noches como ésta no eran muy seguidas, y quería
recordarla.
—Mmm —dije después de que el mesero se fuera, y Augustus sonrió
torcidamente mientras miraba hacia el canal y yo miraba al cielo.
Teníamos mucho que mirar, así que el silencio no se sentía incómodo, pero
quería que todo fuera perfecto, creo, pero parecía como si alguien
hubiera tratado de crear el marco de Ámsterdam en mi imaginación, lo
que hacía difícil olvidar que esta cena, así como el viaje, era una de las
ventajas del cáncer. Solamente quería que habláramos y bromeáramos
cómodamente, como lo hacíamos en sillón en casa, pero una tensión se
extendía sobre todo.
—No es mi traje de funeral —dijo después de un tiempo—. Cuando me
enteré por primera vez que estaba enfermo, quiero decir, me dijeron que
tenía ochenta por ciento de posibilidades de curarme. Sé que esas son
increíbles estadísticas, pero seguía pensando que si era un juego de la
ruleta rusa. Quiero decir, que iba a tener que pasar por un infierno por seis
meses o un año y perder mi pierna y luego al final, igual podría no
funcionar, ¿sabes?
—Lo sé —dije, aunque no lo hacía, no realmente. Nunca he sido nada más
que una terminal; todo mi tratamiento había sido para extender mi tiempo
de vida, no para curar mi cáncer. Phalanxifor había introducido una
ambigüedad a la historia de mi cáncer, pero era diferente para Augustus:
Mi capítulo final estaba escrito en un diagnóstico. Gus, como la mayoría de
los sobrevivientes del cáncer, vivían con incertidumbre.
—Cierto —dijo—. Así que pase por toda esta cosa sobre querer estar listo.
Compramos una plaza en Crown Hill, y caminaba alrededor con mi papá 
una vez al día para ver el lugar. Y tenía todo mi funeral planeado y todo, y
justo después de la cirugía, le pregunté a mis padres si podía comprarme
un traje, como un buen traje, solo por si acaso. De todas maneras, nunca
había tenido oportunidad de usarlo. Hasta esta noche.
—Así que es tu traje de muerte.
~♥~♥~♥~♥~
—Correcto. ¿Tú no tienes uno?
—Sí —dije—. Es un vestido que compré para mi fiesta de cumpleaños a los
quince. Pero no lo uso en citas.
Sus ojos se iluminaron.
—¿Estamos en una cita? —preguntó.
Bajé mi mirada, sintiéndome vergonzosa.
—No lo fuerces.


