11
En el sobre hay varios papeles.
Los saco, con el corazón latiéndome muy deprisa, me siento en la cama y empiezo
a leer.
CONTRATOA día___________ de 2011 («fecha de inicio»)ENTREEL
SR. CHRISTIAN GREY, con domicilio en el Escala 301, Seattle, 98889
Washington(«el Amo»)Y LA SRTA. ANASTASIA STEELE, con domicilio en SW Green
Street 1114, apartamento 7, Haven Heights, Vancouver, 98888 Washington(«la
Sumisa»)LAS PARTES ACUERDAN LO SIGUIENTE1. Los puntos siguientes son los
términos de un contrato vinculante entre el Amo y la Sumisa.TÉRMINOS
FUNDAMENTALES2. El propósito fundamental de este contrato es permitir que
la Sumisa explore su sensualidad y sus límites de forma segura, con el debido
respeto y miramiento por sus necesidades, sus límites y su bienestar.3. El Amo
y la Sumisa acuerdan y admiten que todo lo que suceda bajo los términos de este
contrato será consensuado y confidencial, y estará sujeto a los límites
acordados y a los procedimientos de seguridad que se contemplan en este
contrato. Pueden añadirse límites y procedimientos de seguridad adicionales.4.
El Amo y la Sumisa garantizan que no padecen infecciones sexuales ni
enfermedades graves, incluyendo VIH, herpes y hepatitis, entre otras. Si
durante la vigencia del contrato (como se define abajo) o de cualquier
ampliación del mismo una de las partes es diagnosticada o tiene conocimiento de
padecer alguna de estas enfermedades, se compromete a informar a la otra
inmediatamente y en todo caso antes de que se produzca cualquier tipo de
contacto entre las partes.5. Es preciso cumplir las garantías y los acuerdos
anteriormente mencionados (y todo límite y procedimiento de seguridad adicional
acordado en la cláusula 3). Toda infracción invalidará este contrato con carácter
inmediato, y ambas partes aceptan asumir totalmente ante la otra las
consecuencias de la infracción.6. Todos los puntos de este contrato deben
leerse e interpretarse a la luz del propósito y los términos fundamentales
establecidos en las cláusulas 2-5.FUNCIONES7. El Amo será responsable
del bienestar y del entrenamiento, la orientación y la disciplina de la Sumisa.
Decidirá el tipo de entrenamiento, la orientación y la disciplina, y el
momento
y el lugar de administrarlos, atendiendo a los términos acordados, los límites
y los procedimientos de seguridad establecidos en este contrato o añadidos en
la cláusula 3.8. Si en algún momento el Amo no mantiene los términos acordados,
los límites y los procedimientos de seguridad establecidos en este contrato o añadidos
en la cláusula 3, la Sumisa tiene derecho a finalizar este contrato
inmediatamente y a abandonar su servicio al Amo sin previo aviso.9. Atendiendo
a esta condición y a las cláusulas 2-5, la Sumisa tiene que obedecer en todo al
Amo. Atendiendo a los términos acordados, los límites y los procedimientos de
seguridad establecidos en este contrato o añadidos en la cláusula 3, debe
ofrecer al Amo, sin preguntar ni dudar, todo el placer que este le exija, y
debe aceptar, sin preguntar ni dudar, el entrenamiento, la orientación y la
disciplina en todas sus formas.INICIO Y VIGENCIA10. El Amo y la Sumisa
firman este contrato en la fecha de inicio, conscientes de su naturaleza y
comprometiéndose a acatar sus condiciones sin excepción.11. Este contrato será
efectivo durante un periodo de tres meses desde la fecha de inicio («vigencia
del contrato»). Al expirar la vigencia, las partes comentarán si este contrato
y lo dispuesto por ellos en el mismo son satisfactorios y si se han satisfecho
las necesidades de cada parte. Ambas partes pueden proponer ampliar el contrato
y ajustar los términos o los acuerdos que en él se establecen. Si no se llega a
un acuerdo para ampliarlo, este contrato concluirá y ambas partes serán libres
para seguir su vida por separado.DISPONIBILIDAD12. La Sumisa estará
disponible para el Amo desde el viernes por la noche hasta el domingo por la
tarde, todas las semanas durante la vigencia del contrato, a horas a
especificar por el Amo («horas asignadas»). Pueden acordarse mutuamente más
horas asignadas adicionales.13. El Amo se reserva el derecho a rechazar el
servicio de la Sumisa en cualquier momento y por las razones que sean. La
Sumisa puede solicitar su liberación en cualquier momento, liberación que
quedará a criterio del Amo y estará exclusivamente sujeta a los derechos de la
Sumisa contemplados en las cláusulas 2-5 y 8.UBICACIÓN14. La Sumisa
estará disponible a las horas asignadas y a las horas adicionales en los
lugares que determine el Amo. El Amo correrá con todos los costes de viaje en
los que incurra la Sumisa con este fin.PRESTACIÓN DE SERVICIOS15. Las
dos partes han discutido y acordado las siguientes prestaciones de servicios, y
ambas deberán cumplirlas durante la vigencia del contrato. Ambas partes aceptan
que pueden surgir cuestiones no contempladas en los términos de este contrato
ni en la prestación de servicios, y que determinadas cuestiones podrán
renegociarse. En estas circunstancias, podrán proponerse cláusulas adicionales
a modo de enmienda. Ambas partes deberán acordar, redactar y firmar toda
cláusula adicional o enmienda, que estará sujeta a los términos fundamentales
establecidos en las cláusulas 2-5.AMO15.1. El Amo debe priorizar en todo
momento la salud y la seguridad de la Sumisa. El Amo en ningún
momento
exigirá, solicitará, permitirá ni pedirá a la Sumisa que participe en las
actividades detalladas en el Apéndice 2 o en toda actividad que cualquiera de
las dos partes considere insegura. El Amo no llevará a cabo, ni permitirá que
se lleve a cabo, ninguna actividad que pueda herir gravemente a la Sumisa o
poner en peligro su vida. Los restantes subapartados de esta cláusula 15 deben
leerse atendiendo a esta condición y a los acuerdos fundamentales de las
cláusulas 2-5.15.2. El Amo acepta el control, el dominio y la disciplina de la
Sumisa durante la vigencia del contrato. El Amo puede utilizar el cuerpo de la
Sumisa en cualquier momento durante las horas asignadas, o en horas adicionales
acordadas, de la manera que considere oportuno, en el sexo o en cualquier otro ámbito.15.3.
El Amo ofrecerá a la Sumisa el entrenamiento y la orientación necesarios para
servir adecuadamente al Amo.15.4. El Amo mantendrá un entorno estable y seguro
en el que la Sumisa pueda llevar a cabo sus obligaciones para servir al
Amo.15.5. El Amo puede disciplinar a la Sumisa cuanto sea necesario para
asegurarse de que la Sumisa entiende totalmente su papel de sumisión al Amo y
para desalentar conductas inaceptables. El Amo puede azotar, zurrar, dar
latigazos y castigar físicamente a la Sumisa si lo considera oportuno por
motivos de disciplina, por placer o por cualquier otra razón, que no está
obligado a exponer.15.6. En el entrenamiento y en la administración de
disciplina, el Amo garantizará que no queden marcas en el cuerpo de la Sumisa
ni heridas que exijan atención médica.15.7. En el entrenamiento y en la
administración de disciplina, el Amo garantizará que la disciplina y los
intrumentos utilizados para administrarla sean seguros, no los utilizará de
manera que provoquen daños serios y en ningún caso podrá traspasar los límites
establecidos y detallados en este contrato.15.8. En caso de enfermedad o
herida, el Amo cuidará a la Sumisa, vigilará su salud y su seguridad, y
solicitará atención médica cuando lo considere necesario.15.9. El Amo cuidará
de su propia salud y buscará atención médica cuando sea necesario para evitar
riesgos.15.10. El Amo no prestará su Sumisa a otro Amo.15.11. El Amo podrá
sujetar, esposar o atar a la Sumisa en todo momento durante las horas asignadas
o en cualquier hora adicional por cualquier razón y por largos periodos de
tiempo, prestando la debida atención a la salud y la seguridad de la
Sumisa.15.12. El Amo garantizará que todo el equipamiento utilizado para el
entrenamiento y la disciplina se mantiene limpio, higiénico y seguro en todo
momento.SUMISA15.13. La Sumisa acepta al Amo como su dueño y entiende
que ahora es de su propiedad y que está a su disposición cuando al Amo le
plazca durante la vigencia del contrato en general, pero especialmente en las
horas asignadas y en las horas adicionales acordadas.15.14. La Sumisa obedecerá
las normas establecidas en el Apéndice 1 de este contrato.15.15. La Sumisa
servirá al Amo en todo aquello que el Amo considere oportuno y debe hacer todo
lo posible por complacer al Amo en todo momento.15.16. La Sumisa tomará las
medidas necesarias para cuidar su
salud,
solicitará o buscará atención médica cuando la necesite, y en todo momento
mantendrá informado al Amo de cualquier problema de salud que pueda
surgir.15.17. La Sumisa garantizará que toma anticonceptivos orales, y que los
toma como y cuando es debido para evitar quedarse embarazada.15.18. La Sumisa
aceptará sin cuestionar todas y cada una de las acciones disciplinarias que el
Amo considere necesarias, y en todo momento recordará su papel y su función
ante el Amo.15.19. La Sumisa no se tocará ni se proporcionará placer sexual sin
el permiso del Amo.15.20. La Sumisa se someterá a toda actividad sexual que
exija el Amo, sin dudar y sin discutir.15.21. La Sumisa aceptará azotes,
zurras, bastonazos, latigazos o cualquier otra disciplina que el Amo decida
administrar, sin dudar, preguntar ni quejarse.15.22. La Sumisa no mirará
directamente a los ojos al Amo excepto cuando se le ordene. La Sumisa debe
agachar los ojos, guardar silencio y mostrarse respetuosa en presencia del
Amo.15.23. La Sumisa se comportará siempre con respeto hacia el Amo y solo se
dirigirá a él como señor, señor Grey o cualquier otro apelativo que le ordene
el Amo.15.24. La Sumisa no tocará al Amo sin su expreso consentimiento.ACTIVIDADES16.
La Sumisa no participará en actividades o actos sexuales que cualquiera de las
dos partes considere inseguras ni en las actividades detalladas en el Apéndice
2.17. El Amo y la Sumisa han comentado las actividades establecidas en el
Apéndice 3 y hacen constar por escrito en el Apéndice 3 su acuerdo al respecto.PALABRAS
DE SEGURIDAD18. El Amo y la Sumisa admiten que el Amo puede solicitar a la
Sumisa acciones que no puedan llevarse a cabo sin incurrir en daños físicos,
mentales, emocionales, espirituales o de otro tipo en el momento en que se le
solicitan. En este tipo de circunstancias, la Sumisa puede utilizar una palabra
de seguridad. Se incluirán dos palabras de seguridad en función de la
intensidad de las demandas.19. Se utilizará la palabra de seguridad «Amarillo»
para indicar al Amo que la Sumisa está llegando al límite de resistencia.20. Se
utilizará la palabra de seguridad «Rojo» para indicar al Amo que la Sumisa ya
no puede tolerar más exigencias. Cuando se diga esta palabra, la acción del Amo
cesará totalmente con efecto inmediato.CONCLUSIÓN21. Los abajo firmantes
hemos leído y entendido totalmente lo que estipula este contrato. Aceptamos
libremente los términos de este contrato y con nuestra firma damos nuestra
conformidad. El Amo: Christian GreyFecha La Sumisa: Anastasia SteeleFecha
APÉNDICE 1NORMASObediencia:La Sumisa obedecerá inmediatamente todas
las instrucciones del Amo, sin dudar, sin reservas y de forma expeditiva. La
Sumisa aceptará toda actividad sexual que el Amo considere oportuna y
placentera,
excepto las actividades contempladas en los límites infranqueables (Apéndice
2). Lo hará con entusiasmo y sin dudar.Sueño:La Sumisa garantizará que
duerme como mínimo ocho horas diarias cuando no esté con el Amo.Comida:Para
cuidar su salud y su bienestar, la Sumisa comerá frecuentemente los alimentos
incluidos en una lista (Apéndice 4). La Sumisa no comerá entre horas, a
excepción de fruta.Ropa:Durante la vigencia del contrato, la Sumisa solo
llevará ropa que el Amo haya aprobado. El Amo ofrecerá a la Sumisa un
presupuesto para ropa, que la Sumisa debe utilizar. El Amo acompañará a la
Sumisa a comprar ropa cuando sea necesario. Si el Amo así lo exige, mientras el
contrato esté vigente, la Sumisa se pondrá los adornos que le exija el Amo, en
su presencia o en cualquier otro momento que el Amo considere oportuno.Ejercicio:El
Amo proporcionará a la Sumisa un entrenador personal cuatro veces por semana,
en sesiones de una hora, a horas convenidas por el entrenador personal y la
Sumisa. El entrenador personal informará al Amo de los avances de la Sumisa.Higiene
personal y belleza:La Sumisa estará limpia y depilada en todo momento. La
Sumisa irá a un salón de belleza elegido por el Amo cuando este lo decida y se
someterá a cualquier tratamiento que el Amo considere oportuno. El Amo correrá
con todos los gastos.Seguridad personal:La Sumisa no beberá en exceso,
ni fumará, ni tomará sustancias psicotrópicas, ni correrá riesgos innecesarios.Cualidades
personales:La Sumisa solo mantendrá relaciones sexuales con el Amo. La
Sumisa se comportará en todo momento con respeto y humildad. Debe comprender
que su conducta influye directamente en la del Amo. Será responsable de
cualquier fechoría, maldad y mala conducta que lleve a cabo cuando el Amo no
esté presente. El incumplimiento de cualquiera de las normas anteriores será
inmediatamente castigado, y el Amo determinará la naturaleza del castigo.
APÉNDICE 2Límites infranqueablesActos con fuego.Actos con orina, defecación
y excrementos.Actos con agujas, cuchillos, perforaciones y sangre.Actos con
instrumental médico ginecológico.Actos con niños y animales.Actos que dejen
marcas permanentes en la piel.Actos relativos al control de la
respiración.Actividad que implique contacto directo con corriente eléctrica
(tanto alterna como continua), fuego o llamas en el cuerpo. APÉNDICE 3Límites
tolerablesA discutir y acordar por ambas partes: ¿Acepta la Sumisa lo
siguiente? • Masturbación• Penetración vaginal• Cunnilingus• Fisting vaginal•
Felación• Penetración anal• Ingestión de semen• Fisting anal ¿Acepta la Sumisa
lo siguiente? • Vibradores• Consoladores• Tapones anales• Otros juguetes
vaginales/anales ¿Acepta la Sumisa lo siguiente?
•
Bondage con cuerda• Bondage con cinta adhesiva• Bondage con muñequeras • Otros
tipos de bondage de cuero• Bondage con esposas y grilletes ¿Acepta la Sumisa
los siguientes tipos de bondage? • Manos al frente• Muñecas con tobillos•
Tobillos• A objetos, muebles, etc.• Codos• Barras rígidas• Manos a la espalda•
Suspensión• Rodillas ¿Acepta la Sumisa que se le venden los ojos? ¿Acepta la
Sumisa que se la amordace? ¿Cuánto dolor está dispuesta a experimentar la
Sumisa? 1 equivale a que le gusta mucho y 5, a que le disgusta mucho:1 — 2 — 3
— 4 — 5 ¿Acepta la Sumisa las siguientes formas de dolor/castigo/disciplina?•
Azotes• Azotes con pala• Latigazos• Azotes con vara• Mordiscos• Pinzas para
pezones• Pinzas genitales• Hielo• Cera caliente• Otros tipos/métodos de dolor
Dios mío. Ni siquiera tengo fuerzas para echar un vistazo a la lista de los
alimentos. Trago saliva y tengo la boca seca. Vuelvo a leerlo.
Me da vueltas la cabeza. ¿Cómo
voy a aceptar todo esto? Y al parecer es en mi beneficio, para que explore mi
sensualidad y mis límites de forma segura… ¡Por favor! Es de risa. Servirlo y
obedecerlo en todo. ¡En todo! Muevo la cabeza sin terminar de creérmelo. En
realidad, ¿los votos del matrimonio no utilizan palabras como… obediencia? Me
desconcierta. ¿Todavían dicen eso las parejas? Solo tres meses… ¿Por eso ha
habido tantas? ¿No se las queda mucho tiempo? ¿O ellas tuvieron bastante con
tres meses? ¿Todos los fines de semana? Es demasiado. No podré ver a Kate ni a
los amigos que pueda hacer en mi nuevo trabajo, suponiendo que encuentre
trabajo. Quizá debería reservarme un fin de semana al mes para mí. Quizá cuando
tenga la regla… Parece… práctico. ¡Es mi dueño! ¡Tendré que hacer lo que le
plazca! Dios mío.
Me estremezco al pensar en que
me azote o me pegue. Probablemente los azotes no sean tan graves, aunque sí
humillantes. ¿Y atarme? Bueno, ya me ha atado las manos. Fue… bueno, fue
excitante, muy excitante, así que quizá tampoco sea tan grave. No me prestará a
otro Amo… Maldita sea, por supuesto que no. Sería totalmente inaceptable. ¿Por
qué me tomo siquiera la molestia de pensar en todo esto?
No puedo mirarlo a los ojos.
¡Qué raro! Es la única manera de tener alguna posibilidad de saber lo que está
pensando. Pero ¿a quién intento engañar? Nunca sé lo que está pensando, pero me
gusta mirarle a los ojos. Son bonitos, cautivadores, inteligentes, profundos y
oscuros, con secretos de dominación. Pienso en su mirada ardiente, aprieto los
muslos y me estremezco.
Y no puedo tocarlo. Bueno, esto
no me sorprende. Y esas estúpidas normas…
No,
no, no puedo. Me cubro la cara con las manos. No es manera de mantener una
relación. Necesito dormir un poco. Estoy agotada. Las travesuras físicas que he
hecho en las últimas veinticuatro horas han sido francamente agotadoras. Y
mentalmente… Oh, es demasiado. Como diría José, una auténtica jodienda mental.
Quizá por la mañana no me parezca una broma de mal gusto.
Me levanto y me cambio
rápidamente. Quizá debería pedirle prestado a Kate su pijama rosa de franela.
Necesito el contacto de algo mimoso y tranquilizador. Voy al baño a lavarme los
dientes en camiseta y pantalones cortos de pijama.
Me miro en el espejo del baño.
No puedes estar planteándotelo en serio… Mi subconsciente parece cuerda y
racional, no mordaz, como suele ser. La diosa que llevo dentro no deja de dar
saltitos y palmas como una niña de cinco años. Por favor, di que sí… si no,
acabaremos solas con un montón de gatos y tus novelas por única compañía.
El único hombre que me ha
atraído, y llega con un maldito contrato, un látigo y un sinfín de puntos y
cláusulas. Bueno, al menos he conseguido lo que quería este fin de semana. La
diosa que llevo dentro deja de saltar y sonríe con serenidad. ¡Oh, sí…!,
articula con los labios asintiendo con aire de suficiencia. Me ruborizo al
recordar sus manos y su boca sobre mí, su cuerpo dentro del mío. Cierro los
ojos y siento en lo más hondo la exquisita tensión de mis músculos. Quiero
hacerlo una y otra vez. Quizá si solo me quedo con el sexo… ¿lo aceptaría? Me
temo que no.
¿Soy sumisa? Quizá lo parezco.
Quizá le di esa impresión en la entrevista. Soy tímida, sí… pero ¿sumisa? Dejo
que Kate me avasalle… ¿Es lo mismo? Y esos límites tolerables… Alucino, aunque
me tranquiliza saber que tenemos que discutirlos.
Vuelvo a mi habitación. Es
demasiado en lo que pensar. Necesito aclararme, planteármelo por la mañana,
cuando esté fresca. Guardo los transgresores documentos en el bolso. Mañana…
mañana será otro día. Me meto en la cama, apago la luz y me tumbo mirando al
techo. Ojalá no lo hubiera conocido nunca. La diosa que llevo dentro cabecea.
Las dos sabemos que es mentira. Nunca me había sentido tan viva.
Cierro los ojos y me sumerjo en
un sueño profundo en el que de vez en cuando veo camas de cuatro postes,
grilletes e intensos ojos grises.
A la mañana siguiente Kate me
despierta.
—Ana, llevo llamándote un buen
rato. ¿Te has desmayado?
Mis ojos se niegan a abrirse.
No solo se ha levantado, sino que ha salido a correr.
Echo
un vistazo al despertador. Las ocho de la mañana. Vaya, he dormido más de nueve
horas.
—¿Qué pasa? —balbuceo medio
dormida.
—Ha llegado un tipo con un
paquete para ti. Tienes que firmar.
—¿Qué?
—Vamos. Es grande. Parece
interesante.
Da unos saltitos entusiasmada y
vuelve al comedor. Salgo de la cama y cojo la bata, que está colgada en la puerta.
En el comedor hay un chico elegante con coleta y una caja grande en las manos.
—Hola —murmuro.
—Te prepararé un té —me dice
Kate metiéndose en la cocina.
—¿La señorita Steele?
E inmediatamente sé quién me
manda el paquete.
—Sí —le contesto con recelo.
—Traigo un paquete para usted,
pero tengo que instalarlo y enseñarle a utilizarlo.
—¿En serio? ¿A estas horas?
—Yo cumplo órdenes, señora.
Me dedica una sonrisa
encantadora pero expeditiva, como diciendo que no le venga con chorradas.
¿Acaba de llamarme «señora»?
¿He envejecido diez años en una noche? De ser así, es culpa del contrato.
Frunzo los labios disgustada.
—De acuerdo, ¿qué es?
—Un MacBook Pro.
—Cómo no —digo poniendo los
ojos en blanco.
—Todavía no está en las
tiendas, señora. Es lo último de Apple.
¿Por qué no me sorprende?
Suspiro ruidosamente.
—Colóquelo ahí, en la mesa del
comedor.
Voy a la cocina a reunirme con
Kate.
—¿Qué es? —me pregunta con los
ojos brillantes.
Se ha hecho una coleta. También
ella ha dormido bien.
—Un
portátil de Christian.
—¿Por qué te manda un portátil?
Sabes que puedes utilizar el mío.
No para lo que él tiene en
mente.
—Bueno, es solo un préstamo.
Quería que lo probara.
Mi excusa parece poco
convincente, pero Kate asiente. Vaya… He mentido a Katherine Kavanagh. Una
novedad. Me pasa mi taza de té.
El portátil es brillante,
plateado y bastante bonito, con una pantalla grandísima. A Christian Grey le
gustan las cosas a gran escala… Pienso en donde vive, en su casa.
—Lleva el último OS y todo un
paquete de programas, más un disco duro de 1,5 terabytes, así que tendrá mucho
espacio, 32 gigas de RAM… ¿Para qué va a utilizarlo?
—Bueno… para mandar e-mails.
—¡E-mails! —exclama pasmado,
alzando las cejas con una ligera mirada demente.
—Y quizá navegar por internet…
—añado encogiéndome de hombros, como disculpándome.
Suspira.
—Bueno, tiene rúter inalámbrico
N, y lo he instalado con las especificaciones de su cuenta. Este cacharro está
preparado para funcionar prácticamente en todo el mundo —me explica mirándolo
con cierto deseo.
—¿Mi cuenta?
—Su nueva dirección de e-mail.
¿Tengo dirección de e-mail?
Pulsa un icono de la pantalla y
sigue hablándome, pero yo ni caso. No entiendo una palabra de lo que dice y,
para ser sincera, no me interesa. Dime solo cómo encenderlo y apagarlo… Lo
demás ya lo descubriré. Al fin y al cabo, llevo cuatro años utilizando el de
Kate. Kate silba impresionada en cuanto lo ve.
—Es tecnología de última
generación —me dice alzando las cejas—. A la mayoría de las mujeres les regalan
flores o alguna joya —me provoca intentando no sonreír.
Le pongo mala cara, pero no
puedo aguantar seria. A las dos nos da un ataque de risa, y el tipo del
ordenador nos mira perplejo, con la boca abierta. Termina y
me
pide que firme el albarán de entrega.
Mientras Kate lo acompaña a la
puerta, me siento con mi taza de té, abro el programa de correo y descubro que
está esperándome un e-mail de Christian. El corazón me da un brinco. Tengo un
correo electrónico de Christian Grey. Lo abro, nerviosa.
De: Christian GreyFecha: 22 de mayo de 2011 23:15Para:
Anastasia SteeleAsunto: Su nuevo ordenador Querida señorita
Steele:Confío en que haya dormido bien. Espero que haga buen uso de este
portátil, como comentamos.Estoy impaciente por cenar con usted el
miércoles.Hasta entonces, estaré encantado de contestar a cualquier pregunta
vía e-mail, si lo desea. Christian GreyPresidente de Grey Enterprises Holdings,
Inc. Pulso «Responder».
De: Anastasia SteeleFecha: 23 de mayo de 2011 08:20Para:
Christian GreyAsunto: Tu nuevo ordenador (en préstamo) He dormido
muy bien, gracias… por alguna extraña razón… Señor.Creí entender que el
ordenador era en préstamo, es decir, no es mío. Ana Su respuesta llega casi al
momento.
De: Christian GreyFecha: 23 de mayo de 2011 08:22Para:
Anastasia SteeleAsunto: Su nuevo ordenador (en préstamo) El
ordenador es en préstamo. Indefinidamente, señorita Steele.Observo en su tono
que ha leído la documentación que le di.¿Tiene alguna pregunta? Christian
GreyPresidente de Grey Enterprises Holdings, Inc. No puedo evitar sonreír.
De: Anastasia SteeleFecha: 23 de mayo de 2011 08:25Para:
Christian GreyAsunto: Mentes inquisitivas Tengo muchas preguntas,
pero no me parece adecuado hacértelas vía e-mail, y algunos tenemos que trabajar
para ganarnos la vida.No quiero ni necesito un ordenador indefinidamente.Hasta
luego. Que tengas un buen día… Señor.
Ana
Su respuesta vuelve a ser instantánea y hace que sonría.
De: Christian GreyFecha: 23 de mayo de 2011 08:26Para:
Anastasia SteeleAsunto: Tu nuevo ordenador (de nuevo en préstamo)
Hasta luego, nena.P.D.: Yo también trabajo para ganarme la vida. Christian
GreyPresidente de Grey Enterprises Holdings, Inc. Cierro el ordenador sonriendo
como una idiota. ¿Cómo puedo resistirme al juguetón Christian? Voy a llegar
tarde al trabajo. Bueno, es mi última semana… Seguramente el señor y la señora
Clayton harán un poco la vista gorda. Corro a la ducha sin poder quitarme la
sonrisa de oreja a oreja. ¡Me ha escrito e-mails! Me siento como una niña aturdida.
Y todas las angustias por el contrato desaparecen. Mientras me lavo el pelo,
intento pensar en lo que podría preguntarle por e-mail, aunque seguramente
estas cosas es mejor hablarlas. Supongamos que alguien hackea su cuenta… Me
ruborizo solo de pensarlo. Me visto rápidamente, me despido a gritos de Kate y
salgo para trabajar mi última semana en Clayton’s.
José me llama a las once.
—Hola, ¿vamos a tomar un café?
Su tono es el del José de
siempre, mi amigo José, no un… ¿cómo lo llamó Christian? Un pretendiente. Uf.
—Claro. Estoy en el trabajo.
¿Puedes pasarte por aquí, digamos, a las doce?
—Vale, nos vemos a las doce.
Cuelga y yo vuelvo a reponer
las brochas y a pensar en Christian Grey y su contrato.
José es puntual. Entra en la
tienda dando saltitos vacilantes como un cachorro de ojos oscuros.
—Ana.
En cuanto esboza su
deslumbrante sonrisa hispanoamericana, se me pasa el enfado.
—Hola, José. —Lo abrazo—. Me
muero de hambre. Voy a decirle a la señora Clayton que salgo a comer.
De camino a la cafetería, cojo
a José del brazo. Me alegra mucho que actúe con… normalidad, como un amigo al
que conozco y al que entiendo.
—Ana
—murmura—, ¿de verdad me has perdonado?
—José, sabes que nunca podré
estar mucho tiempo enfadada contigo.
Sonríe.
Estoy impaciente por llegar a
casa para ver si tengo un e-mail de Christian, y quizá pueda empezar mi
investigación. Kate ha salido, así que enciendo el nuevo ordenador y abro el
programa de correo. Por supuesto, en la bandeja de entrada tengo un e-mail de
Christian. Casi salto de la silla de alegría.
De: Christian GreyFecha: 23 de mayo de 2011 17:24Para:
Anastasia SteeleAsunto: Trabajar para ganarse la vida Querida
señorita Steele:Espero que haya tenido un buen día en el trabajo. Christian
GreyPresidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.Pulso «Responder».
De: Anastasia SteeleFecha: 23 de mayo de 2011 17:48Para:
Christian GreyAsunto: Trabajar para ganarse la vida Señor… He tenido
un día excelente en el trabajo.Gracias. Ana De: Christian GreyFecha: 23
de mayo de 2011 17:50Para: Anastasia SteeleAsunto: ¡A trabajar!
Señorita Steele:Me alegro mucho de que haya tenido un día excelente.Mientras
escribe e-mails no está investigando. Christian GreyPresidente de Grey
Enterprises Holdings, Inc. De: Anastasia SteeleFecha: 23 de mayo
de 2011 17:53Para: Christian GreyAsunto: Pesado Señor Grey: deja
de mandarme e-mails y podré empezar a hacer los deberes. Me gustaría sacar otro
sobresaliente. Ana Me abrazo a mí misma.
De: Christian GreyFecha: 23 de mayo de 2011 17:55Para:
Anastasia SteeleAsunto: Impaciente
Señorita
Steele:Deje de escribirme e-mails… y haga los deberes.Me gustaría ponerle otro
sobresaliente.El primero fue muy merecido. ;) Christian GreyPresidente de Grey
Enterprises Holdings, Inc. Christian Grey acaba de enviarme un guiño… Madre
mía. Abro el Google.
De: Anastasia SteeleFecha: 23 de mayo de 2011 17:59Para:
Christian GreyAsunto: Investigación en internet Señor Grey:¿Qué me
sugieres que ponga en el buscador? Ana De: Christian GreyFecha: 23
de mayo de 2011 18:02Para: Anastasia SteeleAsunto: Investigación
en internet Señorita Steele:Empiece siempre con la Wikipedia.No quiero más
e-mails a menos que tenga preguntas.¿Entendido? Christian GreyPresidente de
Grey Enterprises Holdings, Inc. De: Anastasia SteeleFecha: 23 de
mayo de 2011 18:04Para: Christian GreyAsunto: ¡Autoritario! Sí…
señor.Eres muy autoritario. Ana De: Christian GreyFecha: 23 de
mayo de 2011 18:06Para: Anastasia SteeleAsunto: Controlando
Anastasia, no te imaginas cuánto.Bueno, quizá ahora te haces una ligera
idea.Haz los deberes. Christian GreyPresidente de Grey Enterprises Holdings,
Inc. Tecleo «sumiso» en la Wikipedia.
Media hora
después estoy un poco mareada y francamente impactada. ¿De verdad quiero
meterme todo eso en la cabeza? ¿Es esto lo que hace en el cuarto rojo del
dolor? Contemplo la pantalla, y una parte de mí, una húmeda parte de mí, de la
que no he sido consciente hasta hace muy poco, se ha puesto a cien. Madre mía,
algunas cosas son EXCITANTES. Pero ¿son para mí? Dios mío… ¿podría hacerlo?
Necesito espacio. Tengo que pensar.
12
Por primera vez en mi vida
salgo a correr voluntariamente. Busco mis asquerosas zapatillas, que nunca uso,
unos pantalones de chándal y una camiseta. Me hago dos trenzas, me ruborizo con
los recuerdos que vuelven a mi mente y enciendo el iPod. No puedo sentarme
frente a esa maravilla de la tecnología y seguir viendo o leyendo más material
inquietante. Necesito quemar parte de esta excesiva y enervante energía. La verdad
es que me apetece correr hasta el hotel Heathman y pedirle al obseso del
control que me eche un polvo. Pero está a ocho kilómetros, y dudo que pueda
llegar a correr dos, no digamos ya ocho, y por supuesto podría rechazarme, lo
que sería muy humillante.
Cuando abro la puerta, Kate
está saliendo de su coche. Casi se le caen las bolsas al verme. Ana Steele con
zapatillas de deporte. La saludo con la mano y no me paro para que no me
pregunte. De verdad necesito estar un rato sola. Con Snow Patrol sonando en mis
oídos, me introduzco en el anochecer ópalo y aguamarina.
Cruzo el parque. ¿Qué voy a
hacer? Lo deseo, pero ¿en esos términos? La verdad es que no lo sé. Quizá
debería negociar lo que quiero. Revisar ese ridículo contrato línea a línea y
decir lo que me parece aceptable y lo que no. He descubierto en internet que
legalmente no tiene ningún valor. Seguro que él lo sabe. Supongo que solo sirve
para sentar las bases de la relación. Detalla lo que puedo esperar de él y lo
que él espera de mí: mi sumisión total. ¿Estoy preparada para ofrecérsela? ¿Y
estoy capacitada?
Una pregunta me reconcome: ¿por
qué es él así? ¿Porque lo sedujeron cuando era muy joven? No lo sé. Sigue
siendo todo un misterio.
Me paro junto a un gran abeto,
apoyo las manos en las rodillas y respiro hondo, me lleno de aire los pulmones.
Me siento bien, es catártico. Siento que mi determinación se fortalece. Sí.
Tengo que decirle lo que me parece bien y lo que no. Tengo que mandarle por
e-mail lo que pienso y ya lo discutiremos el miércoles. Respiro hondo, como
para limpiarme por dentro, y doy la vuelta hacia casa.
Kate ha ido a comprar ropa,
cómo no, para sus vacaciones en Barbados. Sobre todo bikinis y pareos a juego.
Estará fantástica con todos esos modelitos, pero aun
así
se los prueba todos y me obliga a sentarme y a comentarle qué me parecen. No
hay muchas maneras de decir: «Estás fantástica, Kate». Aunque está delgada,
tiene unas curvas para perder el sentido. No lo hace a propósito, lo sé, pero
al final arrastro mi penoso culo cubierto de sudor hasta la habitación con la
excusa de ir a empaquetar más cajas. ¿Podría sentirme menos a la altura? Me
llevo conmigo la alucianante tecnología inalámbrica, enciendo el portátil y
escribo a Christian.
De: Anastasia SteeleFecha: 23 de mayo de 2011 20:33Para:
Christian GreyAsunto: Universitaria escandalizada Bien, ya he visto
bastante.Ha sido agradable conocerte. Ana Pulso «Enviar» riéndome de mi
travesura. ¿Le va a parecer a él tan divertida? Oh, mierda… seguramente no.
Christian Grey no es famoso por su sentido del humor. Aunque sé que lo tiene,
porque lo he vivido. Quizá me he pasado. Espero su respuesta.
Espero y espero. Miro el
despertador. Han pasado diez minutos.
Para olvidarme de la angustia
que se abre camino en mi estómago, me pongo a hacer lo que le he dicho a Kate
que haría: empaquetar las cosas de mi habitación. Empiezo metiendo mis libros
en una caja. Hacia las nueve sigo sin noticias. Quizá ha salido. Malhumorada,
hago un puchero, me pongo los auriculares del iPod, escucho a los Snow Patrol y
me siento a mi mesa a releer el contrato y a anotar mis observaciones y
comentarios.
No sé por qué levanto la
mirada, quizá capto de reojo un ligero movimiento, no lo sé, pero cuando la
levanto, Christian está en la puerta de mi habitación mirándome fijamente.
Lleva sus pantalones grises de franela y una camisa blanca de lino, y agita
suavemente las llaves del coche. Me quito los auriculares y me quedo helada.
¡Joder!
—Buenas noches, Anastasia —me
dice en tono frío y expresión cauta e impenetrable.
La capacidad de hablar me
abandona. Maldita Kate, lo ha dejado entrar sin avisarme. Por un segundo soy
consciente de que yo estoy hecha un asco, toda sudada y sin duchar, y él está
guapísimo, con los pantalones un poco caídos, y para colmo, en mi habitación.
—He pensado que tu e-mail
merecía una respuesta en persona —me explica en tono seco.
Abro la boca y vuelvo a
cerrarla, dos veces. Esto sí que es una broma. Por nada
del
mundo se me había ocurrido que pudiera dejarlo todo para pasarse por aquí.
—¿Puedo sentarme? —me pregunta,
ahora con ojos divertidos.
Gracias, Dios mío… Quizá la
broma le ha parecido graciosa.
Asiento. Mi capacidad de hablar
sigue sin hacer acto de presencia. Christian Grey está sentado en mi cama…
—Me preguntaba cómo sería tu
habitación —me dice.
Miro a mi alrededor pensando
por dónde escapar. No, sigue sin haber nada más que la puerta y la ventana. Mi
habitación es funcional, pero acogedora: pocos muebles blancos de mimbre y una
cama doble blanca, de hierro, con una colcha de patchwork que hizo mi madre
cuando estaba en su etapa de labores hogareñas. Es azul cielo y crema.
—Es muy serena y tranquila
—murmura.
No en este momento… no contigo
aquí.
Al final mi bulbo raquídeo
recupera la determinación. Respiro.
—¿Cómo…?
Me sonríe.
—Todavía estoy en el Heathman.
Eso ya lo sabía.
—¿Quieres tomar algo?
Tengo que decir que la
educación siempre se impone.
—No, gracias, Anastasia.
Esboza una deslumbrante media
sonrisa con la cabeza ligeramente ladeada.
Bueno, seguramente sea yo quien
necesita una copa.
—Así que ha sido agradable
conocerme…
Maldita sea, ¿se ha ofendido?
Me miro los dedos. A ver cómo salgo de esta. Si le digo que solo era una broma,
no creo que le guste mucho.
—Pensaba que me contestarías
por e-mail —le digo en voz muy baja, patética.
—¿Estás mordiéndote el labio a
propósito? —me pregunta muy serio.
Pestañeo, abro la boca y suelto
el labio.
—No era consciente de que me lo
estaba mordiendo —murmuro.
El corazón me late muy deprisa.
Siento la tensión, esa exquisita electricidad
estática
que invade el espacio. Está sentado muy cerca de mí, con sus ojos grises
impenetrables, los codos apoyados en las rodillas y las piernas separadas. Se
inclina, me deshace una trenza muy despacio y me separa el pelo con los dedos.
Se me corta la respiración y no puedo moverme. Observo hipnotizada su mano
moviéndose hacia la otra trenza, tirando de la goma y deshaciendo la trenza con
sus largos y hábiles dedos.
—Veo que has decidido hacer un
poco de ejercicio —me dice en voz baja y melodiosa, colocándome el pelo detrás
de la oreja—. ¿Por qué, Anastasia?
Me rodea la oreja con los dedos
y muy suavemente, rítmicamente, tira del lóbulo. Es muy excitante.
—Necesitaba tiempo para pensar
—susurro.
Me siento como un ciervo ante
los faros de un coche, como una polilla junto a una llama, como un pájaro
frente a una serpiente… y él sabe exactamente lo que está haciendo.
—¿Pensar en qué, Anastasia?
—En ti.
—¿Y has decidido que ha sido
agradable conocerme? ¿Te refieres a conocerme en sentido bíblico?
Mierda. Me ruborizo.
—No pensaba que fueras un
experto en la Biblia.
—Iba a catequesis los domingos,
Anastasia. Aprendí mucho.
—No recuerdo haber leído nada
sobre pinzas para pezones en la Biblia. Quizá te dieron la catequesis con una
traducción moderna.
Sus labios se arquean dibujando
una ligera sonrisa y dirijo la mirada a su boca.
—Bueno, he pensado que debía
venir a recordarte lo agradable que ha sido conocerme.
Dios mío. Lo miro boquiabierta,
y sus dedos se desplazan de mi oreja a mi barbilla.
—¿Qué le parece, señorita
Steele?
Sus ojos brillantes destilan
una expresión de desafío. Tiene los labios entreabiertos. Está esperando,
alerta para atacar. El deseo —agudo, líquido y provocativo— arde en lo más
profundo de mi vientre. Me adelanto y me lanzo hacia él. De repente se mueve,
no tengo ni idea de cómo, y en un abrir y cerrar de ojos estoy en la cama,
inmovilizada debajo de él, con las manos extendidas y
sujetas
por encima de la cabeza, con su mano libre agarrándome la cara y su boca
buscando la mía.
Me mete la lengua, me reclama y
me posee, y yo me deleito en su fuerza. Lo siento por todo mi cuerpo. Me desea,
y eso provoca extrañas y exquisitas sensaciones dentro de mí. No a Kate, con
sus minúsculos bikinis, ni a una de las quince, ni a la malvada señora
Robinson. A mí. Este hermoso hombre me desea a mí. La diosa que llevo dentro
brilla tanto que podría iluminar todo Portland. Deja de besarme. Abro los ojos
y lo veo mirándome fijamente.
—¿Confías en mí? —me pregunta.
Asiento con los ojos muy
abiertos, con el corazón rebotándome en las costillas y la sangre tronando por
todo mi cuerpo.
Estira el brazo y del bolsillo
del pantalón saca su corbata de seda gris… la corbata gris que deja pequeñas
marcas del tejido en mi piel. Se sienta rápidamente a horcajadas sobre mí y me
ata las muñecas, pero esta vez anuda el otro extremo de la corbata a un barrote
del cabezal blanco de hierro. Tira del nudo para comprobar que es seguro. No
voy a ir a ninguna parte. Estoy atada a mi cama, y muy excitada.
Se levanta y se queda de pie
junto a la cama, mirándome con ojos turbios de deseo. Su mirada es de triunfo y
a la vez de alivio.
—Mejor así —murmura.
Esboza una maliciosa sonrisa de
superioridad. Se inclina y empieza a desatarme una zapatilla. Oh, no… no… los
pies no. Acabo de correr.
—No —protesto y doy patadas
para que me suelte.
Se detiene.
—Si forcejeas, te ataré también
los pies, Anastasia. Si haces el menor ruido, te amordazaré. No abras la boca.
Seguramente ahora mismo Katherine está ahí fuera escuchando.
¡Amordazarme! ¡Kate! Me callo.
Me quita las zapatillas y los
calcetines, y me baja muy despacio el pantalón de chándal. Oh… ¿qué bragas
llevo? Me levanta, retira la colcha y el edredón de debajo de mí y me coloca
boca arriba sobre las sábanas.
—Veamos. —Se pasa la lengua
lentamente por el labio inferior—. Estás mordiéndote el labio, Anastasia. Sabes
el efecto que tiene sobre mí.
Me presiona la boca con su
largo dedo índice a modo de advertencia.
Dios mío. Apenas puedo
contenerme, estoy indefensa, tumbada, viendo cómo se
mueve
tranquilamente por mi habitación. Es un afrodisiaco embriagador. Se quita sin
prisas los zapatos y los calcetines, se desabrocha los pantalones y se quita la
camisa.
—Creo que has visto demasiado.
Se ríe maliciosamente. Vuelve a
sentarse encima de mí, a horcajadas, y me levanta la camiseta. Creo que va a
quitármela, pero la enrolla a la altura del cuello y luego la sube de manera
que me deja al descubierto la boca y la nariz, pero me cubre los ojos. Y como
está tan bien enrollada, no veo nada.
—Mmm —susurra satisfecho—. Esto
va cada vez mejor. Voy a tomar una copa.
Se inclina, me besa suavemente
en los labios y dejo de sentir su peso. Oigo el leve chirrido de la puerta de
la habitación. Tomar una copa. ¿Dónde? ¿Aquí? ¿En Portland? ¿En Seattle? Aguzo
el oído. Distingo ruidos sordos y sé que está hablando con Kate… Oh, no… Está
prácticamente desnudo. ¿Qué va a decir Kate? Oigo un golpe seco. ¿Qué es eso?
Regresa, la puerta vuelve a chirriar, oigo sus pasos por la habitación y el
sonido de hielo tintineando en un vaso. ¿Qué está bebiendo? Cierra la puerta y
oigo cómo se acerca quitándose los pantalones, que caen al suelo. Sé que está
desnudo. Y vuelve a sentarse a horcajadas sobre mí.
—¿Tienes sed, Anastasia? —me
pregunta en tono burlón.
—Sí —le digo, porque de repente
se me ha quedado la boca seca.
Oigo el tintineo del hielo en
el vaso. Se inclina y, al besarme, me derrama en la boca un líquido delicioso y
vigorizante. Es vino blanco. No lo esperaba y es muy excitante, aunque está
helado, y los labios de Christian también están fríos.
—¿Más? —me pregunta en un
susurro.
Asiento. Sabe todavía mejor
porque viene de su boca. Se inclina y bebo otro trago de sus labios… Madre mía.
—No nos pasemos. Sabemos que tu
tolerancia al alcohol es limitada, Anastasia.