~♥~♥~♥~♥~

Ambos estábamos dos realmente llenos, pero el postre, un suculento plato
cremoso rodeado de maracuyá, estaba demasiado bueno como para por
lo menos no darle una probada, así que nos quedamos un poco más por el
postre tratando de que nos diera hambre de nuevo. El sol era como un
niño insistente rehusándose a ir a la cama: Eran pasadas las ocho y media
y seguía iluminado.
De la nada, Augustus preguntó:
—¿Crees en la vida eterna?
—Creo que eterna es un concepto incorrecto —respondí.
Sonrió. —Tú eres un concepto incorrecto.
—Lo sé. Es por eso que estoy siendo sacada de órbita. 
—Eso no es gracioso —dijo él, mirando a la calle. Dos chicas pasaron en
bicicleta, una de ellas sentada sobre la rueda trasera.
—Vamos —dije—. Fue sólo una broma.
—La idea de ti siendo sacada de órbita no es algo divertido para mí —
dijo—. Aunque lo digo en serio: ¿Vida eterna?
—No —le respondí—. Bueno, tal vez no iría con un completo no. ¿Tú?
—Sí —dijo, su voz llena de confianza—. Absolutamente. No como un cielo
llenos de unicornios, y viviendo en una mansión hecha de nubes. Pero sí.
Creo en Algo con una A mayúscula. Siempre lo he hecho.
—¿De verdad? —pregunté. Estaba sorprendida. Siempre asocié creer en el
cielo con, francamente, un tipo de desajuste intelectual. Pero Gus no era
tonto.
—Sí —dijo tranquilamente—. Creo en esa línea de Una Aflicción Imperial.
“El Sol naciente demasiado brillante y sus ojos están perdidos.” Ese es Dios,
creo, el Sol naciente, y la luz es demasiado brillante y sus ojos están
perdidos pero no están perdidos. No creo que regresemos para perseguir o
confortar a los vivos ni nada de eso, pero sí creo que algo se crea de
nosotros.
—Pero le temes al olvido.
—Claro, le temo tremendamente al olvido. Pero, digo, sin querer sonar
como mis padres, pero creo que los humanos tienen almas, y creo en la
conservación de las almas. El miedo al olvido es otra cosa, miedo de que
no sea capaz de dar nada a cambio por mi vida. Si no vives una vida de
servicio del bien mayor, tienes al menos que morir una muerte al servicio de
un bien mayor, ¿sabes? Y temo que no tenga ni una vida o una muerte
que signifique algo.
Simplemente sacudí mi cabeza
—¿Qué? —preguntó.
—Tu obsesión con, como, morir por algo o vivir bajo algún gran signo de tu
heroísmo o lo que sea. Es sólo raro. 
—Todos quieren llevar una vida extraordinaria.
—No todos —dije, incapaz de disfrazar mi molestia.
—¿Estás enojada?
—Es sólo —dije, y no pude terminar mi oración—. Sólo —dije de nuevo.
Entre nosotros parpadeaba la vela—. Es realmente cruel de ti decir que las
vidas sólo importan si son vividas por algo o si las muertes son por algo. Es
algo verdaderamente cruel de decirme.
Me sentí como una niña por alguna razón, y tomé una cucharada del
postre para hacer parecer como que no era gran cosa para mí.
—Lo siento —dijo él—. No quería decirlo así. Estaba pensando sólo en mí.
—Sí, lo estabas —dije. Estaba demasiado llena para terminar. Me
preocupaba que pudiera vomitar, en realidad, porque a menudo vomito
después de comer. No es bulimia, solo cáncer. Empujé mi plato de postre
hacia Gus, pero el sacudió su cabeza.
—Lo siento —dijo de nuevo, alcanzando mi mano a través de la mesa. Lo
deje tomarla—. Podría ser peor, tú sabes.
—¿Cómo? —le pregunté, bromeando.
—Quiero decir, tengo una obra de caligrafía en mi baño que se lee,
“Báñate Diariamente en la Comodidad de la Palabra de Dios”, Hazel.
Podría ser mucho peor.
—Suena a falta de higiene —le dije.
—Podría ser peor.
—Tú podrías ser peor —Sonreí. Realmente le gustaba. Tal vez era una
narcisista o algo así, pero cuando comprendí que ese era el momento en
Oranjee, me hizo como él aún más.
 Cuando el camarero apareció para llevarse el postre, dijo:
—Su comida se ha pagado por el Sr. Peter Van Houten.   
Augusto sonrió. —Este sujeto, Peter Van Houten, no es ni la mitad de malo.
~♥~♥~♥~♥~
Caminamos a lo largo del canal cuando oscureció. Una cuadra más
adelante de Oranjee, nos detuvimos en un banco de parque rodeado por
viejas bicicletas oxidadas, bloqueadas en el organizador de bicicletas y la
una a la otra.
Nos sentamos cadera a cadera frente al canal, y él puso su brazo a mí
alrededor.
Pude ver el halo de luz procedente del Red Light District. A pesar de que se
trataba del Red Light District, el brillo que venía de arriba era un extraño
verde. Me imaginaba a miles de turistas emborrachándose y
apedreándose, chocando contra las paredes como en un pinball por las
calles estrechas.
—No puedo creer que nos vaya a decir mañana —dije—. Peter Van
Houten nos va a decir el famoso final no escrito del mejor libro alguna vez
hecho.
—Además, el pagó por nuestra cena —dijo Augustus.
—Sigo imaginando que él buscara dispositivos de grabación en cada uno
antes de contarnos. Entonces se sentará entre nosotros en el sofá de su
sala de estar y susurrará si la madre de Anna se casó con el Hombre
Holandés del Tulipán.
—No olvides de Sisyphus, el hámster —añadió Augusto.
—Correcto, y también el destino que le esperaba a Sisyphus, el Hámster —
Me incliné hacia delante, para ver en el canal. Había muchos de esos
pálidos pétalos de olmo en los canales, era ridículo—. Una secuela solo
existirá para nosotros —dije.
 —Entonces, ¿cuál es tu conjetura?
—Realmente no lo sé. He ido y venido miles de veces sobre todo eso.
Cada vez que lo releo, pienso algo diferente, ¿entiendes? —Él asintió—.
¿Tienes una teoría? 
—Sí. No creo que el Hombre Holandés del Tulipán sea un estafador, pero
no es tan rico como él los lleva a creer. Y creo que después de la muerte
de Anna, su madre va a Holanda con él y piensa que vivirán allí por
siempre, pero eso no funciona, porque ella quiere estar donde su hija se
encuentre.
No me había dado cuenta de que él había pensado tanto en este libro,
que Una Aflicción Imperial le importaba a Gus, independientemente de lo
que yo le importaba.
El agua rodaba tranquilamente en las paredes del canal debajo de
nosotros; un grupo de amigos en bicicleta pasaba, gritándose el uno al
otro en un rápido, gutural holandés; los barcos más pequeños, no más
largos que yo, hundidos por la mitad en el canal; el olor del agua que
había estado quieta por demasiado rato; su brazo tirándome hacia él; su
verdadera pierna en contra de mi verdadera pierna desde la cintura hasta
el pie. Me incliné un poco hacia su cuerpo. Se estremeció.
—Lo siento, ¿estás bien?
Sopló un si en evidente dolor.
—Lo siento —dije—. Hombro huesudo.
—Está bien —dijo—. Es agradable, en realidad.
Nos sentamos ahí por mucho tiempo. Finalmente, su mano abandonó mi
hombro y descansó contra la parte posterior del banco del parque. Sobre
todo, nos limitamos a mirar el canal. Estaba pensando mucho sobre cómo
habían hecho para que este lugar existiera, a pesar de que tendría que
estar bajo el agua, y cómo era para la Dr. María una especie de
Ámsterdam, una anomalía medio ahogada, y esto me hizo pensar en la
muerte.
—¿Puedo preguntarte acerca de Caroline Mathers?
—Y dices que no hay otra vida —respondió sin mirarme—. Pero sí, por
supuesto. ¿Qué es lo que quieres saber?
Quería saber que él estaría bien si yo muriera. No quería ser una granada,
una fuerza malévola en la vida de las personas que amaba.  —Sólo, como, que sucedió.
Suspiró, exhalando tanto tiempo que a mis pulmones de mierda les parecía
que presumía. Hizo aparecer un nuevo cigarrillo en su boca.
—Ya sabes, ¿cuánto se juega en el menos que famoso área de recreo del
hospital? —Asentí—. Bueno, yo estuve en el Memorial por un par de
semanas cuando me quitaron la pierna y todo eso.
—Estaba en el quinto piso y tenía una vista del patio de recreo, que
siempre estaba, por supuesto, absolutamente desolado. Estaba inundado
enteramente en la resonancia metafórica de la vacía área de juegos en el
patio del hospital. Pero entonces esa chica comenzó a aparecer sola en el
área de juegos, todos los días, meciéndose en el columpio completamente
sola, como se ve en una película o algo así. Entonces le pregunté a una de
mis mejores enfermeras para que consiguiera el flaco24 de la muchacha, y
la enfermera la llevó a una visita, y era Caroline, usé mi intenso carisma
para conquistarla —Hizo una pausa, por lo que decidí decir algo.
—No eres tan carismático —dije. Él se burló, incrédulo—. Eres más que
nada caliente —le expliqué.
Rio.
—La cosa con la gente muerta —dijo, y luego se detuvo—. Lo que pasa es
que suenas como un bastardo si no lo idealizas, pero la verdad es...
complicada, supongo. Como, ¿cuándo estas familiarizado con el tropo de
la víctima de cáncer, estoica y decidida, que heroicamente lucha contra
su cáncer con una fuerza inhumana y nunca se queja o deja de sonreír,
incluso en el final, etcétera?
—De hecho —dije—. Ellos son de buen corazón y cuyas almas generosas
son una Inspiración para Todos Nosotros. ¡Son tan fuertes! ¡Los admiro!
—Cierto, pero en realidad, me refiero a un lado de nosotros, obviamente,
los niños con cáncer no tienen estadísticamente mayores probabilidades
de ser increíbles o compasivos o lo que sea perseverante. Caroline siempre
estuvo de mal humor y miserable, pero me gustaba eso. Me gustaba sentir
como si me hubiera elegido como la única persona en el mundo a quien
 24 Flaco: información especial. 
no odiaba, y entonces nos pasábamos juntos todo el tiempo, solo
molestando a todos, ¿sabes? Molestando a las enfermeras y los otros niños,
a nuestras familias y a cualquier otra cosa. Pero no sé si era ella o el tumor.
Quiero decir, una de sus enfermeras me dijo una vez que el tipo de tumor
de Caroline es conocido entre los tipos médicos como el Tumor Estúpido,
ya que sólo te transforma en un monstruo. Así que aquí está la chica que
omite un quinto de su cerebro, que acaba de tener una repetición del
Tumor Estúpido, y entonces ella no era, ya sabes, el modelo de heroísmo
de un estoico niño con cáncer. Ella era… quiero decir, para ser honesto,
una perra. Pero no puedes decir eso, porque tenía este tipo de tumor, y
también ella está, quiero decir, está muerta, y tenía un montón de razones
para ser desagradable, ¿entiendes?
Entendía.
—Sabes que en Una Aflicción Imperial, cuando Anna camina a través del
campo de fútbol para ir a EF25 o lo que sea y ella cae de bruces en la
hierba, y ahí es cuando sabe que el cáncer está de vuelta y en su sistema
nervioso, y no puede levantarse, y su cara está como una pulgada de la
hierba del campo de futbol y ella solo está atrapada allí mirando esta
hierba de cerca, notando la forma en que golpea la luz y… no recuerdo la
línea, pero es algo como Anna teniendo la revelación Whitmanesque, de
que la definición de la humanidad es la oportunidad de maravillarse con la
majestuosidad de la creación o lo que sea. ¿Sabes de qué parte hablo?
 —Conozco esa parte —dije.
—Así que después, mientras me estaba eviscerando por la quimioterapia,
por alguna razón decidí sentirme muy optimista. No es una cuestión de
supervivencia, pero me sentí como Anna lo hace en el libro, ese
sentimiento de emoción y gratitud por sólo ser capaz de maravillarse por
todo.
—Pero, mientras tanto, Caroline se ponía cada día peor. Ella fue a su casa
después de un tiempo y hubo momentos en los que pensé que podríamos
tener, como, una relación regular, pero no pudimos, en realidad, porque
ella no tenía filtro entre lo que pensaba y su discurso, lo que fue triste y
desagradable y frecuentemente doloroso. Pero, quiero decir, no puedes
 25 EF: educación física.   
estar con una chica con tumor cerebral. Y yo les gustaba a sus padres, ella
tiene este hermano pequeño que es un chico genial. Digo, ¿Cómo voy a
estar con ella? Se está muriendo.
—Nos tomó siempre. Tomó casi un año, y fue un año de mí, saliendo con
esta chica, quien, como que, acababa de empezar a reír de la nada y
señalar mi prótesis y llamarme muñón.
 —No —dije.
—Sí. Me refiero a que, era el tumor. Se comió su cerebro, ¿entiendes? O no
era el tumor. No tenía manera de saberlo, porque eran inseparables, ella y
el tumor. Pero a medida que se ponía más enferma, digo, ella repetía
solamente las mismas historias y se reía de sus propios comentarios, incluso
si ya había dicho lo mismo cientos de veces ese día. Así como, hacia la
misma broma, una y otra vez, por semanas: “Gus tiene buenas piernas.
Quiero decir, pierna”. Entonces se reía como una maniática.
—Oh, Gus —dije—. Eso es… —No sabía qué decir. Él no me estaba
mirando, y sentía invasivo de mi parte mirarlo. Lo sentí deslizarse hacia
delante. Sacó el cigarrillo de su boca y lo observó, rodándolo entre el
pulgar y el dedo índice, luego poniéndolo de nuevo.
—Bueno —dijo—, para ser justos, tengo una pierna genial.
—Lo siento —dije—. Lo siento mucho.
—Todo está bien, Grace Hazel. Pero para ser claros, cuando me pareció
ver el fantasma de Caroline Mathers en el grupo de apoyo, no fui
enteramente feliz. Estaba mirando fijamente, pero no era anhelo, si sabes a
lo que me refiero. —Sacó el paquete de su bolsillo y colocó el cigarrillo en
él.
—Lo siento —dije de nuevo.
—Yo también —dijo.
—No quiero volver a hacer que te suceda eso —le dije.
—Oh, no me importaría, Grace Hazel. Sería un privilegio para mí tener el
corazón roto por ti.
Capítulo 12


Me desperté a las cuatro en la mañana holandesa lista para el día.
Todo intento de volver a dormir falló, así que me quedé allí con el
BiPAP bombeando el aire, disfrutando de los sonidos del dragón,
pero deseando poder elegir mis respiraciones.
Releí Una Aflicción Imperial hasta que mamá se despertó y se dio la vuelta
hacia mí, sobre las seis. Frotó su cabeza en mi hombro, lo que se sintió
incómodo y vagamente agustiniano.
El hotel trajo un desayuno a nuestra habitación que, para mi deleite,
contaba con fiambre, entre muchos otras negaciones que constituían los
desayunos americanos. El vestido que había planeado usar para reunirme
con Peter Van Houten se había movido en la rotación por la cena en
Oranjee, así que después de ducharme y peine mi cabello medio liso, y me
pasé como media hora discutiendo con mi mamá los pros y los contras de
los trajes disponibles antes de decidir vestirme lo más parecido a Anna en
UAI como fuera posible: Chuck Taylors y vaqueros oscuros como ella
siempre llevaba y una camiseta azul claro.
La camiseta tenía una serigrafía26 de una obra de arte surrealista famosa
de René Magritte en la que dibujó una pipa y luego debajo escribió en
cursiva Ceci nést pas une pipe. “Esto no es una pipa”.
—Simplemente no entiendo esa camiseta —dijo mamá.
—Peter Van Houten la entenderá, confía en mí. Hay como siete referencias
de Magritte en Una Aflicción Imperial.
—Pero es una pipa.
—No, no lo es —dije—. Es un dibujo de una pipa. ¿Entiendes? Todas las
representaciones de una cosa son inherentemente abstractas. Es muy
inteligente.
—¿Cuándo te hiciste tan adulta como para entender las cosas que
confunden a tu anciana madre? —preguntó mamá—. Parece que fue sólo
ayer cuando le contaba a la Hazel de siete años por qué el cielo era azul.
Pensabas que era un genio en aquel entonces.
—¿Por qué el cielo es azul? —pregunté.
—Porque —respondió ella. Me eché a reír.
A medida que se acercaban las diez, me ponía más y más nerviosa:
nerviosa por ver a Augustus; nerviosa por reunirme con Peter Van Houten,
nerviosa de que mi atuendo no fuera un buen atuendo; nerviosa de que
no fuéramos a encontrar la casa adecuada ya que todas las casas en
Ámsterdam parecían bastante similares; nerviosa de que nos perdiéramos
y no lográramos volver al Filosoof; nerviosa, nerviosa, nerviosa. Mamá
seguía tratando de hablar conmigo pero no podía escucharla realmente.
Estaba a punto de pedirle que subiera y se asegurara de que Augustus
estaba cuando él llamó a la puerta.
Abrí la puerta. Miró mi camiseta y sonrió.
—Divertido —dijo
—No llames divertidas a mis tetas —le contesté.
—¡Oye! —dijo mamá detrás de nosotros. Pero había hecho sonrojar a
Augustus y lo puse lo suficientemente fuera de juego como para por fin
poder soportar mirarlo a los ojos.
—¿Segura de que no quieres venir? —le pregunté a mamá.
—Voy a ir al Rijksmuseum y al Vondelpark hoy —dijo—. Además, no
entiendo su libro. Sin ánimo de ofender. Dale las gracias a él y a Lidwij de
nuestra parte ¿vale?
—Está bien —dije. Abracé a mamá y ella me besó en la cabeza, justo
encima de mi oreja.
~♥~♥~♥~♥~