No puedo evitar reírme, y él se
inclina y suelta otra deliciosa bocanada. Se mueve, se coloca a mi lado y
siento su erección en la cadera. Oh, lo quiero dentro de mí.
—¿Te parece esto agradable? —me
pregunta, y noto cierto tono amenazante en su voz.
Me pongo tensa. Vuelve a mover
el vaso, me besa y, junto con el vino, me suelta un trocito de hielo en la
boca. Muy despacio empieza a descender con los labios desde mi cuello, pasando
por mis pechos, hasta mi torso y mi vientre. Me mete un trozo de hielo en el
ombligo, donde se forma un pequeño charco de vino muy frío
que
provoca un incendio que se propaga hasta lo más profundo de mi vientre. Uau.
—Ahora tienes que quedarte quieta
—susurra—. Si te mueves, llenarás la cama de vino, Anastasia.
Mis caderas se flexionan
automáticamente.
—Oh, no. Si derrama el vino, la
castigaré, señorita Steele.
Gimo, intento controlarme y
lucho desesperadamente contra la necesidad de mover las caderas. Oh, no… por
favor.
Me baja con un dedo las copas
del sujetador y deja mis pechos al aire, expuestos y vulnerables. Se inclina,
besa y tira de mis pezones con los labios fríos, helados. Lucho contra mi
cuerpo, que intenta responder arqueándose.
—¿Te gusta esto? —me pregunta
tirándome de un pezón.
Vuelvo a oír el tintineo del
hielo, y luego lo siento alrededor de mi pezón derecho, mientras tira a la vez
del izquierdo con los labios. Gimo y lucho por no moverme. Una desesperante y
dulce tortura.
—Si derramas el vino, no dejaré
que te corras.
—Oh… por favor… Christian…
señor… por favor.
Está volviéndome loca. Puedo
oírlo sonreír.
El hielo de mi pezón está
derritiéndose. Estoy muy caliente… caliente, helada y muerta de deseo. Lo
quiero dentro de mí. Ahora.
Me desliza muy despacio los
dedos helados por el vientre. Como tengo la piel hipersensible, mis caderas se
flexionan y el líquido del ombligo, ahora menos frío, me gotea por la barriga.
Christian se mueve rápidamente y lo lame, me besa, me muerde suavemente, me
chupa.
—Querida Anastasia, te has
movido. ¿Qué voy a hacer contigo?
Jadeo en voz alta. En lo único
que puedo concentrarme es en su voz y su tacto. Nada más es real. Nada más
importa. Mi radar no registra nada más. Desliza los dedos por dentro de mis
bragas y me alivia oír que se le escapa un profundo suspiro.
—Oh, nena —murmura.
Y me introduce dos dedos.
Sofoco un grito.
—Estás lista para mí tan pronto…
—me dice.
Mueve
sus tentadores dedos despacio, dentro y fuera, y yo empujo hacia él alzando las
caderas.
—Eres una glotona —me regaña
suavemente.
Traza círculos alrededor de mi
clítoris con el pulgar y luego lo presiona.
Jadeo y mi cuerpo da sacudidas
bajo sus expertos dedos. Estira un brazo y me retira la camiseta de los ojos
para que pueda verlo. La tenue luz de la lámpara me hace parpadear. Deseo
tocarlo.
—Quiero tocarte —le digo.
—Lo sé —murmura.
Se inclina y me besa sin dejar
de mover los dedos rítmicamente dentro de mi cuerpo, trazando círculos y
presionando con el pulgar. Con la otra mano me recoge el pelo hacia arriba y me
sujeta la cabeza para que no la mueva. Replica con la lengua el movimiento de
sus dedos. Empiezo a sentir las piernas rígidas de tanto empujar hacia su mano.
La aparta, y yo vuelvo al borde del abismo. Lo repite una y otra vez. Es tan
frustrante… Oh, por favor, Christian, grito por dentro.
—Este es tu castigo, tan cerca
y de pronto tan lejos. ¿Te parece esto agradable? —me susurra al oído.
Agotada, gimoteo y tiro de mis
brazos atados. Estoy indefensa, perdida en una tortura erótica.
—Por favor —le suplico.
Al final se apiada de mí.
—¿Cómo quieres que te folle,
Anastasia?
Oh… mi cuerpo empieza a temblar
y vuelve a quedarse inmóvil.
—Por favor.
—¿Qué quieres, Anastasia?
—A ti… ahora —grito.
—Dime cómo quieres que te
folle. Hay una variedad infinita de maneras —me susurra al oído.
Alarga la mano hacia el
paquetito plateado de la mesita de noche. Se arrodilla entre mis piernas y, muy
despacio, me quita las bragas sin dejar de mirarme con ojos brillantes. Se pone
el condón. Lo miro fascinada, anonadada.
—¿Te parece esto agradable? —me
dice acariciándose.
—Era una broma —gimoteo.
Por
favor, fóllame, Christian.
Alza las cejas deslizando la
mano arriba y abajo por su impresionante miembro.
—¿Una broma? —me pregunta en
voz amenazadoramente baja.
—Sí. Por favor, Christian —le
ruego.
—¿Y ahora te ríes?
—No —gimoteo.
La tensión sexual está a punto
de hacerme estallar. Me mira un momento, evaluando mi deseo, y de pronto me
agarra y me da la vuelta. Me pilla por sorpresa, y como tengo las manos atadas,
tengo que apoyarme en los codos. Me empuja las rodillas para alzarme el trasero
y me da un fuerte azote. Antes de que pueda reaccionar, me penetra. Grito, por
el azote y por su repentina embestida, y me corro inmediatamente, me desmorono
debajo de él, que sigue embistiéndome exquisitamente. No se detiene. Estoy
destrozada. No puedo más… y él empuja una y otra vez… y siento que vuelve a
inundarme otra vez… no puede ser… no…
—Vamos, Anastasia, otra vez
—ruge entre dientes.
Y por increíble que parezca, mi
cuerpo responde, se convulsiona y vuelvo a alcanzar el clímax gritando su
nombre. Me rompo de nuevo en mil pedazos y Christian se para, se deja ir por
fin y se libera en silencio. Cae encima de mí jadeando.
—¿Te ha gustado? —me pregunta
con los dientes apretados.
Madre mía.
Estoy tumbada en la cama,
devastada, jadeando y con los ojos cerrados cuando se aparta de mí muy
despacio. Se levanta y empieza a vestirse. Cuando ha acabado, vuelve a la cama,
me desata y me quita la camiseta. Flexiono los dedos y me froto las muñecas,
sonriendo al ver que se me ha marcado el dibujo del tejido. Me ajusto el
sujetador mientras él tira de la colcha y del edredón para taparme. Lo miro
aturdida y él me devuelve la sonrisa.
—Ha sido realmente agradable
—susurro sonriendo tímidamente.
—Ya estamos otra vez con la
palabrita.
—¿No te gusta que lo diga?
—No, no tiene nada que ver
conmigo.
—Vaya… No sé… parece tener un
efecto beneficioso sobre ti.
—¿Soy un efecto beneficioso?
¿Eso es lo que soy ahora? ¿Podría herir más mi
amor
propio, señorita Steele?
—No creo que tengas ningún
problema de amor propio.
Pero soy consciente de que lo
digo sin convicción. Algo se me pasa rápidamente por la cabeza, una idea fugaz,
pero se me escapa antes de que pueda atraparla.
—¿Tú crees? —me pregunta en
tono amable.
Está tumbado a mi lado,
vestido, con la cabeza apoyada en el codo, y yo solo llevo puesto el sujetador.
—¿Por qué no te gusta que te
toquen?
—Porque no. —Se inclina sobre
mí y me besa suavemente en la frente—. Así que ese e-mail era lo que tú llamas
una broma.
Sonrío a modo de disculpa y me
encojo de hombros.
—Ya veo. Entonces todavía estás
planteándote mi proposición…
—Tu proposición indecente… Sí,
me la estoy planteando. Pero tengo cosas que comentar.
Me sonríe aliviado.
—Me decepcionarías si no tuvieras
cosas que comentar.
—Iba a mandártelas por correo,
pero me has interrumpido.
—Coitus interruptus.
—¿Lo ves?, sabía que tenías
algo de sentido del humor escondido por ahí —le digo sonriendo.
—No es tan divertido,
Anastasia. He pensado que estabas diciéndome que no, que ni siquiera querías
comentarlo.
Se queda en silencio.
—Todavía no lo sé. No he
decidido nada. ¿Vas a ponerme un collar?
Alza las cejas.
—Has estado investigando. No lo
sé, Anastasia. Nunca le he puesto un collar a nadie.
Oh… ¿Debería sorprenderme? Sé
tan poco sobre las sesiones… No sé.
—¿A ti te han puesto un collar?
—le pregunto en un susurro.
—Sí.
—¿La señora Robinson?
—¡La
señora Robinson!
Se ríe a carcajadas, y parece
joven y despreocupado, con la cabeza echada hacia atrás. Su risa es contagiosa.
Le sonrío.
—Le diré cómo la llamas. Le
encantará.
—¿Sigues en contacto con ella?
—le pregunto sin poder disimular mi temor.
—Sí —me contesta muy serio.
Oh… De pronto una parte de mí
se vuelve loca de celos. El sentimiento es tan fuerte que me perturba.
—Ya veo —le digo en tono
tenso—. Así que tienes a alguien con quien comentar tu alternativo estilo de
vida, pero yo no puedo.
Frunce el ceño.
—Creo que nunca lo he pensado
desde ese punto de vista. La señora Robinson formaba parte de este estilo de
vida. Te dije que ahora es una buena amiga. Si quieres, puedo presentarte a una
de mis ex sumisas. Podrías hablar con ella.
¿Qué? ¿Lo dice a propósito para
que me enfade?
—¿Esto es lo que tú llamas una
broma?
—No, Anastasia —me contesta
perplejo.
—No… me las arreglaré yo sola,
muchas gracias —le contesto bruscamente, tirando de la colcha hasta mi
barbilla.
Me observa perdido,
sorprendido.
—Anastasia, no… —No sabe qué
decir. Una novedad, creo—. No quería ofenderte.
—No estoy ofendida. Estoy
consternada.
—¿Consternada?
—No quiero hablar con ninguna
ex novia tuya… o esclava… o sumisa… como las llames.
—Anastasia Steele, ¿estás
celosa?
Me pongo colorada.
—¿Vas a quedarte?
—Mañana a primera hora tengo
una reunión en el Heathman. Además ya te dije que no duermo con mis novias, o
esclavas, o sumisas, ni con nadie. El viernes y el
sábado
fueron una excepción. No volverá a pasar.
Oigo la firme determinación
detrás de su dulce voz ronca.
Frunzo los labios.
—Bueno, estoy cansada.
—¿Estás echándome?
Alza las cejas perplejo y algo
afligido.
—Sí.
—Bueno, otra novedad. —Me mira
interrogante—. ¿No quieres que comentemos nada? Sobre el contrato.
—No —le contesto de mal humor.
—Ay, cuánto me gustaría darte
una buena tunda. Te sentirías mucho mejor, y yo también.
—No puedes decir esas cosas…
Todavía no he firmado nada.
—Pero soñar es humano,
Anastasia. —Se inclina y me agarra de la barbilla—. ¿Hasta el miércoles?
—murmura.
Me besa rápidamente en los
labios.
—Hasta el miércoles —le
contesto—. Espera, salgo contigo. Dame un minuto.
Me siento, cojo la camiseta y
lo empujo para que se levante de la cama. Lo hace de mala gana.
—Pásame los pantalones de
chándal, por favor.
Los recoge del suelo y me los
tiende.
—Sí, señora.
Intenta ocultar su sonrisa,
pero no lo consigue.
Lo miro con mala cara mientras
me pongo los pantalones. Tengo el pelo hecho un desastre y sé que después de
que se marche voy a tener que enfrentarme a la santa inquisidora Katherine
Kavanagh. Cojo una goma para el pelo, me dirijo a la puerta y la abro para ver
si está Kate. No está en el comedor. Creo que la oigo hablando por teléfono en
su habitación. Christian me sigue. Durante el breve recorrido entre mi
habitación y la puerta de la calle mis pensamientos y mis sentimientos fluyen y
se transforman. Ya no estoy enfadada con él. De pronto me siento
insoportablemente tímida. No quiero que se marche. Por primera vez me gustaría
que fuera normal, me gustaría mantener una relación normal que no exigiera un
acuerdo de diez páginas, azotes y mosquetones en el techo de su cuarto
de
juegos.
Le abro la puerta y me miro las
manos. Es la primera vez que me traigo un chico a mi casa, y creo que ha estado
genial. Pero ahora me siento como un recipiente, como un vaso vacío que se
llena a su antojo. Mi subconsciente mueve la cabeza. Querías correr al Heathman
en busca de sexo… y te lo han traído a casa. Cruza los brazos y golpea el suelo
con el pie, como preguntándose de qué me quejo. Christian se detiene junto a la
puerta, me agarra de la barbilla y me obliga a mirarlo. Arruga la frente.
—¿Estás bien? —me pregunta
acariciándome la barbilla con el pulgar.
—Sí —le contesto, aunque la
verdad es que no estoy tan segura.
Siento un cambio de paradigma.
Sé que si acepto, me hará daño. Él no puede, no le interesa o no quiere
ofrecerme nada más… pero yo quiero más. Mucho más. El ataque de celos que he
sentido hace un momento me dice que mis sentimientos por él son más profundos
de lo que me he reconocido a mí misma.
—Nos vemos el miércoles —me
dice.
Se inclina y me besa con
ternura. Pero mientras está besándome, algo cambia. Sus labios me presionan
imperiosamente. Sube una mano desde la barbilla hasta un lado de la cara, y con
la otra me sujeta la otra mejilla. Su respiración se acelera. Se inclina hacia
mí y me besa más profundamente. Le cojo de los brazos. Quiero deslizar las
manos por su pelo, pero me resisto porque sé que no le gustaría. Pega su frente
a la mía con los ojos cerrados.
—Anastasia —susurra con voz
quebrada—, ¿qué estás haciendo conmigo?
—Lo mismo podría decirte yo —le
susurro a mi vez.
Respira hondo, me besa en la
frente y se marcha. Avanza con paso decidido hacia el coche pasándose la mano
por el pelo. Mientras abre la puerta, levanta la mirada y me lanza una sonrisa
arrebatadora. Totalmente deslumbrada, le devuelvo una leve sonrisa y vuelvo a
pensar en Ícaro acercándose demasiado al sol. Cierro la puerta de la calle
mientras se mete en su coche deportivo. Siento una irresistible necesidad de llorar.
Una triste y solitaria melancolía me oprime el corazón. Vuelvo a mi habitación,
cierro la puerta y me apoyo en ella intentando racionalizar mis sentimientos,
pero no puedo. Me dejo caer al suelo, me cubro la cara con las manos y empiezan
a saltárseme las lágrimas.
Kate llama a la puerta
suavemente.
—¿Ana? —susurra.
Abro la puerta. Me mira y me
abraza.
—¿Qué
pasa? ¿Qué te ha hecho ese repulsivo cabrón guaperas?
—Nada que no quisiera que me
hiciera, Kate.
Me lleva hasta la cama y nos
sentamos.
—Tienes el pelo de haber echado
un polvo espantoso.
Aunque estoy desconsolada, me
río.
—Ha sido un buen polvo, para
nada espantoso.
Kate sonríe.
—Mejor. ¿Por qué lloras? Tú
nunca lloras.
Coge el cepillo de la mesita de
noche, se sienta a mi lado y empieza a desenredarme los nudos muy despacio.
—¿No me dijiste que habías
quedado con él el miércoles?
—Sí, en eso habíamos quedado.
—¿Y por qué se ha pasado hoy
por aquí?
—Porque le he mandado un
e-mail.
—¿Pidiéndole que se pasara?
—No, diciéndole que no quería
volver a verlo.
—¿Y se presenta aquí? Ana, es
genial.
—La verdad es que era una
broma.
—Vaya, ahora sí que no entiendo
nada.
Me armo de paciencia y le
explico de qué iba mi e-mail sin entrar en detalles.
—Pensaste que te respondería
por correo.
—Sí.
—Pero lo que ha hecho ha sido
presentarse aquí.
—Sí.
—Te habrá dicho que está loco
por ti.
Frunzo el ceño. ¿Christian loco
por mí? Difícilmente. Solo está buscando un nuevo juguete, un nuevo y adecuado
juguete con el que acostarse y al que hacerle cosas indescriptibles. Se me
encoge el corazón y me duele. Esa es la verdad.
—Ha venido a follarme, eso es
todo.
—¿Quién dijo que el
romanticismo había muerto? —murmura horrorizada.
He
dejado impresionada a Kate. No pensaba que eso fuera posible. Me encojo de
hombros a modo de disculpa.
—Utiliza el sexo como un arma.
—¿Te echa un polvo para
someterte?
Mueve la cabeza contrariada.
Pestañeo y siento que estoy poniéndome colorada. Oh… has dado en el clavo,
Katherine Kavanagh, vas a ganar el Pulitzer.
—Ana, no lo entiendo. ¿Y le
dejas que te haga el amor?
—No, Kate, no hacemos el amor…
follamos… como dice Christian. No le interesa el amor.
—Sabía que había algo raro en
él. Tiene problemas con el compromiso.
Asiento, como si estuviera de
acuerdo, pero por dentro suspiro. Ay, Kate… Ojalá pudiera contártelo todo sobre
este tipo extraño, triste y perverso, y ojalá tú pudieras decirme que lo
olvidara, que dejara de ser una idiota.
—Me temo que la situación es
bastante abrumadora —murmuro.
Me quedo muy, muy corta.
Como no quiero seguir hablando
de Christian, le pregunto por Elliot. Con solo mencionar su nombre, la actitud
de Katherine cambia radicalmente. Se le ilumina la cara y me sonríe.
—El sábado vendrá temprano para
ayudarnos a cargar.
Estrecha el cepillo con fuerza
contra su pecho —vaya, le ha pillado fuerte—, y siento una vaga y familiar
punzada de envidia. Kate ha encontrado a un hombre normal y parece muy feliz.
Me giro hacia ella y la abrazo.
—Ah, casi me olvido. Tu padre
ha llamado cuando estabas… bueno, ocupada. Parece que Bob ha tenido un pequeño
accidente, así que tu madre y él no podrán venir a la entrega de títulos. Pero
tu padre estará aquí el jueves. Quiere que lo llames.
—Vaya… Mi madre no me ha
llamado para decírmelo. ¿Está bien Bob?
—Sí. Llámala mañana. Ahora es
tarde.
—Gracias, Kate. Ya estoy bien.
Mañana llamaré también a Ray. Creo que me voy a acostar.
Sonríe, pero arruga los ojos
preocupada.
Cuando ya se ha marchado, me
siento, vuelvo a leer el contrato y voy tomando
notas.
Una vez que he terminado, enciendo el ordenador dispuesta a responderle.
En mi bandeja de entrada hay un
e-mail de Christian.
De: Christian GreyFecha: 23 de mayo de 2011 23:16Para:
Anastasia SteeleAsunto: Esta noche Señorita Steele:Espero impaciente
sus notas sobre el contrato.Entretanto, que duermas bien, nena. Christian
GreyPresidente de Grey Enterprises Holdings, Inc. De: Anastasia SteeleFecha:
24 de mayo de 2011 00:02Para: Christian GreyAsunto: Objeciones
Querido señor Grey:Aquí está mi lista de objeciones. Espero que el miércoles
las discutamos con calma en nuestra cena.Los números remiten a las cláusulas:2:
No tengo nada claro que sea exclusivamente en MI beneficio, es decir, para que
explore mi sensualidad y mis límites. Estoy segura de que para eso no
necesitaría un contrato de diez páginas. Seguramente es para TU beneficio.4:
Como sabes, solo he practicado sexo contigo. No tomo drogas y nunca me han
hecho una transfusión. Seguramente estoy más que sana. ¿Qué pasa contigo?8:
Puedo dejarlo en cualquier momento si creo que no te ciñes a los límites
acordados. De acuerdo, eso me parece muy bien.9: ¿Obedecerte en todo? ¿Aceptar
tu disciplina sin dudar? Tenemos que hablarlo.11: Periodo de prueba de un mes,
no de tres.12: No puedo comprometerme todos los fines de semana. Tengo vida
propia, y seguiré teniéndola. ¿Quizá tres de cada cuatro?15.2: Utilizar mi
cuerpo de la manera que consideres oportuna, en el sexo o en cualquier otro
ámbito… Por favor, define «en cualquier otro ámbito».15.5: Toda la cláusula
sobre la disciplina en general. No estoy segura de que quiera ser azotada,
zurrada o castigada físicamente. Estoy segura de que esto infringe las
cláusulas 2-5. Y además eso de «por cualquier otra razón» es sencillamente
mezquino… y me dijiste que no eras un sádico.15.10: Como si prestarme a alguien
pudiera ser una opción. Pero me alegro de que lo dejes tan claro.15.14: Sobre
las normas comento más adelante.15.19: ¿Qué problema hay en que me toque sin tu
permiso? En cualquier caso, sabes que no lo hago.15.21: Disciplina: véase
arriba cláusula 15.5.15.22: ¿No puedo mirarte a los ojos? ¿Por qué?15.24: ¿Por
qué no puedo tocarte?Normas:Dormir: aceptaré seis horas.Comida: no voy a comer
lo que ponga en una lista. O la lista de los alimentos se elimina, o rompo el
contrato.Ropa: de acuerdo, siempre y cuando solo tenga que llevar tu ropa
cuando esté contigo.Ejercicio: habíamos quedado en tres horas, pero sigue
poniendo cuatro.Límites tolerables:¿Tenemos que pasar por todo esto? No quiero
fisting de ningún tipo. ¿Qué es la suspensión? Pinzas genitales… debes de
estar
de broma.¿Podrías decirme cuáles son tus planes para el miércoles? Yo trabajo
hasta las cinco de la tarde.Buenas noches. Ana De: Christian GreyFecha:
24 de mayo de 2011 00:07Para: Anastasia SteeleAsunto: Objeciones
Señorita Steele:Es una lista muy larga. ¿Por qué está todavía despierta?
Christian GreyPresidente de Grey Enterprises Holdings, Inc. De: Anastasia
SteeleFecha: 24 de mayo de 2011 00:10Para: Christian GreyAsunto:
Quemándome las cejas Señor:Si no recuerdo mal, estaba con esta lista cuando
un obseso del control me interrumpió y me llevó a la cama.Buenas noches. Ana De:
Christian GreyFecha: 24 de mayo de 2011 00:12Para: Anastasia
SteeleAsunto: Deja de quemarte las cejas ANASTASIA, VETE A LA CAMA.