La blanca casa de Peter Van Houten estaba justo dando la vuelta a la
esquina desde el hotel, en el Vondelstrat, frente al parque. El número 158.
Augustus me tomó del brazo y cogió la carreta de oxígeno con el otro y
subimos los tres escalones hacia la puerta lacada de color negro azulado.
Mi corazón latía con fuerza. Una puerta cerraba de distancia a las
respuestas que había soñado desde que leí por primera vez esa última
página inacabada.
En el interior, pude escuchar un bajo sonando lo suficientemente fuerte
como para sacudir las ventanas. Me pregunté si Peter Van Houten tenía un
hijo al que le gustaba la música rap.
Cogí la aldaba de cabeza de león de la puerta y llamé tímidamente. El
sonido continuó.
—¿Tal vez no puede escuchar por encima de la música? —preguntó
Augustus. Cogió la cabeza de león y golpeó mucho más fuerte.
La música desapareció, reemplazada por unos pasos que descendían. Un
cerrojo se deslizó. Otro. La puerta se abrió. Un hombre barrigudo con el
pelo fino, papada hundida y barba de una semana, entrecerró los ojos a
la luz del sol. Llevaba un pijama azul celeste de hombre, del estilo de las
películas antiguas. Su rostro y el vientre eran muy redondos y sus brazos tan
flacos, que parecía una bola de masa con cuatro palos clavados en ella.
—¿Señor Van Houten? —preguntó Augustus, con voz un poco chirriante.
La puerta se cerró de golpe. Detrás de ella, escuché un balbuceo, una voz
aguda chillar.
—¡LEEE DUH VIGH! —Hasta entonces, yo había pronunciado el nombre de
su ayudante, como lid-uh-widge.
Podíamos oír todo a través de la puerta.
—¿Están aquí, Peter? —preguntó una mujer.
—Lo están, Lidewij, hay dos apariciones de adolescentes al otro lado de la
puerta.  —Apariciones —preguntó ella con un agradable acento holandés.
Van Houten respondió apurado.
—Espectros fantasmas vampiros apariciones, Lidewij. ¿Cómo se puede
obtener un título de postgrado en literatura americana mostrando tales
abominables habilidades en lengua inglesa?
—Peter, no son apariciones. Son Augustus y Hazel, los jóvenes aficionados
con los que he estado comunicándome.
—Ellos son, ¿qué? Ellos, ¡yo pensaba que eran de Estados Unidos!
—Sí, pero los invitamos a venir, recordarás.
—¿Sabes por qué me fui de América, Lidewij? Para no tener que
encontrarme nunca más con estadounidenses.
—Pero tú eres americano.
—Algo incurable, así es. Pero en cuanto a esos americanos, debes decirles
que se vayan, que se ha producido un error, que el bendito Van Houten
hizo una oferta retórica para reunirse, no una real, que tales ofertas deben
ser leídas de manera simbólica.
Pensé que tal vez vomitaría. Miré a Augustus, que estaba mirando
fijamente a la puerta y vi sus hombros aflojarse.
—No voy a hacer eso, Peter —respondió Lidewij—. Debes reunirte con ellos.
Tienes que hacerlo. Es necesario que los veas. Tienes que verlo como tu
asunto de trabajo.
—Lidewij, ¿me has engañado deliberadamente para arreglar esto?
Siguió un largo silencio y finalmente la puerta se abrió de nuevo. Él volvió la
cabeza mecánicamente de Augustus a mí, todavía entrecerrando los ojos.
—¿Quién de vosotros es Augustus Waters? —preguntó. Augustus levantó la
mano tímidamente. Van Houten asintió con la cabeza y dijo—: ¿Ya has
cerrado el trato con esa chica? 
Con lo cual me encontré por primera vez y sólo una vez verdaderamente
sin palabras a Augustus Waters.
—Yo —empezó—, um, yo, Hazel, um. Bueno.
—Este muchacho parece tener algún tipo de retraso en el desarrollo —dijo
Peter Van Houten a Lidewij.
—Peter —le regañó.
—Bueno —dijo Peter Van Houten, extendiendo una mano hacia mí—. Es,
en todo caso un placer conocer a estas criaturas ontológicamente
improbables—. Sacudí su hinchada mano y luego estrechó la de Augustus.
Me preguntaba que significaba ontológicamente. De todos modos, me
gustaba. Augustus y yo estábamos juntos en el Club de Criaturas
Improbables: nosotros y los ornitorrincos pico de pato.
Por supuesto, yo tenía la esperanza de que Peter Van Houten estuviera
cuerdo, pero el mundo no es una fábrica que concede deseos. Lo
importante era que la puerta estaba abierta y yo estaba cruzando el
umbral para saber lo que sucedía después del final de Una Aflicción
Imperial. Eso era suficiente. Lo seguimos a él y a Lidewij al interior, más allá
de una mesa de roble enorme de comedor con sólo dos sillas, en una sala
de estar espeluznantemente estéril. Parecía un museo, a excepción de que
no había arte en las blancas paredes vacías. A parte de un sofá y un
diván, ambas una mezcla de acero y cuero negro, la habitación parecía
vacía. Entonces vi dos grandes bolsas negras de basura, llenas y atadas
detrás del sofá.
—¿Basura? —le murmuré a Augustus lo suficientemente bajo como para
que nadie más lo oyera.
—Cartas de fanáticos —respondió Van Houten mientras se sentaba en el
diván—. Desde hace dieciocho años. No pueden abrirse. Aterradoras. Las
tuyas son las primeras misivas a las que he contestado y mira que he
conseguido. Francamente, encontrar la realidad de los lectores muy poco
apetecible.
Eso explica por qué nunca había respondido a mis cartas: Nunca las había
leído. Me preguntaba por qué las conservaba y sobretodo en una 
formalmente vacía sala de estar. Van Houten golpeó los pies en la
otomana y los cruzó. Hizo un gesto hacia el sofá. Augustus y yo nos
sentamos uno junto al otro, pero no demasiado juntos.
—¿Les apetece algo para desayunar? —preguntó Lidewij. Empecé a decir
que ya había comido cuando Peter la interrumpió—. Es demasiado
temprano para desayunar, Lidewij.
—Bueno, ellos son de América, Peter, por lo que es mediodía en sus
cuerpos.
—Entonces ya es demasiado tarde para el desayuno —dijo—. Sin
embargo, si es mediodía en el cuerpo y todo eso, hay que disfrutar de un
coctel. ¿Bebes whisky? —me preguntó.
—Yo… um, no, estoy bien —dije.
—¿Augustus Waters? —preguntó Van Houten señalando a Gus.
—Uh, estoy bien.
—Igual que yo, entonces, Lidewij. Whisky y agua, por favor —Peter dirigió su
atención a Gus preguntando—: ¿Sabes cómo hacemos whisky con agua
en esta casa?
—No señor —dijo Gus.
—Vertemos whisky en un vaso, después llevamos a la mente el
pensamiento del agua y luego mezclamos el whisky real con la idea
abstracta del agua.
Lidewij dijo—: Tal vez algo de desayuno en primer lugar, Peter.
Él miró hacia nosotros y susurró—: Ella piensa que tengo un problema con la
bebida.
—Y yo creo que ha salido el sol —respondió Lidewij. Sin embargo se volvió
hacia la barra en la sala de estar, extendió la mano para coger una
botella de whisky y sirvió un vaso medio lleno. Se lo llevó. Peter Van Houten
dio un sorbo, luego se irguió en la silla.
—Una bebida tan buena merece la mejor postura de uno —dijo.
Fui consciente de mi propia postura y me incorporé en el sofá. Reorganicé
mi cánula. Papá siempre me dice que se puede juzgar a la gente por la
forma en que tratan a los camareros y ayudantes. Según esa medida,
Peter Van Houten era posiblemente el más despreciable idiota.
—Así que les gusta mi libro —le dijo a Augustus tras un sorbo.
—Sí —dije, hablando en nombre de Augustus—. Y sí, nosotros… bueno,
Augustus, cumplió su Deseo para que pudiéramos venir aquí, para que
pudiera decirnos lo que pasa después del final de Una Aflicción Imperial.
Van Houten no dijo nada, solo tomó un largo trago de su bebida.
Después de un minuto, Augustus dijo—: Su libro es algo que nos unió.
—Pero no están juntos —apuntó sin mirarme.
—Lo que casi nos juntó —dije.
Ahora se volvió hacia mí.
—¿Te has vestido como ella a propósito?
—¿Anna? —pregunté.
El continuó mirándome.
—Algo así —dije.
Tomó un largo trago y luego hizo una mueca.
—No tengo problemas con el alcohol —anunció, con voz
innecesariamente alta—. Tengo una relación Churchilliana con el alcohol:
puedo bromear, gobernar Inglaterra y hacer lo que quiera hacer. Salvo
que no beba. —Miró hacia Lidewij y asintió con la cabeza hacia la copa.
Ella la tomó y luego regresó a la barra—. Sólo la idea del agua, Lidewij —
ordenó.
—Yah, lo tengo —dijo ella, con acento casi americano.   
La segunda copa llegó. La columna de Van Houten se puso tensa de
nuevo por el respeto. Se quitó las zapatillas. Tenía los pies muy feos. Para mí
estaba arruinando todo este asunto del autor genio. Pero él tenía las
respuestas.
—Bueno, eh —dije—, en primer lugar, quiero darle las gracias por la cena
de anoche y…
—¿Nosotros les compramos la cena de anoche? —preguntó Van Houten a
Lidewij.
—Sí, en Oranjee.
—Ah, sí. Bueno, créeme cuando digo que no tienes que agradecérmelo a
mí, sino más bien a Lidewij, que tiene un talento excepcional en el campo
de gastar mi dinero.
—Ha sido un placer —dijo Lidewij.
—Bueno, gracias, en todo caso —dijo Augustus. Podía oír la molestia en su
voz.
—Así que aquí estoy —dijo Van Houten después de un momento—.
¿Cuáles son sus preguntas?
—Um —dijo Augustus.
—Parecía mucho más inteligente en sus cartas —le dio Van Houten a
Lidewij acerca de Augustus—. Tal vez el cáncer se ha establecido una
playa en su cerebro.
—Peter —dijo Lidewij, debidamente horrorizada.
Me quedé horrorizada también, pero había algo agradable en el hecho
de que un tipo tan despreciable no nos tratara con deferencia.
—Tenemos algunas preguntas, en realidad —dije—. Hablé acerca de eso
en mi correo electrónico. No sé si se acuerda.
—No me acuerdo.
—Su memoria se ve comprometida —dijo Lidewij. 
—Si sólo fuera mi memoria la que estuviera comprometida —respondió Van
Houten.
—Así que, nuestras preguntas —repetí.
—Ella usa el nosotros real —dijo Peter a nadie en particular. Otro sorbo. No
sabía a qué sabía el whisky, pero si se parecía al champán, no podía
imaginar cómo podía beber tanto, tan rápido y tan temprano—. ¿Estás
familiarizada con la paradoja de la tortuga de Zeno? —me preguntó.
—Tenemos preguntas sobre lo que ocurre con los personajes al final del
libro, especialmente de Anna…
—Crees erróneamente que necesito escuchar tus preguntas para
responderlas. ¿Estás familiarizada con la filosofía Zeno? —Negué con la
cabeza—. ¡Ay. Zeno fue un filósofo presocrático que se dice que descubrió
cuarenta paradojas dentro de la visión del mundo presentada por
Parménides, seguramente conoces a Parménides —dijo, y yo asentí con la
cabeza como si conociera a Parménides, pero no lo conocía.
—Gracias a Dios —dijo—. Zeno se especializó en la revelación de las
inexactitudes y simplificaciones de Parménides, que no es difícil, ya que
Parménides estaba espectacularmente equivocado en todas partes y
siempre. Parménides es útil precisamente en la misma forma que es
importante tener un conocido que recoge de forma fiable cada uno de
los caballos perdedores cada vez que te lo llevas al hipódromo. Pero lo
más importante de Zeno… espera, me da la sensación de que estas
familiarizada con el hip-hop sueco.
No podría decir si Peter Van Houten estaba bromeando. Después de un
momento, Augustus respondió por mí.
—Más bien poco —dijo.
—Está bien, pero se supone que conocen el álbum Fläcken de Afasi och
Filthy.
—No lo conocemos —dije hablando por los dos.
—Lidewij, pon “Bomfalleralla” de inmediato —Lidewij fue hacia un
reproductor de MP3, hizo girar la rueda un poco y después hizo clic en un 
botón. Una canción de rap retumbó en todos lados. Sonaba como una
canción de rap bastante normal, excepto que las palabras estaban en
sueco.
Una vez se acabó, Peter Van Houten nos miró expectante, sus pequeños
ojos tan amplios como podían estar.
—¿Sí? —preguntó. —¿Sí?
Dije—: Lo siento señor, no hablamos sueco.
—Bueno, por supuesto que no. Yo tampoco. ¿Quién diablos habla sueco?
Lo importante no es cualquier tontería que las voces están diciendo, sino lo
que las voces están sintiendo. Seguramente saben que sólo hay dos
emociones, el amor y el miedo, y que Afasi och Filthy navega entre ellas
con el tipo de facilidad que simplemente no se encuentra en la música
hip-hop que no sea sueca. ¿Debo reproducirla de nuevo?
—¿Es una broma? —dijo Gus.
—¿Perdón?
—¿Es esto algún tipo de actuación? —Miró hacia Lidewij y le preguntó—:
¿Es eso?
—Me temo que no —respondió Lidewij—. Él no es siempre… esto es
inusual…
—Oh, cállate Lidewij. Rudolf Otto dijo que si no has tropezado con lo
sobrenatural, si no has experimentado un encuentro racional con el
mysteriun tremendun, entonces su obra no es para ti. Y yo les digo, jóvenes
amigos, que si no pueden oír la reacción al miedo de Afasi och Filthy,
entonces mi trabajo no es para ustedes.
No puedo enfatizar esto lo suficiente: era una canción de rap totalmente
normal, salvo que era en sueco.
—Um —dije—. Así que sobre Una Aflicción Imperial. La madre de Anna,
cuando termina el libro, está a punto de…
Van Houten me interrumpió, golpeando su vaso mientras hablaba hasta
que Lidewij volvió a llenarlo de nuevo. 
—Así que Zeno es famoso por su paradoja de la tortuga. Imaginemos que
estás en una carrera con una tortuga. La tortuga tiene una ventaja de diez
metros. En el tiempo que te lleva correr diez metros, la tortuga se ha
movido tal vez un metro. Y luego en el tiempo que tardas en compensar
esa distancia la tortuga va un poco más lejos y así siempre. Tú eres más
rápido que la tortuga, pero nunca puedes atraparla, sólo puedes disminuir
su ventaja.
—Por supuesto, acabas pasando corriendo la tortuga sin considerar los
mecanismos involucrados, pero la pregunta de cómo eres capaz de hacer
eso resulta ser muy complicada y en realidad nadie la resolvió hasta que
Cantor nos mostró que algunos infinitos son mayores que otros infinitos.
—Um —dije.
—Supongo que eso responde a tu pregunta —dijo con confianza y luego
tomó un generoso sorbo de su vaso.
—En realidad no —dije—. Nos preguntábamos, después del fin de Una
Aflicción Imperial…
—Repudio todo lo en esa podrida novela —dijo Van Houten, cortándome.
—No —dije.
—¿Cómo dices?
—No, eso no es aceptable —dije—. Entiendo que la historia termina,
porque Anna muere o está demasiado enferma para continuar, pero dijo
que nos diría lo que le sucede a todo el mundo, y por eso estamos aquí, y
nosotros, yo necesito que me lo diga.
Van Houten suspiró. Después de otro trago, dijo—: Muy bien. ¿Qué historia
buscan?
—La madre de Anna, el Hombre Tulipán Holandés, Sisyphus el hámster es
decir… lo que le sucede a todos.
Van Houten cerró los ojos e hinchó las mejillas cuando exhaló, luego miró
las vigas de madera que cruzaban el techo.
—El hámster —dijo después de un tiempo—. El hámster es adoptado por
Christine… —que era una de las amigas de Anna. Eso tenía sentido.
Christine y Anna jugaban con Sisyphus en algunas escenas—. Es adoptado
por Christine, vive un par de años después de la novela y muere
plácidamente mientras duerme.
Ahora estábamos llegando a alguna parte.
—Genial —dije—. Estupendo. Bueno, pero que pasa con el Hombre Tulipán
Holandés. ¿Es un estafador? ¿Él y la madre de Anna se casan?
Van Houten seguía mirando las vigas del techo. Tomó un trago. El vaso
estaba casi vacío de nuevo.
—Lidewij, no puedo hacerlo. No puedo. No puedo —Bajó la mirada hacia
mí—. No sucede nada con el Hombre Tulipán Holandés. Él no es un
estafador o un timador, él es Dios. Es una representación metafórica obvia
e inequívoca de Dios y preguntar qué pasa con él es el equivalente a
pregunta qué pasa con los ojos desprendidos del Dr. TJ Eckleburg en
Gatsby27. ¿Él y la madre de Anna se casan? Estamos hablando de una
novela, queridos niños, no una empresa histórica.
—Sí, pero seguro que debe haber pensado en lo que les sucede, me
refiero a los personajes, es decir, independientemente de sus significados
metafóricos o lo que sea.
—Son ficticios —dijo, golpeando el vaso otra vez—. No les sucede nada.
—Dijo que nos lo diría —insistí. Me recordé a mí misma ser firme. Necesitaba
mantener su atención en mis preguntas.
—Tal vez, pero tenía la equivocada impresión de que no serían capaces
de hacer un viaje transatlántico. Estaba intentando… ofrecerles un poco
de consuelo, supongo, lo cual debería saber lo suficiente antes de
intentarlo. Pero para ser sincero, esa idea infantil de que el autor de una
novela tiene algo de visión espacial de los personajes de la novela… es
ridícula. Esa novela se compone de arañazos de una página, querida. Los
personajes que la habitan no tienen vida fuera de las líneas. ¿ Qué pasa con ellos? Todos dejan de existir en el momento en el que se termina la
novela.
—No ―dije. Me levanté del sofá—. No, entiendo eso, pero es imposible no
imaginar un futuro para ellos. Usted es la persona mejor calificada para
imaginar ese futuro. Algo le sucedió a la madre de Anna. Ella se casó o no.
Se trasladó a Holanda con el Hombre Tulipán Holandés o no. Ella tuvo más
hijos o no. Necesito saber qué pasa con ella.
Van Houten frunció los labios.
—Lamento no poder satisfacer tus caprichos infantiles, pero me niego a
compadecerte de la manera a la que estás acostumbrada.
—No quiero su compasión —le dije.
—Al igual que todos los niños enfermos ―respondió fríamente—, dices que
no quieres compasión, pero tu existencia depende de ella.
—Peter —dijo Lidewij, pero él continuó mientras se recostaba, sus palabras
volviéndose de ebrio en su borracha boca.
—Los niños enfermos se convierten inevitablemente en detenidos: Estás
condenada a vivir tus días como el niño que fuiste en el momento del
diagnóstico, el niño que crees que hay vida después de que termine la
novela. Y nosotros, como adultos, nos compadecemos de esto, así que
pagamos por tus tratamientos, por tu máquina de oxígeno. Te damos
comida y agua, aunque es poco probable que vivas lo suficiente…
—¡PETER! —gritó Lidewij.
—Eres un efecto secundario —continuó Van Houten—, de un proceso de
evolución que se preocupa poco por las vidas individuales. Eres un
experimento fallido en la mutación.
—¡RENUNCIO! —gritó Lidewij. Había lágrimas en sus ojos. Pero yo no estaba
enfadada. Él estaba buscando la forma más dolorosa de decir la verdad,
pero por supuesto ya sabía la verdad. Había pasado años mirando el
techo de mi habitación en la UCI y había encontrado la forma más dañina
de imaginar mi propia enfermedad. Di un paso hacia él. 
—Escuche, imbécil —dije—, no me va a decir nada de la enfermedad que
no sepa ya. Necesito una y sólo una cosa de usted antes de salir de su vida
para siempre: ¿Qué PASA CON LA MADRE DE ANNA?
Alzó su flácida barbilla vagamente hacia mí y se encogió de hombros.
—No puedo decirte lo que le sucede a ella más de lo que puedo decirte lo
que pasa con el Narrador de Proust la hermana de Holden Caulfield o
Huckleberry Finn después de apagar las luces de los territorios.
—¡MENTIRA! ¡Eso es mentira! ¡Sólo dígamelo! ¡Hágalo!
—No, y te agradecería que no maldijeras en mi casa. No es propio de una
dama.
Todavía no estaba enfadada, exactamente, pero estaba muy
concentrada en conseguir lo que me había propuesto. Algo dentro de mí
se llenó de lágrimas y extendí mi mano golpeando la mano hinchada que
sostenía el vaso de whisky. Lo que quedaba del whisky salpicó la vasta
extensión de su rostro, el vidrio rebotó en su nariz y luego giró en el aire,
aterrizando con un golpe demoledor en el piso de madera antigua.
—Lidewij —dijo Van Houten con calma—, tomaré un Martini, por favor. Sólo
una pizca de vermut.
—He renunciado —dijo Lidewij después de un momento.
—No seas ridícula.
No sabía qué hacer. Ser amable no había funcionado. Estar siendo
mezquina no había funcionado. Necesitaba una respuesta. Había llegado
hasta ahí, secuestrando el deseo de Augustus. Necesitaba saberlo.
—¿Te has parado a pensar —dijo, ahora arrastrando las palabras—, porque
te preocupas tanto por esas tontas preguntas tuyas?
—¡LO PROMETIÓ! —grité, oyendo el imponente gemido de Isaac
haciéndose eco de la noche de los trofeos rotos. Van Houten no
respondió.   
Todavía estaba de pie sobre él, esperando a que me dijera algo cuando
sentí la mano de Augustus en mi brazo. Él me hizo dirigirme hacia la puerta,
y lo seguí mientras Van Houten sermoneaba a Lidewij acerca de la
ingratitud de los adolescentes contemporáneos y la muerte de la sociedad
educada, y Lidewij, un poco histérica le gritó en respuesta en un rápido
alemán.
—Tendrán que perdonar a mi antigua asistente —dijo él—. El alemán no es
tanto un lenguaje como una dolencia en la garganta.
Augustus me sacó de la habitación y a través de la puerta a la mañana de
primavera anticipada y al confeti que caía de los olmo.
~♥~♥~♥~♥~