Christian GreyObseso del control y presidente de Grey Enterprises Holdings,
Inc. Vaya… en mayúsculas, como si me gritara. Apago el ordenador. ¿Cómo puede
intimidarme estando a ocho kilómetros? Todavía triste, me meto en la cama e
inmediatamente caigo en un sueño profundo, aunque intranquilo.
13
Al día siguiente, al volver a
casa del trabajo, llamo a mi madre. Como en Clayton’s el día ha sido
relativamente tranquilo, he tenido mucho tiempo para pensar. Estoy inquieta,
nerviosa, porque mañana tengo que enfrentarme con el obseso del control, y en
el fondo estoy preocupada porque quizá he sido demasiado negativa en mi
respuesta al contrato. Quizá él decida cancelarlo.
Mi madre está muy triste,
siente mucho no poder venir a la entrega de títulos. Bob se ha torcido un
ligamento y cojea. La verdad es que es muy torpe, como yo. Se recuperará sin
problemas, pero tiene que hacer reposo, y mi madre tiene que atenderlo todo el
tiempo.
—Ana, cariño, lo siento
muchísimo —se lamenta mi madre al teléfono.
—No pasa nada, mamá. Ray estará
aquí.
—Ana, pareces distraída… ¿Estás
bien, mi niña?
—Sí, mamá.
Ay, si tú supieras… He conocido
a un tipo escandalosamente rico que quiere mantener conmigo una especie de
extraña y perversa relación sexual en la que yo no tengo ni voz ni voto.
—¿Has conocido a algún chico?
—No, mamá.
Ahora mismo no me apetece
hablar del tema.
—Bueno, cariño, el jueves
pensaré en ti. Te quiero. Lo sabes, ¿verdad?
Cierro los ojos. Sus cariñosas
palabras me reconfortan.
—Yo también te quiero, mamá.
Saluda a Bob de mi parte. Espero que se recupere pronto.
—Seguro, cariño. Adiós.
—Adiós.
Mientras hablaba con ella, he
entrado en mi habitación. Enciendo el cacharro
infernal
y abro el programa de correo. Tengo un e-mail de Christian, de última hora de
anoche o primera hora de esta mañana, según cómo se mire. Al momento se me
acelera el corazón y oigo la sangre bombeándome en los oídos. Maldita sea…
quizá me dice que no… seguro… quizá ha cancelado la cena. La idea me resulta
dolorosa. La descarto rápidamente y abro el mensaje.
De: Christian GreyFecha: 24 de mayo de 2011 01:27Para:
Anastasia SteeleAsunto: Sus objeciones Querida señorita Steele:Tras
revisar con más detalle sus objeciones, me permito recordarle la definición de
sumiso.sumiso: adjetivo1. inclinado o dispuesto a someterse; que obedece
humildemente: sirvientes sumisos.2. que indica sumisión: una
respuesta sumisa.Origen: 1580-1590; someterse, sumisiónSinónimos: 1. obediente,
complaciente, humilde. 2. pasivo, resignado, paciente, dócil, contenido.
Antónimos: 1. rebelde, desobediente.Por favor, téngalo en mente cuando
nos reunamos el miércoles. Christian GreyPresidente de Grey Enterprises
Holdings, Inc. Lo primero que siento es alivio. Al menos está dispuesto a
comentar mis objeciones y todavía quiere que nos veamos mañana. Lo pienso un
poco y le contesto.
De: Anastasia SteeleFecha: 24 de mayo de 2011 18:29Para:
Christian GreyAsunto: Mis objeciones… ¿Qué pasa con las suyas?
Señor:Le ruego que observe la fecha de origen: 1580-1590. Quisiera recordarle
al señor, con todo respeto, que estamos en 2011. Desde entonces hemos avanzado
un largo camino.Me permito ofrecerle una definición para que la tenga en cuenta
en nuestra reunión:compromiso: sustantivo1. llegar a un entedimiento
mediante concesiones mutuas; alcanzar un acuerdo ajustando exigencias o
principios en conflicto u oposición mediante la recíproca modificación de las
demandas. 2. el resultado de dicho acuerdo. 3. poner en peligro, exponer a un
peligro, una sospecha, etc.: poner en un compromiso la integridad de alguien.
Ana De: Christian GreyFecha: 24 de mayo de 2011 18:32Para: Anastasia
SteeleAsunto: ¿Qué pasa con mis objeciones? Bien visto, como siempre,
señorita Steele. Pasaré a buscarla por su casa a las siete en punto. Christian
GreyPresidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
De: Anastasia SteeleFecha:
24 de mayo de 2011 18:40Para: Christian GreyAsunto: 2011 –
Las mujeres sabemos conducirSeñor:Tengo coche y sé conducir.Preferiría que
quedáramos en otro sitio.¿Dónde nos encontramos?¿En tu hotel a las siete? Ana De:
Christian GreyFecha: 24 de mayo de 2011 18:43Para: Anastasia
SteeleAsunto: Jovencitas testarudas Querida señorita Steele:Me remito a
mi e-mail del 24 de mayo de 2011, enviado a la 01:27, y a la definición que
contiene.¿Cree que será capaz de hacer lo que se le diga? Christian
GreyPresidente de Grey Enterprises Holdings, Inc. De: Anastasia SteeleFecha:
24 de mayo de 2011 18:49Para: Christian GreyAsunto: Hombres
intratables Señor Grey:Preferiría conducir.Por favor. Ana De: Christian
GreyFecha: 24 de mayo de 2011 18:52Para: Anastasia SteeleAsunto:
Hombres exasperantesMuy bien.En mi hotel a las siete.Nos vemos en el Marble
Bar. Christian GreyPresidente de Grey Enterprises Holdings, Inc. Hasta por
e-mail se pone de mal humor. ¿No entiende que puedo necesitar salir corriendo?
No es que mi Escarabajo sea muy rápido… pero aun así necesito una vía de
escape.
De: Anastasia SteeleFecha: 24 de mayo de 2011 18:55Para:
Christian GreyAsunto: Hombres no tan intratables Gracias. Ana x De:
Christian GreyFecha: 24 de mayo de 2011 18:59Para: Anastasia
SteeleAsunto: Mujeres exasperantes De nada. Christian GreyPresidente de
Grey Enterprises Holdings, Inc. Llamo a Ray, que está a punto de ver un partido
de los Sounders, un equipo de fútbol de Salt Lake City, así que afortunadamente
nuestra conversación es breve. Vendrá el jueves para la entrega de títulos.
Después quiere llevarme a comer a
algún
sitio. Siento una gran ternura hablando con Ray y se me hace un nudo en la
garganta. Siempre ha estado a mi lado pese a los devaneos amorosos de mi madre.
Tenemos un vínculo especial, que es muy importante para mí. Aunque es mi
padrastro, siempre me ha tratado como a una hija, y tengo muchas ganas de
verlo. Hace mucho que no lo veo. Lo que ahora mismo necesito es su fuerza
tranquila. La echo en falta. Quizá pueda canalizar a mi Ray interior para mi
cita de mañana.
Kate y yo nos dedicamos a
empaquetar y compartimos una botella de vino barato, como tantas veces. Cuando
por fin casi he terminado de empaquetar mi habitación y me voy a la cama, estoy
más calmada. La actividad física de meter todo en cajas ha sido una buena
distracción, y estoy cansada. Quiero descansar. Me acurruco en la cama y
enseguida me quedo dormida.
Paul ha vuelto de Princeton
antes de trasladarse a Nueva York a hacer prácticas en una entidad financiera.
Se pasa el día siguiéndome por la tienda y pidiéndome que quedemos. Es un
pesado.
—Paul, te lo he dicho ya cien
veces: esta noche he quedado.
—No, no has quedado. Lo dices
para darme largas. Siempre me das largas.
Sí… parece que lo has pillado.
—Paul, siempre he pensado que
no era buena idea salir con el hermano del jefe.
—Dejas de trabajar aquí el
viernes. Y mañana no trabajas.
—Y desde el sábado estaré en
Seattle, y tú te irás pronto a Nueva York. Ni a propósito podríamos estar más
lejos. Además, es verdad que tengo una cita esta noche.
—¿Con José?
—No.
—¿Con quién?
—Paul… —Suspiro desesperada. No
va a darse por vencido—. Con Christian Grey.
No puedo evitar el tono de
fastidio. Pero funciona. Paul se queda boquiabierto y mudo. Vaya, hasta su
nombre deja a la gente sin palabras.
—¿Has quedado con Christian
Grey? —me pregunta cuando se ha recuperado de la impresión.
Su tono de incredulidad es
evidente.
—Sí.
—Ya
veo.
Paul se queda alicaído, incluso
aturdido, y a una pequeña parte de mí le molesta que le haya sorprendido tanto.
A la diosa que llevo dentro también. Dedica a Paul un gesto muy feo y vulgar
con los dedos.
Al final me deja tranquila, y a
las cinco en punto salgo corriendo de la tienda.
Kate me ha prestado dos
vestidos y dos pares de zapatos para esta noche y para el acto de mañana. Ojalá
me entusiasmara más la ropa y pudiera hacer un esfuerzo extra, pero la verdad
es que la ropa no es lo mío. ¿Qué es lo tuyo, Anastasia? La pregunta a media
voz de Christian me persigue. Intento acallar mis nervios y elijo el vestido
color ciruela para esta noche. Es discreto y parece adecuado para una cita de
negocios. Después de todo, voy a negociar un contrato.
Me ducho, me depilo las piernas
y las axilas, me lavo el pelo y luego me paso una buena media hora secándomelo
para que caiga ondulado sobre mis pechos y mi espalda. Me sujeto el cabello con
un peine de púas para mantenerlo retirado de la cara y me aplico rímel y brillo
de labios. Casi nunca me maquillo. Me intimida. Ninguna de mis heroínas literarias
tiene que maquillarse. Quizá sabría algo más del tema si lo hicieran. Me pongo
los zapatos de tacón a juego con el vestido, y hacia las seis y media estoy
lista.
—¿Cómo estoy? —le pregunto a
Kate.
Se ríe.
—Vas a arrasar, Ana. —Asiente
satisfecha—. Estás de escándalo.
—¡De escándalo! Pretendo ir
discreta y parecer una mujer de negocios.
—También, pero sobre todo estás
de escándalo. Este vestido le va muy bien a tu tono de piel. Y se te marca todo
—me dice con una sonrisita.
—¡Kate! —la riño.
—Las cosas como son, Ana. La
impresión general es… muy buena. Con vestido, lo tendrás comiendo en tu mano.
Aprieto los labios. Ay, no
entiendes nada.
—Deséame suerte.
—¿Necesitas suerte para quedar
con él? —me pregunta frunciendo el ceño, confundida.
—Sí, Kate.
—Bueno, pues entonces suerte.
Me
abraza y salgo de casa.
Tengo que quitarme los zapatos
para conducir. Wanda, mi Escarabajo azul marino, no fue diseñado para que lo
condujeran mujeres con tacones. Aparco frente al Heathman a las siete menos dos
minutos exactamente y le doy las llaves al aparcacoches. Mira con mala cara mi
Escarabajo, pero no le hago caso. Respiro hondo, me preparo mentalmente para la
batalla y me dirijo al hotel.
Christian está inclinado sobre
la barra, bebiendo un vaso de vino blanco. Va vestido con su habitual camisa
blanca de lino, vaqueros negros, corbata negra y americana negra. Lleva el pelo
tan alborotado como siempre. Suspiro. Me quedo unos segundos parada en la
entrada del bar, observándolo, admirando la vista. Él lanza una mirada, creo
que nerviosa, hacia la puerta y al verme se queda inmóvil. Pestañea un par de
veces y después esboza lentamente una sonrisa indolente y sexy que me deja sin
palabras y me derrite por dentro. Avanzo hacia él haciendo un enorme esfuerzo para
no morderme el labio, consciente de que yo, Anastasia Steele de Patosilandia,
llevo tacones. Se levanta y viene hacia mí.
—Estás impresionante —murmura
inclinándose para besarme rápidamente en la mejilla—. Un vestido, señorita
Steele. Me parece muy bien.
Me coge de la mano, me lleva a
un reservado y hace un gesto al camarero.
—¿Qué quieres tomar?
Esbozo una ligera sonrisa
mientras me siento en el reservado. Bueno, al menos me pregunta.
—Tomaré lo mismo que tú,
gracias.
¿Lo ves? Sé hacer mi papel y comportarme.
Divertido, pide otro vaso de Sancerre y se sienta frente a mí.
—Tienen una bodega excelente
—me dice.
Apoya los codos en la mesa y
junta los dedos de ambas manos a la altura de la boca. En sus ojos brilla una
incomprensible emoción. Y ahí está… esa habitual descarga eléctrica que conecta
con lo más profundo de mí. Me remuevo incómoda ante su mirada escrutadora, con
el corazón latiéndome a toda prisa. Tengo que mantener la calma.
—¿Estás nerviosa? —me pregunta
amablemente.
—Sí.
Se inclina hacia delante.
—Yo también —susurra con
complicidad.
Clavo
mis ojos en los suyos. ¿Él? ¿Nervioso? Nunca. Pestañeo y me dedica su preciosa
sonrisa de medio lado. Llega el camarero con mi vino, un platito con frutos
secos y otro con aceitunas.
—¿Cómo lo hacemos? —le
pregunto—. ¿Revisamos mis puntos uno a uno?
—Siempre tan impaciente,
señorita Steele.
—Bueno, puedo preguntarte por
el tiempo.
Sonríe y coge una aceituna con
sus largos dedos. Se la mete en la boca, y mis ojos se demoran en ella, en esa
boca que ha estado sobre la mía… en todo mi cuerpo. Me ruborizo.
—Creo que el tiempo hoy no ha
tenido nada de especial —me dice riéndose.
—¿Está riéndose de mí, señor
Grey?
—Sí, señorita Steele.
—Sabes que ese contrato no
tiene ningún valor legal.
—Soy perfectamente consciente,
señorita Steele.
—¿Pensabas decírmelo en algún
momento?
Frunce el ceño.
—¿Crees que estoy
coaccionándote para que hagas algo que no quieres hacer, y que además pretendo
tener algún derecho legal sobre ti?
—Bueno… sí.
—No tienes muy buen concepto de
mí, ¿verdad?
—No has contestado a mi
pregunta.
—Anastasia, no importa si es
legal o no. Es un acuerdo al que me gustaría llegar contigo… lo que me gustaría
conseguir de ti y lo que tú puedes esperar de mí. Si no te gusta, no lo firmes.
Si lo firmas y después decides que no te gusta, hay suficientes cláusulas que
te permitirán dejarlo. Aun cuando fuera legalmente vinculante, ¿crees que te
llevaría a juicio si decides marcharte?
Doy un largo trago de vino. Mi
subconsciente me da un golpecito en el hombro. Tienes que estar atenta. No
bebas demasiado.
—Las relaciones de este tipo se
basan en la sinceridad y en la confianza —sigue diciéndome—. Si no confías en
mí… Tienes que confiar en mí para que sepa en qué medida te estoy afectando,
hasta dónde puedo llegar contigo, hasta dónde puedo llevarte… Si no puedes ser
sincera conmigo, entonces es imposible.
Vaya, directamente al grano.
Hasta dónde puede llevarme. Dios mío. ¿Qué
quiere
decir?
—Es muy sencillo, Anastasia.
¿Confías en mí o no? —me pregunta con ojos ardientes.
—¿Has mantenido este tipo de
conversación con… bueno, con las quince?
—No.
—¿Por qué no?
—Porque ya eran sumisas. Sabían
lo que querían de la relación conmigo, y en general lo que yo esperaba. Con
ellas fue una simple cuestión de afinar los límites tolerables, ese tipo de
detalles.
—¿Vas a buscarlas a alguna
tienda? ¿Sumisas ’R’ Us?
Se ríe.
—No exactamente.
—Pues ¿cómo?
—¿De eso quieres que hablemos?
¿O pasamos al meollo de la cuestión? A las objeciones, como tú dices.
Trago saliva. ¿Confío en él? ¿A
eso se reduce todo, a la confianza? Sin duda debería ser cosa de dos. Recuerdo
su mosqueo cuando llamé a José.
—¿Tienes hambre? —me pregunta,
y me distrae de mis pensamientos.
Oh, no… la comida.
—No.
—¿Has comido hoy?
Lo miro. Sinceramente… Maldita
sea, no va a gustarle mi respuesta.
—No —le contesto en voz baja.
Me mira con expresión muy
seria.
—Tienes que comer, Anastasia.
Podemos cenar aquí o en mi suite. ¿Qué prefieres?
—Creo que mejor nos quedamos en
terreno neutral.
Sonríe con aire burlón.
—¿Crees que eso me detendría?
—me pregunta en voz baja, como una sensual advertencia.
Abro los ojos como platos y
vuelvo a tragar saliva.
—Eso
espero.
—Vamos, he reservado un comedor
privado.
Me sonríe enigmáticamente y
sale del reservado tendiéndome una mano.
—Tráete el vino —murmura.
Le cojo de la mano, salgo y me
paro a su lado. Me suelta la mano, me toma del brazo, cruzamos el bar y subimos
una gran escalera hasta un entresuelo. Un chico con uniforme del Heathman se
acerca a nosotros.
—Señor Grey, por aquí, por
favor.
Lo seguimos por una lujosa zona
de sofás hasta un comedor privado, con una sola mesa. Es pequeño, pero
suntuoso. Bajo una lámpara de araña encendida, la mesa está cubierta por lino almidonado,
copas de cristal, cubertería de plata y un ramo de rosas blancas. Un encanto
antiguo y sofisticado impregna la sala, forrada con paneles de madera. El
camarero me retira la silla y me siento. Me coloca la servilleta en las
rodillas. Christian se sienta frente a mí. Lo miro.
—No te muerdas el labio
—susurra.
Frunzo el ceño. Maldita sea. Ni
siquiera me he dado cuenta de que estaba haciéndolo.
—Ya he pedido la comida. Espero
que no te importe.
La verdad es que me parece un
alivio. No estoy segura de que pueda tomar más decisiones.
—No, está bien —le contesto.
—Me gusta saber que puedes ser
dócil. Bueno, ¿dónde estábamos?
—En el meollo de la cuestión.
Doy otro largo trago de vino.
Está buenísimo. A Christian Grey se le dan bien los vinos. Recuerdo el último
trago que me ofreció, en mi cama. El inoportuno pensamiento hace que me
ruborice.
—Sí, tus objeciones.
Se mete la mano en el bolsillo
interior de la americana y saca una hoja de papel. Mi e-mail.
—Cláusula 2. De acuerdo. Es en
beneficio de los dos. Volveré a redactarlo.
Pestañeo. Dios mío… vamos a ir
punto por punto. No me siento tan valiente estando con él. Parece tomárselo muy
en serio. Me armo de valor con otro trago de vino. Christian sigue.
—Mi
salud sexual. Bueno, todas mis compañeras anteriores se hicieron análisis de
sangre, y yo me hago pruebas cada seis meses de todos estos riesgos que
comentas. Mis últimas pruebas han salido perfectas. Nunca he tomado drogas. De
hecho, estoy totalmente en contra de las drogas, y mi empresa lleva una
política antidrogas muy estricta. Insisto en que se hagan pruebas aleatorias y
por sorpresa a mis empleados para detectar cualquier posible consumo de drogas.
Uau… La obsesión controladora
llega a la locura. Lo miro perpleja.
—Nunca me han hecho una
transfusión. ¿Contesta eso a tu pregunta?
Asiento, impasible.
—El siguiente punto ya lo he
comentado antes. Puedes dejarlo en cualquier momento, Anastasia. No voy a
detenerte. Pero si te vas… se acabó. Que lo sepas.
—De acuerdo —le contesto en voz
baja.
Si me voy, se acabó. La idea me
resulta inesperadamente dolorosa.
El camarero llega con el primer
plato. ¿Cómo voy a comer? Madre mía… ha pedido ostras sobre hielo.
—Espero que te gusten las
ostras —me dice Christian en tono amable.
—Nunca las he probado.
Nunca.
—¿En serio? Bueno. —Coge una—.
Lo único que tienes que hacer es metértelas en la boca y tragártelas. Creo que
lo conseguirás.
Me mira y sé a qué está
aludiendo. Me pongo roja como un tomate. Me sonríe, exprime zumo de limón en su
ostra y se la mete en la boca.
—Mmm, riquísima. Sabe a mar —me
dice sonriendo—. Vamos —me anima.
—¿No tengo que masticarla?
—No, Anastasia.
Sus ojos brillan divertidos.
Parece muy joven.
Me muerdo el labio, y su
expresión cambia instantáneamente. Me mira muy serio. Estiro el brazo y cojo mi
primera ostra. Vale… esto no va a salir bien. Le echo zumo de limón y me la
meto en la boca. Se desliza por mi garganta, toda ella mar, sal, la fuerte
acidez del limón y su textura carnosa… Oooh. Me chupo los labios. Christian me
mira fijamente, con ojos impenetrables.
—¿Y bien?
—Me comeré otra —me limito a
contestarle.
—Buena
chica —me dice orgulloso.
—¿Has pedido ostras a
propósito? ¿No dicen que son afrodisiacas?
—No, son el primer plato del
menú. No necesito afrodisiacos contigo. Creo que lo sabes, y creo que a ti te
pasa lo mismo conmigo —me dice tranquilamente—. ¿Dónde estábamos?
Echa un vistazo a mi e-mail
mientras cojo otra ostra.
A él le pasa lo mismo. Lo
altero… Uau.
—Obedecerme en todo. Sí, quiero
que lo hagas. Necesito que lo hagas. Considéralo un papel, Anastasia.
—Pero me preocupa que me hagas
daño.
—Que te haga daño ¿cómo?
—Daño físico.
Y emocional.
—¿De verdad crees que te haría
daño? ¿Que traspasaría un límite que no pudieras aguantar?
—Me dijiste que habías hecho
daño a alguien.
—Sí, pero fue hace mucho
tiempo.
—¿Qué pasó?
—La colgué del techo del cuarto
de juegos. Es uno de los puntos que preguntabas, la suspensión. Para eso son
los mosquetones. Con cuerdas. Y apreté demasiado una cuerda.
Levanto una mano suplicándole
que se calle.
—No necesito saber más.
Entonces no vas a colgarme…
—No, si de verdad no quieres.
Puedes pasarlo a la lista de los límites infranqueables.
—De acuerdo.
—Bueno, ¿crees que podrás
obedecerme?
Me lanza una mirada intensa.
Pasan los segundos.
—Podría intentarlo —susurro.