Para mí no existe eso de una huida rápida, pero bajamos las escaleras, von
Augustus sosteniendo mi carro, y luego empezamos a caminar hacía el
Filosoof por el pavimento de ladrillos entrelazados lleno de baches. Por
primera vez desde los columpios, empecé a llorar.
—Oye —dijo él, tocando mi muñeca—. Oye. Estás bien. —Asentí y me
sequé las lágrimas con el dorso de la mano.
—El apesta —Asentí de nuevo.
—Te escribiré un epílogo —dijo Gus. Eso me hizo llorar más fuerte—. Lo haré
—dijo. —Lo haré. Mejor que cualquier mierda que pudiera escribir ese
borracho. Su cerebro es queso suizo. Él ni siquiera recuerda haber escrito el
libro. Puedo escribir la historia diez veces mejor de lo que ese tipo puede.
Habrá sangre y entrañas y sacrificio. Una Aflicción Imperial mezclado con El
precio del Amanecer. Te encantará.
Seguí asintiendo, fingiendo una sonrisa, y luego el me abrazó, sus brazos
fuertes apretándome contra su pecho musculoso, y mojé un poco su
camiseta pero después me recuperé lo suficiente para hablar.
—Usé tu deseo en ese despreciable —dije contra su pecho.
—Hazel Grace. No. Estaré de acuerdo contigo en que usaste mi único
deseo, pero no lo usaste en él. Lo usaste en nosotros. 
Detrás de nosotros, escuché el plonk plonk de tacones altos corriendo. Me
di la vuelta. Era Lidewij, su delineador corriéndose por sus mejillas,
horrorizada como era de esperar, persiguiéndonos por el pavimento. —
Quizás deberíamos ir a la casa de Ana Frank —dijo Lidewij.
—No voy a ningún lugar con ese monstruo —dijo Augustus.
—Él no está invitado —dijo Lidewij.
Augustus me siguió abrazando, protectoramente, su mano en un lado de
mi cara. —No creo que… —el empezó, pero lo interrumpí.
—Tenemos que ir —Todavía quería respuestas de Van Houten. Pero eso no
era todo lo que quería. Sólo me quedaban dos días en Ámsterdam con
Augustus Waters. No dejaría que un viejo triste y amargado los arruinara.
~♥~♥~♥~♥~