—Bien —me dice sonriendo—.
Ahora la vigencia. Un mes no es nada, especialmente si quieres un fin de semana
libre cada mes. No creo que pueda aguantar lejos de ti tanto tiempo. Apenas lo consigo
ahora.
Se
calla.
¿No puede aguantar lejos de mí?
¿Qué?
—¿Qué te parece un día de un
fin de semana al mes para ti? Pero te quedas conmigo una noche entre semana.
—De acuerdo.
—Y, por favor, intentémoslo
tres meses. Si no te gusta, puedes marcharte en cualquier momento.
—¿Tres meses?
Me siento presionada. Doy otro
largo trago de vino y me concedo el gusto de otra ostra. Podría aprender a que
me gustaran.
—El tema de la posesión es
meramente terminológico y remite al principio de obediencia. Es para situarte
en el estado de ánimo adecuado, para que entiendas de dónde vengo. Y quiero que
sepas que, en cuanto cruces la puerta de mi casa como mi sumisa, haré contigo
lo que me dé la gana. Tienes que aceptarlo de buena gana. Por eso tienes que
confiar en mí. Te follaré cuando quiera, como quiera y donde quiera. Voy a
disciplinarte, porque vas a meter la pata. Te adiestraré para que me
complazcas.
»Pero sé que todo esto es nuevo
para ti. De entrada iremos con calma, y yo te ayudaré. Avanzaremos desde diferentes
perspectivas. Quiero que confíes en mí, pero sé que tengo que ganarme tu
confianza, y lo haré. El «en cualquier otro ámbito»… de nuevo es para ayudarte
a meterte en situación. Significa que todo está permitido.
Se muestra apasionado,
cautivador. Está claro que es su obsesión, su manera de ser… No puedo apartar
los ojos de él. Lo quiere de verdad. Se calla y me mira.
—¿Sigues aquí? —me pregunta en
un susurro, con voz intensa, cálida y seductora.
Da un trago de vino sin apartar
su penetrante mirada de mis ojos.
El camarero se acerca a la
puerta, y Christian asiente ligeramente para indicarle que puede retirar los
platos.
—¿Quieres más vino?
—Tengo que conducir.
—¿Agua, pues?
Asiento.
—¿Normal
o con gas?
—Con gas, por favor.
El camarero se marcha.
—Estás muy callada —me susurra
Christian.
—Tú estás muy hablador.
Sonríe.
—Disciplina. La línea que
separa el placer del dolor es muy fina, Anastasia. Son las dos caras de una
misma moneda. La una no existe sin la otra. Puedo enseñarte lo placentero que
puede ser el dolor. Ahora no me crees, pero a eso me refiero cuando hablo de
confianza. Habrá dolor, pero nada que no puedas soportar. Volvemos al tema de
la confianza. ¿Confías en mí, Ana?
¡Ana!
—Sí, confío en ti —le contesto
espontáneamente, sin pensarlo.
Y es cierto. Confío en él.
—De acuerdo —me dice aliviado—.
Lo demás son simples detalles.
—Detalles importantes.
—Vale, comentémoslos.
Me da vueltas la cabeza con
tantas palabras. Tendría que haberme traído la grabadora de Kate para poder
volver a oír después lo que me dice. Demasiada información, demasiadas cosas
que procesar. El camarero vuelve a aparecer con el segundo plato: bacalao,
espárragos y puré de patatas con salsa holandesa. En mi vida había tenido menos
hambre.
—Espero que te guste el pescado
—me dice Christian en tono amable.
Pincho mi comida y bebo un
largo trago de agua con gas. Me gustaría mucho que fuera vino.
—Hablemos de las normas.
¿Rompes el contrato por la comida?
—Sí.
—¿Puedo cambiarlo y decir que
comerás como mínimo tres veces al día?
—No.
No voy a ceder en este tema.
Nadie va a decirme lo que tengo que comer. Cómo follo, de acuerdo, pero lo que
como… no, ni hablar.
—Necesito saber que no pasas
hambre.
Frunzo
el ceño. ¿Por qué?
—Tienes que confiar en mí —le
digo.
Me mira un instante y se
relaja.
—Touché, señorita Steele
—me dice en tono tranquilo—. Acepto lo de la comida y lo de dormir.
—¿Por qué no puedo mirarte?
—Es cosa de la relación de
sumisión. Te acostumbrarás.
¿Seguro?
—¿Por qué no puedo tocarte?
—Porque no.
Aprieta los labios con
obstinación.
—¿Es por la señora Robinson?
Me mira con curiosidad.
—¿Por qué lo piensas? —E
inmediatamente lo entiende—. ¿Crees que me traumatizó?
Asiento.
—No, Anastasia, no es por ella.
Además, la señora Robinson no me aceptaría estas chorradas.
Ah… pero yo sí tengo que
aceptarlas. Pongo mala cara.
—Entonces no tiene nada que ver
con ella…
—No. Y tampoco quiero que te
toques.
¿Qué? Ah, sí, la cláusula de
que no puedo masturbarme.
—Por curiosidad… ¿por qué?
—Porque quiero para mí todo tu
placer —me dice en tono ronco, aunque decidido.
No sé qué contestar. Por un
lado, ahí está con su «Quiero morderte ese labio»; por el otro, es muy egoísta.
Frunzo el ceño y pincho un trozo de bacalao intentando evaluar mentalmente qué
me ha concedido. La comida y dormir. Va a tomárselo con calma, y aún no hemos
hablado de los límites tolerables. Pero no estoy segura de que pueda afrontar
ese tema con la comida en la mesa.
—Te he dado muchas cosas en las
que pensar, ¿verdad?
—Sí.
—¿Quieres que pasemos ya a los
límites tolerables?
—Espera a que acabemos de
comer.
Sonríe.
—¿Te da asco?
—Algo así.
—No has comido mucho.
—Lo suficiente.
—Tres ostras, cuatro trocitos
de bacalao y un espárrago. Ni puré de patatas, ni frutos secos, ni aceitunas. Y
no has comido en todo el día. Me has dicho que podía confiar en ti.
Vaya, ha hecho el inventario
completo.
—Christian, por favor, no suelo
mantener conversaciones de este tipo todos los días.
—Necesito que estés sana y en
forma, Anastasia.
—Lo sé.
—Y ahora mismo quiero quitarte
ese vestido.
Trago saliva. Quitarme el
vestido de Kate. Siento un tirón en lo más profundo de mi vientre. Algunos
músculos con los que ahora estoy más familiarizada se contraen con sus
palabras. Pero no puedo aceptarlo. Vuelve a utilizar contra mí su arma más
potente. Es fabuloso practicando el sexo… Hasta yo me he dado cuenta de ello.
—No creo que sea una buena idea
—murmuro—. Todavía no hemos comido el postre.
—¿Quieres postre? —me pregunta
resoplando.
—Sí.
—El postre podrías ser tú
—murmura sugerentemente.
—No estoy segura de que sea lo
bastante dulce.
—Anastasia, eres exquisitamente
dulce. Lo sé.
—Christian, utilizas el sexo
como arma. No me parece justo —susurro contemplándome las manos.
Luego lo miro a los ojos. Alza
las cejas, sorprendido, y veo que está sopesando
mis
palabras. Se presiona la barbilla, pensativo.
—Tienes razón. Lo hago. Cada
uno utiliza en la vida lo que sabe, Anastasia. Eso no quita que te desee
muchísimo. Aquí. Ahora.
¿Cómo es posible que me seduzca
solo con la voz? Estoy ya jadeando, con la sangre circulándome a toda prisa por
las venas, y los nervios estremeciéndose.
—Me gustaría probar una cosa
—me dice.
Frunzo el ceño. Acaba de darme
un montón de ideas que tengo que procesar, y ahora esto.
—Si fueras mi sumisa, no
tendrías que pensarlo. Sería fácil —me dice con voz dulce y seductora—. Todas
estas decisiones… todo el agotador proceso racional quedaría atrás. Cosas como
«¿Es lo correcto?», «¿Puede suceder aquí?», «¿Puede suceder ahora?». No
tendrías que preocuparte de esos detalles. Lo haría yo, como tu amo. Y ahora
mismo sé que me deseas, Anastasia.
Arrugo el ceño todavía más.
¿Cómo está tan seguro?
—Estoy tan seguro porque…
Maldita sea, contesta a las
preguntas que no le hago. ¿Es también adivino?
—… tu cuerpo te delata. Estás
apretando los muslos, te has puesto roja y tu respiración ha cambiado.
Vale, es demasiado.
—¿Cómo sabes lo de mis muslos?
—le pregunto en voz baja, en tono incrédulo.
Pero si están debajo de la
mesa, por favor.
—He notado que el mantel se
movía, y lo he deducido basándome en años de experiencia. No me equivoco,
¿verdad?
Me ruborizo y me miro las
manos. Su juego de seducción me lo pone muy difícil. Él es el único que conoce
y entiende las normas. Yo soy demasiado ingenua e inexperta. Mi único punto de
referencia es Kate, pero ella no aguanta chorradas de los hombres. Las demás
referencias que tengo son del mundo de la ficción: Elizabeth Bennet estaría
indignada, Jane Eyre, aterrorizada, y Tess sucumbiría, como yo.
—No me he terminado el bacalao.
—¿Prefieres el bacalao frío a
mí?
Levanto la cabeza de golpe y lo
miro. Un deseo imperioso brilla en sus ojos ardientes como plata fundida.
—Pensaba
que te gustaba que me acabara toda la comida del plato.
—Ahora mismo, señorita Steele,
me importa una mierda su comida.
—Christian, no juegas limpio,
de verdad.
—Lo sé. Nunca he jugado limpio.
La diosa que llevo dentro
frunce el ceño e intenta convencerme. Tú puedes. Juega a su juego. ¿Puedo? De
acuerdo. ¿Qué tengo que hacer? Mi inexperiencia es mi cruz. Pincho un
espárrago, lo miro y me muerdo el labio. Luego, muy despacio, me meto la punta
del espárrago en la boca y la chupo.
Christian abre los ojos de
manera imperceptible, pero yo lo noto.
—Anastasia, ¿qué haces?
Muerdo la punta.
—Estoy comiéndome un espárrago.
Christian se remueve en su
silla.
—Creo que está jugando conmigo,
señorita Steele.
Finjo inocencia.
—Solo estoy terminándome la
comida, señor Grey.
En ese preciso momento el
camarero llama a la puerta y entra sin esperar respuesta. Mira un segundo a
Christian, que le pone mala cara pero asiente enseguida, así que el camarero
recoge los platos. La llegada del camarero ha roto el hechizo, y me aferro a
ese instante de lucidez. Tengo que marcharme. Si me quedo, nuestro encuentro
solo podrá terminar de una manera, y necesito poner ciertas barreras después de
una conversación tan intensa. Mi cabeza se rebela tanto como mi cuerpo se muere
de deseo. Necesito algo de distancia para pensar en todo lo que me ha dicho.
Todavía no he tomado una decisión, y su atractivo y su destreza sexual no me lo
ponen nada fácil.
—¿Quieres postre? —me pregunta
Christian, tan caballeroso como siempre, pero con ojos todavía ardientes.
—No, gracias. Creo que tengo
que marcharme —le digo mirándome las manos.
—¿Marcharte? —me pregunta sin
poder ocultar su sorpresa.
El camarero se retira a toda
prisa.
—Sí.
Es la decisión correcta. Si me
quedo en este comedor con él, me follará. Me levanto con determinación.
—Mañana
tenemos los dos la ceremonia de la entrega de títulos.
Christian se levanta
automáticamente, poniendo de manifiesto años de arraigada urbanidad.
—No quiero que te vayas.
—Por favor… Tengo que irme.
—¿Por qué?
—Porque me has planteado muchas
cosas en las que pensar… y necesito cierta distancia.
—Podría conseguir que te
quedaras —me amenaza.
—Sí, no te sería difícil, pero
no quiero que lo hagas.
Se pasa la mano por el pelo
mirándome detenidamente.
—Mira, cuando viniste a
entrevistarme y te caíste en mi despacho, todo eran «Sí, señor», «No, señor».
Pensé que eras una sumisa nata. Pero, la verdad, Anastasia, no estoy seguro de
que tengas madera de sumisa —me dice en tono tenso acercándose a mí.
—Quizá tengas razón —le
contesto.
—Quiero tener la oportunidad de
descubrir si la tienes —murmura mirándome. Levanta un brazo, me acaricia la
cara y me pasa el pulgar por el labio inferior—. No sé hacerlo de otra manera,
Anastasia. Soy así.
—Lo sé.
Se inclina para besarme, pero
se detiene antes de que sus labios rocen los míos. Busca mis ojos con la
mirada, como pidiéndome permiso. Alzo los labios hacia él y me besa, y como no
sé si volveré a besarlo más, me dejo ir. Mis manos se mueven por sí solas, se
deslizan por su pelo, lo atraen hacia mí. Mi boca se abre y mi lengua acaricia
la suya. Me agarra por la nuca para besarme más profundamente, respondiendo a
mi ardor. Me desliza la otra mano por la espalda, y al llegar al final de la
columna, la detiene y me aprieta contra su cuerpo.
—¿No puedo convencerte de que
te quedes? —me pregunta sin dejar de besarme.
—No.
—Pasa la noche conmigo.
—¿Sin tocarte? No.
—Eres imposible —se queja. Se
echa hacia atrás y me mira fijamente—. ¿Por qué
tengo
la impresión de que estás despidiéndote de mí?
—Porque voy a marcharme.
—No es eso lo que quiero decir,
y lo sabes.
—Christian, tengo que pensar en
todo esto. No sé si puedo mantener el tipo de relación que quieres.
Cierra los ojos y presiona su
frente contra la mía, lo cual nos da a ambos la oportunidad de relajar la
respiración. Un momento después me besa en la frente, respira hondo, con la
nariz hundida en mi pelo, me suelta y da un paso atrás.
—Como quiera, señorita Steele
—me dice con rostro impasible—. La acompaño hasta el vestíbulo.
Me tiende la mano. Me inclino,
cojo el bolso y le doy la mano. Maldita sea, esto podría ser todo. Lo sigo
dócilmente por la gran escalera hasta el vestíbulo. Siento picores en el cuero
cabelludo, la sangre me bombea muy deprisa. Podría ser el último adiós si
decido no aceptar. El corazón se me contrae dolorosamente en el pecho. Qué giro
tan radical… Qué gran diferencia puede suponer para una chica un momento de
lucidez.
—¿Tienes el ticket del
aparcacoches?
Saco del bolso el ticket y se
lo doy. Christian se lo entrega al portero. Lo miro mientras esperamos.
—Gracias por la cena —murmuro.
—Ha sido un placer como
siempre, señorita Steele —me contesta educadamente, aunque parece sumido en sus
pensamientos, abstraído por completo.
Lo observo detenidamente y
memorizo su hermoso perfil. Me obsesiona la desagradable idea de que podría no
volver a verlo. Es demasiado doloroso para planteármelo. De pronto se gira y me
mira con expresión intensa.
—Esta semana te mudas a Seattle.
Si tomas la decisión correcta, ¿podré verte el domingo? —me pregunta en tono
inseguro.
—Ya veremos. Quizá —le
contesto.
Por un momento parece aliviado,
pero enseguida frunce el ceño.
—Ahora hace fresco. ¿No has
traído chaqueta?
—No.
Mueve la cabeza enfadado y se
quita la americana.
—Toma.
No quiero que cojas frío.
Parpadeo mientras la sostiene
para que me la ponga. Y al pasar los brazos por las mangas, recuerdo el momento
en su despacho en que me puso la chaqueta sobre los hombros —el día en que lo
conocí—, y la impresión que me causó. Nada ha cambiado. En realidad, ahora es
más intenso. Su americana está caliente, me viene muy grande y huele a él…
delicioso.
Llega mi coche. Christian se
queda boquiabierto.
—¿Ese es tu coche?
Está horrorizado. Me coge de la
mano y sale conmigo a la calle. El aparcacoches sale, me tiende las llaves, y
Christian le da una propina.
—¿Está en condiciones de
circular? —me pregunta fulminándome con la mirada.
—Sí.
—¿Llegará hasta Seattle?
—Claro que sí.
—¿Es seguro?
—Sí —le contesto irritada—.
Vale, es viejo, pero es mío y funciona. Me lo compró mi padrastro.
—Anastasia, creo que podremos
arreglarlo.
—¿Qué quieres decir? —De pronto
lo entiendo—. Ni se te ocurra comprarme un coche.
Me mira con el ceño fruncido y
la mandíbula tensa.
—Ya veremos —me contesta.
Hace una mueca mientras me abre
la puerta del conductor y me ayuda a entrar. Me quito los zapatos y bajo la
ventanilla. Me mira con expresión impenetrable y ojos turbios.
—Conduce con prudencia —me dice
en voz baja.
—Adiós, Christian —le digo con
voz ronca, como si estuviera a punto de llorar.
No, no voy a llorar. Le sonrío
ligeramente.
Mientras me alejo, siento una
presión en el pecho, empiezan a aflorar las lágrimas y trato de ahogar el
llanto. Las lágrimas no tardan en rodar por mis mejillas, aunque la verdad es
que no entiendo por qué lloro. Me he mantenido firme. Él me lo ha explicado
todo, y ha sido claro. Me desea, pero necesito más.
Necesito
que me desee como yo lo deseo y lo necesito, y en el fondo sé que no es
posible. Estoy abrumada.
Ni siquiera sé cómo
catalogarlo. Si acepto… ¿será mi novio? ¿Podré presentárselo a mis amigos?
¿Saldré con él de copas, al cine o a jugar a los bolos? Creo que no, la verdad.
No me dejará tocarlo ni dormir con él. Sé que no he hecho estas cosas en el
pasado, pero quiero hacerlas en el futuro. Y no es este el futuro que él tiene
previsto.
¿Qué pasa si digo que sí, y
dentro de tres meses él dice que no, que se ha cansado de intentar convertirme
en algo que no soy? ¿Cómo voy a sentirme? Me habré implicado emocionalmente
durante tres meses y habré hecho cosas que no estoy segura de que quiera hacer.
Y si después me dice que no, que se ha acabado el acuerdo, ¿cómo voy a
sobrellevar el rechazo? Quizá lo mejor sea retirarse ahora, que mantego mi
autoestima más o menos intacta.
Pero la idea de no volver a
verlo me resulta insoportable. ¿Cómo se me ha metido en la piel en tan poco
tiempo? No puede ser solo el sexo, ¿verdad? Me paso la mano por los ojos para
secarme las lágrimas. No quiero analizar lo que siento por él. Me asusta lo que
podría descubrir. ¿Qué voy a hacer?
Aparco frente a nuestra casa.
No veo luces encendidas, así que Kate debe de haber salido. Es un alivio. No
quiero que vuelva a pillarme llorando. Mientras me desnudo, enciendo el
cacharro infernal y encuentro un mensaje de Christian en la bandeja de entrada.
De: Christian GreyFecha: 25 de mayo de 2011 22:01Para:
Anastasia SteeleAsunto: Esta noche No entiendo por qué has salido
corriendo esta noche. Espero sinceramente haber contestado a todas tus
preguntas de forma satisfactoria. Sé que tienes que plantearte muchas cosas y
espero fervientemente que consideres en serio mi propuesta. Quiero de verdad
que esto funcione. Nos lo tomaremos con calma.Confía en mí. Christian
GreyPresidente de Grey Enterprises Holdings, Inc. Este e-mail me hace llorar
más. No soy una fusión empresarial. No soy una adquisición. Leyendo este
correo, cualquiera diría que sí. No le contesto. No sé qué decirle, la verdad.
Me pongo el pijama y me meto en la cama envuelta en su americana. Tumbada, en
la oscuridad, pienso en todas las veces que me ha advertido que me mantuviera
alejada de él.
«Anastasia, deberías mantenerte
alejada de mí. No soy un hombre para ti.»
«Yo
no tengo novias.»
«No soy un hombre de flores y
corazones.»
«Yo no hago el amor.»
«No sé hacerlo de otra manera.»
Es lo último
a lo que me aferro mientras lloro en silencio, con la cara hundida en la
almohada. Tampoco yo sé hacerlo de otra manera. Quizá juntos podamos encontrar
otro camino.
14
Christian está frente a mí con
una fusta de cuero trenzado. Solo lleva puestos unos Levi’s viejos, gastados y
rotos. Golpea despacio la fusta contra la palma de su mano sin dejar de
mirarme. Esboza una sonrisa triunfante. No puedo moverme. Estoy desnuda y atada
con grilletes, despatarrada en una enorme cama de cuatro postes. Se acerca a mí
y me desliza la punta de la fusta desde la frente hasta la nariz, de manera que
percibo el olor del cuero, y luego sigue hasta mis labios entreabiertos, que
jadean. Me mete la punta en la boca y siento el sabor intenso del cuero.
—Chupa —me ordena en voz baja.
Obedezco y cierro los labios
alrededor de la punta.
—Basta —me dice bruscamente.
Vuelvo a jadear mientras me
saca la fusta de la boca y me la desliza desde la barbilla hasta el final del
cuello. Le da vueltas despacio y sigue arrastrando la punta de la fusta por mi
cuerpo, por el esternón, entre los pechos y por el torso, hasta el ombligo.
Jadeo, me retuerzo y tiro de los grilletes, que me destrozan las muñecas y los
tobillos. Me rodea el ombligo con la punta de cuero y sigue deslizándola por mi
vello púbico hasta el clítoris. Sacude la fusta y me golpea con fuerza en el
clítoris, y me corro gloriosamente gritando que me desate.
De pronto me despierto
jadeando, bañada en sudor y sintiendo los espasmos posteriores al orgasmo. Dios
mío. Estoy totalmente desorientada. ¿Qué demonios ha pasado? Estoy en mi cama
sola. ¿Cómo? ¿Por qué? Me incorporo de un salto, conmocionada… Uau. Es de día.
Miro el despertador: las ocho. Me cubro la cara con las manos. No sabía que yo
pudiera tener sueños sexuales. ¿Ha sido por algo que comí? Quizá las ostras y
la investigación, que han acabado manifestándose en mi primer sueño erótico. Es
desconcertante. No tenía ni idea de que pudiera correrme en sueños.
Kate se acerca a mí corriendo
cuando entro tambaleándome en la cocina.
—Ana, ¿estás bien? Te veo rara.
¿Llevas puesta la americana de Christian?
—Estoy
bien.
Maldita sea. Debería haberme
mirado en el espejo. Evito sus ojos verdes, que me atraviesan. Todavía no me he
recuperado del sueño.
—Sí, es la americana de
Christian.
Frunce el ceño.