Lidewij conducía un Fiat gris antiguo con un motor que sonaba como una
niña de cuatro años entusiasmada. Mientras íbamos a través de las calles
de Ámsterdam, ella se disculpó repetida y profusamente. —Lo siento
mucho. No hay excusa. Él está muy enfermo —dijo ella—. Pensé que
encontrarse con ustedes lo ayudaría, si viera que su trabajo ha
transformado vidas reales, pero… lo siento mucho. Esto es muy, muy
vergonzoso.
Ni Augustus ni yo dijimos nada. Yo estaba en el asiento trasero detrás de él.
Metí mi mano entré la pared del auto y su asiento, buscando su mano,
pero no pude encontrarla. Lidewij continuó—: He seguido en este trabajo
porque creo que él es un genio y la paga es muy buena, pero se ha vuelto
un monstruo.
—Supongo que se hizo muy rico con ese libro —dije después de un rato.
—Oh, no no, él es uno de los Van Houtens —dijo ella—. En el siglo diecisiete,
su ancestro descubrió como mezclar cacao en agua. Algunos Van
Houtens se fueron a los Estados Unidos hace tiempo, y Peter es uno de ellos,
pero se mudó a Holanda después de su novela. Él es una vergüenza para
una gran familia.  
El motor chilló. Lidewij cambió la velocidad, a medida que nos
acercábamos a un puente sobre un canal. —Son las circunstancias —
dijo—. Las circunstancias lo han hecho tan cruel. No es un hombre
malvado. Pero hoy, no pensé… cuando él dijo esas cosas terribles, no pude
creerlo. Lo siento mucho. Lo siento muchísimo.
~♥~♥~♥~♥~

Tuvimos que aparcar a una cuadra de la casa de Ana Frank, y luego
Lidewij se puso en la fila para conseguir entradas para nosotros, me senté
con la espalda contra un pequeño árbol, mirando todas las casas flotantes
que estaban amarradas en el canal de Prinsengracht.
Augustus estaba parado a mi lado, haciendo rodar mi carro de oxígeno en
círculos, sólo mirando las ruedas girar. Quería que él se sentara junto a mí,
pero sabía que era difícil para él sentarse, y más aún pararse después. —
¿Bien? —preguntó, mirándome. Me encogí de hombros y estiré la mano
para alcanzar su pantorrilla. Era su pantorrilla falsa, pero me sostuve de ella.
Él me miró.
—Quería… —dije.
—Lo sé —dijo—. Lo sé. Aparentemente el mundo no es una fábrica
cumplidora de deseos. —Eso me hizo sonreír un poco.
Lidewij volvió con las entradas, pero sus delgados labios estaban fruncidos
con preocupación. —No hay ascensor —dijo—. Lo siento muchísimo.
—Está bien —dije.
—No, hay muchas escaleras —dijo—. Escaleras empinadas.
—Está bien —dije de nuevo. Augustus empezó a decir algo, pero lo
interrumpí—. Está bien. Puedo hacerlo.
Empezamos en una habitación con un video acerca de judíos en Holanda
y la invasión Nazi y la familia Frank. Luego subimos las escaleras y entramos
en la casa flotante donde había estado el negocio de Otto Frank. La
subida por la escalera fue lenta para mí y Augustus, pero me sentía fuerte. 
Pronto estaba mirando la famosa estantería que había escondido a Ana
Frank, su familia, y a cuatro otras personas. La estantería estaba
parcialmente abierta, y detrás de ella estaba una escalera aún más
empinada, con el ancho suficiente para una sola persona. Había visitantes
por todos lados, y no quería demorar la procesión, pero Lidewij dijo—:
Todos sean pacientes, por favor —y empecé a subir, Lidewij llevando el
carro detrás de mí, Gus detrás de ella. Eran catorce escalones. Seguía
pensando en la gente que estaba detrás de mí, la mayoría eran adultos
hablando en una variedad de idiomas, y sintiéndome avergonzada o lo
que sea, sintiéndome como un fantasma que consuela y asusta a la vez,
pero finalmente llegué arriba, y luego estuve en una inquietante
habitación vacía, apoyada contra una pared, mi cerebro diciéndole a mis
pulmones está bien está bien cálmense está bien y mis pulmones
diciéndole a mi cerebro oh, Dios, estamos muriendo aquí. Ni siquiera vi a
Augustus subir, pero él se acercó y se pasó el dorso de la mano por la ceja
haciendo un uf y dijo—: Eres una campeona.
Después de unos cuantos minutos de apoyarme en la pared, seguí hasta la
habitación siguiente, la que Ana había compartido con el dentista Fritz
Pfeffer. Era pequeña, sin ningún mueble. Nunca habrías sabido que alguien
vivió ahí de no ser porque las imágenes que Ana había pegado en la
pared, sacadas de revistas y periódicos, todavía estaban ahí.
Otra escalera llevaba a la habitación donde la familia van Pels había
vivido, ésta era más empinada que la última y tenía dieciocho escalones,
esencialmente una escalera sobrevalorada. Llegué al inicio de ésta y
calculé. No podía hacerlo, pero también sabía que la única forma de
seguir era subiendo.
—Volvamos —dijo Gus detrás de mí.
—Estoy bien —respondí quedamente. Es estúpido, pero seguía pensando
que se lo debía a ella, a Ana Frank, quiero decir, porque ella estaba
muerta y yo no, porque ella se quedó tranquila, mantuvo las persianas
cerradas e hizo todo bien y aun así murió, y por eso debía subir y ver el
resto del mundo en el que vivió durante esos años antes de que viniera la
Gestapo.
Empecé a subir los escalones, gateando por ellos, como lo haría un niño,
primero lento para poder respirar, pero luego más rápido porque sabía que 
no podría respirar y quería llegar arriba antes de que todo se acabara. La
negrura invadió mi campo visual a medida que me impulsaba hacia
arriba, dieciocho escalones, empinados como el infierno. Finalmente
llegué al final de la escalera, mayormente ciega y con náuseas, los
músculos en mis brazos y piernas gritando por oxígeno. Me desplomé
sentada contra una pared, jadeando y tosiendo. Había una vitrina vacía
atornillada a la pared encima de mí y miré a través de ella al cielo
tratando de no desmayarme.
Lidewij se agachó a mi lado, diciendo—: Ya estás arriba, eso es todo —Y
asentí. Tuve un vago conocimiento de los adultos que estaban alrededor
mirándome con preocupación; de Lidewij hablando quedamente en un
lenguaje y luego en otro y luego otro a varios de los visitantes; de Augustus
parado por encima de mí, su mano en mi cabeza, acariciando mi cabello
de paso.
Después de un largo tiempo, Lidewij y Augustus me ayudaron a pararme y
vi lo que estaba protegido por la vitrina: marcas de lápiz en el papel tapiz
midiendo el crecimiento de los niños de todos los niños en el anexo durante
el periodo en el que vivieron ahí, pulgada a pulgada hasta que no
crecieron más.
Desde ahí, dejamos el área donde vivían los Frank, pero todavía
estábamos en el museo: un largo y estrecho pasillo mostraba fotos de los
ocho residentes del anexo y describían como, donde y cuando murieron.
—El único miembro de toda su familia que sobrevivió la guerra —nos dijo
Lidewij, refiriéndose al padre de Ana, Otto.
Su voz era baja, como si estuviéramos en una iglesia.
—Pero no sobrevivió una guerra, no realmente —dijo Augustus—. Él
sobrevivió un genocidio.
—Cierto —dijo Lidewij—. No sé cómo podrías seguir, sin tu familia. No lo sé.
Mientras leía acerca de los siete que murieron, pensé en Otto Frank
dejando de ser padre, quedándose con un diario en vez de con una
esposa y dos hijas. Al final del pasillo, un libro gigante, más grande que un
diccionario, contenía los nombres de los 103.000 muertos en el holocausto 
holandés. Sólo 5.000 de los judíos alemanes deportados, un rótulo en la
pared lo explicaba, habían sobrevivido. 5.000 Otto Franks. El libro estaba en
la página con el nombre de Ana Frank, pero lo que me llamó la atención
fue el hecho de que justo debajo de su nombre había cuatro Aron Franks.
Cuatro. Cuatro Aron Franks sin museos, sin señales históricas, sin nadie que
los llorara. Silenciosamente decidí recordar y rezar por los cuatro Aron
Franks durante el tiempo que estuviera por aquí. Tal vez alguna gente
necesite creer en un Dios auténtico y omnipotente para rezar, pero yo no.
Cuando llegamos al final de la habitación, Gus paró y dijo—:¿Estás bien?
—Asentí.
Él hizo un gesto hacia la foto de Ana. —Lo peor de todo es que ella casi
vivió, ¿sabes? Ella murió semanas antes de la liberación.
Lidewij se alejó para ver un video, y yo tomé la mano de Augustus mientras
caminábamos hacia la siguiente habitación. Era una habitación con forma
de A con algunas cartas que Otto Frank había escrito a la gente durante
los meses que duró la búsqueda de sus hijas. En la pared en el medio de la
habitación, un video de Otto Frank se reproducía. Él estaba hablando en
inglés.
—¿Hay algún Nazi que quedé para que pueda cazarlos y hacer justicia? —
preguntó Augustus mientras nos inclinábamos sobre las vitrinas leyendo las
cartas de Otto y las insoportables respuestas de que no, nadie había visto a
sus niñas después de la liberación.
—Creo que todos están muertos. Pero no es como si los Nazis tuvieran un
monopolio en el mal.
—Cierto —dijo él—. Eso es lo que deberíamos hacer Hazel Grace:
deberíamos unirnos y ser el dúo de vigilantes discapacitados rugiendo
alrededor del mundo, corrigiendo lo equivocado, defendiendo a los
débiles, protegiendo a los que están en peligro.
Aunque era su sueño y no el mío, lo apoye. Él me apoyaba a mí después
de todo.
—Nuestra falta de miedo será nuestra arma secreta —dije. 
—Las historias de nuestras hazañas sobrevivirán tanto como lo haga la voz
humana —dijo.
—E incluso después de eso, cuando los robots recuerden lo absurdo del
sacrificio y la compasión humanos, ellos nos recordarán.
—Ellos se robo-reirán de nuestra locura valiente —dijo—. Pero algo en sus
robóticos corazones de hierro anhelará haber vivido y muerto como
nosotros lo hicimos: en la misión de los héroes.
—Augustus Waters —dije, levantando la mirada hacia él, pensando que no
puedes besar a alguien en la casa de Ana Frank, y luego pensando que
Ana Frank, después de todo, besó a alguien en la casa de Ana Frank, y
que probablemente no hay nada que le gustara más para su casa que
ésta se convirtiera en un lugar en donde los jóvenes irreparablemente
destrozados se hundieran en el amor.
—Debo decir —dijo Otto Frank dijo en el video con su inglés acentuado—,
que estaba muy sorprendido por los pensamientos profundos que tenía
Ana.
Y luego nos estábamos besando. Mi mano se soltó del carro de oxígeno y
alcancé su cuello, y él me levantó por la cintura hasta la punta de mis pies.
Mientras sus labios separados encontraban los míos, empecé a sentirme sin
aliento en una nueva y fascinante manera. El espacio alrededor nuestro se
evaporó, y por un raro momento de verdad me gustó mi cuerpo; ésta cosa
arruinada por el cáncer que había pasado años arrastrando de repente
pareció valer la pena, valer los tubos en el pecho y la línea PICC28 y la
traición constante de los tumores en mi cuerpo.
—Era una Ana bastante diferente de la que conocía como mi hija. Ella
nunca mostró éste tipo de sentimiento interno —continúo Otto Frank.
El beso duró para siempre mientras Otto Frank seguía hablando desde
detrás de mí. —Y mi conclusión es —dijo—, ya que tenía una muy buena
relación con mi hija, que la mayoría de los padres no conocen realmente a
sus hijos.