—¿Has dormido?
—No muy bien.
Cojo la tetera. Necesito un té.
—¿Qué tal la cena?
Ya empieza…
—Comimos ostras. Y luego
bacalao, así que diría que hubo bastante pescado.
—Uf… Odio las ostras, pero no
estoy preguntándote por la comida. ¿Qué tal con Christian? ¿De qué hablasteis?
—Se mostró muy atento.
Me callo. ¿Qué puedo decirle?
No tiene VIH, le interesa la interpretación, quiere que obedezca todas sus
órdenes, hizo daño a una mujer a la que colgó del techo de su cuarto de juegos
y quería follarme en el comedor privado. ¿Sería un buen resumen? Intento
desesperadamente recordar algo de mi cita con Christian que pueda comentar con
Kate.
—No le gusta Wanda.
—¿A quién le gusta, Ana? No es
nada nuevo. ¿Por qué estás tan evasiva? Suéltalo, amiga mía.
—Kate, hablamos de un montón de
cosas. Ya sabes… de lo quisquilloso que es con la comida. Por cierto, le gustó
mucho tu vestido.
La tetera ya está hirviendo,
así que me preparo una taza.
—¿Te apetece un té? ¿Quieres
leerme tu discurso de hoy?
—Sí, por favor. Anoche estuve
preparándolo en el Becca’s. Voy a buscarlo. Y sí, me apetece mucho un té.
Kate sale corriendo de la
cocina.
Uf, he conseguido darle
esquinazo a Katherine Kavanagh. Abro un panecillo y lo meto en la tostadora. Me
ruborizo pensando en mi intenso sueño. ¿Qué demonios ha pasado?
Anoche
me costó dormirme. Estuve dando vueltas a diversas opciones. Estoy muy
confundida. La idea que tiene Christian de una relación se parece mucho a una
oferta de empleo, con sus horarios, la descripción del trabajo y un
procedimiento de resolución de conflictos bastante riguroso. No imaginaba así
mi primera historia de amor… pero, claro, a Christian no le interesan las
historias de amor. Si le dijera que quiero algo más, seguramente me diría que
no… y me arriesgaría a perder lo que me ha ofrecido. Es lo que más me preocupa,
porque no quiero perderlo. Pero no estoy segura de tener estómago para ser su
sumisa… En el fondo, lo que me tira para atrás son las varas y los látigos.
Como soy débil físicamente, haría lo que fuera por evitar el dolor. Pienso en
mi sueño… ¿Sería así? La diosa que llevo dentro da saltos con pompones de
animadora gritándome que sí.
Kate vuelve a la cocina con su
portátil. Me concentro en mi panecillo. Empieza a leer su dicurso, y yo la
escucho pacientemente.
Estoy vestida y lista cuando
llega Ray. Abro la puerta de la calle y lo veo en el porche con un traje que no
le queda nada bien. Siento una cálida oleada de gratitud y de amor hacia este
hombre sencillo y me lanzo a sus brazos, una muestra de cariño poco habitual en
mí. Se queda desconcertado, perplejo.
—Hola, Annie, yo también me
alegro de verte —murmura abrazándome.
Me aparta un poco, y con las
manos en mis hombros me mira de arriba abajo con el ceño fruncido.
—¿Estás bien, hija?
—Claro, papá. ¿No puedo
alegrarme de ver a mi padre?
Sonríe arrugando las comisuras
de sus ojos oscuros y me sigue hasta el comedor.
—Estás muy guapa —me dice.
—El vestido es de Kate —le digo
bajando la mirada hacia el vestido gris de seda con la espalda descubierta.
Frunce el ceño.
—¿Dónde está Kate?
—Ha ido al campus. Va a
pronunciar un discurso, así que tiene que estar allí antes.
—¿Vamos tirando?
—Papá,
tenemos media hora. ¿Quieres un té? Cuéntame cómo está todo el mundo en
Montesano. ¿Cómo te ha ido el viaje?
Ray deja el coche en el
aparcamiento del campus y seguimos a la multitud con birretes negros y rojos
hasta el gimnasio.
—Suerte, Annie. Pareces muy
nerviosa. ¿Tienes que hacer algo?
Dios mío… ¿Por qué le ha dado
hoy a Ray por ser observador?
—No, papá. Es un gran día.
Y voy a ver a Christian Grey.
—Sí, mi niña se ha graduado.
Estoy orgulloso de ti, Annie.
—Gracias, papá.
Cuánto quiero a este hombre…
El gimnasio está lleno de
gente. Ray va a sentarse a las gradas con los demás padres y asistentes, y yo
me dirijo a mi asiento. Llevo mi toga negra y mi birrete, y siento que me
protegen, que me permiten ser anónima. Todavía no hay nadie en el estrado, pero
parece que no consigo calmarme. Me late el corazón a toda prisa y me cuesta
respirar. Está por aquí, en algún sitio. Me pregunto si Kate está hablando con
él, quizá interrogándolo. Me dirijo hacia mi asiento entre compañeros cuyos
apellidos también empiezan por S. Estoy en la segunda fila, lo que me ofrece
cierto anonimato. Miro hacia atrás y veo a Ray en las gradas, arriba del todo.
Lo saludo con un gesto. Me contesta agitando tímidamente la mano. Me siento y
espero.
El auditorio no tarda en
llenarse y el rumor de voces nerviosas aumenta progresivamente. La primera fila
de asientos ya está ocupada. Yo estoy sentada entre dos chicas de otro
departamento a las que no conozco. Es evidente que son muy amigas, y hablan muy
nerviosas conmigo en medio.
A las once en punto aparece el
rector desde detrás del estrado, seguido por los tres vicerrectores y los
profesores, todos ataviados en negro y rojo. Nos levantamos y aplaudimos a
nuestro personal docente. Algunos profesores asienten y saludan con la mano, y
otros parecen aburridos. El profesor Collins, mi tutor y mi profesor preferido,
tiene pinta de acabar de levantarse, como siempre. Al fondo del escenario están
Kate y Christian. Christian lleva un traje gris a medida, y a las luces del
auditorio brillan en su pelo mechones cobrizos. Parece muy serio y
autosuficiente. Al sentarse, se desabrocha la americana y veo su corbata. Oh,
Dios… ¡esa corbata! Me froto las muñecas en un gesto reflejo. No puedo apartar
los ojos de él. Sin duda se ha puesto esa corbata a propósito. Aprieto los
labios. El
público
se sienta y cesan los aplausos.
—¡Mira a aquel tipo! —cuchichea
entusiasmada una de las chicas sentadas a mi lado.
—¡Está buenísimo! —le contesta
la otra.
Me pongo tensa. Estoy segura de
que no hablan del profesor Collins.
—Tiene que ser Christian Grey.
—¿Está libre?
Se me ponen los pelos de punta.
—Creo que no —murmuro.
—Oh —exclaman las chicas
mirándome sorprendidas.
—Creo que es gay —mascullo.
—Qué lástima —se lamenta una de
las chicas.
Mientras el rector se levanta y
da comienzo al acto con su discurso, veo que Christian recorre disimuladamente
la sala con la mirada. Me hundo en mi asiento y encojo los hombros para que no
me vea. Fracaso estrepitosamente, porque un segundo después sus ojos encuentran
los míos. Me mira con rostro impasible, totalmente inescrutable. Me remuevo
incómoda en mi asiento, hipnotizada por su mirada, y me ruborizo ligeramente.
De pronto recuerdo mi sueño de esta mañana y se me contraen los músculos del
vientre. Respiro hondo. Sus labios esbozan una leve y efímera sonrisa. Cierra
un instante los ojos y al abrirlos recupera su expresión indiferente. Lanza una
rápida mirada al rector y luego fija la vista al frente, en el emblema de la
universidad colgado en la entrada. No vuelve a dirigir sus ojos hacia mí. El
rector continúa con su monótono discurso, y Christian sigue sin mirarme. Mira
fijamente hacia delante.
¿Por qué no me mira? ¿Habrá
cambiado de idea? Me inunda una oleada de inquietud. Quizá el hecho de que me
marchara anoche fue el final también para él. Se ha aburrido de esperar a que
me decida. Oh, no, quizá lo he fastidiado todo. Recuerdo su e-mail de anoche.
Quizá esté enfadado porque no le he contestado.
De pronto la señorita Katherine
Kavanagh avanza por el estrado y la sala irrumpe en aplausos. El rector se
sienta y Kate se echa la bonita melena hacia atrás y coloca sus papeles en el
atril. Se toma su tiempo y no se siente intimidada por el millar de personas
que están mirándola. Cuando está lista, sonríe, levanta la mirada hacia la
multitud fascinada y empieza su discurso con elocuencia. Está tranquila y se
muestra divertida. Las chicas sentadas a mi lado se ríen a carcajadas con su
primera broma. Oh, Katherine Kavanagh, tú si que sabes pronunciar un
discurso.
En esos momentos estoy tan orgullosa de ella que mis dispersos pensamientos
sobre Christian quedan a un lado. Aunque ya he oído su discurso, lo escucho
atentamente. Domina la sala y se mete al público en el bolsillo.
Su tema es «¿Qué esperar
después de la facultad?». Sí, ¿qué esperar? Christian mira a Kate alzando las
cejas, creo que sorprendido. Podría haber ido a entrevistarlo Kate, y ahora
podría estar haciéndole proposiciones indecentes a ella. La guapa Kate y el
guapo Christian juntos. Y yo podría estar como las dos chicas sentadas a mi
lado, admirándolo desde la distancia. Pero sé que Kate no le habría dado ni la
hora. ¿Cómo lo llamó el otro día? Repulsivo. La idea de que Kate y Christian se
enfrenten me incomoda. Tengo que decir que no sé por quién de los dos
apostaría.
Kate termina su discurso con
una floritura, y espontáneamente todo el mundo se levanta, la aplaude y la
vitorea. Su primera ovación con el público en pie. Le sonrío y la aclamo, y
ella me devuelve una sonrisa. Buen trabajo, Kate. Se sienta, el público
también, y el rector se levanta y presenta a Christian… Oh, Dios, Christian va
a dar un discurso. El rector hace un breve resumen de los logros de Christian:
presidente de su extraordinariamente próspera empresa, un hombre que ha llegado
donde está por sus propios méritos…
—… y también un importante
benefactor de nuestra universidad. Por favor, demos la bienvenida al señor
Christian Grey.
El rector estrecha la mano a
Christian, y la gente empieza a aplaudir. Se me hace un nudo en la garganta. Se
acerca al atril y recorre la sala con la mirada. Parece tan seguro de sí mismo
frente a nosotros como Kate hace un momento. Las dos chicas sentadas a mi lado
se inclinan hacia delante embelesadas. De hecho, creo que la mayoría de las
mujeres del público, y algunos hombres, se inclinan un poco en sus asientos.
Christian empieza a hablar en tono suave, mesurado y cautivador.
—Estoy profundamente agradecido
y emocionado por el gran honor que me han concedido hoy las autoridades de la
Universidad Estatal de Washington, honor que me ofrece la excepcional
posibilidad de hablar del impresionante trabajo que lleva a cabo el
departamento de ciencias medioambientales de la universidad. Nuestro propósito
es desarrollar métodos de cultivo viables y ecológicamente sostenibles para
países del tercer mundo. Nuestro objetivo último es ayudar a erradicar el
hambre y la pobreza en el mundo. Más de mil millones de personas,
principalmente en el África subsahariana, el sur de Asia y Latinoamérica, viven
en la más absoluta miseria. El mal funcionamiento de la agricultura es
generalizado en estas zonas, y el resultado es la destrucción ecológica y
social. Sé lo que es pasar hambre. Para mí, se trata de una travesía muy
personal…
Se
me desencaja la mandíbula. ¿Qué? Christian ha pasado hambre. Maldita sea.
Bueno, eso explica muchas cosas. Y recuerdo la entrevista. De verdad quiere
alimentar al mundo. Me devano los sesos desesperadamente intentando recordar el
artículo de Kate. Fue adoptado a los cuatro años, creo. No me imagino que Grace
lo matara de hambre, así que debió de ser antes, cuando era muy pequeño. Trago
saliva y se me encoge el corazón pensando en un niñito de ojos grises
hambriento. Oh, no. ¿Qué vida tuvo antes de que los Grey lo adoptaran y lo
rescataran?
Me invade una indignación
salvaje. El filantrópico Christian pobre, jodido y pervertido. Aunque estoy
segura de que él no se vería así a sí mismo y rechazaría todo sentimiento de
lástima o piedad. De repente estalla un aplauso general y todo el mundo se
levanta. Yo hago lo mismo, aunque no he escuchado la mitad de su discurso. Se
dedica a esa gran labor, a dirigir una empresa enorme y al mismo tiempo a
perseguirme. Resulta abrumador. Recuerdo los breves retazos de las
conversaciones que le he oído sobre Darfur… Ahora encaja todo. Comida.
Sonríe brevemente ante el
cálido aplauso —incluso Kate está aplaudiendo— y vuelve a su asiento. No mira
en dirección a mí, y yo estoy descentrada intentando asimilar toda esta nueva
información sobre él.
Un vicerrector se levanta y
empieza el largo y tedioso proceso de entrega de títulos. Hay que repartir más
de cuatrocientos, así que pasa más de una hora hasta que oigo mi nombre. Avanzo
hacia el estrado entre las dos chicas, que se ríen tontamente. Christian me
lanza una mirada cálida, aunque comedida.
—Felicidades, señorita Steele
—me dice estrechándome la mano. Siento la descarga de su carne en la mía—.
¿Tienes problemas con el ordenador?
Frunzo el ceño mientras me
entrega el título.
—No.
—Entonces, ¿no haces caso de
mis e-mails?
—Solo vi el de las fusiones y
adquisiciones.
Me mira con curiosidad.
—Luego —me dice.
Y tengo que avanzar, porque
estoy obstruyendo la cola.
Vuelvo a mi asiento. ¿E-mails?
Debe de haber mandado otro. ¿Qué decía?
La ceremonia concluye una hora
después. Es interminable. Al final, el rector conduce a los miembros del cuerpo
docente fuera del estrado, precedidos por Christian y Kate, y todo el mundo
vuelve a aplaudir calurosamente. Christian no me mira, aunque me gustaría que
lo hiciera. La diosa que llevo dentro no está nada
contenta.
Mientras espero de pie para
poder salir de nuestra fila de asientos, Kate me llama. Se acerca hacia mí
desde detrás del estrado.
—Christian quiere hablar
contigo —me grita.
Las dos chicas, que ahora están
de pie a mi lado, se giran y me miran.
—Me ha mandado a que te lo diga
—sigue diciendo.
Oh…
—Tu discurso ha sido genial,
Kate.
—Sí, ¿verdad? —Sonríe—.
¿Vienes? Puede ser muy insistente.
Pone los ojos en blanco y me
río.
—Ni te lo imaginas. Pero no
puedo dejar a Ray solo mucho rato.
Levanto la mirada hacia Ray y
le indico abriendo la palma que me espere cinco minutos. Asiente, me hace un
gesto con la mano y sigo a Kate hasta el pasillo de detrás del estrado.
Christian está hablando con el rector y con dos profesores. Levanta los ojos al
verme.
—Discúlpenme, señores —le oigo
murmurar.
Viene hacia mí y sonríe
brevemente a Kate.
—Gracias —le dice.
Y antes de que Kate pueda
responder, me coge del brazo y me lleva hacia lo que parece un vestuario de
hombres. Comprueba que está vacío y cierra la puerta con pestillo.
Maldita sea, ¿qué se propone?
Parpadeo cuando se gira hacia mí.
—¿Por qué no me has mandado un
e-mail? ¿O un mensaje al móvil?
Me mira furioso. Yo estoy
desconcertada.
—Hoy no he mirado ni el
ordenador ni el teléfono.
Mierda, ¿ha estado llamándome?
Pruebo con la técnica de distracción que tan bien me funciona con Kate.
—Tu discurso ha estado muy
bien.
—Gracias.
—Ahora entiendo tus problemas
con la comida.
Se pasa una mano por el pelo,
muy nervioso.
—Anastasia,
no quiero hablar de eso ahora. —Cierra los ojos y parece afligido—. Estaba
preocupado por ti.
—¿Preocupado? ¿Por qué?
—Porque volviste a casa en esa
trampa mortal a la que tú llamas coche.
—¿Qué? No es ninguna trampa
mortal. Está perfectamente. José suele hacerle la revisión.
—¿José, el fotógrafo?
Christian arruga la frente y se
le hiela la expresión. Mierda.
—Sí, el Escarabajo era de su
madre.
—Sí, y seguramente también de
su abuela y de su bisabuela. No es un coche seguro.
—Lo tengo desde hace más de
tres años. Siento que te hayas preocupado. ¿Por qué no me has llamado?
Está exagerando demasiado.
Respira hondo.
—Anastasia, necesito una
respuesta. La espera está volviéndome loco.
—Christian… Mira, he dejado a
mi padrastro solo.
—Mañana. Quiero una respuesta
mañana.
—De acuerdo, mañana. Ya te diré
algo.
Retrocede y me mira más
calmado, con los hombros relajados.
—¿Te quedas a tomar algo? —me
pregunta.
—No sé lo que quiere hacer Ray.
—¿Tu padrastro? Me gustaría
conocerlo.
Oh, no… ¿por qué?
—Creo que no es buena idea.
Christian abre el pestillo de
la puerta muy serio.
—¿Te avergüenzas de mí?
—¡No! —Ahora me toca a mí
desesperarme—. ¿Y cómo te presento a mi padre? ¿«Este es el hombre que me ha
desvirgado y que quiere mantener conmigo una relación sadomasoquista»? No
llevas puestas las zapatillas de deporte.
Christian me mira y sus labios
esbozan una sonrisa. Y aunque estoy enfadada
con
él, involuntariamente mi cara se la devuelve.
—Para que lo sepas, corro muy
deprisa. Dile que soy un amigo, Anastasia.
Abre la puerta y sale. La
cabeza me da vueltas. El rector, los tres vicerrectores, cuatro profesores y
Kate se me quedan mirando cuando paso a toda prisa por delante de ellos.
Mierda. Dejo a Christian con los profesores y voy a buscar a Ray.
«Dile que soy un amigo.»
Amigo con derecho a roce, me
dice mi subconsciente con mala cara. Lo sé, lo sé. Me quito de encima el
desagradable pensamiento. ¿Cómo voy a presentárselo a Ray? La sala sigue
todavía medio llena, y Ray no se ha movido de su sitio. Me ve, me hace un gesto
con la mano y empieza a bajar.
—Annie, felicidades —me dice
pasándome el brazo por los hombros.
—¿Te apetece venir a tomar algo
al entoldado?
—Claro. Hoy es tu día. Vamos.
—No tenemos que ir si no
quieres.
Por favor, di que no…
—Annie, he estado dos horas y
media sentado, escuchando todo tipo de parloteos. Necesito una copa.
Le cojo del brazo y avanzamos
entre la multitud a través de la cálida tarde. Pasamos junto a la cola del
fotógrafo oficial.
—Ah, lo olvidaba… —Ray se saca
una cámara digital del bolsillo—. Una foto para el álbum, Annie.
Pongo los ojos en blanco
mientras me saca una foto.
—¿Puedo quitarme ya la toga y
el birrete? Me siento medio tonta.
Eres medio tonta… Mi
subconsciente está de lo más sarcástico. Así que vas a presentar a Ray al
hombre con el que follas… Estará muy orgulloso. Mi subconsciente me observa por
encima de sus gafas de media luna. A veces la odio.
El entoldado es inmenso y está
lleno de gente: alumnos, padres, profesores y amigos, todos charlando
alegremente. Ray me pasa una copa de champán, o de vino espumoso barato, me
temo. No está frío y es dulzón. Pienso en Christian… No va a gustarle.
—¡Ana!
Al girarme, Ethan Kavanagh me
coge de improviso entre sus brazos. Me levanta y me da vueltas en el aire sin
que se me derrame el vino. Toda una proeza.
—¡Felicidades!
—exclama sonriéndome, con sus ojos verdes brillantes.
Qué sorpresa. Su pelo rubio
está alborotado y sexy. Es tan guapo como Kate. El parecido es asombroso.
—¡Uau, Ethan! Qué alegría
verte. Papá, este es Ethan, el hermano de Kate. Ethan, te presento a mi padre,
Ray Steele.
Se dan la mano. Mi padre evalúa
fríamente al señor Kavanagh.
—¿Cuándo has llegado de Europa?
—le pregunto.
—Hace una semana, pero quería
darle una sorpresa a mi hermanita —me dice en tono de complicidad.
—Qué detalle —le digo
sonriendo.
—Era la que iba a pronunciar el
discurso de graduación. No podía perdérmelo.
Parece inmensamente orgulloso
de su hermana.
—Su discurso ha sido genial.
—Es verdad —confirma Ray.
Ethan me tiene cogida por la
cintura cuando levanto la mirada y me encuentro con los gélidos ojos grises de
Christian Grey. Kate está a su lado.
—Hola, Ray. —Kate besa en las
mejillas a mi padre, que se ruboriza—. ¿Conoces al novio de Ana? Christian
Grey.
Maldita sea… ¡Kate! ¡Mierda! Me
arden las mejillas.
—Señor Steele, encantado de
conocerlo —dice Christian tranquilamente, con calidez, sin que le haya alterado
la presentación de Kate.
Tiende la mano a Ray, que se la
estrecha sin dar la menor muestra de sorprenderse por lo que acaba de
enterarse.
Muchas gracias, Katherine
Kavanagh, pienso echando chispas. Creo que mi subconsciente se ha desmayado.
—Señor Grey —murmura Ray.
Su expresión es indescifrable.
Solo abre un poco sus grandes ojos castaños, que se giran hacia mí como
preguntándome cuándo pensaba darle la noticia. Me muerdo el labio.
—Y este es mi hermano, Ethan
Kavanagh —dice Kate a Christian.
Este dirige su gélida mirada a
Ethan, que sigue cogiéndome por la cintura.
—Señor Kavanagh.
Se
saludan. Christian me tiende la mano.
—Ana, cariño —murmura.
Casi me muero al oírlo.
Me aparto de Ethan, al que
Christian dedica una sonrisa glacial, y me coloco a su lado. Kate me sonríe. La
muy zorra sabe perfectamente lo que está haciendo.
—Ethan, mamá y papá quieren
hablar con nosotros —dice Kate llevándose a su hermano.
—¿Desde cuándo os conocéis,
chicos? —pregunta Ray mirando impasible primero a Christian y luego a mí.
He perdido la capacidad de
hablar. Quiero que me trague la tierra. Christian me roza la espalda desnuda
con el pulgar y luego deja la mano apoyada en mi hombro.
—Unas dos semanas —dice en tono
tranquilo—. Nos conocimos cuando Anastasia vino a entrevistarme para la revista
de la facultad.
—No sabía que trabajabas para
la revista de la facultad, Ana.
El tono de Ray es de ligero
reproche. Es evidente que está molesto. Mierda.
—Kate estaba enferma —murmuro.
No logro decir nada más.
—Su discurso ha estado muy
bien, señor Grey.
—Gracias. Tengo entendido que
es usted un entusiasta de la pesca.
Ray alza las cejas y esboza una
sonrisa poco habitual, auténtica. Y de pronto se ponen a hablar de pesca. De
hecho, enseguida siento que sobro. Se ha metido a mi padre en el bolsillo… Como
hizo contigo, me reprocha mi subconsciente. Su poder no tiene límites. Me
disculpo y voy a buscar a Kate.
Kate está hablando con sus
padres, que están encantados de verme, como siempre, y me saludan
cariñosamente. Intercambiamos varias frases de cortesía, sobre todo acerca de
sus próximas vacaciones a Barbados y nuestro traslado.
—Kate, ¿cómo has podido soltar
eso delante de Ray? —le pregunto entre dientes en la primera ocasión en que
nadie puede oírnos.
—Porque sabía que tú no lo
harías, y quiero echar una mano con los problemas de compromiso de Christian
—me contesta sonriendo dulcemente.
Frunzo el ceño. ¡Soy yo la que
no va a comprometerse con él, estúpida!
—Y el tío se ha quedado tan
tranquilo, Ana. No te preocupes. Míralo…
Christian
no aparta la mirada de ti.
Me giro y veo que Ray y
Christian están mirándome.
—No te ha quitado los ojos de
encima.
—Será mejor que vaya a rescatar
a Ray, o a Christian. No sé a cuál de los dos. Esto no va a quedar así,
Katherine Kavanagh.
—Ana, te he hecho un favor —me
dice cuando ya me he dado la vuelta.
—Hola —les saludo a los dos con
una sonrisa.
Parece que todo va bien.
Christian está sonriendo por alguna broma entre ellos, y mi padre parece
increíblemente relajado, teniendo en cuenta que se trata de socializar. ¿De qué
han hablado, aparte de pesca?
—Ana, ¿dónde está el cuarto de
baño? —me pregunta Ray.
—Al fondo a la izquierda.
—Vuelvo enseguida. Divertíos,
chicos.
Ray se aleja. Miro nerviosa a
Christian. Nos quedamos un momento quietos mientras un fotógrafo nos hace una
foto.
—Gracias, señor Grey.
El fotógrafo se escabulle a
toda prisa. El flash me ha dejado parpadeando.
—Así que también has cautivado
a mi padre…
—¿También?
Le arden los ojos y alza una
ceja interrogante. Me ruborizo. Levanta una mano y desliza los dedos por mi
mejilla.
—Ojalá supiera lo que estás
pensando, Anastasia —susurra en tono turbador.
Me coloca la mano en la
barbilla y me levanta la cara. Nos miramos fijamente a los ojos.
Se me dispara el corazón. ¿Cómo
puede tener este efecto sobre mí, incluso en este entoldado lleno de gente?
—Ahora mismo estoy pensando:
Bonita corbata —le digo.
Se ríe.
—Últimamente es mi favorita.
Me arden las mejillas.
—Estás muy guapa, Anastasia.
Este vestido con la espalda descubierta te sienta
muy
bien. Me apetece acariciarte la espalda y sentir tu hermosa piel.
De pronto es como si
estuviéramos solos. Solos él y yo. Se me altera todo el cuerpo, me hormiguean
todas las terminaciones nerviosas, y la electricidad que se crea entre nosotros
me empuja hacia él.
—Sabes que irá bien, ¿verdad,
nena? —me susurra.
Cierro los ojos y me derrito
por dentro.
—Pero quiero más —le contesto
en voz baja.
—¿Más?
Me mira desconcertado y sus
ojos se vuelven impenetrables. Asiento y trago saliva. Ahora ya lo sabe.
—Más —repite en voz baja, como
si estuviera sopesando la palabra, una palabra corta y sencilla, pero demasiado
cargada de promesas. Me pasa el pulgar por el labio inferior—. Quieres flores y
corazones.
Vuelvo a asentir. Pestañea y
observo en sus ojos su lucha interna.
—Anastasia —me dice en tono
dulce—, no sé mucho de ese tema.
—Yo tampoco.
Sonríe ligeramente.
—Tú no sabes mucho de nada
—murmura.
—Tú sabes todo lo malo.
—¿Lo malo? Para mí no lo es —me
contesta moviendo la cabeza, y parece sincero—. Pruébalo —me susurra.
Me desafía. Ladea la cabeza y
esboza su deslumbrante sonrisa de medio lado.
Respiro hondo. Soy Eva en el
Edén, y él es la serpiente. No puedo resistirme.
—De acuerdo —susurro.
—¿Qué?
Me observa muy atento. Trago
saliva.
—De acuerdo. Lo intentaré.
—¿Estás de acuerdo?
Es evidente que no termina de
creérselo.
—Dentro de los límites
tolerables, sí. Lo intentaré.
Hablo en voz muy baja.
Christian cierra los ojos y me abraza.
—Ana,
eres imprevisible. Me dejas sin aliento.
Da un paso atrás y de pronto
Ray ya está de vuelta. El ruido en el interior del entoldado aumenta
progresivamente y me invade los oídos. No estamos solos. Dios mío, acabo de
aceptar ser su sumisa. Christian sonríe a Ray con la alegría danzando en sus
ojos.
—Annie, ¿vamos a comer algo?
—Vamos.
Guiño un ojo a Ray intentando
recuperar la serenidad. ¿Qué has hecho?, me grita mi subconsciente. La diosa
que llevo dentro da volteretas dignas de una gimnasta olímpica rusa.
—Christian, ¿quieres venir con
nosotros? —le pregunta Ray.
¡Christian! Lo miro
suplicándole que no venga. Necesito espacio para pensar… ¿Qué deminios he
hecho?
—Gracias, señor Steele, pero
tengo planes. Encantado de conocerlo.
—Lo mismo digo —le contesta
Ray—. Cuídame a mi niña.
—Esa es mi intención.
Se estrechan la mano. Estoy
mareada. Ray no tiene ni idea de cómo va a cuidarme Christian. Este me coge de
la mano, se la lleva a los labios y me besa los nudillos con ternura sin
apartar sus abrasadores ojos de los míos.
—Nos vemos luego, señorita
Steele —me dice en un tono lleno de promesas.
Se me encoge el estómago al
pensarlo. ¿Podré esperar?
Ray me coge del brazo y nos
dirigimos a la salida del entoldado.
—Parece un chico muy formal. Y
adinerado. No lo has hecho tan mal, Annie. Aunque no entiendo por qué he tenido
que enterarme por Katherine… —me reprende.
Me encojo de hombros a modo de
disculpa.
—Bueno —dice—, cualquier hombre
al que le guste pescar a mí me parece bien.
Vaya, a Ray le parece bien. Si
él supiera…
Al anochecer Ray me lleva a
casa.
—Llama a tu madre —me dice.
—Lo haré. Gracias por venir,
papá.
—No
me lo habría perdido por nada del mundo, Annie. Estoy muy orgulloso de ti.
Oh, no. No voy a emocionarme
ahora… Se me hace un nudo en la garganta y lo abrazo muy fuerte. Me rodea con
sus brazos, perplejo, y entonces no puedo evitarlo. Se me saltan las lágrimas.
—Hey, Annie, cariño —me dice
Ray—. Ha sido un gran día, ¿verdad? ¿Quieres que entre y te prepare un té?
Aunque tengo los ojos llenos de
lágrimas, me río. Para Ray, el té siempre es la solución. Recuerdo a mi madre
quejándose de él, diciendo que cuando se trataba de consolar a alguien con un
té, el té siempre se le daba muy bien, pero el consuelo no tanto.
—No, papá, estoy bien. Me he
alegrado mucho de verte. En cuanto me instale en Seattle, iré a verte.
—Suerte con las entrevistas. Ya
me contarás cómo te van.
—Claro, papá.
—Te quiero, Annie.
—Yo también te quiero, papá.
Me sonríe con ojos cálidos y
brillantes, y se mete en el coche. Le digo adiós con la mano mientras se
adentra en la oscuridad, y luego entro lánguidamente en casa.
Lo primero que hago es mirar el
móvil. No tiene batería, así que tengo que ir a buscar el cargador y enchufarlo
antes de ver los mensajes. Cuatro llamadas perdidas, dos mensajes en el
contestador y dos mensajes de texto. Tres llamadas perdidas de Christian… sin
mensajes en el contestador. Una llamada perdida de José, y su voz deseándome lo
mejor en la ceremonia de graduación.
Abro los mensajes de texto.
*Has llegado bien?*
*Llamame*
Los dos son de Christian. ¿Por
qué no me llamó a casa? Voy a mi habitación y enciendo el cacharro infernal.
De: Christian GreyFecha: 25
de mayo de 2011 23:58Para: Anastasia SteeleAsunto: Esta noche
Espero que hayas llegado bien a casa en ese coche tuyo.Dime si estás bien.
Christian GreyPresidente de Grey Enterprises Holdings, Inc. Dios… ¿Por qué le
preocupa tanto mi Escarabajo? Me ha servido lealmente durante tres años, y José
siempre me ha ayudado a ponerlo a punto. El siguiente e-mail de Christian es de
hoy.
De: Christian GreyFecha: 26 de mayo de 2011 17:22Para:
Anastasia SteeleAsunto: Límites tolerables ¿Qué puedo decir que no
haya dicho ya?Encantado de comentarlo contigo cuando quieras.Hoy estabas muy
guapa. Christian GreyPresidente de Grey Enterprises Holdings, Inc. Quiero
verlo, así que pulso «Responder».
De: Anastasia SteeleFecha: 26 de mayo de 2011 19:23Para:
Christian GreyAsunto: Límites tolerables Si quieres, puedo ir a
verte esta noche y lo comentamos. Ana De: Christian GreyFecha: 26
de mayo de 2011 19:27Para: Anastasia SteeleAsunto: Límites
tolerables Voy yo a tu casa. Cuando te dije que no me gustaba que llevaras ese
coche, lo decía en serio.Nos vemos enseguida. Christian GreyPresidente de Grey
Enterprises Holdings, Inc. Maldita sea… Viene hacia aquí. Tengo que prepararle
una cosa. Las primeras ediciones de los libros de Thomas Hardy siguen en las
estanterías del comedor. No puedo aceptarlas. Envuelvo los libros en papel de
embalar y escribo una cita de Tess:
Acepto las condiciones,
Angel, porque tú sabes mejor cuál tiene que ser mi castigo. Lo único que te
pido es… que no sea más duro de lo que pueda soportar.
15
Hola.
Me siento terriblemente cortada
cuando abro la puerta. Christian está en el porche, con sus vaqueros y su
cazadora de cuero.
—Hola —dice, y su radiante
sonrisa le ilumina el rostro.
Me detengo un instante para
admirar su belleza. Madre mía, está buenísimo vestido de cuero.
—Pasa.
—Si me lo permites —contesta,
divertido. Cuando entra, le veo una botella de champán en la mano—. He pensado
que podríamos celebrar tu graduación. No hay nada como un buen Bollinger.
—Interesante elección de
palabras —comento con sequedad.
Él sonríe.
—Me encanta la chispa que
tienes, Anastasia.
—No tenemos más que tazas. Ya
hemos empaquetado todos los vasos y copas.
—¿Tazas? Por mí, bien.
Me dirijo a la cocina.
Nerviosa, sintiendo las mariposas en el estómago; es como tener una pantera o
un puma en mi salón.
—¿Quieres platito también?
—Con la taza me vale, Anastasia
—me responde Christian distraídamente desde el salón.
Cuando vuelvo, está
escudriñando el paquete marrón de libros. Dejo las tazas en la mesa.
—Eso es para ti —murmuro algo
ansiosa.
Mierda… Seguro que esto termina
en pelea.
—Mmm, me lo figuro. Una cita
muy oportuna. —Pasea ausente el largo índice
por
el texto—.Pensé que era d’Urberville, no Angel. Has elegido la corrupción. —Me
dedica una breve sonrisa lobuna—. Solo tú podías encontrar algo de resonancias
tan acertadas.
—También es una súplica —le
susurro.
¿Por qué estoy tan nerviosa?
Tengo la boca seca.
—¿Una súplica? ¿Para que no me
pase contigo?
Asiento con la cabeza.
—Compré esto para ti —dice él en
voz baja y con mirada impasible—. No me pasaré contigo si lo aceptas.
Trago saliva compulsivamente.
—Christian, no puedo aceptarlo,
es demasiado.
—Ves, a esto me refería, me
desafías. Quiero que te lo quedes, y se acabó la discusión. Es muy sencillo. No
tienes que pensar en nada de esto. Como sumisa mía, tendrías que agradecérmelo.
Limítate a aceptar lo que te compre, porque me complace que lo hagas.
—Aún no era tu sumisa cuando lo
compraste —susurro.
—No… pero has accedido,
Anastasia.
Su mirada se vuelve recelosa.
Suspiro. No me voy a salir con
la mía, así que pasamos al plan B.
—Entonces, ¿es mío y puedo
hacer lo que quiera con ello?
Me mira con desconfianza, pero
cede.
—Sí.
—En ese caso, me gustaría
donarlo a una ONG, a una que trabaja en Darfur y a la que parece que le tienes
cariño. Que lo subasten.
—Si eso es lo que quieres hacer…
Aprieta los labios. Parece
decepcionado.
Me sonrojo.
—Me lo pensaré —murmuro.
No quiero decepcionarlo, y
entonces recuerdo sus palabras. «Quiero que quieras complacerme.»
—No pienses, Anastasia. En
esto, no.
Lo
dice sereno y serio.
¿Cómo no voy a pensar? Te
puedes hacer pasar por un coche, ser otra de sus posesiones, ataca de nuevo mi
subconsciente con su desagradable mordacidad. La ignoro. Ay, ¿podríamos
rebobinar? El ambiente es ahora muy tenso. No sé qué hacer. Me miro fijamente
los dedos. ¿Cómo salvo la situación?
Deja la botella de champán en
la mesa y se sitúa delante de mí. Me coge la cara por la barbilla y me levanta
la cabeza. Me mira con expresión grave.
—Te voy a comprar muchas cosas,
Anastasia. Acostúmbrate. Me lo puedo permitir. Soy un hombre muy rico. —Se
inclina y me planta un beso rápido y casto en los labios—. Por favor.
Me suelta.
Vaya, me susurra mi
subconsciente.
—Eso hace que me sienta ruin
—musito.
—No debería. Le estás dando
demasiadas vueltas, Anastasia. No te juzgues por lo que puedan pensar los
demás. No malgastes energía. Esto es porque nuestro contrato te produce cierto
reparo; es algo de lo más normal. No sabes en qué te estás metiendo.
Frunzo el ceño, tratando de
procesar sus palabras.
—Va, déjalo ya —me ordena con
delicadeza, cogiéndome otra vez la barbilla y tirando de ella suave para que
deje de morderme el labio inferior—. No hay nada ruin en ti, Anastasia. No
quiero que pienses eso. No he hecho más que comprarte unos libros antiguos que
pensé que te gustarían, nada más. Bebamos un poco de champán. —Su mirada se
vuelve cálida y tierna, y yo le sonrío tímidamente—. Eso está mejor —murmura.
Coge el champán, le quita el
aluminio y la malla, retuerce la botella más que el corcho y la abre con un
pequeño estallido y una floritura experta con la que no se derrama ni una gota.
Llena las tazas a la mitad.
—Es rosado —comento
sorprendida.
—Bollinger Grande Année Rosé
1999, una añada excelente —dice con entusiasmo.
—En taza.
Sonríe.
—En taza. Felicidades por tu
graduación, Anastasia.
Brindamos y él da un sorbo,
pero yo no puedo dejar pensar de que, en realidad,
celebramos
mi capitulación.
—Gracias —susurro, y doy un
sorbo. Desde luego está delicioso—. ¿Repasamos los límites tolerables?
Sonríe, y yo me ruborizo.
—Siempre tan entusiasta.
Christian me coge de la mano y
me lleva al sofá, donde se sienta y tira de mí para que tome asiento a su lado.
—Tu padrastro es un hombre muy
taciturno.
Ah… así que pasamos de los
límites tolerables. Pero quiero quitármelo ya de encima; la angustia me está
matando.
—Lo tienes comiendo de tu mano
—digo con un mohín.
Christian ríe suavemente.
—Solo porque sé pescar.
—¿Cómo has sabido que le gusta
pescar?
—Me lo dijiste tú. Cuando
fuimos a tomar un café.
—¿Ah, sí? —Doy otro sorbo. Uau,
se acuerda de los detalles. Mmm… este champán es buenísimo—. ¿Probaste el vino
de la recepción?
Christian hace una mueca.
—Sí. Estaba asqueroso.
—Pensé en ti cuando lo probé.
¿Cómo es que sabes tanto de vinos?
—No sé tanto, Anastasia, solo
sé lo que me gusta. —Sus ojos grises brillan, casi plateados, y vuelvo a
ruborizarme—. ¿Más? —pregunta refiriéndose al champán.
—Por favor.
Christian se levanta con
elegancia y coge la botella. Me llena la taza. ¿Me querrá achispar? Lo miro
recelosa.
—Esto está muy vacío. ¿Te mudas
ya?
—Más o menos.
—¿Trabajas mañana?
—Sí, es mi último día en
Clayton’s.
—Te ayudaría con la mudanza,
pero le he prometido a mi hermana que iría a buscarla al aeropuerto.
Vaya,
eso es nuevo.
—Mia llega de París el sábado a
primera hora. Mañana me vuelvo a Seattle, pero tengo entendido que Elliot os va
a echar una mano.
—Sí, Kate está muy entusiasmada
al respecto.
Christian frunce el ceño.
—Sí, Kate y Elliot, ¿quién lo
iba a decir? —masculla, y no sé por qué no parece que le haga mucha gracia.
—¿Y qué vas a hacer con lo del
trabajo de Seattle?
¿Cuándo vamos a hablar de los
límites? ¿A qué juega?
—Tengo un par de entrevistas
para puestos de becaria.
—¿Y cuándo pensabas decírmelo?
—pregunta arqueando una ceja.
—Eh… te lo estoy diciendo
ahora.
Entorna los ojos.
—¿Dónde?
No sé bien por qué, quizá para
evitar que haga uso de su influencia, no quiero decírselo.
—En un par de editoriales.
—¿Es eso lo que quieres hacer,
trabajar en el mundo editorial?
Asiento con cautela.
—¿Y bien?
Me mira pacientemente a la
espera de más información.
—Y bien ¿qué?
—No seas retorcida, Anastasia,
¿en qué editoriales? —me reprende.
—Unas pequeñas —murmuro.
—¿Por qué no quieres que lo
sepa?
—Tráfico de influencias.
Frunce el ceño.
—Pues sí que eres retorcida.
Y se echa a reír.
—¿Retorcida? ¿Yo? Dios mío, qué
morro tienes. Bebe, y hablemos de esos
límites.
Saca otra copia de mi e-mail y
de la lista. ¿Anda por ahí con esas listas en los bolsillos? Creo que lleva una
en la americana que tengo yo. Mierda, más vale que no se me olvide. Apuro la
taza.
Me echa un vistazo rápido.
—¿Más?
—Por favor.
Me dedica una de esas sonrisas
de suficiencia suyas, sostiene en alto la botella de champán, y se detiene.
—¿Has comido algo?
Ay, no… ya estamos otra vez.
—Sí. Me he dado un banquete con
Ray.
Lo miro poniendo los ojos en
blanco. El champán me está desinhibiendo.
Se inclina hacia delante, me
coge la barbilla y me mira fijamente a los ojos.
—La próxima vez que me pongas
los ojos en blanco te voy a dar unos azotes.
¿Qué?
—Ah —susurro, y detecto la
excitación en sus ojos.
—Ah —replica, imitándome—. Así
se empieza, Anastasia.
El corazón me martillea en el
pecho y el nudo del estómago se me sube a la garganta. ¿Por qué me excita tanto
eso?
Me llena la taza, y me lo bebo
casi todo. Escarmentada, lo miro.
—Me sigues ahora, ¿no?
Asiento con la cabeza.
—Respóndeme.
—Sí… te sigo.
—Bien. —Me dedica una sonrisa
cómplice—. De los actos sexuales… lo hemos hecho casi todo.
Me acerco a él en el sofá y
echo un vistazo a la lista.
APÉNDICE 3Límites tolerablesA discutir y acordar por ambas
partes:
¿Acepta
la Sumisa lo siguiente? • Masturbación• Penetración vaginal• Cunnilingus•
Fisting vaginal• Felación• Penetración anal• Ingestión de semen• Fisting anal
—De puño nada, dices. ¿Hay algo más a lo que te opongas? —pregunta con ternura.
Trago saliva.
—La penetración anal tampoco es
que me entusiasme.
—Por lo del puño paso, pero no
querría renunciar a tu culo, Anastasia. Bueno, ya veremos. Además, tampoco es
algo a lo que podamos lanzarnos sin más. —Me sonríe maliciosamente—. Tu culo
necesitará algo de entrenamiento.
—¿Entrenamiento? —susurro.
—Oh, sí. Habrá que prepararlo
con mimo. La penetración anal puede resultar muy placentera, créeme. Pero si lo
probamos y no te gusta, no tenemos por qué volver a hacerlo.
Me sonríe.
Lo miro espantada. ¿Cree que me
va a gustar? ¿Cómo sabe él que resulta placentero?
—¿Tú lo has hecho? —le susurro.
—Sí.
Madre mía. Ahogo un jadeo.
—¿Con un hombre?
—No. Nunca he hecho nada con un
hombre. No me va.
—¿Con la señora Robinson?
—Sí.
Madre mía… ¿cómo? Frunzo el ceño.
Sigue repasando la lista.
—Y la ingestión de semen…
Bueno, eso se te da de miedo.
Me sonrojo, y la diosa que
llevo dentro se infla de orgullo.
—Entonces… —Me mira sonriente—.
Tragar semen, ¿vale?
Asiento con la cabeza, incapaz
de mirarlo a los ojos, y vuelvo a apurar mi taza.
—¿Más? —me pregunta.
—Más. —Y de pronto, mientras me
rellena la taza, recuerdo la conversación que hemos mantenido antes. ¿Se
refiere a eso o solo al champán? ¿Forma parte del
juego
todo esto del champán?