~♥~♥~♥~♥~

Me di cuenta de que mis ojos estaban cerrados y los abrí. Augustus me
estaba mirando fijamente, sus ojos azules más cerca de lo que jamás
habían estado, y detrás de él, una multitud de personas en tres filas que
formaban una especie de círculo alrededor de nosotros. Ellos estaban
enfadados, pensé. Horrorizados. Éstos adolescentes, con sus hormonas,
besándose mientras se transmitía un video con la voz destrozada de un
antiguo padre.
Me alejé de Augustus, y él me dio un beso furtivo en la frente mientras yo
miraba hacía mis Chuck Taylors.
Y luego empezaron a aplaudir. Toda la gente, todos esos adultos,
simplemente empezaron a aplaudir. Y uno de ellos gritó —¡Bravo! —En un
acento europeo. Augustus, sonriendo, hizo una reverencia. Riendo hice
una reverencia ligera, lo que fue recibido con otra ronda de aplausos.
Caminamos escaleras abajo, dejando que todos los adultos fueran
primero, y justo antes de que llegáramos al café, donde benditamente un
ascensor nos llevó a nivel del suelo y a la tienda de regalos, vimos páginas
del diario de Ana, y también de su libro no publicado de citas. El libro de
citas estaba en una página de citas de Shakespeare. ¿Para aquel tan
firme que no pueda ser seducido? había escrito ella.
~♥~♥~♥~♥~

Lidewij nos llevó de vuelta al Filosoof. Fuera del hotel, estaba lloviznando y
Augustus y yo nos paramos en la acera de ladrillo mojándonos lentamente.
Augustus: Probablemente necesitas un descanso.
Yo: Estoy bien.
Augustus: Bien —Pausa—. ¿En qué estás pensando?
Yo: En ti.
Augustus: ¿Qué hay conmigo?
Yo: No sé qué preferir, / la belleza de las inflexiones/ o la belleza de las
insinuaciones, / el mirlo cuando silba/ o el instante después. 
Augustus: Dios, eres sexy.
Yo: Podríamos ir a tu habitación.
Augustus: He escuchado ideas peores.

~♥~♥~♥~♥~

Nos apretamos en el pequeño ascensor. Cada superficie, incluyendo el
suelo, era un espejo. Tuvimos que jalar la puerta para cerrarla y luego la
cosa vieja fue chirriando a medida que subía lentamente al segundo piso.
Estaba cansada, sudada, y preocupada de verme y oler asquerosa, pero
aun así lo bese en ese ascensor, y luego él se alejó apuntó al espejo y
dijo—: Mira, infinitas Hazels.
—Algunos infinitos son más grandes que otros infinitos —dije arrastrando las
palabras, imitando a Van Houten.
—Que completo estúpido —dijo Augustus, y tomó todo ese tiempo y más
que llegáramos al segundo piso.
Finalmente el ascensor se detuvo con una sacudida, y él abrió la puerta.
Cuando estuvo medio abierta, hizo un gesto de dolor y perdió su agarre
por un segundo.
—¿Estás bien? —pregunté.
Después de un segundo, él dijo—: Sí, sí, la puerta está pesada, supongo —
Empujó de nuevo y la abrió. Me dejo salir primero, claro, pero entonces yo
no sabía en qué dirección caminar por el pasillo, así que me quede
parada fuera del ascensor y él se quedó ahí, también, su rostro todavía
crispado de dolor, y dije de nuevo—: ¿Estás bien?
—Sólo fuera de forma, Hazel Grace. Todo está bien.
Estábamos parados ahí en medio del pasillo, y él no me estaba guiando a
su habitación o nada, y yo no sabía dónde estaba su habitación, y
mientras la situación continuaba en punto muerto, me convencí de que él
estaba buscando una manera de no acostarse conmigo, que nunca debí
haber sugerido la idea en primer lugar, que eso no era propio de una
dama y por eso había disgustado a Augustus, quien estaba parado ahí 
mirándome sin parpadear, tratando de pensar en una manera de librarse
a sí mismo de la situación educadamente. Y luego, después de mucho
tiempo, él dijo—: Está sobre mi rodilla y se estrecha un poco y luego es sólo
piel. Hay una cicatriz repugnante, pero parece…
—¿Qué? —pregunté.
—Mi pierna —dijo—. Sólo para que estés preparada en caso de que la
veas o lo que…
—Oh, termina con eso —dije, y camine los dos pasos que me faltaban para
llegar hasta él. Lo besé, fuerte, apretándolo contra la pared, y lo seguí
besando mientras él buscaba la llave de la habitación.

~♥~♥~♥~♥~

Nos trepamos a las cama, mi libertad algo restringida por el oxígeno, pero
aun así podía ponerme encima de él, sacarle la camiseta y probar el sudor
en su piel bajo su clavícula mientras susurraba contra su piel—: Te amo,
Augustus Waters —su cuerpo relajándose bajo el mío mientras me oía
decirlo. Él alargó la mano para sacarme la camiseta, pero se quedó
enredada en el tubo. Me reí.

~♥~♥~♥~♥~
—¿Cómo haces esto todos los días? —preguntó mientras desenredaba mi
camiseta de los tubos. Idiotamente, se me ocurrió que mis bragas rosadas
no combinaban con mi sujetador púrpura, como si los chicos siquiera se
dieran cuenta de esas cosas. Me metí bajo las mantas y me saqué los jeans
y calcetines y luego vi la danza del edredón debajo, Augustus se sacó sus
jeans primero y luego su pierna.
~♥~♥~♥~♥~

Estábamos acostados de espaldas cerca del otro, todo escondido bajo las
mantas, y luego de un segundo alcancé su muslo y deje que mi mano
bajara hasta el muñón, la densa piel con cicatrices. Sostuve el muñón por
un segundo. Él se estremeció. —¿Duele? —pregunté. 
—No —dijo él.
Se volteó hacia su lado y me besó.
—Eres tan sexy —dije, mi mano todavía en su pierna.
—Estoy empezando a pensar que tienes un fetiche con los amputados —
respondió, aún besándome. Me reí.
—Tengo un fetiche con Augustus Waters —expliqué.

~♥~♥~♥~♥~

Todo el asunto fue exactamente lo opuesto de lo que pensaba que sería:
lento, paciente, ni particularmente doloroso ni particularmente frenético.
Había un montón de problemas de anticonceptivos que no tomé
particularmente en cuenta. No hubo cabezales rotos. Sin gritos.
Honestamente, probablemente fue el tiempo más largo que pasamos
juntos sin hablar.
Sólo una cosa siguió lo típico: Después, cuando tuve mi cara descansando
sobre el pecho de Augustus, escuchando su corazón latir, Augustus dijo—:
Hazel Grace literalmente no puedo mantener mis ojos abiertos.
—Mal uso de la literalidad —dije.
—No —dijo él—. Muy. Cansado.
Su cara se alejó de la mía, mi oreja presionada contra su pecho,
escuchando sus pulmones entrar en el ritmo del sueño. Después de un rato,
me levanté, me vestí, encontré el papel del Hotel Filosoof, y le escribí una
carta de amor: 
 

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