—¿Juguetes sexuales? —pregunta.
Me encojo de hombros, mirando
la lista.
¿Acepta la Sumisa lo siguiente?
• Vibradores• Consoladores• Tapones anales• Otros juguetes vaginales/anales
—¿Tapones anales? ¿Eso sirve para lo que pone en el envase?
Arrugo la nariz, asqueada.
—Sí. —Sonríe—. Y hace
referencia a la penetración anal de antes. Al entrenamiento.
—Ah… ¿y el «otros»?
—Cuentas, huevos… ese tipo de
cosas.
—¿Huevos? —inquiero alarmada.
—No son huevos de verdad —ríe a
carcajadas, meneando la cabeza.
Lo miro con los labios
fruncidos.
—Me alegra ver que te hago
tanta gracia.
No logro ocultar que me siento
dolida.
Deja de reírse.
—Mis disculpas. Lo siento,
señorita Steele —dice tratando de parecer arrepentido, pero sus ojos aún
chispean—. ¿Algún problema con los juguetes?
—No —espeto.
—Anastasia —dice, zalamero—, lo
siento. Créeme. No pretendía burlarme. Nunca he tenido esta conversación de
forma tan explícita. Eres tan inexperta… Lo siento.
Me mira con ojos grandes,
grises, sinceros.
Me relajo un poco y bebo otro
sorbo de champán.
—Vale… bondage —dice volviendo
a la lista.
La examino, y la diosa que
llevo dentro da saltitos como una niña a la espera de un helado.
¿Acepta la Sumisa lo siguiente?
• Bondage con cuerda• Bondage con cinta adhesiva• Bondage con muñequeras de
cuero•
Otros tipos de bondage • Bondage con esposas y grilletes Christian me mira
arqueando las cejas.
—¿Y bien?
—De acuerdo —susurro y vuelvo a
mirar rápidamente la lista.
¿Acepta la Sumisa los
siguientes tipos de bondage? • Manos al frente• Muñecas con tobillos• Tobillos•
A objetos, muebles, etc.• Codos• Barras rígidas• Manos a la espalda• Suspensión•
Rodillas ¿Acepta la Sumisa que se le venden los ojos?¿Acepta la Sumisa que se
la amordace? —Ya hemos hablado de la suspensión y, si quieres ponerla como
límite infranqueable, me parece bien. Lleva mucho tiempo y, de todas formas,
solo te tengo a ratos pequeños. ¿Algo más?
—No te rías de mí, pero ¿qué es
una barra rígida?
—Prometo no reírme. Ya me he
disculpado dos veces. —Me mira furioso—. No me obligues a hacerlo de nuevo —me
advierte. Y tengo la sensación de encogerme visiblemente… madre mía, qué
tirano—. Una barra rígida es una barra con esposas para los tobillos y/o las
muñecas. Es divertido.
—Vale… De acuerdo con lo de
amordazarme… Me preocupa no poder respirar.
—A mí también me preocuparía
que no respiraras. No quiero asfixiarte.
—Además, ¿cómo voy a usar las
palabras de seguridad estando amordazada?
Hace una pausa.
—Para empezar, confío en que
nunca tengas que usarlas. Pero si estás amordazada, lo haremos por señas —dice
sin más.
Lo miro espantada. Pero, si
estoy atada, ¿cómo lo voy a hacer? Se me empieza a nublar la mente… Mmm, el
alcohol.
—Lo de la mordaza me pone
nerviosa.
—Vale. Tomo nota.
Lo miro fijamente y entonces
empiezo a comprender.
—¿Te gusta atar a tus sumisas
para que no puedan tocarte?
Me mira abriendo mucho los
ojos.
—Esa es una de las razones
—dice en voz baja.
—¿Por eso me has atado las
manos?
—Sí.
—No te gusta hablar de eso
—murmuro.
—No, no me gusta. ¿Te apetece
más champán? Te está envalentonando, y necesito saber lo que piensas del dolor.
Maldita sea… esta es la parte
chunga. Me rellena la taza, y doy un sorbo.
—A ver, ¿cuál es tu actitud
general respecto a sentir dolor? —Christian me mira expectante—. Te estás
mordiendo el labio —me dice en tono amenazante.
Paro de inmediato, pero no sé
qué decir. Me ruborizo y me miro las manos.
—¿Recibías castigos físicos de
niña?
—No.
—Entonces, ¿no tienes ningún ámbito
de referencia?
—No.
—No es tan malo como crees. En
este asunto, tu imaginación es tu peor enemigo —susurra.
—¿Tienes que hacerlo?
—Sí.
—¿Por qué?
—Es parte del juego, Anastasia.
Es lo que hay. Te veo nerviosa. Repasemos los métodos.
Me enseña la lista. Mi
subconsciente sale corriendo, gritando, y se esconde detrás del sofá.
• Azotes• Azotes con pala•
Latigazos• Azotes con vara• Mordiscos• Pinzas para pezones• Pinzas genitales•
Hielo• Cera caliente• Otros tipos/métodos de dolor —Vale, has dicho que no a
las pinzas genitales. Muy bien. Lo que más duele son los varazos.
Palidezco.
—Ya iremos llegando a eso.
—O mejor no llegamos —susurro.
—Esto forma parte del trato,
nena, pero ya iremos llegando a todo eso. Anastasia, no te voy a obligar a nada
horrible.
—Todo esto del castigo es lo
que más me preocupa —digo con un hilo de voz.
—Bueno,
me alegro de que me lo hayas dicho. Quitamos los varazos de la lista de
momento. Y, a medida que te vayas sintiendo más cómoda con todo lo demás,
incrementaremos la intensidad. Lo haremos despacio.
Trago saliva, y él se inclina y
me besa en la boca.
—Ya está, no ha sido para
tanto, ¿no?
Me encojo de hombros, con el
corazón en la boca otra vez.
—A ver, quiero comentarte una
cosa más antes de llevarte a la cama.
—¿A la cama? —pregunto
parpadeando muy deprisa, y la sangre me bombea por todo el cuerpo, calentándome
sitios que no sabía que existían hasta hace muy poco.
—Vamos, Anastasia, después de
repasar todo esto, quiero follarte hasta la semana que viene, desde ahora
mismo. Debe de haber tenido algún efecto en ti también.
Me estremezco. La diosa que
llevo dentro jadea.
—¿Ves? Además, quiero probar
una cosa.
—¿Me va a doler?
—No… deja de ver dolor por
todas partes. Más que nada es placer. ¿Te he hecho daño hasta ahora?
Me ruborizo.
—No.
—Pues entonces. A ver, antes me
hablabas de que querías más.
Se interrumpe, de pronto
indeciso.
Madre mía… ¿adónde va a llegar
esto?
Me agarra la mano.
—Podríamos probarlo durante el
tiempo en que no seas mi sumisa. No sé si funcionará. No sé si podremos separar
las cosas. Igual no funciona. Pero estoy dispuesto a intentarlo. Quizá una
noche a la semana. No sé.
Madre mía… me quedo
boquiabierta, mi subconsciente está en estado de shock. ¡Christian Grey acepta
más! ¡Está dispuesto a intentarlo! Mi subconsciente se asoma por detrás del
sofá, con una expresión aún conmocionada en su rostro de arpía.
—Con una condición.
Estudia
con recelo mi expresión de perplejidad.
—¿Qué? —digo en voz baja.
Lo que sea. Te doy lo que sea.
—Que aceptes encantada el
regalo de graduación que te hago.
—Ah.
Y muy en el fondo sé lo que es.
Brota el temor en mi vientre.
Me mira fijamente, evaluando mi
reacción.
—Ven —murmura, y se levanta y
tira de mí.
Se quita la cazadora, me la
echa por los hombros y se dirige a la puerta.
Aparcado fuera hay un
descapotable rojo de tres puertas, un Audi.
—Para ti. Feliz graduación
—susurra, estrechándome en sus brazos y besándome el pelo.
Me ha comprado un puñetero
coche, completamente nuevo, a juzgar por su aspecto. Vaya… si ya me costó
aceptar los libros. Lo miro alucinada, intentando desesperadamente decidir cómo
me siento. Por un lado, me horroriza; por otro, lo agradezco, me flipa que
realmente lo haya hecho, pero la emoción predominante es el enfado. Sí, estoy
enfadada, sobre todo después de todo lo que le dije de los libros… pero, claro,
ya lo ha comprado. Cogiéndome de la mano, me lleva por el camino de entrada
hasta esa nueva adquisición.
—Anastasia, ese Escarabajo tuyo
es muy viejo y francamente peligroso. Jamás me lo perdonaría si te pasara algo
cuando para mí es tan fácil solucionarlo…
Él me mira, pero, de momento,
yo no soy capaz de mirarlo. Contemplo en silencio el coche, tan asombrosamente
nuevo y de un rojo tan luminoso.
—Se lo comenté a tu padrastro.
Le pareció una idea genial —me susurra.
Me vuelvo y lo miro furiosa,
boquiabierta de espanto.
—¿Le mencionaste esto a Ray?
¿Cómo has podido?
Me cuesta que me salgan las
palabras. ¿Cómo te atreves? Pobre Ray. Siento náuseas, muerta de vergüenza por
mi padre.
—Es un regalo, Anastasia. ¿Por
qué no me das las gracias y ya está?
—Sabes muy bien que es
demasiado.
—Para mí, no; para mi
tranquilidad, no.
Lo miro ceñuda, sin saber qué
decir. ¡Es que no lo entiende! Él ha tenido dinero
toda
la vida. Vale, no toda la vida —de niño, no—, y entonces mi perspectiva cambia.
La idea me serena y veo el coche con otros ojos, sintiéndome culpable por mi
arrebato de resentimiento. Su intención es buena, desacertada, pero con buen
fondo.
—Te agradezco que me lo
prestes, como el portátil.
Suspira hondo.
—Vale. Te lo presto.
Indefinidamente.
Me mira con recelo.
—No, indefinidamente, no. De
momento. Gracias.
Frunce el ceño. Me pongo de
puntillas y le doy un beso en la mejilla.
—Gracias por el coche, señor
—digo con toda la ternura de la que soy capaz.
Me agarra de pronto y me
estrecha contra su cuerpo, con una mano en la espalda reteniéndome y la otra
agarrándome el pelo.
—Eres una mujer difícil, Ana
Steele.
Me besa apasionadamente,
obligándome a abrir la boca con la lengua, sin contemplaciones.
Me excito al instante y le
devuelvo el beso con idéntica pasión. Lo deseo inmensamente, a pesar del coche,
de los libros, de los límites tolerables… de los varazos… lo deseo.
—Me está costando una barbaridad
no follarte encima del capó de este coche ahora mismo, para demostrarte que
eres mía y que, si quiero comprarte un puto coche, te compro un puto coche
—gruñe—. Venga, vamos dentro y desnúdate.
Me planta un beso rápido y
brusco.
Vaya, sí que está enfadado. Me
coge de la mano y me lleva de nuevo dentro y derecha al dormitorio… sin ningún
tipo de preámbulo. Mi subconsciente está otra vez detrás del sofá, con la
cabeza escondida entre las manos. Christian enciende la luz de la mesilla y se
detiene, mirándome fijamente.
—Por favor, no te enfades
conmigo —le susurro.
Me mira impasible; sus ojos
grises son como fríos pedazos de cristal ahumado.
—Siento lo del coche y lo de
los libros… —Me interrumpo. Guarda silencio, pensativo—. Me das miedo cuando te
enfadas —digo en voz baja, mirándolo.
Cierra los ojos y mueve la
cabeza. Cuando los abre, su expresión se ha suavizado. Respira hondo y traga
saliva.
—Date
la vuelta —susurra—. Quiero quitarte el vestido.
Otro cambio brusco de humor; me
cuesta seguirlo. Obediente, me vuelvo y el corazón se me alborota; el deseo
reemplaza de inmediato a la inquietud, me recorre la sangre y se instala,
oscuro e intenso, en mi vientre. Me recoge el pelo de la espalda de forma que
me cuelga por el hombro derecho, enroscándose en mi pecho. Me pone el dedo
índice en la nuca y lo arrastra dolorosamente por mi columna vertebral. Su uña
me araña la piel.
—Me gusta este vestido
—murmura—. Me gusta ver tu piel inmaculada.
Acerca el dedo al borde de mi
vestido, a mitad de la espalda, lo engancha y tira de él para arrimarme a su
cuerpo. Inclinándose, me huele el pelo.
—Qué bien hueles, Anastasia.
Muy agradable.
Me roza la oreja con la nariz,
desciende por mi cuello y va regándome el hombro de besos tiernos, suavísimos.
Se altera mi respiración, se
vuelve menos honda, precipitada, llena de expectación. Tengo sus dedos en la
cremallera. La baja, terriblemente despacio, mientras sus labios se deslizan,
lamiendo, besando, succionando hasta el otro hombro. Esto se le da
seductoramente bien. Mi cuerpo vibra y empiezo a estremecerme lánguidamente
bajo sus caricias.
—Vas… a… tener… que… a…prender…
a estarte… quieta —me susurra, besándome la nuca entre cada palabra.
Tira del cierre del cuello y el
vestido cae y se arremolina a mis pies.
—Sin sujetador, señorita
Steele. Me gusta.
Alarga las manos y me coge los
pechos, y los pezones se yerguen bajo su tacto.
—Levanta los brazos y cógete a
mi cabeza —me susurra al cuello.
Obedezco de inmediato y mis
pechos se elevan y se acomodan en sus manos; los pezones se me endurecen aún
más. Hundo los dedos en su cabeza y, con mucha delicadeza, le tiro del suave y
sexy pelo. Ladeo la cabeza para facilitarle el acceso a mi cuello.
—Mmm… —me ronronea detrás de la
oreja mientras empieza a pellizcarme los pezones con sus dedos largos, imitando
los movimientos de mis manos en su pelo.
Percibo la sensación con
nitidez en la entrepierna, y gimo.
—¿Quieres que te haga correrte
así? —me susurra.
Arqueo la espalda para acomodar
mis pechos a sus manos expertas.
—Le
gusta esto, ¿verdad, señorita Steele?
—Mmm…
—Dilo.
Continúa la tortura lenta y
sensual, pellizcando suavemente.
—Sí.
—Sí, ¿qué?
—Sí… señor.
—Buena chica.
Me pellizca con fuerza, y mi
cuerpo se retuerce convulso contra el suyo.
Jadeo por el exquisito y agudo
dolor placentero. Lo noto pegado a mí. Gimo y le tiro del pelo con fuerza.
—No creo que estés lista para
correrte aún —me susurra dejando de mover las manos, me muerde flojito el
lóbulo de la oreja y tira—. Además, me has disgustado.
Oh, no… ¿qué querrá decir con
eso?, me pregunto envuelta en la bruma del intenso deseo mientras gruño de
placer.
—Así que igual no dejo que te
corras.
Vuelve a centrar sus dedos en
mis pezones, tirando, retorciéndolos, masajeándolos. Aprieto el trasero contra
su cuerpo y lo muevo de un lado a otro.
Noto su sonrisa en el cuello
mientras sus manos se desplazan a mis caderas. Me mete los dedos por las
bragas, por detrás, tira de ellas, clava los pulgares en el tejido, las
desgarra y las lanza frente a mí para que las vea… Dios mío. Baja las manos a
mi sexo y, desde atrás, me mete despacio un dedo.
—Oh, sí. Mi dulce niña ya está
lista —me dice dándome la vuelta para que lo mire. Su respiración se ha
acelerado. Se mete el dedo en la boca—. Qué bien sabe, señorita Steele.
Suspira. Madre mía, el dedo le
debe de saber salado… a mí.
—Desnúdame —me ordena en voz
baja, mirándome fijamente, con los ojos entreabiertos.
Lo único que llevo puesto son
los zapatos… bueno, los zapatos de taconazo de Kate. Estoy desconcertada. Nunca
he desnudado a un hombre.
—Puedes hacerlo —me incita
suavemente.
Pestañeo
deprisa. ¿Por dónde empiezo? Alargo las manos a su camiseta y me las coge,
sonriéndome seductor.
—Ah, no. —Menea la cabeza,
sonriente—. La camiseta, no; para lo que tengo planeado, vas a tener que
acariciarme.
Los ojos le brillan de
excitación.
Vaya, esto es nuevo: puedo
acariciarlo con la ropa puesta. Me coge una mano y la planta en su erección.
—Este es el efecto que me
produce, señorita Steele.
Jadeo y le envuelvo el paquete
con los dedos. Él sonríe.
—Quiero metértela. Quítame los
vaqueros. Tú mandas.
Madre mía, yo mando. Me deja
boquiabierta.
—¿Qué me vas a hacer? —me
tienta.
Uf, la de cosas que se me
ocurren… La diosa que llevo dentro ruge y, no sé bien cómo, fruto de la
frustración, el deseo y la pura valentía Steele, lo tiro a la cama. Ríe al caer
y yo lo miro desde arriba, sintiéndome victoriosa. La diosa que llevo dentro
está a punto de estallar. Le quito los zapatos, deprisa, torpemente, y los
calcetines. Me mira; los ojos le brillan de diversión y de deseo. Lo veo…
glorioso… mío. Me subo a la cama y me monto a horcajadas encima de él para
desabrocharle los vaqueros, deslizando los dedos por debajo de la cinturilla,
notando, ¡sí!, su vello púbico. Cierra los ojos y mueve las caderas.
—Vas a tener que aprender a
estarte quieto —lo reprendo, y le tiro del vello.
Se le entrecorta la
respiración, y me sonríe.
—Sí, señorita Steele —murmura
con los ojos encendidos—. Condón, en el bolsillo —susurra.
Le hurgo en el bolsillo,
despacio, observando su rostro mientras voy palpando. Tiene la boca abierta.
Saco los dos paquetitos con envoltorio de aluminio que encuentro y los dejo en
la cama, a la altura de sus caderas. ¡Dos! Mis dedos ansiosos buscan el botón
de la cinturilla y lo desabrocho, después de manosearlo un poco. Estoy más que
excitada.
—Qué ansiosa, señorita Steele
—susurra con la voz teñida de complacencia.
Le bajo la cremallera y de
pronto me encuentro con el problema de cómo bajarle los pantalones… Mmm. Me
deslizo hasta abajo y tiro. Apenas se mueven. Frunzo el ceño. ¿Cómo puede ser
tan difícil?
—No puedo estarme quieto si te
vas a morder el labio —me advierte, y luego
levanta
la pelvis de la cama para que pueda bajarle los pantalones y los boxers a la
vez, uau… liberarlo. Tira la ropa al suelo de una patada.
Cielo santo, todo eso para
jugar yo solita. De pronto, es como si fuera Navidad.
—¿Qué vas a hacer ahora? —me
dice, todo rastro de diversión ya desaparecido.
Alargo la mano y lo acaricio,
observando su expresión mientras lo hago. Su boca forma una O, e inspira hondo.
Su piel es tan tersa y suave… y recia… mmm, qué deliciosa combinación. Me
inclino hacia delante, el pelo me cae por la cara; y me lo meto en la boca.
Chupo, con fuerza. Cierra los ojos, sus caderas se agitan debajo de mí.
—Dios, Ana, tranquila —gruñe.
Me siento poderosa; qué
sensación tan estimulante, la de provocarlo y probarlo con la boca y la lengua.
Se tensa mientras chupo arriba y abajo, empujándolo hasta el fondo de la
garganta, con los labios apretados… una y otra vez.
—Para, Ana, para. No quiero
correrme.
Me incorporo, mirándolo
extrañada y jadeando como él, pero confundida. ¿No mandaba yo? La diosa que
llevo dentro se siente como si le hubieran quitado el helado de las manos.
—Tu inocencia y tu entusiasmo
me desarman —jadea—. Tú, encima… eso es lo que tenemos que hacer.
Ah…
—Toma, pónmelo.
Me pasa un condón.
Maldita sea. ¿Cómo? Rasgo el
paquete y me encuentro con la goma pegajosa entre las manos.
—Pellizca la punta y ve
estirándolo. No conviene que quede aire en el extremo de ese mamón —resopla.
Así que, muy despacio,
concentradísima, hago lo que me dice.
—Dios mío, me estás matando,
Anastasia —gruñe.
Admiro mi obra y a él.
Ciertamente es un espécimen masculino fabuloso. Mirarlo me excita muchísimo.
—Venga. Quiero hundirme en ti
—susurra.
Me lo quedo mirando,
atemorizada, y él se incorpora de pronto, de modo que estamos nariz con nariz.
—Así
—me dice y, pasando una mano por mis caderas, me levanta un poco; con la otra,
se coloca debajo de mí y, muy despacio, me penetra con suavidad.
Gruño cuando me dilata,
llenándome, y la boca se me desencaja ante esa sensación abrumadora,
agonizante, sublime y dulce. Ah… por favor.
—Eso es, nena, siénteme, entero
—gime y cierra los ojos un instante.
Y lo tengo dentro, ensartado
hasta el fondo, y él me tiene inmóvil, segundos… minutos… no tengo ni idea,
mirándome fijamente a los ojos.
—Así entra más adentro
—masculla.
Dobla y mece las caderas con
ritmo, y yo gimo… madre mía… la sensación se propaga por todo mi vientre… a
todas partes. ¡Joder!
—Otra vez —susurro.
Sonríe despacio y me complace.
Gimiendo, alzo la cabeza, el
pelo me cae por la espalda, y muy despacio él se deja caer sobre la cama.
—Muévete tú, Anastasia, sube y
baja, lo que quieras. Cógeme las manos —me dice con voz ronca, grave,
sensualísima.
Me agarro con fuerza, como si
me fuera la vida en ello. Muy despacio, subo y vuelvo a bajar. Le arden los
ojos de salvaje expectación. Su respiración es entrecortada, como la mía, y
levanta la pelvis cuando yo bajo, haciéndome subir de nuevo. Cogemos el ritmo…
arriba, abajo, arriba, abajo… una y otra vez… y me gusta… mucho. Entre mis
jadeos, la penetración honda y desbordante, la ardiente sensación que me
recorre entera y que crece rápidamente, lo miro, nuestras miradas se encuentran…
y veo asombro en sus ojos, asombro ante mí.
Me lo estoy
follando. Mando yo. Es mío, y yo suya. La idea me empuja, me exalta, me
catapulta, y me corro… entre gritos incoherentes. Me agarra por las caderas y,
cerrando los ojos y echando la cabeza hacia atrás, con la mandíbula apretada,
se corre en silencio. Me derrumbo sobre su pecho, sobrecogida, en algún lugar
entre la fantasía y la realidad, un lugar sin límites tolerables ni
infranqueables.
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